“Caían bombas a nuestro alrededor. Gritos. Cada vez me decía: la próxima vez le tocará a nuestra casa". Adel (nombre ficticio), de 74 años, regresó a París el domingo 5 de noviembre tras ser evacuado de la Franja de Gaza a Egipto. Se reunió con sus hijos, Lina y Shadi (ficticios), a quienes conocimos el 28 de octubre en París. Esa noche, intentaban contactar con su padre mientras se intensificaba la ofensiva militar israelí. Con las comunicaciones cortadas, habían intentado obtener noticias del Ministerio de Asuntos Exteriores. Sin éxito.
Tras marcharse en septiembre para asistir a la boda de uno de sus sobrinos, Adel decidió aprovechar su jubilación "para volver a Gaza", donde viven sus hermanas y primos. "La última vez que estuve allí fue hace diez años. Pero el paso fronterizo entre Gaza y Egipto es muy complicado. En aquella ocasión, estuve atrapado allí más de un mes", explica.
Cinco días después de su regreso, nos vemos en su domicilio de las afueras de París con su hija Lina. Tenemos delante algunas horas antes de que Adel se vaya a Roissy a ver a familias franco-palestinas que, algunas de ellas sin raíces en Francia, están esperando un alojamiento del ministerio de Asuntos Exteriores. Les va a llevar entre otras cosas medicinas y ayudarles con lo que sea “porque les falta de todo”.
Adel llegó a Francia en 1983 para continuar con sus estudios de medicina y se especializó “en pediatría, en el hospital Necker de París”. Ahora que ya no está en activo “ya no tenía la preocupación de regresar por sus pacientes”, explica.
Cuando comenzaron los bombardeos, se encontraba en la casa de su familia, en una zona residencial de la ciudad de Gaza. "Los servicios secretos israelíes avisaron a uno de los vecinos de que su casa iba a ser bombardeada. Así es como lo hacen a veces. Llaman por teléfono y se dirigen a la persona por su nombre de pila.” El vecino avisa a los demás vecinos del barrio. "Me fui, pensando que volvería. Sólo me llevé el pasaporte. Eran sobre las cuatro de la tarde", continúa Adel, mirándose las manos mientras recuerda el momento. Unas horas más tarde, se enteró de que su casa también había sido bombardeada.
A su lado, su hija Lina, con la cabeza inclinada y la mirada fija en el suelo, escucha atentamente el relato de su padre. Siempre fue "evasivo para no preocuparles", comenta, recordando que incluso cuando le faltaba "agua y comida, les decía que todo estaba bien". Sorprendido por estas palabras, Adel sonríe a su hija.
"Estaba en peligro de muerte, pero me preocupaba mucho mi familia, su angustia, su espera. Veía la muerte cerca y sabía que, si me tocaba a mí, no podría abrazarles más". A pesar de todo, Adel intentaba que no se le notara nada al teléfono. Nada de "palabras de despedida, ni declaraciones como si fueran las últimas". "Tenía que asegurarles de que los iba a encontrar de nuevo", explica con modestia. “Esa es la fuerza que nos transmitió mi padre", añade Lina, "no flaquear ni compartir nuestras emociones".
Con su temperamento "tranquilo", Adel explica: "Estoy acostumbrado a asumirlo si estoy preocupado, me lo guardo para mí. Yo atiendo niños y no puedo transmitirles mis temores; al contrario, tengo que tranquilizarles". Un precepto que también aplicó en "la casa de Rafah donde pudieron refugiarse cuando salieron de la ciudad de Gaza". "A veces oíamos caer las bombas cerca de nosotros, pero tranquilizaba a los niños todo lo que podía.”
La falta de agua, comida y sueño crea unas condiciones de vida difíciles de describir.
El 13 de octubre llegó al sur de la Franja de Gaza y se refugió en casa de un amigo. "Llamé al consulado francés en Jerusalén y me dijeron que fuera a la frontera con Egipto, que estaría abierta a las 9 de la mañana. Allí pasé el día con otros ciudadanos con doble nacionalidad. Pero cuando cayó la noche, tuvimos que volver a los refugios".
En el alojamiento "diseñado para una familia, había treinta personas, cinco familias", explica Adel. "Al principio podíamos conseguir pan en las panaderías, pero a medida que pasaban los días, las colas eran cada vez más largas. A veces esperábamos una hora, y cuando llegábamos ya no quedaba nada. Así que lo hicimos nosotros mismos.” Adel nos muestra fotos de hombres y mujeres alrededor de un horno construido con "las losas de una terraza".
