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'Caso Polanski': la imposible separación entre el hombre y el artista
El estreno en Francia de la última película de Roman Polanski en un momento en que otra mujer (cinco lo hicieron antes), Valentine Monnier, relata con todo detalle cómo el cineasta supuestamente la violó en 1975 supone un punto de inflexión cultural cuando los críticos deciden plantearse la cuestión de la separación entre la obra y el artista.
La distinción entre el hombre y su obra es el argumento esgrimido por los defensores del cineasta y de sus pelíuclas en el momento del estreno de J'accuse. Sin embargo, esta defensa no se pone suficientemente en perspectiva. Cuando se acusa a un/una artista de ataques por motivos raciales, él/ella desaparece inmediatamente de la esfera cultural. Como si la violencia sexual contra las mujeres fuera menos grave que el racismo.
Además, la vida personal de los artistas siempre se aborda si se trata de mujeres directoras de cine. Críticos y periodistas no dudan en reflejar su orientación sexual, su decisión de ser madre y todos los temas relacionados con la intimidad para hablar de su trabajo. Estos “reflejos” revelan que las mujeres son menos valiosas (lo que les ha ocurrido se considera menos importante que el trabajo de un hombre) y que la intimidad sólo concierne al segundo sexo.
En cuanto a la censura, nunca se plantea tampoco cuando se trata de obras de mujeres directoras que se eliminan de nuestra historia cinematográfica, o que no se producen o que no se emiten en festivales o teatros. Las cifras revelan el sexismo existente en todos los niveles de la industria. Pasamos del 50% de las estudiantes de cine en las escuelas de cine al 23% de mujeres cineastas que consiguen realizar su primer largometraje y sólo el 12% de las series audiovisuales están dirigidas por mujeres. Las historias de ficción o de vida de las mujeres simplemente no llegan a nosotros.
En el caso de Roman Polanski, la separación de la obra y del artista resulta imposible, ya que el propio director presenta en paralelo, en el dossier de prensa de la película, la elección del tema de su obra con su vida personal. Explica que “conoce muchos de los mecanismos de persecución de la película”, lo que “obviamente” le resultó de “inspiración”. Y añade: “Historias aberrantes de mujeres que nunca he visto en mi vida que me acusan de cosas que dicen que ocurrieron hace más de medio siglo”. Roman Polanski desacredita a las mujeres que hablaron como si sus palabras no tuvieran valor. Ser sospechoso de violación no tendría consecuencias, ya que él, acusado de violencia sexual por seis mujeres menores de edad (adolescentes o niñas), vive con impunidad. Si nos tomamos el tiempo de leer los testimonios de estas seis mujeres, entendemos que las consecuencias y el sufrimiento no se detienen en los hechos denunciados.
Sin embargo, en los últimos días ha habido un aumento de las críticas. Por primera vez en Francia, ¿las acusaciones de violación transforman la forma en que los críticos perciben una obra? Para los críticos Luc Chessel y Élisabeth Franck-Dumas, de Libération, es el testimonio de Valentine Monnier en Le Parisien, unos días antes del estreno de J'accuse, lo que cambia la situación. El cambio de paradigma opera, al leer las historias de las mujeres, resultando imposible ignorarlas.
Extracto del dosier de prensa oficial de la película, con una entrevista con Roman Polanski.
Esto requería una alineación de los planetas, como señala la crítica Camille Nevers en Libération. La investigación de Mediapart (socio editorial de infoLibre) ha mostrado los engranajes de un sistema silencioso en la industria cinematográfica. Acto seguido, el testimonio de Adèle Haenel permitió una primera toma de conciencia. La han creído. Nadie se atrevió a exponer los eternos argumentos “lo hace para conseguir más trabajo” que se escucharon, por ejemplo, de la actriz Sand Van Roy, que acusó de violación al director Luc Besson, o “no parecía de su edad” que se escuchó en el caso de Samantha Geimer, de 13 años, cuando describió las penetraciones forzadas de Polanski en los tribunales en 1977.
Las palabras de Adèle Haenel hizo que algo saltase en el imaginario francés: ¿y si las víctimas no mintieran? Nos dimos cuenta colectivamente de que al apartar la mirada de ellas, al no escucharlas, éramos a su vez parte de esta cultura de violación en la que la agresión sexual se minimiza y trivializa. Por lo tanto, nos encontramos en un punto de inflexión cultural en Francia porque, por primera vez, se escuchan las historias de las presuntas víctimas. Ya no predomina la versión del presunto agresor, sino las palabras de las mujeres.
Todavía hay dos preguntas: la presunción de inocencia y el perdón. Para aquellos que quieren creer tanto a las víctimas como a nuestro sistema judicial, recordemos que en Francia sólo una de cada diez denuncias conduce a la condena del agresor (y una violación de cada 100 es objeto de una condena). La mayoría de las mujeres y hombres que son víctimas de agresiones sexuales no denuncia y los testimonios falsos son extremadamente raros (menos del 2% de las denuncias son falsas en Inglaterra, según Valerie Rey-Robert, autora de Une culture du viol à la française).
¿Por qué la palabra de una víctima que habla tendría que tener menos valor que la presunción de inocencia? ¿No deberíamos cuestionar nuestro sistema judicial antes de invocar la presunción de inocencia si creemos en las mujeres?
Recientemente en el plató de Mediapart, el director Costa-Gavras reclamó el “perdón para Polanski” porque Samantha Geimer afirma haber perdonado al cineasta, por lo que debemos alinearnos con la línea de conducta de la víctima. Según Costa-Gavras, “el perdón es necesario en la sociedad, de lo contrario no hay democracia”.
Separemos las palabras de la víctima de nuestra actitud colectiva. Samantha Geimer ha pasado más de 40 años viviendo con estos acontecimientos unidos a su nombre. Estamos empezando a interesarnos por su testimonio y en el de muchas víctimas. Antes de perdonar, escuchemos las voces de aquellos que tratan de hacerse oír. ¿Por qué escuchar sería menos valioso que perdonar? ¿No es precisamente para hacer que la democracia de hoy "reconozca" esta palabra de las víctimas, para vivir con este dolor, con esta oscuridad y no para pasar página?
En lugar de pasar, única y directamente, a la presunción de inocencia y perdón, ¿no deberíamos permitir que las palabras de los testimonios infundieran, que sintieran nuestro malestar, que cuestionaran nuestra culpabilidad ante el silencio que ha visto arraigado en nuestra sociedad durante demasiado tiempo?
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Traducción: Mariola Moreno
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