La desigualdad de género se presenta como uno de los problemas sociales y políticos más enquistados y virulentos de la actualidad. Su morfología se aclimata a todos los ámbitos de cualquier país del mundo, y las víctimas de sus efectos, las mujeres, cargan a sus espaldas con la dificultad de erradicar una lacra que por el contrario consolida los privilegios de una parte. En este contexto, la vulnerabilidad de las niñas es evidente: son mujeres, jóvenes, a las que con más facilidad se les priva de su capacidad decisiva.
Con el objetivo de visibilizar la voz de las niñas como protagonistas fundamentales en la lucha por la igualdad de género, se celebra este jueves 11 de octubre el Día Internacional de la Niña, por quinto año consecutivo. La celebración tiene poco de festiva. La discriminación a nivel mundial es evidente, y está articulada principalmente por una desigualdad lacerante en el acceso a la educación. Según datos de la ONG Plan Internacional, 62 millones de niñas en edad escolar no van al colegio, y la mayoría de los 600 millones de jóvenes de entre 15 y 24 años que no están escolarizados o no tienen formación son mujeres. Una vez en el ámbito laboral la situación no experimenta grandes mejoras. Las mujeres suponen el 60% de los 572 millones de trabajadores por debajo del umbral de la pobreza del mundo. Necesariamente unida a este fenómeno se halla la desigualdad económica que han de soportar las mujeres: 900 millones viven con menos de un euro al día.
El matrimonio infantil continúa siendo una realidad en diversos lugares del mapa global, y sus consecuencias generan un impacto directo en la vida de las niñas y en su desarrollo como mujeres. Cerca de 15 millones de niñas son forzadas a contraer matrimonio, es decir, 41.000 niñas se ven obligadas a casarse diariamente. Los países en vías de desarrollo son las principales víctimas de este fenómeno, donde más del 30% de las niñas están casadas antes de cumplir los 18 años. La mutilación genital femenina se ha cebado con al menos 200 millones de niñas y mujeres, cerca de 125 millones en África, y el embarazo adolescente provoca la muerte de 50.000 niñas cada año debido a complicaciones relacionadas con la gestación o el parto. El 50% de la violencia sexual, por otro lado, la sufren niñas menores de 16 años. Una de cada diez niñas (150 millones a nivel mundial) ha sufrido una violación o alguna otra forma de agresión sexual.
Los casos de Malaui y Guatemala
El mes de febrero quedó marcado para siempre en las agendas y las vidas de las niñas de Malaui. El 14 de aquel mes, el Gobierno prohibió definitivamente el matrimonio infantil. Hasta entonces, el país se presentaba como el segundo africano con una mayor tasa de matrimonio infantil. Similar recorrido experimentó Guatemala, que en agosto de este año se convirtió en el cuarto país de América Latina (tras Nicaragua, Honduras y República Dominicana) en abolir el matrimonio infantil. infoLibre habla con cuatro jóvenes activistas que, de la mano de Plan Internacional, han participado activamente en los movimientos sociales que han impulsado el cambio legislativo en ambos países.
Ezelina tiene 23 años y presenta en Malaui un programa de televisión infantil sobre el empoderamiento de las niñas. El camino hacia la prohibición del matrimonio forzado se vivió en su país como un cambio "emocionante" que provocó "mucha alegría" entre las niñas, quienes comenzaron a sentirse "aliviadas y mucho más protegidas". Con ella coincide Josephine, de 16 años, miembro del Comité Juvenil de Plan Internacional en su comunidad. Ambas señalan que este cambio legislativo fue crucial la figura de la mujer del presidente de Malaui, Gertrude Maseko, uno de los principales apoyos en la lucha. Josephine señala que el respaldo de la mujer "fue lo mejor" que les pudo pasar para que el mensaje calara entre la población adulta. "Nos sentimos muy apoyadas por ella, y este apoyo fue en gran parte el que hizo cambiar la mentalidad de los padres", explica la joven.
En Guatemala, por el contrario, no existe ninguna mujer influyente que encumbre la lucha por la igualdad de género. Así lo perciben Estefany (20 años), portavoz del movimiento Por Ser Niña en el país, y Naydelin (13 años), miembro de la Escuela de Liderazgo que opera en Guatemala por el empoderamiento de las niñas. "En Guatemala existe una desigualdad de género muy marcada", señala Estefany, y esto se visibiliza también en el ámbito político. "En la política siempre estarán hombres, no se encuentran mujeres, y mucho menos en la presidencia". El movimiento que ha impulsado la abolición de la ley, matiza la joven, reside en la sociedad civil. "Ahora lo importante es que la ley se aplique y la igualdad sea real", añade.
"Desde que una niña nace comienza la discriminación, y son las personas grandes las que siguen con esa mentalidad", comenta Naydelin, quien además lamenta que "en los colegios y en las propias familias, las niñas tienen que hacer todas las tareas, sin la ayuda de los niños". "Todos tenemos los mismos derechos, y las mismas obligaciones también", subraya la joven.
