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Turquía

Turquía: lecciones un año después del intento de golpe de Estado

Una multitud se dirige al puente del Bósforo de Estambul.

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Este sábado se cumple el primer aniversario del fallido golpe de Estado perpetrado en Turquía, un episodio esencial para entender el derrotero que ha adoptado el país en los últimos doce meses, durante los cuales Recep Tayyip Erdogan ha transformado el modelo de Gobierno al otorgar un carácter predominante a la oficina de la Presidencia, la suya, e imponer como respuesta al levantamiento una de las mayores purgas de la historia contemporánea del país, con más de 50.000 detenidos y hasta 150.000 antiguos funcionarios suspendidos hasta el momento, en el marco de un actual estado de emergencia sin final a la vista, informa Europa Press.

El hecho de que el golpe de Estado funcionara como acelerador de este proceso, la consolidación de Erdogan como figura suprema de gobierno, ha invitado a pensar en historias alternativas a la narrativa oficial de las autoridades turcas sobre los motivos del golpe de Estado: una operación dirigida desde Estados Unidos por el clérigo Fetulá Gülen, antiguo aliado de Erdogan durante los últimos años de islamización del país –con el caso del Ergenekon, que desembocó en la eliminación de varios mandos laicos del Ejército turco–, ahora némesis del presidente, dirigente de un "estado paralelo escondido durante 40 años", en palabras del viceprimer ministro del país, Numan Kurtulmus.

La teoría del "autogolpe", sin embargo, es difícilmente sostenible si se examina de cerca el desarrollo del levantamiento militar en la noche del 15 al 16 de julio de 2016, una operación bien concebida pero pésimamente ejecutada muy en parte gracias a la previsión de la Organización Nacional de Inteligencia, cuyo director, Hakan Fidan, comenzó a desactivar el golpe horas antes de que siquiera comenzara, en el momento en que recibió las primeras informaciones de la asonada.

Fue Fidan, según el relato a posteriori de los acontecimientos efectuado por la corresponsalía turca del diario Al Monitor, quien se puso inmediatamente en contacto con la plana mayor del Ejército para avisarles de que la posibilidad clara de un golpe en las próximas horas. En cuanto esta comunicación llegó a oídos de los golpistas, decidieron adelantar seis horas una operación que tenían previsto ejecutar en plena noche, con las calles vacías y todos dormidos.

Este cambio súbito de planes desordenó por completo una iniciativa "cuidadosamente planeada y en las que participaron más personas de las que se creía en un primer momento", según las fuentes de seguridad turcas. Para empezar, los golpistas fracasaron en un objetivo primordial, la captura de Erdogan, que en ese momento se encontraba en la ciudad de Marmaris. Según el plan inicial, la idea consistía en dar comienzo al golpe con el secuestro del presidente turco, en torno a las 03.00 de la mañana.

El levantamiento acabó empezando sobre las 22.00 horas. Para cuando los golpistas llegaron a Marmaris, Erdogan había escapado una hora antes y ya se encontraba a bordo de un avión con la intención de viajar directamente a Estambul, a sesenta minutos de distancia. Los golpistas de Marmaris habían perdido toda comunicación con el núcleo del levantamiento y el comandante del Primer Ejército de Estambul, el general Umit Dundar, aprovechó la confusión para declarar completamente ilegítimo el golpe de Estado en la primera voz oficial desde el inicio de la operación.

De hecho, la memorable comparecencia aérea de Erdogan, a través de la aplicación FaceTime, se debió precisamente a que los golpistas fracasaron en su intento de hacerse con el control de Turksat, la compañía de telecomunicaciones por satélite de Turquía. Todo lo más que consiguieron fue llegar a la sede de la cadena pública de radio y televisión de Turquía, la TRT, donde obligaron a leer un comunicado en el que anunciaban el triunfo del levantamiento. El resto de medios, en particular los favorables a Erdogan, informaron de que el presidente había conseguido escapar, mientras la comunidad internacional declaraba su total rechazo al golpe.

Así las cosas, tres horas después del comienzo del golpe de Estado, los simpatizantes de Erdogan salieron a la calle para rematarlo. Decenas de miles de personas sometieron a los golpistas y proclamaron su lealtad indisoluble al presidente turco. Muchos de los militares que participaban en el golpe desconocían las verdaderas intenciones de la operación, en particular los soldados rasos asignados a la custodia de puntos estratégicos com el aeropuerto, la plaza de Kizilay de Ankara o los puentes sobre el Bósforo.

Antes del amanecer, los golpistas, el autoproclamado Consejo de la Paz en Casa –un guiño al lema nacional "Paz en Casa, Paz en el Mundo" del líder histórico Mustafá Kemal Ataturk– se habían rendido. El saldo final de víctimas mortales: entre 24 y 100 golpistas, 62 agentes y cinco soldados del Gobierno, y entre 270 y 300 civiles.

Consolidación de poder

Erdogan retomó el mando del país a velocidad supersónica para, primero, acusar nada menos que la jefe del Mando Central de Estados Unidos, general Joseph Vogel, de estar detrás de la operación. El entonces secretario de Estado de EEUU, John Kerry, exigió a Erdogan pruebas de estas acusaciones. Con la liebre ya levantada, el presidente turco realizó un llamamiento sin condiciones a Estados Unidos para extraditar al clérigo Gülen, declarado a esas alturas instigador del golpe.

Estas purgas contra el "estado paralelo gulenista" han proseguido hasta esta misma semana, con el cese de otros 7.000 policías, soldados y oficiales por un decreto que les vincula a "organizaciones terroristas o grupos determinados a actuar contra la seguridad del estado". El pasado día 5 fue detenido el director en Turquía de Amnistía Internacional, Idil Eser. Una semana después sucedió lo mismo con el redactor jefe del diario Cumhuriyet, por poner otro ejemplo.

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Aprovechando la coyuntura, y a pesar de que el partido declaró su oposición al golpe de estado, más de diez diputados del prokurdo Partido Democrático de los Pueblos también se encuentran en prisión, entre ellos su colíder Selahattin Demirtas, por sus lazos con las milicias del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK) actualmente en guerra con Turquía.

Estas purgas han enfriado las relaciones entre Turquía y la Unión Europea, ya tensas de por sí con el acuerdo migratorio por el que Ankara se compromete a actuar como estado tapón contra la inmigración a cambio de sustanciosas ventajas de desplazamiento para sus ciudadanos y un impulso en las conversaciones de adhesión a la UE, un propósito que a día de hoy parece muy lejano.

En los últimos meses, Turquía y varios países de la Unión Europea que prohibieron la entrada a oficiales turcos con la misión de promocionar ante la diáspora el referéndum constitucional del pasado mes de abril, del que Erdogan acabó emergiendo victorioso y con él, la abolición del sistema parlamentario en favor de una Presidencia Ejecutiva tras una votación declarada "por debajo del estándar internacional" según los observadores del Consejo de Europa. Una conclusión que Erdogan achacó a "la mentalidad de los cruzados", poco después de haber calificado a los países que prohibieron la entrada a sus delegados, Alemania entre ellos, de haber repetido "las prácticas del Nazismo".

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