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'The Apprentice', la película sobre Trump que Trump no quiere que veas

Jeremy Strong y Sebastian Stan en 'The Apprentice'.

Dan Snyder, gran magnate de la NFL, puso dinero para The Apprentice pensando que haría un retrato elogioso de su amigo Donald Trump. Tardó en darse cuenta de que la película no era como se había imaginado, pero igualmente hizo todo lo posible para impedir su estreno en EEUU. Este film sobre la juventud del expresidente —que el próximo 5 de noviembre podría ser reelegido— se proyectó en la Sección Oficial del Festival de Cannes el pasado mayo, y al poco de verse hubo un intento coordinado por que la productora Kinematics no hallara quien quisiera distribuirla en el país natal de Trump. Ni siquiera cuando se ofreció Briarcliff Entertainment terminaron los problemas.

Briarcliff es una empresa independiente que apenas lleva cinco años en operativo. The Apprentice no es el único título controvertido del que ha querido hacerse cargo —poco después se animó a adquirir Magazine Dreams, film que se había quedado en el limbo a causa de la condena por abuso sexual de su protagonista, Jonathan Majors—, pero sí fue uno que le dio quebraderos de cabeza hasta el final. En Kinematics dudaban que un estudio tan pequeño como Briarcliff tuviera medios para afrontar las posibles demandas por difamación contra la película, y esta solo pudo fijar fecha de estreno una vez el productor James Shani le compró su parte a Kinematics. The Apprentice se ha estrenado a nivel mundial el 11 de octubre. Justo a tiempo para las elecciones.

Briarcliff en EEUU, Vértigo Films en España. Los responsables de The Apprentice no solo tuvieron que enfrentarse al ultrajado Snyder para conseguirlo, también a un Hollywood temeroso de distribuir el film por las posibles represalias si Trump recuperaba el poder. Steven Cheung, director de comunicaciones de la campaña de Trump por la reelección, había arremetido contra El aprendiz horas después de su premiere en Cannes. Lo describió como “pura difamación maliciosa, debería estar ardiendo en un cubo de basura”. También aseguró que era “una interferencia de las élites de Hollywood en las elecciones, porque saben que Trump volverá a la Casa Blanca”.

Pero ahí está lo irónico: El aprendiz no es una película de Hollywood. No tiene nada que ver con sus “élites”. La industria estadounidense sí ha querido ambientar el año electoral con el biopic de un expresidente pero este no ha sido sobre Trump, sino sobre Ronald Reagan. Reagan se estrenó en EEUU el pasado verano, a España llega este 25 de octubre. Dennis Quaid interpreta al gobernante en una triunfal recreación de cómo su mandato condujo a la caída del Muro de Berlín y el final de la Guerra Fría. Es este el tipo de biopics que puede producir Hollywood. Nada como The Apprentice.

Un forastero con ganas de quemarlo todo

La persona tras The Apprentice se llama Ali Abbasi, un cineasta de Irán nacionalizado danés que ha desarrollado la mayor parte de su trabajo en Europa. Fue desde Dinamarca, precisamente, donde quiso abordar la misoginia institucional de su país natal con el thriller Holy Spider, una vez ya había hecho bastante ruido en certámenes europeos gracias a su segundo largometraje, Border. Abbasi, en estos compases iniciales, manifestó interés por afrontar problemáticas sociales desde el prisma de la fantasía y el terror, y eso fue lo que llamó puntualmente la atención de Hollywood. Tras el triunfo de Holy Spider HBO le contrató para dirigir dos episodios de la serie The Last of Us.

De cara a The Apprentice Abbasi ha mantenido sus preocupaciones pero ha prescindido de la coartada del género: a su paso por Cannes afirmó que el auge del fascismo había llegado a ser tan urgente como para que no hubiera “forma metafórica de abordarlo”. “Es hora de que las películas vuelvan a ser políticas”, añadió. La actitud de Abbasi con respecto a The Apprentice ha sido, en efecto, bastante desafiante. Afirma desear que Trump la vea y no niega el evidente oportunismo de estrenar una película así en víspera de las elecciones presidenciales, cuando Trump podría ganar un segundo mandato en detrimento de la demócrata Kamala Harris.

The Apprentice es entonces una película empeñada en hacer ruido, dejándose de sutilezas o coartadas artísticas en pos de un compromiso que ya no es tanto político sino ético: el cuarto largometraje de Abbasi considera la figura de Trump y su conexión con la cultura estadounidense como una oscura aberración moral, a la que observa con unos ojos no exentos de retranca. Esto explica que el film, antes que ajustarse al formato del biopic o a la denuncia histórica —en efecto hay mucho de eso, atendiendo a un punto entre los años 70 y los años 80 donde la maldición se abatió sobre EEUU—, coquetee con la sátira. Y seguramente esto ha sido posible por la condición de forastero de Abbasi. A él no le duele que EEUU esté como está. Solo le irrita.

La mirada desarraigada de Abbasi es lo que le otorga un mayor interés a El aprendiz. La película narra los años de formación de Trump, en torno a cómo pasó de ocuparse del negocio inmobiliario de su familia a ser un millonario megalómano capaz de llenar primero Nueva York y luego el país entero de rascacielos y casinos. El centro de la película es por tanto la relación de Trump con su mentor, el abogado Roy Cohn, y The Apprentice concluye poco antes de que, durante la década de los 90, el imperio Trump entrara en declive. Pretende ser una historia de orígenes, por tanto, para sucesos posteriores mucho más conocidos. Cómo de ese estancamiento económico Trump pasó a ser una estrella televisiva con El aprendiz, el reality show del que juguetonamente el film toma el título. Cómo, a partir de ahí, se postuló candidato del Partido Republicano. 

