"Samuel cayó y los chicos se fueron. Estaba lleno de sangre en todas partes, nunca habíamos visto algo así. Teníamos muchísimo miedo". Ibrahima Diack recuerda con nitidez los golpes que acabarían con la vida de Samuel Luiz la madrugada del 3 de julio de 2021. Recuerda haber intentado protegerle rodeándole con sus propios brazos, recuerda también el tumulto que le persiguió a él y a su amigo, Magatte N’Diaye, la marabunta de gente que les impidió socorrer al joven. Y recuerda cómo finalmente el chico se desplomó en el paseo marítimo de la ciudad herculina. Los únicos titubeos son los que impone la barrera idiomática, pero el migrante senegalés describe de manera lúcida los hechos que vivió en sus carnes. Su memoria acredita que el grupo de agresores no paró hasta ver agonizar al chico coruñés.
La Audiencia Provincial de A Coruña acoge este viernes la tercera sesión del juicio por el crimen contra Samuel Luiz. Es el segundo día consecutivo que los dos senegaleses, testigos de los hechos, atraviesan las puertas del edificio. Su declaración estaba prevista para el jueves, pero los tiempos en los pasillos de los tribunales nunca son exactos. Tampoco esta vez parece que la sesión vaya a fluir: un inesperado fallo técnico obliga a un receso a mitad de la jornada. Los dos amigos pasan el tiempo en la máquina de café, poco antes de que alguien se asome por la puerta de la sala de vistas y pronuncie sus nombres.
El primero en pasar es Ibrahima. Su relato atestigua que tanto él como su amigo trataron de frenar los puñetazos de los agresores, poniendo su propio cuerpo y a pesar del miedo evidente que pesaba sobre sus espaldas: no sólo por la ferocidad de los atacantes, sino por la especial vulnerabilidad de ser dos migrantes sin papeles. "Por supuesto, yo también recibí golpes, porque lo llevaba en mis brazos", asiente Ibrahima. Lo que describe ante el jurado popular es una agresión continuada: "Venían por todos los lados", insiste. Tanto, que Samuel "ni siquiera podía defenderse". La acción decidida de los dos testigos fue la única oportunidad que tuvo el chico de salvar la vida, pero no fue suficiente.
Con la declaración de los dos ciudadanos senegaleses llegan las primeras tensiones. El abogado de Alejandro Freire –para quien la Fiscalía pide 22 años de cárcel– insiste en interrogar con dureza a los testigos, utilizando incluso un lenguaje técnico incomprensible para quienes no tienen el castellano como lengua materna. A Ibrahima le pregunta por las cuentas que sigue en redes sociales –acusa al senegalés de seguir a un perfil que pide justicia para Samuel Luiz– y trata de deslizar la regularización de su situación administrativa como una especie de incentivo. "Impertinente", se apresura en impugnar la magistrada que preside el juicio, Elena Fernanda Pastos. Será el primer "impertinente" de unos cuantos.
El mismo esquema se repite con Magatte. El abogado llega incluso a tachar de "inauditas" sus imprecisiones –él se expresa con mayor dificultad– y la magistrada le ordena que se "abstenga de hacer valoraciones". Pero al letrado le respaldan sus colegas: la defensa trata de poner contra las cuerdas a los testigos, hablan de contradicciones, lagunas en sus relatos e incoherencias narrativas que no casan con los primeros testimonios prestados en sede policial.
La jueza hace un esfuerzo sobrehumano por tender puentes y el traductor que se sienta en la sala, entretanto, observa sin saber muy bien cuál es su papel. Si el relato de los hechos se desarrolla de forma fluida, el interrogatorio es atropellado, los testigos no terminan de comprender la intencionalidad de las preguntas y la sesión parece llegar a un punto de no retorno. Poco después, libre de la solemnidad judicial, Ibrahima se detiene ante los micrófonos de los medios que aguardan a la salida: "Lo que hicimos, nosotros lo hicimos de corazón. Lo hicimos por la educación y por los valores que tenemos".
