Cristiana Ribeiro se acuerda bien de los duros años de austeridad, durante los cuales el gobierno democristiano del PSD se jactaba de imponer en Portugal recortes que iban más allá de lo que exigía la Troika. “Cada noche tenía miedo de encender la televisión. Qué impuesto irían subir ese día, qué servicios públicos cerrarían? Vivíamos en angustia colectiva”, recuerda la profesora a infoLibre. Hoy, admite que la crisis todavía “no es cosa del pasado”, pero el ciclo que se vive es muy distinto. “Escuchamos que va a subir el salario mínimo, que el IVA ha bajado o que hay nuevas medidas contra la pobreza energética: el cambio de rumbo es evidente”.
Tras el rescate financiero, el miedo dio lugar a la esperanza. Portugal está de moda en términos turísticos y hasta la autoestima va en mejora con victorias en la Eurocopa de fútbol o en Eurovisión. Pero también las reformas que está desarrollando el Gobierno minoritario del Partido Socialista (PS) están contribuyendo para que el ánimo de los portugueses esté en máximos.
Aunque haya sido el segundo más votado en las elecciones de octubre de 2015, António Costa logró formar Gobierno gracias a un acuerdo con los partidos a su izquierda, algo inédito desde el período revolucionario que se vivió en Portugal tras el 25 de abril de 1974. Después de descartar entrar en un Gobierno de coalición, Bloco de Izquierdas y Partido Comunista Portugués (PCP) decidieron apoyar el nombramiento de Costa como primer ministro, a cambio de algunas garantías.
Desde que llegó al poder, la solución de gobierno lusa ha puesto en marcha medidas que los conservadores llevaban años diciendo que era imposible instaurar. Subieron pensiones, redujeron la semana laboral de funcionarios y paralizaron la privatización de empresas como la aerolínea TAP o los transportes públicos de Lisboa y Oporto. En materia de empleo, la medida estrella es la contratación permanente de los más de 100.000 trabajadores precarios que trabajan para el Estado, prevista para octubre. Al mismo tiempo, la protección social está en aumento, con subidas en las prestaciones sociales a familias, personas con discapacidad o a tercera edad. En materia de educación, destacan los recortes a las subvenciones que recibían colegios privados para canalizar recursos hacia la escuela pública, donde se prepara una reducción de alumnos por clase.
La derecha no dudó a la hora de dramatizar las consecuencias que esas medidas traerían para la economía del país. El anterior primer ministro, Pedro Passos Coelho, presagió que el propio “diablo” estaría de camino y los articulistas bautizaron la alianza peyorativamente como Geringonça, una suerte de mecanismo mal hecho que funciona de forma sorprendente.
Aunque la economía del país sigue siendo vulnerable, sobre todo debido a la elevada deuda (130% del PIB) o la debilidad de la banca, lo cierto es que Portugal crece al nivel más acelerado de la última década (2,8% en el primer trimestre), y el desempleo está en mínimos de ocho años (9,9%). Hasta la meta de déficit impuesta por Bruselas fue cumplida: 2%, la cifra más baja desde 1974.
La improbable unión
Pero si hoy el Gobierno de izquierdas disfruta de estabilidad, hace año y medio pocos esperaban que un ejecutivo del PS con el apoyo parlamentario del Bloco de Izquierdas, del Partido Comunista Portugués (PCP) y los Verdes pudiera desbancar del poder a la coalición de derechas.
“La falta de entendimiento en las izquierdas era un lastre con más de 40 años”, recuerda el politólogo André Freire, que hace pocas semanas publicó el libro Más allá de la Geringonça, en el que analiza la solución de gobierno portuguesa, integrándola en su contexto europeo. Señala que este tipo de alianza “no es inédita en términos europeos: desde el colapso de la URSS, estas soluciones crecieron en Europa occidental”. Por eso, lo más sorprendente es que haya llegado “tarde a Portugal”, subraya.
