"Continuaremos mientras sea necesario". A falta de los resultados esperados, el Banco Central Europeo (BCE) quiere mostrar su determinación: no habrá pausa en la lucha contra la inflación. Por octava vez en un año, la institución monetaria ha decidido subir sus tipos directores un 0,25%. Ahora se sitúan en el 3,5%, su nivel más alto desde hace diez años.
"El Consejo de Gobierno está dispuesto a ajustar todos sus instrumentos, en el marco de su mandato, para garantizar que la inflación vuelva a su objetivo del 2% a medio plazo", advierte el BCE en un comunicado. Una forma de anunciar futuras subidas.
Esto se debe a que la inflación en la eurozona está resistiendo mucho mejor de lo esperado. Aunque los precios de la energía cayeron bruscamente a partir del primer trimestre, las subidas siguen extendiéndose por todas las economías europeas. La escalada de los precios de los alimentos, que se deja notar sobre todo en los hogares, ha alcanzado niveles récord: más del 13% en un año, con picos del 20% e incluso el 60% en el caso de algunos productos como el aceite, el café o la harina. Pero otros sectores, y en particular los productos manufacturados, también registran subidas asombrosas, a pesar de la creciente atonía de la demanda. En mayo, la inflación en la eurozona –excluidos la energía y los alimentos, es decir, los segmentos donde la subida de precios es más visible– subió un 6,1%. El BCE espera que descienda hasta el 5,4% a finales de año.
Imperfecciones del mercado
Desde principios de año, los expertos de los bancos centrales han tenido que aceptar que la realidad económica ya no se ajusta a sus modelos teóricos. Tras meses de centrarse en la famosa curva de Phillips –el patrón oro de la macroeconomía, que supuestamente explica la trampa de las espirales inflacionistas a través del aumento de los salarios– han tenido que enfrentarse a los hechos: esta curva es inútil para entender la situación actual. No son los salarios sino los beneficios los que alimentan la inflación.
"La inflación se alimenta de las imperfecciones del mercado. Los bancos centrales han tardado en reconocer la existencia de este bucle precio-beneficio. Esto es particularmente cierto en la industria, y especialmente en la industria alimentaria. La subida de los precios de producción es muy superior a la de los precios de las materias primas. Está impulsado por el aumento de los márgenes", señala Éric Dor, director de Investigación Económica del IESEG.
Sin embargo, el reconocimiento de este bucle precio-beneficio sólo se ha hecho de boquilla, hasta el punto de poner en entredicho la doxa monetaria. En su conferencia de prensa del 15 de junio, la presidenta del BCE, Christine Lagarde, volvió a insistir en los riesgos que plantean una tasa de desempleo muy baja en la zona euro –la más baja desde hace dos décadas– y el aumento de los costes laborales debido a la subida de los salarios. Desde principios de año, los salarios han aumentado una media del 4,1% en la eurozona, lo que, a pesar de esta recuperación, representa una caída neta del poder adquisitivo real de los hogares en comparación con la inflación. Y en lugar de hablar de beneficios, Christine Lagarde prefiere hacer hincapié en los peligros de una escalera de loros entre capital y trabajo, en la que cada uno intenta aumentar su parte y alimenta la inflación.
Para el BCE, ir más allá de esta observación sería romper con la costumbre. Pero, sobre todo, este hecho impensable correría el riesgo de abrir un campo de debate aún más inquietante para los economistas ortodoxos y que iría mucho más allá de la política monetaria. En efecto, lo que la existencia de este bucle precio-beneficio pone de manifiesto es el fracaso, o al menos los defectos, de la política de competencia, uno de los pilares del neoliberalismo.
El poder del mercado
Por definición, se supone que la competencia impide las posiciones dominantes, la búsqueda de rentas o las situaciones oligopolísticas que permiten a unos pocos extraer beneficios indebidos del resto de los hogares y de la economía. Basta con leer los comunicados de prensa emitidos por los grandes grupos a lo largo de 2022 y principios de 2023 para comprobar que la competencia no ha permitido evitar esta situación. Todos ellos se felicitan por tener tal "poder de mercado" que pueden dictar sus condiciones porque no se les puede ignorar. No sólo han podido repercutir sin demora la subida de los precios de la energía y de las materias primas, sino que también han podido aumentar sus márgenes, a veces hasta niveles insospechados. Algunos grupos industriales han logrado beneficios que se acercan a los del sector del lujo.
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De hecho, casi todos ellos aspiran ahora a acercarse al sector del lujo, o al menos a la gama alta del mercado. Con la pandemia de covid y la alteración mundial de las cadenas de suministro, muchos han tenido una revelación: la escasez es mucho más rentable que la profusión. Los gobiernos, en su creencia en la autorregulación del mercado, han abandonado cualquier medio de controlar o influir en la formación de precios.
Aplastar la demanda
Frente a esta evolución, a los bancos centrales sólo les queda un arma contundente: subir los tipos de interés para aplastar la demanda. El BCE espera que su política monetaria más restrictiva pese aún más sobre el consumo de los hogares. Y que, en consecuencia, los grandes grupos abandonen en algún momento sus subidas de precios para seguir vendiendo. La inflación se frenaría así.
Por el momento, este enfoque tarda en dar sus frutos: la economía de la zona euro está estancada, e incluso en recesión en Alemania en el primer trimestre, y la inflación sigue siendo elevada. Esto no impide que el BCE siga por el mismo camino, convencido de que acabará teniendo éxito sin perjudicar ni al empleo ni a la economía. Según sus últimas previsiones, la zona euro crecerá un 0,9% en 2023 y un 1,1% en 2024. Pero desde 2008, el BCE se ha equivocado sistemáticamente en sus previsiones.
"Continuaremos mientras sea necesario". A falta de los resultados esperados, el Banco Central Europeo (BCE) quiere mostrar su determinación: no habrá pausa en la lucha contra la inflación. Por octava vez en un año, la institución monetaria ha decidido subir sus tipos directores un 0,25%. Ahora se sitúan en el 3,5%, su nivel más alto desde hace diez años.