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Se acerca el ecuador de la cumbre del clima de Glasgow (COP26). Como la fábula de Pedro y el lobo, los expertos advierten de que esta vez sí, de verdad, no se pueden postergar determinados acuerdos si se quiere seguir manteniendo la ilusión de una acción climática compatible con la vida y la justicia. Pero no es fácil. Nunca lo ha sido. Nunca hay expectativas de un milagro, de un gol por la escuadra en el minuto 93, porque no funciona así. Pero sí que se esperan ciertos pactos que no llegan con la suficiente contundencia desde 2015. Evidentemente, poner de acuerdo a todos los Estados pertenecientes a las Naciones Unidas (ONU) es una tarea hercúlea, por muchas urgencias globales que se presenten.
Pero se suma una complicación añadida: los dos bloques que, desde hace años, mantienen una guerra fría climática: desarrollados y emergentes. Antes estaban al frente de los bloques Estados Unidos y la Unión Soviética: a los segundos los ha reemplazado China.guerra fría climática Economías que, con sus mayores o menores miserias, copan los índices de Producto Interior Bruto, Índice de Desarrollo Humano y demás rankings capitalistas; frente a economías parte de lo que se conocía como Segundo Mundo, que siguen alimentando –a veces, con carbón– la locomotora del progreso productivo para ponerse al nivel de los primeros. Y también juegan su papel, como en los 80, los no alineados: países pobres y muy vulnerables al efecto de la emergencia climática, que no quieren oír hablar de tensiones geopolíticas y sí de financiación justa y medidas contundentes. Vengan de donde vengan.
No es una lógica exacta ni se trata de bloques impermeables: en el seno de todos los países hay facciones a favor de una transformación decidida y poderes que necesitan el inmovilismo para mantener sus privilegios. Y hay iniciativas que juntan a naciones en teoría alineadas con uno y otro grupo. Pero, a grandes rasgos, el éxito o el fracaso de la COP26 depende del entendimiento, por ahora lejano, de desarrollados y emergentes. Simplificando aún más, y como reconoció el presidente francés, Enmanuel Macron, depende del entendimiento entre Estados Unidos y China. La próxima semana será clave para saber si pueden dejar sus disputas económicas e ideológicas aparte por el bien del clima. La cumbre empezó con reproches cruzados: Joe Biden lamentando que su homólogo asiático, Xi Jinping, no acudiera en persona y los representantes chinos pidiendo a la nación norteamericana más medidas y menos postureo.
Al frente del bloque desarrollado está Estados Unidos tras la marcha de Donald Trump, nefasto para las negociaciones climáticas, y también la Unión Europea. Sus promesas –no así sus políticas– son compatibles con un futuro por debajo de los 2 grados de calentamiento global, con un descenso progresivo de las emisiones desde la actualidad hasta el cero neto en 2050. Piden a países como China, Rusia, India o Brasil que se abstengan de aumentar la expulsión de dióxido de carbono en los próximos años para posteriormente iniciar la retirada alrededor de 2030, como planean en sus contribuciones, y están presionando para revisar los objetivos de cada país (NDC's, siglas en inglés) en 2023, en vez de en 2025, e incluso en cada cumbre del clima a partir de 2022.
El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, durante un discurso en la cumbre del clima de Glasgow. EFE
Los países emergentes, por su parte, rechazan una mejora obligatoria de los NDC's al menos hasta que los países ricos no se comprometan a mejorar la financiación climática. La palabra justicia es la más repetida en sus intervenciones. Estados Unidos y la Unión Europea son las más responsables, históricamente, del fenómeno, los que más aprovecharon la concentración de riqueza a partir de la Revolución Industrial, los que más CO2 han emitido. Por lo que no basta con que sus metas sean las mejores. Tienen que ir más lejos para permitir a las naciones menos responsables contar con algo más de margen.
Los países ricos se comprometieron en 2009 a ceder, como donación o como préstamo, 100.000 millones de dólares al año entre 2020 y 2025 para que las naciones menos desarrolladas puedan ejecutar sus transiciones. En 2019 se quedaron en 80.000 y en 2020, según aseguran las estimaciones, no se va a llegar. La presidencia de Reino Unido, que lleva la iniciativa, presentó antes del comienzo de la COP26 un documento que proponía alcanzar el objetivo en 2023, tres años tarde, aunque algunos negociadores apuntan a 2022. Y no gusta tanto a los emergentes como a los no alineados, las naciones más afectadas por las consecuencias de la crisis. "Sé que la presidencia del Reino Unido ha trabajado muy duro para lograrlo y agradezco sus esfuerzos, pero a menos que se logren más avances en la próxima quincena, todos estaremos en problemas", declaró Mohamed Nasheed, expresidente de Maldivas y embajador del Foro de Países Vulnerables al Clima.
