De la penicilina y la viagra a la corrupción en Nigeria, luces y sombras del gigante farmacéutico Pfizer

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"Lo que los hechos y la información disponible hasta el momento nos enseñan es que no se puede confiar en que la industria farmacéutica actúe en interés de la salud pública, incluso en estos tiempos sin precedentes". Así habló este miércoles la asesora de Políticas de la Campaña de Acceso de Médicos sin Fronteras, Roz Scourse, con motivo de la noticia de la semana: la gigante farmacéutica Pfizer está desarrollando una vacuna cuyos resultados preliminares son muy esperanzadores. La organización pidió que los Gobiernos exijan "transparencia" a las empresas en los acuerdos de licencia del producto.

Una vez más, las compañías privadas están gestionando una solución de la que depende la vida de miles de personas: y la hemeroteca muestra que, en muchas ocasiones, los intereses del mercado se ponen por delante de los intereses de la gente. La estadounidense Pfizer, una de las cinco denominadas big pharma, ha ideado y comercializado medicinas y remedios que han curado o paliado los síntomas de millones en todo el mundo. También ha sido acusada de opacidad, de subir los precios de los fármacos indiscriminadamente, de maniobrar contra la competencia, de sobornos, de evitar comprobar los efectos secundarios de un producto exitoso, e incluso de conspirar en Nigeria para parar un juicio en su contra por la muerte de varios niños con los que se ensayó un tratamiento contra la meningitis. No es la única: el sector acumula multas y demandas en todo el globo por sus prácticas. El mismo que, en teoría, nos librará del covid-19. 

Pfizer (pronunciada fáiser) fue fundada por Charles Pfizer y su primo, Charles Erhart, inmigrantes alemanes en el barrio neoyorkino de Brooklyn. Corría 1849 cuando se animaron a emprender con un negocio químico. Su primer éxito fue la creación de un medicamento antiparasitario. Y 171 años después, la compañía, que obtuvo en 2019 unos beneficios de 16.273 millones de dólares, parece estar cerca de dar con una de las soluciones a una pandemia que ha puesto en un brete a decenas de países y ha causado la muerte de más de un millón de personas en todo el mundo. Pero no es precisamente la primera gran victoria de la gigantesca empresa farmacéutica. En 1944 se convirtió en la mayor productora mundial de la penicilina, el antibiótico que cambió el rumbo de la farmacología global: Estados Unidos le pidió que aumentara la fabricación debido a las necesidades de los soldados aliados en la II Guerra Mundial, y así lo hicieron. 

Ha desarrollado fármacos para tratar problemas cardiovasculares, hipertensión, depresión, infecciones respiratorias y cutáneas e inflamaciones. Sus investigadores descubrieron por casualidad las propiedades inesperadas del sildenafilo, un medicamento inicialmente ideado para tratar la hipertensión pulmonar. Los ensayos clínicos mostraron que no era muy eficaz para las anginas, pero que sí lo era para tratar la disfunción eréctil. En 1998 salía a la venta en Estados Unidos con un nombre ya conocido por todo el mundo: Viagra. Otro boom de ventas y la vida sexual de millones de personas, revitalizada. Pfizer ya no obtiene tantos beneficios de la famosa pastilla azul por la caducidad de la patente, pero la diversificación de su negocio le ha permitido seguir en el top 5 de la industria farmacéutica sin demasiados sobresaltos. A pesar de las polémicas en las que se ha visto inmersa: difíciles de cuantificar. 

Como toda empresa privada, Pfizer busca su beneficio. Hasta aquí ninguna sorpresa. Pero los métodos para conseguir amasar dinero han sido cuestionados, denunciados y llevados ante la justicia en numerosas ocasiones por atentar no solo contra las normas del mercado, también contra la salud pública. En 2010, las filtraciones de Wikileaks sacaron a la luz que la farmacéutica había conspirado en Nigeria para evitar un juicio por la muerte de once niños y las secuelas de un centenar en un ensayo con una medicina que trata la meningitis. El fármaco, llamado Trovan, fue suministrado a 200 pequeños en 1996. Muchos sufrieron complicaciones graves y varios perdieron la vida. The Washington Post, uno de los periódicos que más ha investigado a la empresa, desveló que la compañía se había saltado todas las consideraciones éticas: los habían usado de cobayas. El pueblo nigeriano salió a la calle y el Fiscal General, Michael Aoandakaa, se puso manos a la obra. 

Pfizer contrató detectives para seguirle la pista al fiscal e investigar casos de corrupción en los que estuviera implicado. Pasó la información a diarios locales, que publicaron los reportajes. El fiscal abandonó el caso. Finalmente, el Gobierno de Nigeria y la farmacéutica llegaron a un acuerdo económico. Hasta el día de hoy, la compañía niega su responsabilidad, se niega a hacerse caso de las consecuencias que sufrieron los afectados del experimento y reivindica el uso de Trovan, que en la actualidad solo se usa para los casos muy graves, como última opción. 