El minuto más largo
El minuto más largo de la jornada llega con la mejor amiga de Samuel. A Lina Fernández se le quiebra la voz cuando tiene que expresar el momento en que, tras los primeros golpes, se distancia de su amigo para buscar el móvil que había perdido durante el ataque. Sólo se aleja un momento, pero cuando vuelve a buscar al chico, este ya había caído desplomado al suelo. Serían sus últimos momentos de vida. En ese punto, Lina es incapaz de articular palabra. "No se preocupe. Cuando usted considere que está bien, seguimos", concede la magistrada. Y se hace el silencio. En el banquillo de los acusados, miradas bajas. Entre el público, algún suspiro y el sutil sonido de un paquete de pañuelos desenfundado con pretendida discreción.
La mejor amiga de la víctima coge fuerzas y prosigue. Su relato de lo sucedido es el mismo desde la primera vez que fue interrogada. Y sus vivencias impugnan lo expuesto el jueves por una de las acusadas, Catherine Silva. Lina salió del pub donde pasaba la noche con su amigo para hacer una videollamada. Es entonces cuando se topan con dos de los acusados: Diego Montaña y la propia Catherine Silva. Ambos interpelan a la víctima y le exigen que deje el móvil. "Para de grabar, maricón de mierda", rememora Lina. Y no exculpa a Silva. Al contrario, afirma que fue ella también quien profirió los insultos homófobos. La elección de la palabra "maricón" no es casual, expresa la joven. "Samuel nunca ocultó su orientación sexual. Visualmente, era diferente".
Silva también fue la encargada de impedir que Lina auxiliara a su amigo una vez ya habían empezado los golpes. "Tú aquí no pintas nada", pronunció, según la versión de la testigo. "No fue con intención de salvarme a mí, ni de protegerme, o a su novio, o a Samuel", reitera, con una mirada hacia el jurado popular que cavila a su derecha. Silva mantenía una "actitud agresiva", se esfuerza por dejar claro. Dice estar "segurísima" de que su intención no era la de ayudar. "Ninguna duda".
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El abogado de Catherine Silva lanza su batería de preguntas. Si está segura de haber escuchado a su defendida insultar a la víctima, si vio con total claridad que ella participara en la agresión, si no será que en realidad la intención de la acusada era disuadir a los atacantes. "Es que esto es muy serio", dice el letrado en tono aleccionador, obviando que fue Lina la que vio cómo su mejor amigo moría a golpes hace tres años. "Por favor, deje que se exprese", interviene la jueza. Y parece que la interrupción le invita a la reflexión, porque después de un breve receso el abogado se disculpa "por el tono" empleado. "Por el tono, no por el contenido", matiza.
Lina pide quedarse en la sala al término de su testimonio. Se diluye entre las chicas y los chicos del público, casi todos estudiantes, casi todos de su edad.
Es el turno de Vanesa González, la joven que estaba al otro lado de la pantalla durante la videollamada. Recuerda los insultos, las amenazas y el ruido. Luego los "chillidos de Lina pidiendo ayuda". Después de aquello, varios intentos de retomar la señal con sus dos amigos, el presentimiento de que algo iba mal y la constatación de la fatalidad. "Volví a llamar a Lina después de lo que había pasado. Y ahí fue cuando me dijo que Samuel estaba muy mal y que se lo llevaban al hospital. Al día siguiente fue Lina la que me avisó de que Samuel había fallecido".
"Samuel cayó y los chicos se fueron. Estaba lleno de sangre en todas partes, nunca habíamos visto algo así. Teníamos muchísimo miedo". Ibrahima Diack recuerda con nitidez los golpes que acabarían con la vida de Samuel Luiz la madrugada del 3 de julio de 2021. Recuerda haber intentado protegerle rodeándole con sus propios brazos, recuerda también el tumulto que le persiguió a él y a su amigo, Magatte N’Diaye, la marabunta de gente que les impidió socorrer al joven. Y recuerda cómo finalmente el chico se desplomó en el paseo marítimo de la ciudad herculina. Los únicos titubeos son los que impone la barrera idiomática, pero el migrante senegalés describe de manera lúcida los hechos que vivió en sus carnes. Su memoria acredita que el grupo de agresores no paró hasta ver agonizar al chico coruñés.