Ali, afgano de 21 años, nos narra cómo llegó a Grecia tras 5.450 kilómetros a merced de las mafias

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Helena Vázquez | Atenas

Alrededor de 5.450 kilómetros, cinco veces la distancia que separa Madrid de París, es lo que ha recorrido un joven afgano desde Kabul (Afganistán) a Atenas (Grecia), país del que no puede salir legalmente. Ali Shawkat, de 21 años, cuenta la cadena de traficantes por la que ha pasado para poder cruzar Afganistán, Pakistán, Irán y Turquía de forma clandestina. El reto que tiene ahora en sus manos es continuar su interminable travesía hacia Austria. El cierre definitivo de la ruta balcánica ha provocado que las pocas alternativas que se le ofrezcan para llegar a su destino sean caras y pongan su vida en riesgo. Más de 90% del millón de inmigrantes irregulares que llegaron a la Unión Europea en 2015 utilizaron los servicios de los traficantes en algún momento durante su viaje, según Europol.

En el alto de un cerro en el centro de la capital griega, bajo la sombra de la bella Acrópolis, hablamos con Ali Shawkat. Mientras conversamos, un contraste inquietante rodea a Ali en el corazón de Atenas. Sin recelo, observa cuidadosamente cómo los jóvenes griegos de su misma edad se toman felizmente un respiro tras la ajetreada actividad diaria en la capital. A diferencia de ellos, Ali deberá esconderse una noche más dentro de un saco de dormir en un campo improvisado que acoge a 2.680 refugiados en el puerto de la capital griega, pensando que, mañana, quizás será el día en que pueda encontrar el camino para salir de Grecia.

Una explosión en la provincia afgana de Gazni, centro de actividad talibán, marcó un antes y un después en la vida de Ali. En este incidente que se produjo en la primavera de 2015, dos de sus cuatro hermanos perdieron la vida. Esta tragedia le empujó a empezar una vida más segura en otro lugar. Dejó su trabajo ese verano. Desde entonces, se concentró en reunir el dinero que necesitaba para pagar los servicios de los traficantes que se encontraría por el camino. “Todo el dinero que he recogido son préstamos de amigos. Algunos me dejaban 250 euros, otros 400. Es dinero que prometí devolver cuando finalmente llegara a Austria”, narra angustiado.

50.000 solicitantes de asilo atrapados en Grecia

Es muy común haber recibido el apoyo económico de familiares y amigos en forma de préstamos. No poder devolver esas cantidades se convierte en una pesadilla más del escenario infernal que viven los recién llegados a Europa. Más de 50.000 solicitantes de asilo están actualmente atrapados en Grecia y muchos de ellos comienzan a ver que tal vez toda esta inversión ha sido en vano. Un tortuoso viaje se esconde tras las imágenes de las miles de caras cansadas, los migrantes y refugiados que, amontonados con maletas, mantas y tiendas de campaña, malviven en los puntos más remotos de Grecia.

La primera pesadilla del infierno particular de Ali Shawkat fue superar el primer tramo del viaje, de Afganistán a Irán. Aunque entre estos dos países se extiende una larga frontera de 936 km, la ruta que le ofrecieron los traficantes al joven de 21 años, a cambio de 500 dólares por trayecto, pasaba por Pakistán, al sur de Afganistán. Se trataba de una ruta de 10 días a pie por zonas áridas. Recuerda haberla hecho con 30 personas, pero no todas ellas tenían las mismas condiciones físicas. "Soy joven y podía aguantarlo —dice mostrando su cuerpo esbelto—, pero con nosotros había familias con niños, personas mayores".

Él y el numeroso grupo de desplazados que le acompañaban lograron cruzar la frontera iraní-paquistaní de forma clandestina, a pesar de los esfuerzos de Teherán por mantener el paso fronterizo bajo permanente vigilancia. Ali Asghar Mirshekari, gobernador de la región de Sistán-Baluchistán —demarcación territorial fronteriza con Afganistán—, recordaba este mes de enero la necesidad de extremar precauciones en la frontera con Pakistán "a fin de prevenir la actividad de los traficantes y extremistas que arruinan la paz entre los dos países [refiriéndose a Pakistán e Irán]".

Una vez llegó en la región de Bazmas, al sureste de Irán, les tocaba mover ficha de nuevo, o lo que es lo mismo: dejar su vida en manos de otros traficantes hasta llegar a Turquía. "Un traficante nos pedía 350 euros [a diferencia de los 600 que acabaron pagando], pero sabíamos que la ruta que ofrecía era más peligrosa", relata Ali. Escoger a los traficantes adecuados, confiar en que su ayuda no será una emboscada para asaltarlos, ponderar los costes y los peligros de cada una de las ofertas que llegan se convierte en una decisión de suma trascendencia.