Los países emergentes apoyan a los menos desarrollados y vulnerables en su demanda y lo consideran línea roja antes de hablar de mejorar su ambición. Tras una semana de cumbre del clima, siguen en sus posiciones expresadas con un duro comunicado a las puertas del encuentro. Países como China, India, Egipto, Indonesia, Pakistán, Arabia Saudita y Vietnam clamaron en contra de la "imposición" de objetivos de cero emisiones netas para mitad de siglo. Consideran que los ricos deberían "apuntar a su descarbonización total dentro de esta década" para permitir que los países en desarrollo tengan más tiempo para hacer crecer sus economías y satisfacer las demandas de energía", aseguraron en un comunicado. Un miembro de la delegación en Pakistán, en concreto, declaró a Climate Home News que tampoco ven con buenos ojos la actualización obligatoria de los compromisos. La lógica es la misma: primero ellos, luego nosotros.
"Probablemente Glasgow sea una de las más difíciles cumbres del clima en los últimos años", declaró, a cuenta del comunicado, el activista de Greenpeace Li Shuo. Por ahora, no se ha equivocado. Otro de los puntos de fricción, los mercados de carbono previstos en el artículo 6 del Acuerdo de París y explicados aquí, siguen en vía muerta, con la Unión Europea y Brasil como principales contendientes. La presidencia de Reino Unido logró aglutinar todas las posiciones en un único documento, pero con cientos y cientos de corchetes que permiten miles de posibles combinaciones. Algunas, más exigentes: otras, con "trampas" que permiten la doble contabilidad de los créditos y podrían debilitar la acción climática.
No ayuda la pandemia: las restricciones de aforo con motivo del covid-19 están impidiendo a los negociadores contar en las charlas con los técnicos con los que solían contar para consultar los detalles. Algunos observadores apuntan a que esto está ocasionando retrasos en las conversaciones. Se ha llegado al ecuador y apenas se conocen avances. Se teme que el final de la cumbre podría alargarse, incluso, más allá del domingo, marcando un nuevo récord histórico.
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Los países más pobres y vulnerables se agrupan a conveniencia con uno y otro bando. Bien con los desarrollados en espacios que piden mejores metas, como la llamada Coalición de Alta Ambición, en la que se puede encontrar tanto a la Unión Europea como a las Islas Marshall. Bien con los emergentes cuando se habla de financiación climática, como el caso de Maldivas y las duras palabras contra la propuesta de Reino Unido. Una ex negociadora de uno de estos países defiende ante infoLibre que la lógica de bloques no sirve para explicar toda la realidad: "La tensión estructural y más real en el mundo fuera de las COPs será la gran coalición que quiere acabar con los combustibles fosiles, y la coalición que los defiende tendrá países desarrollados y en desarrollo".
Se refiere a varias iniciativas que se anunciaron el pasado jueves, día de la energía en la cumbre del clima de Glasgow. Los pactos incluyeron tanto a países desarrollados como en desarrollo, como el de reducir gradualmente el uso del carbón en sus planes como muy tarde en 2040. Australia, China, India y Estados Unidos, muy dependientes de este combustible, no están, pero sí tres del top 10top 10: Vietnam, Corea del Sur e Indonesia. Otras alianzas, como la impulsada por Costa Rica y Dinamarca, busca acabar con nuevos permisos de exploración de petróleo y gas: o la promesa de evitar nuevas subvenciones a la extracción de combustibles fósiles en el extranjero, a la que no se ha adherido España.
Este tipo de acuerdos, que rompen la dinámica de bloques, no suelen ser vinculantes, pero sirven para presionar a otras naciones, además de presumir de compromiso. En todo caso, el pacto final que ponga fin a la COP26 tendrá que tener la firma, sí vinculante, de todos. Y aún hay mucha tela que cortar. Unos, pidiendo que los compromisos a corto plazo sean más ambiciosos, toda vez que los compromisos a largo plazo ya garantizan un mundo por debajo de los 2 grados de calentamiento global (otra cosa es el cumplimiento). Otros, exigiendo más financiación, recursos y esfuerzos por parte de los ricos.
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