A los constantes bombardeos se sumaban "las noticias diarias de la muerte de familiares. La falta de agua, comida y sueño creaba unas condiciones de vida difíciles de describir. Algunas personas entraban en pánico, vomitaban y tenían diarrea". "Y no teníamos posibilidades de lavarnos, ni siquiera lo estrictamente necesario para la higiene", añade. Su hija Lina se estremece al pensarlo.
"Imagínese, o al menos inténtelo, que están todos amontonados. Está intentando tener noticias de sus seres queridos cuando, a su lado, oye que una mujer acaba de perder a su hermano y a sus sobrinos"; tras estas palabras, Adel recupera el aliento. Unos días antes de ser evacuado, perdió a su primo.
"Se llamaba Ahmed. Murió con su esposa Hana y sus dos hijos, Nadia, de 15 años, y Siham, de 8. Su granja fue bombardeada. Unas semanas antes habíamos celebrado nuestro reencuentro en su casa, tomando té y pasteles con los niños".
El dolor se mezcla con la rabia. Adel no puede entender cómo "los países europeos, Estados Unidos, los países árabes dejan que los civiles sean asesinados, que mueran, aislados de todo como ganado al que dejan morir.... Es un crimen, y un crimen organizado. ¿Cómo podemos aceptar que maten a niños? ¿Cómo podemos aceptar que corten el agua y los alimentos a dos millones de personas y se las bombardee?
Para echar una mano, Adel acudió al hospital de Rafah. "En Francia, cuando un niño muere en el hospital, a pesar de todos nuestros esfuerzos, nos sentimos fracasados. En Gaza he visto morir a niños sin poder hacer nada por ellos. Un niño que ha tenido una hemorragia y está condenado porque no podemos ocuparnos de él, vemos con impotencia cómo muere. Está todavía vivo, llora y en un cuarto de hora estará entre los muertos. Es horrible".
En ese momento, Adel sube el tono, se reincorpora para que prestemos atención a sus palabras. "En el hospital al que fui había problemas de electricidad. Hay que darse cuenta de que para algunos pacientes eso significa la muerte. A falta de anestesia suficiente, hay que elegir. Para los puntos, prescindimos de anestesia y la reservamos para intervenciones muy importantes. Pero también en este caso, a veces el paciente recibe sólo media dosis. Es mejor que nada. Sufre, pero no demasiado. A eso nos tenemos que acostumbrar. Ya no sé si aún podemos hablar de humanidad.”
"Las imágenes me persiguen. Sigo allí desde que volví. No duermo. Vivo con horario desajustado. Cada noche vuelvo a verlos. Todas las noches vuelvo a ver los cuerpos alineados, vuelvo a ver a los niños moribundos. ¿Qué han hecho esos niños para que los maten? ¿Es la humanidad realmente tan salvaje? No puedo entenderlo. ¿Qué han hecho esas familias que sólo querían vivir? ¿Qué han hecho? Para mí, eso no son ‘daños colaterales’ como dicen. Eso es un acto de genocidio", dice Adel, abatido.
Tras ser operado del corazón, Adel había "tomado la precaución de viajar con más medicinas de las que necesitaba": "Y el consulado también pudo enviarme algunas. Qué suerte. Porque sin ellas, mi corazón no habría aguantado". La noche del 28 de octubre, cuando Israel bombardeó masivamente Gaza, "se encontraron aislados del mundo, sin ninguna comunicación". "Pensé en lo peor. Durante los largos momentos de silencio, temíamos un ataque químico o terrestre. Al final, el sonido de las bombas era a veces más tranquilizador."
"No había llegado mi hora, pero estaba cerca", suspira. Unos días más tarde, cuando conoció la noticia de las primeras evacuaciones de extranjeros y personas con doble nacionalidad, Adel llamó al consulado. Pero el 1 de noviembre, cuando vio la lista de evacuados, "todo se vino abajo": "Dado mi estado de salud, pensé que estaría entre los primeros. Pero en cuanto a los franceses, eran personal de las ONG, y pensé que los salvaban a ellos y luego nos dejarían encerrados para morir.”
Esos momentos de espera fueron "muy duros": "Con, encima, el sentimiento de culpa de haberme ido y dejado atrás a mis seres queridos. Por eso testifico de forma anónima, porque quiero poder volver a verlos algún día, y por eso no quiero que Egipto me ponga en la lista negra para poder volver.“
Las imágenes dan vueltas y vueltas en mi cabeza. No he vuelto a la vida normal.