Los aciertos de Abbasi pasan por el tono de farsa a lo Adam McKay que le imprime a la trama y la falta de complejos a la hora de situar al futuro presidente en circunstancias esperpénticas. A veces cómicas, a veces muy desagradables, como es el caso de una escena en la que Trump viola a su mujer Ivana. Dicha escena —responsable en buena parte de la indignación de los partidarios del millonario— se basa en los testimonios del proceso de divorcio que ambos sostuvieron en 1992, y ejemplifica la mezcla de estupor e indignación a la que nos aboca The Apprentice. Porque no solo es que todo esto ocurriera de verdad, sino que además nada de lo referido impidió que Trump fuera elegido presidente. Quizá tampoco impida que vuelva a serlo en cuestión de semanas.

Un monstruo para enorgullecer a América

En The Apprentice también es muy interesante el aparato audiovisual que Abbasi modula para coreografiar los pasos de Trump. El autor de Border ha estudiado la estética de los años 80 no solo para diseñar una banda sonora llena de hits casposos, sino también para darle a la fotografía de su película (firmada por Kasper Tuxen) una cualidad entre el VHS y la analógica señal televisiva. Esta llega a ser empleada para efectos dramáticos y discursivos: la textura digital varía según el progreso emocional de cada escena, dando la sensación de que encierra lo ocurrido en una pantalla de televisión y acentuando una de las ideas clave en el planteamiento de The Apprentice.

Dicha idea sostiene que Donald Trump no es tanto un ser de carne y hueso como una emanación mediática. No hay ninguna explicación satisfactoria que nos haga comprender de dónde sale un carácter así —tan demencialmente narcisista, mezquino y patético—, así que Abbasi conecta esta ausencia de humanidad con la deshumanización a la que nos abocaron los medios de comunicación del capitalismo tardío. Lo contextualiza además con mucho tino, pues el progreso argumental de The Apprentice propone a Trump como el eslabón perdido y autodestructivo entre Richard Nixon y Ronald Reagan, cuyas imágenes como presidentes sucesivos sobrevuelan el film.

Nixon trajo por todo lo alto la normalización de la mentira en la Casa Blanca mientras que Reagan, antiguo actor de Hollywood, aportó la fotogenia del mundo del espectáculo para maquillar el inevitable advenimiento de la posverdad. Ambos contribuyeron además a ese repliegue neoliberal que el guion de The Apprentice sintetiza de forma hábil, a través de las artimañas de Trump y Cohn para imponerse al gobierno de Nueva York y exprimir las prestaciones públicas. Solo que el guion susodicho no lo firma Abbasi, sino propiamente un estadounidense. Gabriel Sherman es un periodista de Vanity Fair que antes examinó las miserias de Roger Ailes, difunto líder de Fox News, en su libro convertido en serie La voz más alta, y ahora firma el guion de The Apprentice.

El libreto de The Apprentice es el elemento más irregular de la película. Sherman hace un trabajo estupendo encuadrando los orígenes de Trump y matizando a sus personajes, algo que es realzado por una interpretación fabulosa de Sebastian Stan. Quien todavía encarna al Soldado de Invierno en el Universo de Marvel concibe aquí su trabajo como una sucesión de pequeños gestos e inflexiones de voz que presagian la pesadilla geopolítica en la que un día se convertirá Trump, si bien no está tan entonado el fichaje de Jeremy Strong (Succession) como Roy Cohn. De hecho, es todo lo referido al antiguo abogado y mentor de Trump lo que más chirría de The Apprentice.

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No es solo que Strong sobreactúe —acaso influido por el trabajo de Al Pacino interpretando al mismo e infame personaje en la miniserie Angels in America—, sino que la idea de plantearlo todo desde la relación Cohn/Trump entraña unos problemas que van pasando factura progresivamente a la película. Siendo loable el desdén de Sherman y Abbasi por manejar la narrativa de alguien bueno volviéndose malo —Trump, como muestra una gran escena inicial donde va recogiendo el alquiler de los inquilinos de uno de sus bloques de viviendas, nunca fue “bueno”, solo más torpe—, se busca una tragedia en el desarrollo de esta relación que no encaja con los términos del film.

El abandono de Roy Cohn de manos de su aprendiz busca un empaque emocional —amplificado por las circunstancias de su perdición, un enfermo de SIDA que quería aplastar los derechos de la población homosexual— que contradice el general escepticismo de The Apprentice en lo que se refiere a hallar asideros confortables para contemplar al personaje. Ese alejamiento de Trump frente a su maestro da a entender que el futuro presidente supuso antes una degeneración del estilo de vida estadounidense que, simplemente, la evolución más perfecta y consciente de dicho estilo. 

Esto no casa con el resto de convicciones de la propuesta —que echa el resto en unos venenosos minutos finales, planteando los primeros pasos de Trump por el quirófano para paliar la calvicie y el sobrepeso como si fuera el nacimiento de Darth Vader—, y supone una traición contra el áspero talante de la película. Finalmente la ideología hollywoodiense se marca este pequeño tanto, pero puede que esto no consuele a Donald Trump si finalmente ve la película… o le acaba importando lo más mínimo, sentado de nuevo en el Despacho Oval.

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