No son tiempos para el optimismo. Las inminentes elecciones presidenciales estadounidenses no serán solo las más importantes para este país en medio siglo debido a lo que se juegan los electores (qué tipo de economía, derechos reproductivos o, incluso, democracia tendrán); también decidirán en gran medida el tipo de mundo en el que viviremos. No podemos olvidar que la diferencia entre un Despacho Oval ocupado por Harris o por Trump marcará la diferencia en cuestiones de estabilidad en Ucrania u Oriente Medio, la dirección de organizaciones supranacionales nombradas por EEUU, o las escaladas de tensión entre la OTAN y sus rivales.
Pese a que pueda resultar chocante, el futuro del país –y en gran medida el de la comunidad internacional– depende de un puñado de estados (siete, para ser exactos), pese a la relativamente cómoda distancia con la que Kamala Harris se ha mantenido en las encuestas a nivel nacional desde que fue nombrada candidata. Es difícil comprender desde España la institución del Colegio Electoral. Este fue, junto al Senado y el Tribunal Supremo, el resultado de una serie de concesiones por parte de los partidarios de una democracia representativa que, en la convención constitucional de 1787, aceptaron una serie de instituciones diseñadas para limitar el poder de una mayoría social. Un sistema que ha sido eficaz en garantizarlo.
¿Pero cómo funciona exactamente el Colegio Electoral? Este sistema de votación indirecta consiste en la división de un número de electores equivalente a la Cámara de Representantes (cámara baja) de EEUU entre todos los estados, asignados de manera proporcional a su población. Cada estado decide a qué grupo de electores vota, y–aquí está la clave– quien gane se lo lleva todo. Es decir, si por ejemplo en Arizona –que tiene 11 electores– gana Trump con un 51% (como ahora mismo le dan las encuestas), se lleva los once electores (en lugar de, por ejemplo, 6 y 5). Es por esto por lo que en el año 2000 y 2016, pese a una “victoria popular” demócrata en el número de votos, un presidente republicano ganó las elecciones. Estos estados clave (o “swing states”) son Pensilvania, Nevada, Wisconsin, Carolina del Norte, Georgia, Michigan y Arizona. La diferencia entre los dos candidatos en estos siete estados es, a día 13 de octubre de 2024, de menos de un punto porcentual, con Harris liderando en cuatro y Trump en tres de ellos. Todo puede pasar.
Es, por tanto, imposible saber quién ganará el próximo 5 de noviembre, pero no lo es adelantar por qué. Esto dependerá, en esencia, de qué cuestiones sean las que más preocupen a los electores indecisos cuando vayan a las urnas. Pensemos, por ejemplo, en una mujer de clase trabajadora desempleada en un estado del sur que no ve con buenos ojos la presencia de migrantes pero a la que preocupa perder el acceso a un aborto seguro. Si bien es imposible saber qué le preocupará más ese día, sí podemos adelantar que si finalmente son los derechos reproductivos lo que más le preocupa, votará por Harris, y si es la inmigración, votará por Trump.
Es la interacción entre estos estados clave y la credibilidad en ciertos temas lo que explica la estrategia que los demócratas y republicanos han llevado a cabo las últimas semanas. Harris y su candidato vicepresidencial, Tim Walz (exgobernador de Minnesota), han tratado de ganar credibilidad en algunas de estas cuestiones centrales. Tras el buen debate de Harris (y pese al no tan buen debate de Walz), ha conseguido adelantar a Trump en cuestiones como quién representa el cambio (algo paradójico si pensamos que Harris es vicepresidenta de la actual administración). Sin embargo, todavía no ha alcanzado a Trump en cuestiones como la economía, donde es percibida como alguien sin la suficiente experiencia. Asimismo, la campaña de Harris se ha volcado en una serie de grupos demográficos concretos (mujeres y, en particular, mujeres jóvenes), yendo a medios no tradicionales como Call Her Daddy. En este podcast, sobre citas y sexualidad, Harris insistió en la amenaza que una administración Trump supondría para los derechos reproductivos tras la revocación en 2022 por parte del Tribunal Supremo, de mayoría conservadora, de Roe V. Wade (que reconocía el derecho constitucional al aborto). Todo ello en un contexto en el que el equipo de Harris equilibra su frágil alianza con el sector progresista de los demócratas con una campaña orientada al centro tanto en lo sustantivo (como la orden ejecutiva de este verano que limitaba el acceso al asilo en la frontera) como en lo retórico (como la insistencia en que posee una pistola Glock y tiene claro que la utilizaría).
Por su parte, Trump ha decidido jugar con una versión en esteroides de sus anteriores campañas, avivando el debate racial con mentiras que incluían que inmigrantes haitianos estaban matando y comiéndose los perros de sus vecinos. La campaña de Trump ha sido una de las más irregulares de los últimos años: por una parte, su victoria en el debate contra Joe Biden fue tan aplastante que el propio partido demócrata obligó a su candidato a retirarse (algo inédito en la historia reciente norteamericana). Asimismo, el atentado fallido que sufrió dejó una serie de imágenes extremadamente poderosas en un estado clave como es Pensilvania. Sin embargo, la capitulación de Biden fue un regalo envenenado que llevó a Trump a repensar su campaña (diseñada para enfrentar a Biden), y su candidato vicepresidencial, JD Vance, ha resultado ser menos carismático de lo que muchos asumían (pese a un buen debate contra Walz). Trump ha aparecido visiblemente nervioso en sus últimas apariciones, y está dispuesto a redoblar su apuesta de la desinformación, con la acusación contra el gobierno de Biden de redirigir las ayudas para las víctimas de los huracanes Helene y Milton que afectan gravemente al estado de Florida hacia inmigrantes ilegales. Acusaciones que se han hecho en mítines en estados clave como Carolina del Norte o Georgia.
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En las próximas dos semanas, una serie especial compuesta de seis artículos explorará estas cuestiones que decidirán el resultado de las elecciones, tales como la economía, la inmigración, los derechos reproductivos o las instituciones. Lo haremos de la mano de expertos que siguen desde el terreno estos asuntos, en lugares como Washington DC, la frontera con México, o algunos de los estados clave.
Por lo pronto, si quieres saber qué esperar de estas elecciones, ya sabes qué hacer. Lanza una moneda al aire.
Berna León es fellow y docente en la Universidad de Harvard y director de Future Policy Lab.
No son tiempos para el optimismo. Las inminentes elecciones presidenciales estadounidenses no serán solo las más importantes para este país en medio siglo debido a lo que se juegan los electores (qué tipo de economía, derechos reproductivos o, incluso, democracia tendrán); también decidirán en gran medida el tipo de mundo en el que viviremos. No podemos olvidar que la diferencia entre un Despacho Oval ocupado por Harris o por Trump marcará la diferencia en cuestiones de estabilidad en Ucrania u Oriente Medio, la dirección de organizaciones supranacionales nombradas por EEUU, o las escaladas de tensión entre la OTAN y sus rivales.