Pobreza y exclusión
La pobreza es uno de los fenómenos que más inciden en la desigualdad, también de género. La brecha se incrementa en aquellas zonas donde la pobreza genera exclusión. El motivo temático de este 11 de octubre, de hecho, tiene como espina dorsal "el empoderamiento de las niñas antes y después de las crisis".
En el caso del matrimonio infantil, ambos fenómenos están "totalmente relacionados" porque "cuanto más pobre es la familia más va a tender a casar a sus hijas", explica Ezelina. El matrimonio implica que el hombre "mantiene a la niña y les mantiene a ellos [los miembros de la familia], no sólo con la dote, sino a través de unos ingresos", lo que proporciona cierta seguridad económica a las familias. El problema, continúa la joven, es que "normalmente a las zonas rurales de Malaui la ley no llega, los padres no saben que es ilegal que sus hijas se casen". La labor de las activistas en el terreno consiste en explicar qué consecuencias trae el matrimonio infantil y qué dice la ley, pero es "una tarea muy ardua, muy difícil". Las leyes, además, se encuentran redactadas en inglés, así que las activistas tratan de atajar la situación traduciéndolas al idioma local o mediante el uso de ilustraciones. Lo importante, señala Ezelina, es "explicarles que hay otros escenarios posibles, que hay leyes que velan por ellas y que si siguen estudiando pueden desarrollarse como personas".
La escena se reproduce, prácticamente en términos idénticos, en suelo guatemalteco. Según el Instituto Nacional de Estadística (INE), Guatemala está marcada por un 59,3% de pobreza, entre la que se encuentra un 23,6% de pobreza extrema. "Todo está relacionado con la mala economía, marca la vida de los niños y de las personas adultas", explica Estefany. "Eso les limita para que puedan defenderse dentro de la sociedad y seguir creciendo –agrega–, la pobreza es la principal causa de todo lo demás". También Naydelin establece un paralelismo entre ambas cuestiones: "Hay una gran discriminación por la pobreza, eso crea una baja autoestima, y si una niña pobre está siendo discriminada piensa que es mejor casarse" para no seguir pasando por esa situación, "aunque al final su esposo también la discrimina".
Visibilizar un problema universal
En un escenario en el que la legislación local no siempre vela por los derechos de la infancia, tomar espacios de empoderamiento para mostrar el problema se torna crucial. Por este motivo, considera Josephine, "lo más importante es visibilizar, revelar que la educación es lo más importante, dejar ese mensaje en las instituciones". Con ella coincide Estefany, quien entiende necesario "hacer llegar el mensaje no sólo dentro de un país, sino también fuera". A su entender, "la parte más importante es contribuir todos juntos para que este mensaje pueda llegar cada día a todos los lugares", porque "si una piedra nos falta en una construcción, esa construcción no va a poder ser viable".
Esa dinámica es, a juicio de la activista, "un acto de justicia" para hacer valer los derechos de cada niña. "Somos el presente y vamos a ser el futuro", sentencia la joven.
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La vulnerabilidad que sufren las niñas no es exclusiva de los países en vías de desarrollo. Según una investigación elaborado por Plan Internacional entre adolescentes españoles de entre 13 y 19 años, las niñas identifican los roles tradicionales y la división de género de las tareas domésticas como una desventaja importante, mientras que otra de las principales dificultades que detectan en su entorno es la de ser valoradas "sólo como accesorios y objetos sexuales" por los hombres.
"Se espera que las niñas asuman la responsabilidad principal de las tareas domésticas y las actividades de su cuidado", señalan los autores del estudio. También se tiende a establecer que "cuiden de su apariencia física, que su aspecto sea femenino y que se comporten con sensatez y responsabilidad", mientras que de los niños se espera "que sean duros y estén al mando". En la encuesta, tanto niños como niñas reconocen ser conscientes de que la sociedad reproduce los estereotipos que perpetúan los roles de género tradicionales, pero los niños no los identifican como una barrera para el cambio social.
A la hora tomar las riendas de la situación hacia un cambio efectivo, los adolescentes consideran que son ellas quienes tienen el cometido de hacerlo, "ya que son las más afectadas". Sitúan, también, a las familias, los profesores y las figuras públicas como actores importantes en la lucha por derribar los estereotipos de género en la sociedad.
La desigualdad de género se presenta como uno de los problemas sociales y políticos más enquistados y virulentos de la actualidad. Su morfología se aclimata a todos los ámbitos de cualquier país del mundo, y las víctimas de sus efectos, las mujeres, cargan a sus espaldas con la dificultad de erradicar una lacra que por el contrario consolida los privilegios de una parte. En este contexto, la vulnerabilidad de las niñas es evidente: son mujeres, jóvenes, a las que con más facilidad se les priva de su capacidad decisiva.