Señalando con detalle cada uno de los tramos de su viaje con la ayuda de Google Maps, recuerda victorioso la travesía de 25 días en territorio iraní. Las marcas de las ampollas son pruebas fehacientes de cómo desafiaron ríos y montañas durante entre 15 y 10 horas diarias. Esquivaban a cualquier precio los núcleos urbanos para evitar correr el riesgo de ser interceptados por la policía iraní. "Es un juego arriesgado, los agentes nos podían disparar", exclama Ali.

Son varias las denuncias reportadas por la prensa internacional sobre la represión que sufren los inmigrantes afganos en manos de los agentes de seguridad iraníes. Hablan de detenciones, palizas, tortura  e incluso de disparos. Las deportaciones son el pan de cada día. Durante el año 2015, un total de 544.016 afganos regresaron a su país: la cifra contempla tanto los que lo hicieron voluntariamente como los que fueron obligados, lo que representa un incremento de 306.392 personas con respecto al año anterior, según los datos de la Dirección de Afganistán de los Refugiados y Repatriación.

"Una vez llegamos a Turquía, sabíamos que habíamos superado la peor parte del viaje, que era Irán. No podía creer haber llegado a Estambul. Pasamos allí una noche, antes de hacer camino hacia Esmirna [ciudad situada en la costa este de Turquía]. Me gustó mucho, agradecí poder tener un día de ocio", comenta con cierta nostalgia mientras revisa las fotos de aquellos días. Con 1.800 dólares pudo travesar Turquía, esta vez en coche, hasta llegar a la costa. Allí le tocaba dar un paso arriesgado: subirse a una barca para llegar a la costa griega, a la isla de Lesbos.

De las 181.673 personas que han cruzado el Mediterráneo este 2016, 1.261 personas han perdido la vida, según ACNUR. Estas aterradoras cifras que llegan a Europa son bien conocidas por los que emprenden estos viajes. "Me pasé todo el trayecto pensando en el momento de llegar a través del mar. Sabía que había tal vez un 20% de posibilidades de no sobrevivir y aun así lo hice", confiesa el joven afgano.

Nuevas rutas

El año pasado, el 87% de los 900.000 migrantes que hicieron camino a Europa lo hicieron a través de Grecia. Sin embargo, esos porcentajes ya están cambiando debido al acuerdo sellado entre Turquía y la UE, destinado a detener el flujo de inmigrantes ilegales a Grecia desde Turquía a cambio de beneficios económicos y políticos para Ankara.

Ese tratado, junto con el cierre de la ruta balcánica, ha abierto nuevas vías con destino a Italia, principalmente con barcos de origen libio. Más de 350.000 personas que huyen del conflicto y la pobreza han llegado a la costa italiana en embarcaciones procedentes de Libia desde el inicio de 2014. Fue el propio ministro de Interior Alemán, Thomas de Maizière, quien aseguró días atrás que "la ruta de los Balcanes es una cosa del pasado” mientras señalaba a Italia como el nuevo objetivo principal de los migrantes, según la agencia Reuters. Todos los focos están puestos en Libia. Un asunto que ya ha llegado a la agenda del G5, quienes contemplaron, en una reciente reunión en Hanover, la posibilidad de que la UE y la OTAN trabajen juntas frente a la costa del país para erradicar “las redes de contrabando de refugiados de África”, la misma operación que ya está en marcha en el Egeo entre Turquía y Grecia.

Al margen de las nuevas rutas que se ofrecen a los migrantes que aún no han llegado a territorio europeo, los más de 50.000 solicitantes de asilo que están en Grecia siguen en permanente estado de espera para continuar su viaje. Aquellos que disponen de libertad de movimiento, que son los registrados en las islas griegas antes de la entrada en vigor del tratado de la Unión Europa y Turquía, no se resignan a quedarse en Grecia sin fecha de salida, aunque de momento todo apunta a que las fronteras terrestres del país heleno permanecerán selladas de forma indefinida. Tras el cierre definitivo del límite con Macedonia en febrero, Yannis Mouzalas, ministro de Inmigración, comunicó que las previsiones del Gobierno griego son que los refugiados seguirán atrapados en el país durante dos o tres años.

El único mecanismo legal que les queda a los recién llegados es confiar en el denominado Programa de Recolocación, un esquema establecido el septiembre pasado mediante el cual se pretendía distribuir a los 160.000 solicitantes de asilo a diferentes países de la Unión. De acuerdo con cifras dadas a conocer por la UE, a mediados de abril sólo 208 refugiados habían sido reubicados desde Grecia a otros países desde el 16 de marzo. La incertidumbre, la ausencia de información, las dificultades y restricciones que, en función de su nacionalidad, padecen para culminar la solicitud de asilo con éxito e ingresar en el programa de recolocación son las principales razones por las cuales les solicitantes de asilo y migrantes económicos optan, de nuevo, por rutas ilegales para llegar a su destino.