Para la historiadora Helena Matos la gran novedad “tiene que ver con la actitud del PS, que emprendió un giro de 180 grados”. Freire no llega tan lejos, pero admite que los socialistas portugueses durante mucho tiempo fueron “muy parecidos con el PSD, cargando poco en la redistribución” de la riqueza. Para el politólogo, ese PS centrista es una de las razones por las que Portugal es todavía uno de los países más desiguales de Europa”. Por eso, cree que es “positivo para la democracia portuguesa que, con esta alianza, el PS se acerque más a la izquierda, porque eso ayuda a clarificar el sistema político del país”. Al mismo tiempo, esta unión está sirviendo también para “moderar a la izquierda radical portuguesa”, al tiempo que hace al sistema político más inclusivo, trayendo para dentro de la gobernación partidos que representan a unos 15 o 20% de la población que solían estar históricamente alejados de esta.
La idea no es totalmente consensuada: Helena Matos prefiere los “acuerdos al centro que en los extremos”. Por eso, duda de que este Gobierno de izquierdas “termine bloqueando una solución de centro o de derecha en el futuro”.
Juego de equilibrios
A pesar de las diferencias, el acuerdo de Gobierno sigue firme gracias al pragmatismo demostrado por los socios del PS. Aceptando su papel minoritario en la alianza, PCP y Bloco prefieren basar sus exigencias en medidas concretas. Persisten, sin embargo, factores de división importantes entre los socialistas y sus socios de Gobierno. La relación con la UE o la gestión de la banca son solo los ejemplos más evidentes, que ya han generado momentos de tensión dentro de la alianza. El primer choque tuvo que ver con el proceso de resolución propuesto por los socialistas para el banco en quiebra Banif a finales de 2015. La operación solo sería aprobada en el Parlamento gracias a la abstención del PSD, puesto que Bloco y PCP votaron en contra. El siguiente encontronazo llegó en febrero de este año, cuando el PS llevó al Parlamento una propuesta que incluía la bajada de la contribución de las empresas a la seguridad social. Ahí, Bloco y PCP se juntaron al PSD para rechazar la alteración.
Recurrentes también son las exigencias de los socios del Gobierno para que haya más inversión en sectores como educación o sanidad. Sin embargo, Portugal finalizó el año pasado como el país de la UE con la menor inversión pública, para cumplir con las metas del déficit. En un difícil juego de equilibrios, António Costa demuestra que es posible poner en marcha sus medidas sin ir en contra de la ortodoxia de Bruselas.
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Donde los dos analistas coinciden es precisamente en el papel que juega el liderazgo de Costa en la estabilidad de la alianza y en la cohesión de su partido. El exalcalde de Lisboa, donde ya había ensayado un acuerdo de gobierno con el Bloco de Izquierdas, no tuvo dificultad en ganar a António José Seguro en las primarias por el liderazgo del Partido Socialista en 2014. Negociador astuto, ha terminado recabando elogios incluso entre sus rivales políticos, mientras dentro de su partido no hay señales de oposición interna. “El PS se rindió a la opción de Costa de girar a la izquierda”, refiere André Freire. Tras subrayar la total “ausencia de divergencias” en el partido, Helena Matos apunta también que hay una “una actitud totalmente acrítica con relación a su líder”.
En un momento en el que la mayoría de los partidos socialistas en Europa acumulan fracasos electorales, el PS portugués sorprende: los últimos sondeos le otorgan un 42% de intención de voto, diez puntos por encima de la votación que obtuvo en 2015.
La subida se debe sobre todo a la fuerte caída de los apoyos al PSD (que baja al 24,5%), puesto que sus compañeros de Geringonça se mantienen en línea con el resultado obtenido en las últimas elecciones (Bloco con 10% y PCP con 7,7%). Si, como señala Freire, la debacle de los socialistas se debe “a alianzas con la derecha o a gobernar al centro”, la experiencia portuguesa debería convertirse en la “vía de salida para el socialismo europeo”, concluye.
Cristiana Ribeiro se acuerda bien de los duros años de austeridad, durante los cuales el gobierno democristiano del PSD se jactaba de imponer en Portugal recortes que iban más allá de lo que exigía la Troika. “Cada noche tenía miedo de encender la televisión. Qué impuesto irían subir ese día, qué servicios públicos cerrarían? Vivíamos en angustia colectiva”, recuerda la profesora a infoLibre. Hoy, admite que la crisis todavía “no es cosa del pasado”, pero el ciclo que se vive es muy distinto. “Escuchamos que va a subir el salario mínimo, que el IVA ha bajado o que hay nuevas medidas contra la pobreza energética: el cambio de rumbo es evidente”.