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Cambio climático

El Banco Mundial rechaza las inversiones en petróleo y gas mientras Europa subvenciona energía sucia

Vista general durante la sesión plenaria de la cumbre del clima del pasado martes en París.

La cumbre del clima Un planeta, más conocida por su nombre en inglés One Planet Summit, reunió a empresas y líderes de todo el mundo en París el pasado martes 12 de diciembre bajo la invitación y el protagonismo del presidente francés, Enmanuel Macron, junto al presidente del Banco Mundial, Jim Yong Kim, y el secretario general de la ONU, António Guterres, como anfitriones. Centró el interés en las finanzas verdes o inversiones climáticas: se trata de establecer cuáles van a ser los flujos del dinero a la hora de luchar contra el cambio climático y compatibilizar esta lucha con el mantenimiento del desarrollo económico. En este sentido, sorprendió positivamente la determinación del Banco Mundial, organización financiera dependiente de la ONU y que asiste a estos países no tan desarrollados: no financiará más las operaciones de exploración y producción de petróleo y gas a partir de 2019, excepto a países muy necesitados de estas fuentes de energía.

Es tan positivo como sorprendente este anuncio por tres razones. La primera es que el Banco Mundial tiene un largo historial de críticas por, precisamente, el impacto ambiental de los proyectos que ha financiado. Incluye presas y minas a cielo abierto que han provocado el desplazamiento de nativos e indígenas y la destrucción de recursos naturales de los habitantes de los territorios que han marcado para siempre. La segunda razón es que otras instituciones de inversión no siguen el mismo camino. Basta con ver el ejemplo de Europa. El Banco Europeo de Inversiones (BEI) prestó 5.294 millones de euros entre 2014 y 2016 a proyectos relacionados con combustibles fósiles en países miembros de la Unión Europea. El Fondo Europeo para Inversiones Estratégicas, en el mismo periodo, financió 976 millones de euros en países fuera del club comunitario y 1.175 dentro. Por último, el Banco Europeo para la Reconstrucción y el Desarrollo, creado en 1990 para favorecer una transición a la economía de mercado en los países exsoviéticos de Europa Oriental, financió 2.200 millones de euros a estas iniciativas.

La tercera razón para la sorpresa es la inclusión del gas natural en el veto del Banco Mundial. Este combustible fósil, por su menor índice de emisiones de CO2 con respecto a otros competidores como el gas o el carbón, se había ganado el título de "combustible de transición" hacia una generación de energía 100% limpia. La apuesta de la propia Comisión Europea por el gas natural es clara y, de hecho, la mayoría de proyectos fósiles financiados por las instituciones de inversión europeas tienen que ver con esta fuente de energía, pero el Banco Mundial se desmarca. Con un matiz: le da la espalda a la extracción y a la producción, no al transporte, por lo que los gaseoductos, en teoría, se quedan fuera de la exclusión. Aun así, con todos los matices, la decisión de este organismo va en una dirección muy distinta a los 88.000 millones de dólares que los países del G20 desembolsan cada año indirectamente en apoyo a la exploración de petróleo, gas y carbón.

La Red de Acción por el Clima (CAN, por sus siglas en inglés), que aglutina a cientos de organizaciones ecologistas contra el cambio climático en todo el mundo, ha celebrado la decisión del Banco Mundial y anima a que "todas las instituciones financieras públicas sigan el ejemplo y dejen el peligroso y contaminante apoyo a los combustibles fósiles". Sin embargo, los postulados de la economía verde no son del agrado de muchos activistas que apuestan, directamente, por el decrecimiento, asegurando que solo con un descenso radical del consumo en los países ricos se logrará frenar el cambio climático. Pero a juzgar por cumbres como las del pasado martes, los designios de las grandes empresas y de los gobiernos de todo el mundo van por derroteros completamente distintos.

Una cumbre para avanzar en el 'capitalismo verde'

Hay quien compara esta cumbre del pasado martes con la COP en relevancia y acuerdos alcanzados, pero tanto por número de asistentes, como por impacto y profundidad de los debates que se mantienen, es incomparable. Con motivo del segundo aniversario de los Acuerdos de París, el líder galo, erigido junto a Merkel en referencia política en acción climática en la Unión Europea, quiso escenificar los esfuerzos mundiales en este ámbito y a la vez alertar de que "el mundo está perdiendo la batalla contra el cambio climático". Sirvió para apuntalar la tesis de que las compañías tienen que apostar por energías limpias y los bancos y las instituciones tienen que tener en cuenta criterios verdes a la hora de conceder préstamos. No porque se sacrifiquen en pos del clima, sino porque son conscientes de que el capitalismo también tendrá que adaptarse al nuevo escenario.

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Se establecieron cuatro mesas de debate en la cumbre del pasado martes. Dos de ellas fueron estrictamente políticas, de abordaje de la acción climática a nivel nacional, regional y local; las otras dos contaron con colaboración público-privada, colocando en el mismo foro tanto a líderes de gobiernos de todo el mundo como a filántropos, directores de empresas y ejecutivos de empresas de finanzas e inversiones. Varios fueron los anuncios de grandes fondos de aportar miles de millones de euros a causas medioambientales, y de compañías que quieren empezar a contribuir y a reducir su huella de carbono. Ningún compromiso político vinculante, como se preveía. Pero más allá de lo anunciado por el Banco Mundial, lo propuesto por la Comisión Europea también ha merecido titulares.

La Comisión Europea ha propuesto en la cita diez iniciativas "para una economía moderna y limpia", donde defienden introducir "consideraciones de sostenibilidad" en las inversores públicos, y establecer un sistema de clasificación para que los inversores conozcan, de manera rápida, cuán verdes son las inversiones que realizan. Otra iniciativa bien acogida ha sido una relacionada con el concepto de justicia climática, que tantos quebraderos de cabeza dio en la COP23, y que tiene que ver con que los que más tienen y más han contaminado se esfuercen más en la lucha contra el cambio climático y que ayuden a los menos desarrollados –al menos, industrialmente– a activar las palancas de cambio necesarias. La Comisión Europea anunció su intención de establecer un Plan de Inversiones Externas que aportará, en un principio, 4.000 millones de euros a proyectos verdes en África y el "vecindario" comunitario, con especial interés en Ucrania, para aumentar, en un principio, a 44.000 millones. 

Todas estas medidas son bien recibidas por el sur, los países en vías de desarrollo, que organizados en grupos como el de los 77 han acudido a la cumbre One Planet con el mismo mantra que repitieron en la COP de Bonn: no todos somos igualmente responsables y no todos tenemos los mismos recursos para afrontar el gran reto medioambiental, social y económico del siglo. Falta por ver si los anuncios de herramientas de justicia climática se traducen en realidades.

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