¿Una iniciativa individual de un militar descontrolado o un autogolpe ideado por el presidente Luis Arce? Las distintas versiones que circulan en la esfera política boliviana sobre la fracasada intentona golpista del comandante Juan José Zúñiga, que asaltó el palacio de gobierno en La Paz el pasado 26 de junio, muestran la descomposición política del país andino, sumido en una creciente crisis institucional y económica.
“Ha sido un acto desquiciado de un militar con mando de tropa”, explica Fernando Molina, periodista paceño y autor de obras como El racismo en Bolivia (2022). La intentona fue una respuesta a su destitución por parte de Arce, por haber amenazado en televisión al expresidente Evo Morales, con el que paradójicamente el actual mandatario mantiene un enfrentamiento abierto. Coincide José Luis Exeni, analista político y coordinador de proyectos en la Fundación Friedrich Ebert de Bolivia: “Un intento de golpe fallido por un general que creyó que, en contexto de crisis, un discurso populista antipolítico sería suficiente para ganar adhesión de otros militares y políticos”. Se equivocó: nadie le apoyó; incluso los autores del golpe de 2019 encarcelados rechazaron la intentona, aunque Zúñiga les había prometido la libertad en caso de éxito.
No se sostiene la teoría del autogolpe, lanzada por el propio Zúñiga y difundida tanto por la oposición conservadora a Arce como por sus antiguos aliados evistas. “Dicen que fue una argucia [del gobierno] para evitar los bloqueos de camino que estaban en agenda porque no hay dólares ni combustible. Hay una confluencia de la derecha y la izquierda en la desconfianza hacia el gobierno”, señala Molina. Así de grave es la ruptura entre Morales y su sucesor, que fue su ministro de economía durante más de una década. Arce arrasó en las elecciones de 2020 con un 55% de los votos, capitalizando el descontento después de un año de gestión ineficiente y corrupta de la senadora golpista Jeanine Áñez (2019-2020). Pareció una resurrección del ‘proceso de cambio’ liderado por el Movimiento al Socialismo (MAS), que había gobernado el país de manera ininterrumpida desde 2006, cuando Evo Morales se convirtió en el primer presidente indígena de la historia de Bolivia con una propuesta política de ruptura con el neoliberalismo.
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El entusiasmo por la victoria electoral de 2020 pronto dio paso a una guerra fratricida entre Arce y su mentor, que no aceptó la intención del nuevo presidente de presentarse a la reelección. A la ruptura del MAS se sumó el fin de la bonanza económica que había disfrutado el país durante más de una década. “La debilidad del ciclo del gas sin que se haya avanzado en el ciclo del litio nos deja un boquete de 5 o más años”, explica Exeni, “el gobierno no tiene muchas fuentes para generar divisas y cubrir la subvención a los hidrocarburos”, uno de los principales gastos fijos del Estado boliviano, clave para mantener la paz social. “La gran fortaleza económica del gobierno es la baja inflación y ya empieza a crecer. En el momento de que sea de dos dígitos les será difícil decir que no estamos en crisis. La sensación de crisis está instalada en el país”, concluye el analista.
Morales, que controla parte del grupo parlamentario del MAS, está aprovechando el contexto de crisis para debilitar más al gobierno de Arce, con la mirada puesta en una improbable candidatura a elecciones presidenciales de 2025, ya que el fundador del MAS ha alcanzado el límite constitucional de mandatos. Molina considera que el intento de golpe a medio plazo “no va a fortalecer a Arce, va a debilitar más su gestión. Ya hemos vivido esto antes, gobiernos débiles a los que los militares se empiezan a insubordinar”.
El MAS está en plena descomposición, pero la derecha tampoco está en buena forma. La oposición está “muy fragmentada, débil, con 17 precandidatos, todos con discurso de unidad pero sin voluntad, base programática ni liderazgo para unirse. No tienen calle ni propuesta atractiva”, sentencia Exeni. A pesar de la crisis institucional, que mantiene bloqueado el parlamento y aplazadas las elecciones judiciales, el analista no cree probable que surja un líder populista inspirado en el salvadoreño Nayib Bukele o Javier Milei. “Los que han aparecido hasta ahora no logran la adhesión o construir un proyecto político atractivo. No creo que pueda surgir eso. Más veo un candidato de oposición de centroderecha que trate de conciliar”. Lo que parece claro es que el próximo gobierno, sea del signo que sea, se verá obligado a realizar impopulares políticas de ajuste.
¿Una iniciativa individual de un militar descontrolado o un autogolpe ideado por el presidente Luis Arce? Las distintas versiones que circulan en la esfera política boliviana sobre la fracasada intentona golpista del comandante Juan José Zúñiga, que asaltó el palacio de gobierno en La Paz el pasado 26 de junio, muestran la descomposición política del país andino, sumido en una creciente crisis institucional y económica.