Seis relatos —el de tres mujeres primero, el de otras tres víctimas que al leerlos decidieron hablar, después— pusieron el foco. Lo que para cada una de sus protagonistas era una historia aislada, personal, acabó siendo una pieza de un puzzle fundamental para conformar la denuncia de la presunta violencia sexual sistemática que el cineasta Carlos Vermut, ganador de la Concha de Oro de San Sebastián con Magical Girl (2014), ejerció sobre ellas durante años. La denuncia es la misma historia que otras tantas veces han sufrido otras tantas mujeres: en un entorno desigual y precario —para ellas— operan relaciones de poder que aseguran el silencio de las víctimas. Hasta que sale a la luz.
En este caso ha sido a raíz de una investigación realizada por El País. Meses antes no hizo falta ninguna denuncia de ninguna mujer. Lo captaron las cámaras de televisión que el domingo 20 de agosto dirigían su mirada hacia las campeonas del Mundial de Fútbol femenino. Lo que mostraron a los millones de espectadores tampoco era una historia ni aislada, ni personal. Lo dijo la que entonces fue la víctima, Jenni Hermoso, y lo suscribieron sus compañeras. También era otra pieza de otro puzle, en este caso deportivo, que había podido mantenerse engrasado durante años por el silencio de las víctimas.
El escenario, otra vez, era el mismo. El entorno de poder, evidente. En varios planos: uno profesional —en el primer caso, el presunto agresor era un aclamado director de cine; en el segundo, el presidente de la Real Federación Española de Fútbol (RFEF)— y otro vital —tanto Vermut como Luis Rubiales eran mayores que sus víctimas. Del segundo caso salió un grito que dio la vuelta al país —y que incluso salió de nuestras fronteras—: #SeAcabó. Pero sólo se aplicó al agresor. Las estructuras siguen siendo las mismas. Las relaciones de poder y precariedad siguen siendo las mismas. Y por eso ocurren dos cosas: la primera, que cuando salen a la luz testimonios como los de las denunciantes de Vermut no hay demasiada sopresa; y la segunda, que lo que se ha visto hasta ahora sigue siendo, tan sólo, la punta del iceberg.
Las pioneras del #MeToo
"Tanto el cine como el deporte son sólo espejos de lo que pasa en la sociedad", reflexiona la crítica de cine María Guerra, directora del programa La Script. Por eso el alcance de los testimonios de denuncia a Carlos Vermut, a Luis Rubiales y a todo el sistema que opera a su alrededor y gracial al cual permeabilizan este tipo de violencias va mucho más allá del mero ámbito en el que se engloban. "El movimiento feminista ha posibilitado poner nombre a violencias que estaban invisibilizadas y totalmente naturalizadas", añade en este sentido Nerea Barjola, doctora en Feminismos y Género por la Universidad del País Vasco (UPV) y autora del libro Microfísica sexista del poder (Virus Editorial).
Hubo un punto que quizás podría situarse como el de partida. Ocurrió en 2017, en el mes de octubre. The New York Times destapó en un artículo décadas de agresiones sexuales a manos del reputado productor Harvey Weinstein. Era otro país, otro momento y otros protagonistas. Pero la historia, en esencia, era la misma. #MeToo, utilizaron las víctimas entonces. A las voces de actrices como Alyssa Milano, Rose McGowan o Angelina Jolie les siguieron los gritos de eurodiputadas, periodistas o artistas que dieron un paso al frente para destapar la violencia sufrida. Y todavía lo siguen haciendo.
El pasado mes de octubre, exactamente seis años después de los primeros testimonios, la actriz Julia Ormond demandó a Weinstein por agresión sexual, pero también a Disney y a Miramax Films por ocultarlo. Porque ahí está la clave. Y el triunfo del que habla Barjola. Un guionista de Miramax, Scott Rosenberg, fue claro: "Todo el puto mundo lo sabía". La representante de una de las víctimas que denunció a Vermut, al saber lo que ocurría, le respondió —según su relato recogido en El País—: "Tampoco te pelees con él, que no nos conviene".
Por eso es importante que se haya visibilizado. Gracias al feminismo, como decía Barjola. "Se ha propiciado un contexto político, social y cultural que obliga a moverse de lugar girando el foco hacia una impunidad —"todo el puto mundo lo sabía"; "tampoco te pelees con él"— que sostenía y sujetaba el libre ejercicio" de una violencia que, razona la experta, "tenemos profundamente interiorizada y naturalizada".
"No reproducir aquello que queremos denunciar"
Los testimonios son importantes, pero no deben en ningún caso reflejar la idea de que ya está todo conseguido. Es más, continúa Barjola, es importante —tanto como la valentía a romper ese silencio— "no caer en las dinámicas que reproduzcan aquello que queremos denunciar". La experta se refiere, concretamente, a la necesidad de no situar en el mismo plano la denuncia de una víctima y la defensa de su presunto agresor. "Tenemos que responsabilizarnos de eso que nos están contando y cuidar su testimonio y a ellas. No me parece adecuado darle al agresor derecho a réplica en el propio artículo. Si quiere explicarse que lo haga por otras vías, pero no compartiendo artículo con las voces de las compañeras que han dado un paso tan difícil como denunciar la violencia sexual", señala.