Con las fronteras cerradas, se abren las puertas para los traficantes

Los ministros del Interior y de Asuntos Exteriores de Bulgaria, Grecia, Macedonia y Albania se reunieron a mediados de abril con el objetivo de forjar acuerdos “para hacer frente a la crisis migratoria”, decisiones que se traducen en blindar las fronteras griegas. El creciente control de los lindes terrestres del país ha ido de la mano del incremento de los precios que ofrecen los traficantes para huir de él. Según informa Ali, estos pueden llegar a los 2.500 euros. Una de las opciones que barajan es zarpar desde el extremo este de Grecia rumbo a Italia. Una opción que Ali destaca como especialmente peligrosa ya que, según explica, implica “meterse dentro de la carga de un ferry”.

La otra opción que estudia este afgano es escapar a través de los bosques de Macedonia, áreas fuertemente custodiadas por los cuerpos y fuerzas de seguridad, quienes responden con dureza contra aquellos que intentan retar la prohibición de llegar al país.

El tunecino Mourad Hassin intentó cruzar la frontera seis veces. En marzo, le pedían 700 euros para llegar a Serbia y 1.600 euros para llegar a Austria desde Atenas. Sus ahorros no le permitían pagar esas cantidades, así que por 150 euros compró un pasaporte falso que más tarde la policía griega interceptó. Ahora, desde París, Mourad narra a infoLibre cómo él y un amigo, con la ayuda de su astucia y el GPS del móvil, intentaron burlar la frontera de Macedonia sin la ayuda de traficantes. “Los bosques del sureste de Macedonia están llenos de policías y están muy bien equipados. Disponen de perros y de aparatos que les permiten vernos de noche”, cuenta Mourad.

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Asegura que guardará en su memoria las marcas físicas y psicológicas que les dejó la policía de Macedonia una de las seis veces que fracasó en el intento de entrar clandestinamente. “Fue la tercera vez que lo intentamos. Nos pasamos tres días andando, no teníamos ni comida ni agua. Nos sentíamos muy débiles. Y luego nos encontraron [la policía], llegó un punto en el que ya no teníamos fuerzas para correr. Nos golpearon mucho, mucho. No podía andar, tuve que ir al hospital y me pasé 15 días allí hasta que fui deportado nuevamente a Grecia”, cuenta Mourad.

Sin embargo, el estado de alerta no termina al llegar a Serbia. Justo cuando Mourad y su compañero de viaje cruzaron la frontera siguiendo las vías del tren, les secuestraron. “Nos pidieron que les diéramos todo lo que llevábamos encima. Mi compañero les dio el dinero que guardaba como un tesoro pero yo tenía solo dos euros. Mi amigo consiguió huir pero yo seguí retenido. Yo les dije que en Belgrado un amigo mío les daría el dinero. Cuando llegamos allí, escapé”, explica aún tembloroso.

Las redes criminales se han adaptado rápidamente al aumento sin precedentes del número de migrantes irregulares que han llegado a la Unión Europea desde 2014, según reporta un informe publicado el febrero pasado por la Oficina Europea de Policía (Europol). Una amplia gama de actividades criminales han surgido en torno a la crisis migratoria. Entre estas, destacan la falsificación de documentos, la corrupción policial, la explotación sexual de los menores no acompañados y la mano de obra forzada para hacer que los migrantes paguen las deudas a las redes de contrabando. Este informe estima que el volumen total de euros facturados en negocios asociados al contrabando de personas hacia y dentro de la UE, sólo en el 2015, es de entre 2,5 y 5 millones de euros.

Alrededor de 5.450 kilómetros, cinco veces la distancia que separa Madrid de París, es lo que ha recorrido un joven afgano desde Kabul (Afganistán) a Atenas (Grecia), país del que no puede salir legalmente. Ali Shawkat, de 21 años, cuenta la cadena de traficantes por la que ha pasado para poder cruzar Afganistán, Pakistán, Irán y Turquía de forma clandestina. El reto que tiene ahora en sus manos es continuar su interminable travesía hacia Austria. El cierre definitivo de la ruta balcánica ha provocado que las pocas alternativas que se le ofrezcan para llegar a su destino sean caras y pongan su vida en riesgo. Más de 90% del millón de inmigrantes irregulares que llegaron a la Unión Europea en 2015 utilizaron los servicios de los traficantes en algún momento durante su viaje, según Europol.

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