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"Te vuelves paranoico, crees que te pueden reconocer en todas partes": así te vigila Putin en las calles de Moscú

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Clément Le Foll (Mediapart)

Una sábana pegada a la ventana sirve de pancarta improvisada. En ella puede leerse Stand with Ukraine (Apoya a Ucrania). Hace unos meses, esta guerra obligó a Luba Krutenko y a su marido Aleksandr a abandonar su país natal. Esta rusa de 33 años vive ahora en una zona residencial de Bonn (Alemania).

En el piso de su hermana, donde se ha instalado con Aleksandr, se sienta frente a una mesa en el centro de una terraza alargada. Abajo, un tobogán y un trampolín ocupan el centro del jardín. Luba señala el piso de enfrente: “Ahí vive mi tío". Entre sorbo y sorbo de té, Luba rebobina su historia, la que la llevó de Moscú a la que era capital de la República Federal de Alemania antes de la caída del Muro de Berlín.

Su marcha tomó forma el pasado septiembre. El día 21, el presidente Vladimir Putin decretó la movilización de los ciudadanos para ir al frente ucraniano. Opuestos desde el principio a esta guerra, la pareja decidió abandonar Moscú, donde Luba es arquitecta y Aleksandr trabaja como profesor. Tras una escala en Kazajstán, obtuvieron un visado humanitario para Alemania. "Nos fuimos por la movilización, por supuesto, pero también porque ya no nos sentíamos seguros", dice hoy Luba. Un temor que ha ido en aumento a medida de la escalada del conflicto ruso-ucraniano.

Luba recuerda perfectamente el 9 de mayo de 2022, Día de la Victoria en Rusia. La población celebraba la victoria en la Segunda Guerra Mundial. Había un desfile militar en la Plaza Roja de Moscú y muchos rusos lucían retratos de héroes de guerra en una concentración conocida como el "Regimiento Inmortal". Ese día, Luba sentía que no tenía nada que ver con las conmemoraciones. A primera hora de la tarde, salió de su piso y se dirigió a la estación de metro de Volokolamskaya, en el noroeste de la ciudad. Tenía previsto encontrarse con una amiga para ir a apoyar a activistas que estaban procesados. Pero no fue así.

El gran laboratorio moscovita

Una vez dentro de la estación de metro, Luba escaneó su billete. Hay cámaras equipadas con reconocimiento facial instaladas sobre las puertas de acceso. Al bajar las escaleras mecánicas, dos policías la detuvieron. En su ordenador, uno de ellos mostró dos fotografías suyas. Una recién tomada a la entrada del metro y otra más antigua para comparar. "Recuerdo que era de buena calidad, pero no recordaba de dónde procedía. Pensé que un banco, que en Rusia están muy vinculados al gobierno, podría haberles pasado la imagen", continúa preguntándose.

A medida que avanzaba la conversación, Luba se dio cuenta de que la imagen había servido de base de investigación a un sistema de reconocimiento facial de las cámaras de la red de metro. En Moscú hay muchísimas cámaras", dice, "y sólo en esta ciudad las vemos conectadas a algoritmos y sistemas de inteligencia artificial".

Desde hace varios años, Moscú es uno de los mayores laboratorios de pruebas de esta controvertida tecnología. Un cambio radical de seguridad que se inició con ocasión de la Copa Mundial de Fútbol de 2018. Hoy en día, se dice que hay cerca de 180.000 cámaras vigilando las calles de Moscú, 100.000 de las cuales están conectadas a un software de reconocimiento facial desarrollado por la empresa NTechLab. Esta empresa ha ido pasando poco a poco a manos de Rostec, la agencia pública militar-industrial rusa, dirigida desde 2007 por Sergei Chemezov, ex agente del KGB y amigo íntimo de Putin.

Localizada por esos ojos digitales, Luba fue obligada a acompañar a los agentes a comisaría, donde permaneció varias horas. La policía le dijo que la detenían porque probablemente iba a participar en una manifestación contra la guerra en Ucrania que se organizaría para el 9 de mayo.

Luba no tenía intención de hacerlo, pero sí lo había hecho en el pasado y la policía lo sabía. En febrero se había manifestado en San Petersburgo contra el inicio de la guerra en Ucrania. Lo repitió el 6 de marzo, esta vez en Moscú. En cada ocasión, pasó varias horas en comisaría. Desde entonces no han dejado de llegarle cartas.

En la terraza del piso de su hermana, Luba se levanta de su asiento. Entra en casa y regresa unos minutos después con una carpeta plastificada en la mano. Saca varios documentos y los coloca sobre la mesa de madera. Tras las detenciones, Luba recibió varias cartas de las autoridades rusas y las guardó con cuidado.

Acusada de participar en una manifestación espontánea, se enfrenta a quince días de cárcel, pero se niega a obedecer las instrucciones de la policía y acudir a comisaría.

"Es una tecnología realmente insana"

En abril, dos policías llamaron al timbre de su piso de Moscú. Luba no les abrió. La policía acabó llamándola por teléfono. “Les dije que no estaba en Moscú", explica. Me respondieron que había un programa de reconocimiento facial conectado a la cámara de la entrada de mi edificio, y que sabían que estaba en casa. Pero no sé si es verdad. Estas llamadas son sólo una forma de presionarnos, de coaccionarnos para no manifestarnos.

¿Esta identificación por reconocimiento facial en los pasillos del metro es una nueva etapa de la intimidación policial? Aún hoy, Luba no puede estar segura. Una cosa es cierta: esta vigilancia digital ha acentuado su sensación de inseguridad en su país natal. “Te vuelves paranoica, piensas que te pueden reconocer en cualquier sitio y que el Estado puede averiguar si vas a una manifestación", suspira. “Miraba las cámaras por todas partes e intentaba ocultar mi rostro. Es una tecnología realmente insana.”

El reconocimiento facial se utiliza para reprimir a activistas y opositores al régimen, como constata la organización no gubernamental rusa OVD-Info. Aleksandr admite que ésta es una de las razones por las que la pareja, como muchos de sus amigos, ha abandonado el país.

 

Después de todo, no he hecho nada malo, ¿verdad?

Algunos viven ahora a pocos kilómetros de Bonn, o en el norte de Alemania, en Bremen. Otros se han quedado en Rusia, donde son detenidos con frecuencia, como Mijail Lobanov, un político de izquierdas muy crítico con el gobierno actual y por el que Luba hizo campaña en las elecciones parlamentarias de 2021.

De momento, la pareja se adapta a la vida alemana y aprende la lengua de Goethe. Nada fuera de lo común para Luba, que vivió sucesivamente en Bruselas, Viena, Copenhague y Madrid durante sus estudios de urbanismo. Aunque Aleksandr aún no ha encontrado trabajo, ella está ayudando en la Universidad de Aquisgrán, en un programa de arquitectura.

Pero Luba no se ha olvidado de Rusia. Espera volver este verano para visitar a sus padres y a su hermano en Tver, una ciudad industrial entre Moscú y San Petersburgo. Aunque el gobierno no la busca, admite que le da "un poco de miedo" volver a casa. ¿Por temor a ser identificada por reconocimiento facial? "La verdad es que no. Al fin y al cabo, no he hecho nada malo, ¿verdad?

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Traducción de Miguel López

 

Una sábana pegada a la ventana sirve de pancarta improvisada. En ella puede leerse Stand with Ukraine (Apoya a Ucrania). Hace unos meses, esta guerra obligó a Luba Krutenko y a su marido Aleksandr a abandonar su país natal. Esta rusa de 33 años vive ahora en una zona residencial de Bonn (Alemania).

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