Bárbara Tardón, doctora en Estudios Interdisciplinares de Género (UAM) y especialista en violencia sexual, comparte este diagnóstico. Primero, dice, porque no existe una "malla de protección" que ayude a las víctimas tras dar el paso adelante de decir #SeAcabó. "Romper el silencio y garantizar la reparación no sólo consiste en hablar en un medio de comunicación, tiene que haber un proceso de acompañamiento después", argumenta. Segundo, por lo mismo que señalaba Barjola. "Nuestra cultura de la violación va a seguir todavía no creyéndolas, culpabilizándolas y blindando a los agresores, que siempre van a tener una argumentación basada en esos postulados patriarcales para hacer creer que la relación fue consentida", señala.
"He practicado sexo duro siempre de manera consentida, porque creo que es muy importante el consentimiento. Otra cosa es que la persona en su casa después se sintiera mal y a lo mejor en el momento tuviese miedo a decirlo. Eso yo no lo puedo saber", dijo Vermut a El País.
El abuso de poder en una industria precaria
Por ahora, los testimonios que han hablado claramente de violencia sexual en el cine español han sido seis. Muchos menos que los que sacaron a la luz la violencia machista con el #MeToo estadounidense. "Es incomparable. La mayoría de las agresiones están todavía metidas debajo de la alfombra y cuando salgan a la superficie habrá un #MeToo a la altura de lo endémica que es la violencia sexual, y a nadie nos sorprenderá", lamenta Tardón.
Pero para Barjola es mejor no hacer comparaciones. Porque la lucha es la misma. "No sé si se puede comparar o no, pero la verdad es que no me interesa hablar en esos términos porque creo que resta. Es importante centrar la mirada en lo propio y saber que este movimiento [el #SeAcabó] viene acompañado de otros que se generan de manera global y que ponen sobre la mesa el necesario debate de las violencias sexuales", incide. Por ello, señala, ampliaría el foco. El #MeToo, el #SeAcabó, el "el violador eres tú" latinoamericano... "Los movimientos se generan aprendiendo unas de otras", añade.
La dificultad de que la lucha contra esta violencia machista en el cine español alcance una dimensión mayor, y en eso sí coinciden las expertas, radica en la propia estructura de la industria. Y se ve claro con las denuncias de Vermut. "La industria española es muy pequeña y el acoso está relacionado con la precariedad. Hay miedo y es difícil que las víctimas alcen la voz", continúa Guerra. "La industria del cine es muy precaria y en ella hay relaciones de poder que están muy blindadas", añade Tardón.
Bárbara Zorrilla, psicóloga especializada en violencia contra las mujeres, también sitúa ahí el foco que calla a las víctimas. "La violencia sexual, como violencia machista, está basada en la desigualdad de poder. No sabemos qué pasará ahora pero es previsible que en una industria donde esto existe haya muchas mujeres que hayan sufrido este tipo de violencia y permanezcan calladas", asegura. "Las estructuras de poder tienen que cambiar y dejar de considerar que eso que ocurría era legítimo", añade Guerra.
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Hay quienes ya trabajan en ello. En ese cambio de mentalidad. Y en la consecuente ruptura de estructura. La Asociación de Mujeres Cineastas y de Medios Audiovisuales (CIMA) está elaborando, por ahora, el primer informe sobre violencia sexual en el cine y el audiovisual, un documento financiado por el Ministerio de Igualdad. La idea, informan desde la organización, es tenerlo preparado en el mes de septiembre y poder presentarlo en el Festival de San Sebastián. "Una vez que exista el informe, se trabajará más a fondo en los protocolos necesarios, entre ellos la inclusión de una cláusula en los contratos sobre cómo denunciar violencia sexual y abuso de poder. El objetivo es que sea obligatorio. En ello se tardará un poco más", añaden desde CIMA, desde donde informan también que han abierto un canal de denuncia (atencion@cimamujerescineastas.es) y se está elaborando una Guía Práctica de respuesta urgente ante este tipo de casos. El Ministerio de Cultura, por su parte, impulsará una unidad de atención y prevención de las violencias machistas en el sector cultural que tendrá entre sus objetivos el "acompañamiento".
Es una de las líneas esenciales. "A todas les frena el miedo, la vergüenza y la culpa, porque a las mujeres siempre nos enseñan a ser responsables de no despertar la sexualidad de los hombres. Nos inducen culpa. Si pasa algo, algo habremos hecho mal", reflexiona. De ahí también los #YoSíTeCreo y los #Cuéntalo que surgieron tras la agresión sexual cometida por La Manada. Un estudio confeccionado en 2019 por la Delegación del Gobierno para la Violencia de Género y citado por la Fiscalía General del Estado en su última memoria calculó que las víctimas de violencia sexual tardan, de media, diez años y once meses en pedir ayuda.
Por eso es importante, señalan Guerra y Barjola, recuperar la idea de que "el miedo va [y tiene que] cambiar de bando". "Eso quiere decir: 'el agresor eres tú, tú eres el responsable'. Dejar de tener impunidad da miedo y, como consecuencia, genera más violencia. A esto es a lo que tenemos que estar atentas ahora", sentencia la autora de Microfísica sexista del poder.
Seis relatos —el de tres mujeres primero, el de otras tres víctimas que al leerlos decidieron hablar, después— pusieron el foco. Lo que para cada una de sus protagonistas era una historia aislada, personal, acabó siendo una pieza de un puzzle fundamental para conformar la denuncia de la presunta violencia sexual sistemática que el cineasta Carlos Vermut, ganador de la Concha de Oro de San Sebastián con Magical Girl (2014), ejerció sobre ellas durante años. La denuncia es la misma historia que otras tantas veces han sufrido otras tantas mujeres: en un entorno desigual y precario —para ellas— operan relaciones de poder que aseguran el silencio de las víctimas. Hasta que sale a la luz.