Entonces llegó el alivio. El 3 de noviembre le llamaron del consulado. "Esté en la frontera mañana a las 8", le dijeron. Una vez cruzado al lado egipcio, añade, "supe entonces que estaba vivo y que iba a seguir estándolo". Hacia las cuatro de la tarde, las autoridades egipcias sellaron su pasaporte. “Fue un segundo alivio, porque a veces Egipto puede tardar dos meses en autorizarte a salir".
Las familias de la lista fueron llegando poco a poco en el autobús fletado por el consulado francés. "El autobús partió a las 8 de la tarde. Hubo controles del ejército egipcio durante todo el trayecto, que duró toda la noche. Para recorrer 500 kilómetros, pasamos más de 20 horas en el autobús. Llegamos al hotel a las 8 de la mañana del sábado 4 de noviembre.”
Una vez en el hotel, Adel se cayó en el baño. “Tengo tres puntos bajo el ojo", sonríe, "el cuerpo cede con los nervios". Lina, que es ingeniera agrónoma, había "planeado mudarse a Gaza". Durante un tiempo, la familia tuvo la esperanza de establecerse allí. "Pero no debemos pensar más en ello", decide su padre.
Adel mira las fotos de su teléfono. "Son fotos de mis hijos cuando llegaron a Gaza, creo que en 1995. Lina tenía 5 años. Se están bañando. Estas fotos estaban en la casa que bombardearon". Lina se dirige hacia su padre, conmovida: "Qué bien que hayas recuperado esas fotos. Se quedarán con nosotros".
Hoy, Adel mira bien cada imagen de la televisión para ver si reconoce a alguno de sus familiares de los que no tiene noticias. "En realidad no estoy aquí. Sigo allí. Las imágenes dan vueltas y vueltas en mi cabeza. No he vuelto a la vida normal", repite.
En Francia nos señalan como terroristas.
“Es la historia de mi vida", suspira Adel, que se llama como su padre, muerto bajo los bombardeos del ejército israelí en los años cincuenta. “Pensaba en él cuando oía caer las bombas". Desde su regreso, se siente "traicionado por Francia, que no condena con firmeza los crímenes cometidos": "Nos señalan como terroristas".
A propósito de eso, su hija Lina explica que su madre y ella fueron agredidas en una tienda por una mujer. "Porque estábamos explicando la situación en Gaza y criticando a Netanyahu. Eso fue cuando estabas en Gaza, papá. Y cuando nos quejamos a la comisaría, nos dijeron que no debíamos sorprendernos, insinuando que éramos terroristas".
Adel, que no sabía nada de esa agresión, abraza a su hija. "Ahora tenemos miedo de hablar y nos piden constantemente que justifiquemos que no somos terroristas". Disgustada, Lina añade que en el trabajo le preguntaron si tenía "amigos judíos": "Es increíble que me pregunten eso. Pero he llegado a pensar que ciertos movimientos pacifistas judíos son ahora más escuchados que nosotros para defendernos. Nos lo han quitado todo, hasta silenciarnos la voz".
Al día siguiente de nuestro encuentro, el sábado 11 de noviembre, Adel se enteró de la muerte de otro primo, Bashir. "Estaba pasando a pie un puesto de control del ejército israelí, una rotonda que separa el norte y el sur de la ciudad. El ejército empezó a disparar, y su hijo y su mujer pudieron huir, pero él no. Tenía unos sesenta años, pero estaba enfermo y caminaba con bastón. Era un primo muy cercano al que había visto unos días antes de que empezaran los bombardeos.”
Unos días después, en las redes sociales, Adel y sus hijos descubrieron unas fotos que, según los familiares del fallecido, habían sido difundidas por el ejército israelí en las que aparecían soldados ayudando a Bashir a cruzar. "Fue la nieta de Bashir quien encontró estas fotos en las redes sociales. Es una propaganda insoportable. A continuación circuló otra foto, cuyo origen se desconoce, en la que se le veía muerto en el suelo, con sangre en la espalda, probablemente causada por disparos", explica Shadi, el hijo de Adel. “No hemos vuelto a saber nada de su mujer ni de su hijo.”
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Traducción de Miguel López
“Caían bombas a nuestro alrededor. Gritos. Cada vez me decía: la próxima vez le tocará a nuestra casa". Adel (nombre ficticio), de 74 años, regresó a París el domingo 5 de noviembre tras ser evacuado de la Franja de Gaza a Egipto. Se reunió con sus hijos, Lina y Shadi (ficticios), a quienes conocimos el 28 de octubre en París. Esa noche, intentaban contactar con su padre mientras se intensificaba la ofensiva militar israelí. Con las comunicaciones cortadas, habían intentado obtener noticias del Ministerio de Asuntos Exteriores. Sin éxito.