Fue también The Washington Post el periódico que aireó uno de los escándalos más recientes. En junio de 2019, el diario estadounidense publicó que Pfizer ocultó al mundo que Embrel, un medicamento antiinflamatorio, podría reducir el riesgo de padecer la enfermedad de Alzheimer un 64%. ¿Por qué? No le salía rentable. Se dieron cuenta en 2015, pero los ensayos clínicos para comprobar que tal efecto era real eran muy caros, y la empresa temía que, al ser un fármaco antiguo, la aparición de genéricos similares podría perjudicarles en el negocio. Investigadores de todo el mundo lamentaron que la opacidad les había arrebatado la oportunidad de avanzar en la lucha contra un tipo de demencia que afecta a casi 50 millones de personas en todo el planeta, y que supone un gran sufrimiento tanto para los pacientes como para sus familias y allegados. 

Los efectos secundarios de los remedios que Pfizer pone a la venta también han sido objeto de polémica. En ocasiones, la compañía ha sido consciente de las contraindicaciones, muchas de ellas graves, pero han presionado, maniobrado y sobornado a profesionales de la medicina para aumentar sus márgenes de beneficio. Champix, el medicamento para dejar de fumar que el sistema público de salud español financia a partir del pasado 1 de enero, ha sido vinculado con un aumento de las ideas de suicidio. Un forense australiano dictaminó en 2017 que el fármaco había contribuido a la decisión de Timothy John, un joven de 22 años que se quitó la vida tras ocho días consumiendo el medicamento. En Estados Unidos, la empresa indemnizó a 2.700 denunciantes con 273 millones de dólares y fue obligada a poner en grande en el empaquetado los posibles riesgos de su consumo. 

Acuerdos extrajudiciales 

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El pago de multas e indemnizaciones para arreglar los asuntos legales en los que se ve envuelta es una práctica habitual para Pfizer. En 2009, acordó pagar 2.300 millones de dólares para evitar otro juicio sobre una red de sobornos que la empresa desplegó para que los médicos recetaran cuatro medicamentos: el antiinflamatorio Bextra, que fue retirado del mercado en el 2005 por preocupaciones sobre su seguridad, el tratamiento para la esquizofrenia Geodon, el antibiótico Zyvox y el analgésico Lyrica. En 2012 se repitió la historia: otro acuerdo extrajudicial, esta vez por menos dinero (60 millones) por sobornos a profesionales médicos, funcionarios y reguladores en Rusia, Bulgaria, Croacia, Kazajistán, Serbia, República Checa, China e Italia. Y en 2015, Pfizer despidió a 30 de sus empleados en España tras la denuncia de un extrabajador, que aseguró que los directivos intentaban captar voluntades y fomentar el uso de un fármaco con argumentos más allá de los estrictamente científicos. 

En otras ocasiones, a Pfizer no le hizo falta el soborno para conseguir su objetivo, vender más medicamentos: le bastó con la cercanía con el sistema sanitario de los países. Este reportaje de la BBC narra cómo, en los 90, la compañía surtió de fondos al creador del Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (DSM), para que elaborara un test con el que los médicos de Atención Primaria podían diagnosticar la depresión en base a unas cuantas preguntas. La meta era colocar en el mercado cuántas más pastillas mejor de su nuevo remedio, el Lustral. "Cuanto más alto sea tu puntaje en esa prueba, mayor será la probabilidad de que te recete un antidepresivo... De hecho, la prueba me aconseja que te recete antidepresivos si calificas en las categorías de moderada a grave", explica un experto crítico con el sistema. 

Tanto esta compañía como estas grandes farmacéuticas han sido, además, acusadas en muchas ocasiones de encarecer el precio de los medicamentos sin explicar qué costes se han visto aumentados o qué esfuerzos en investigación y desarrollo han tenido que acometer: Italia lidera una iniciativa para obligar a las empresas a ser más transparentes. También han sido señaladas por subir artificialmente la cuantía de los genéricos y cortar suministros para aumentar sus beneficios. Todas ellas, aunque Pfizer va en cabeza, trabajan en una posible vacuna contra el coronavirus: será tarea de las agencias estatales vislumbrar si se trata de soluciones eficaces, en las que, una vez más, el interés privado no se haya situado por encima de la salud pública. 

"Lo que los hechos y la información disponible hasta el momento nos enseñan es que no se puede confiar en que la industria farmacéutica actúe en interés de la salud pública, incluso en estos tiempos sin precedentes". Así habló este miércoles la asesora de Políticas de la Campaña de Acceso de Médicos sin Fronteras, Roz Scourse, con motivo de la noticia de la semana: la gigante farmacéutica Pfizer está desarrollando una vacuna cuyos resultados preliminares son muy esperanzadores. La organización pidió que los Gobiernos exijan "transparencia" a las empresas en los acuerdos de licencia del producto.

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