Médicos Sin Fronteras denuncia la violencia extrema en la República Centroafricana

INFOLIBRE

Miriam Kasztura, enfermera suiza, acaba de regresar de Berberati, en la República Centroafricana (RCA). Médicos Sin Fronteras (MSF) lleva trabajando desde enero en el Hospital Universitario Regional de la ciudad, donde uno de sus equipos se encarga de las urgencias, de la maternidad, de la pediatría y de la sala de operaciones, además de prestar apoyo a varios centros de salud de la periferia.

Berberati, la segunda ciudad más grande de RCA, está situada en el suroeste del país, a unos 120 km de la frontera con Camerún. Como muchos otros lugares de la RCA, en los últimos meses esta población ha sido escenario habitual de episodios de violencia y de constantes abusos contra la población civil. Si bien es cierto que el número de ataques parece haberse reducido en las últimas semanas, la situación de seguridad en la región sigue siendo extremadamente volátil y las necesidades en materia de salud son enormes.

"Llegué a Berberati a mediados de febrero para trabajar en la unidad de atención pediátrica intensiva. Por aquel entonces llegaban muchos niños gravemente enfermos. Nunca había visto nada parecido, la verdad. La gravedad de su estado era impactante: la mayoría de ellos padecía malaria y muchos estaban anémicos o tenían infecciones respiratorias. Perdimos a muchos niños. Muchos no podían llegar al hospital por culpa de los enfrentamientos. Y cuando finalmente llegaban, ya estaban demasiado enfermos como para poder salvarse. A veces todo lo que podíamos hacer era confirmar su muerte. Morían tantos, que ni siquiera teníamos tiempo de pensar en ello. Nos limitábamos a seguir atendiendo niño tras niño. Era muy duro de aceptar", relata Kasztura a Europa Press. 

La malaria, principal causa de muerte

Muchos días veíamos hasta 200 niños en nuestras consultas externas, y la gran mayoría, entre un 80 y un 90%, tenía malaria. En nuestro departamento de hospitalización, entre el 50 y el 60% de las admisiones también eran por malaria, explica la voluntaria. 

Y las cosas no mejoran: en la actualidad estamos inmersos en el primer pico de malaria del año, que va desde abril hasta junio, por lo que podemos esperar que nos lleguen incluso más casos que en los meses anteriores. Esta enfermedad es la principal causa de muerte en el país y llevamos muchos años enfrentándonos a ella, así que estamos bien preparados. Y aún así sabemos que no podemos llegar a todos aquellos que lo necesitan.

Nuestro objetivo principal es poder seguir dando apoyo a los centros de salud de la periferia para tratar cuanto antes a los pacientes, cuando la enfermedad aún es fácil de curar. Sin embargo, llegar hasta estos lugares aislados quizás sea la misión más complicada a la que nos enfrentamos en este momento. En los bosques la situación continúa siendo inestable y violenta, pues sigue habiendo muchos grupos anti-balaka descontrolados y muy activos.

Violencia extrema e inseguridad generalizada

Durante los meses que estuve allí, recibimos a varias personas con heridas provocadas por ataques con machetes, granadas, rifles e incluso flechas. El conflicto no discriminaba y en nuestras salas teníamos ingresados tanto a combatientes como a civiles. Muchos de los pacientes presentaban terribles fracturas abiertas en las que se les habían insertado fragmentos de bala. Otros habían recibido disparos en las piernas y se habían quedado completamente inmovilizados de cintura para abajo. Nos veíamos obligados a llevar a cabo muchas amputaciones, especialmente por heridas de machete y de bala o a consecuencia de heridas infectadas.

Resulta devastador ver el sufrimiento de aquella gente: hombres jóvenes, muchos de ellos menores de 20 años, discapacitados de por vida. Y sé a ciencia cierta que lo que yo me encontré en Berberati ocurría en muchas otras partes del país. En los próximos años vamos a encontrarnos con que la mitad de todas las personas de esta generación tendrá que vivir con enormes discapacidades.

La violencia no perdona ni a los niños. Un día escuchamos una explosión fuera del hospital. Minutos más tarde, un hombre entró corriendo a la sala de urgencias con un niño de unos diez años en sus brazos. Había sangre por todas partes, la escena era horrible. El pequeño estaba jugando con otro niño en la calle cuando éste recogió una granada del suelo. Le explotó y murió en el acto. El otro niño, el que sí pudo llegar a urgencias, tenía una toalla envuelta alrededor de la cabeza, toda llena de sangre. Cuando se la quité, esperaba encontrarme la mitad de su rostro arrancado. Sin embargo, él tuvo suerte: cuando le quitamos la toalla pude ver a un niño precioso abrir sus ojos y decirnos hola. Era el niño más fuerte que jamás había visto. Tenía la pierna muy dañada, llena de metralla, pero sobrevivió. Y tras cinco semanas ingresado en el hospital, pudo volver a caminar.

El clima de tensión constante que viví en la RCA supera a cualquier otra cosa que haya visto en todos los años que llevo trabajando en MSF. Aunque he estado en lugares donde se producían bombardeos aéreos, ver a gente armada en todas partes crea una sensación de miedo e inseguridad que son difícilmente descriptibles. Había momentos de calma, pero en realidad era una calma falsa. Que no se oyeran disparos o gritos, muchas veces sólo significaba que se estaba preparando un nuevo ataque. Resulta difícil comprender cómo pueden llegar a darse unos niveles tan extremos de violencia. Y es muy duro aceptar que toda una parte de la población ha sido torturada y masacrada delante de nuestros ojos sin que podamos hacer nada. Aniquilada.

Miles de personas han tenido que huir debido a la violencia. Aquellos barrios que hasta hace poco tiempo eran considerados como musulmanes están ahora completamente vacíos. Y aunque la situación de seguridad ha mejorado un poco, muchos tienen demasiado miedo como para regresar. Las decenas de miles de personas que siguen escondidas en el bosque temen por sus vidas y no se atreven a abandonar sus refugios. Para aquellos que han huido del país, así como para los musulmanes desplazados que aún siguen en la RCA, ya no hay vuelta atrás. Sus casas y negocios pertenecen ahora a otros. Y si volvieran, saben que les matarían.

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Necesidades de salud abrumadoras

Independientemente de la violencia, hay muchísimas necesidades de salud que siguen sin estar cubiertas. El sistema sanitario apenas funciona, la gente tiene que pagar y la calidad de la asistencia dispensada, si la hay, es extremadamente pobre. Eso hace que desde hace años haya una falta de confianza en la atención médica, y que muchas personas recurran a remedios tradicionales que frecuentemente acaban teniendo consecuencias mortales. A menudo, la gente acude a la atención médica sólo como último recurso. Y para entonces, muchas veces ya es demasiado tarde.

Como decía antes, esta es probablemente la situación de violencia más dura a la que me he enfrentado, y seguramente también sea la crisis en la que he visto unas necesidades más extremas en materia de salud. La intensidad de todo lo que ocurre en la RCA es abrumadora. Pero también he conocido a algunas personas con una capacidad de resistencia y unas ganas de vivir impresionantes. Ver a mis compañeros centroafricanos dedicarle horas y horas de su tiempo libre a ayudar a su comunidad, más aún después de haberse pasado el día entero trabajando, es un motivo de orgullo y de optimismo para todos los que venimos de fuera.

Miriam Kasztura, enfermera suiza, acaba de regresar de Berberati, en la República Centroafricana (RCA). Médicos Sin Fronteras (MSF) lleva trabajando desde enero en el Hospital Universitario Regional de la ciudad, donde uno de sus equipos se encarga de las urgencias, de la maternidad, de la pediatría y de la sala de operaciones, además de prestar apoyo a varios centros de salud de la periferia.

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