En 2016, Donald Trump llegaba a la Presidencia de Estados Unidos después de una campaña en la que acusó a China de haber “violado” a Estados Unidos. También culpó a Pekín de ser responsable del “mayor robo de la historia del mundo”, al aprovechar la globalización impulsada por el capitalismo financiero desde los años 80.
Detrás de las murallas de Zhongnanhai, sede del Gobierno, no muy lejos de la Ciudad Prohibida de Pekín, los líderes del Partido Comunista chino y de la segunda economía más grande del mundo no se sorprendieron. Durante varios años, debido a su creciente poder, se habían acostumbrado a este juego de roles; asumir, con el fervor de las campañas electorales, la función de chivos expiatorios. Antes de volver al “business as usual” después de las elecciones.
El mandato de Trump marcó un punto de inflexión. Como señala Maya Kandell, historiadora y especialista en política exterior estadounidense, en un texto publicado en la web Le Grand Continent, “la Presidencia de Donald Trump marca el fin de la post Guerra Fría”. El final de un período que puede “resumirse en un doble paradigma”, continúa la historiadora: la globalización con la creencia en la “extensión de las democracias de mercado” y la “guerra global contra el terrorismo” iniciada tras los ataques del 11 de septiembre de 2001.
En ese marco, se hizo añicos el consenso sobre la política estadounidense respecto de China, teorizado en 1967 por Richard Nixon en un artículo de la revista Foreign Affairs (“Asia after Vietnam”), antes de ponerlo en práctica a principios de los años 70 como presidente con la ayuda de Henry Kissinger: “contención sin aislamiento”.
Ahora China es claramente el rival número uno para los estadounidenses, demócratas o republicanos. El enemigo que hay que derrotar. “La competencia estratégica y más específicamente la rivalidad ‘sistémica’ con China, ha reemplazado a la lucha contra el terrorismo como objetivo principal de la política exterior [estadounidense]”, destaca Kandell.
Como ha quedado de manifiesto en esta campaña, el discurso ya no versa sólo sobre la economía, sino también sobre los “valores norteamericanos” amenazados por la emergencia geopolítica del imperio asiático. “No podemos tratar esta encarnación de China como un país normal, como cualquier otro”, llegó a decir el secretario de Estado Mike Pompeo.
La pandemia del covid-19, que comenzó en China a finales del año pasado, aceleró esta nueva política de contención, recogida en 2017 el documento de la Nueva estrategia de seguridad naciona (“Contrariamente a nuestras esperanzas, China ha ampliado su poder a expensas de la soberanía de otros”, se recoge) y fue refrendada en octubre de 2018 por el vicepresidente Mike Pence, en un discurso en el conservador Centro de Investigación del Hudson Institute. “Hizo falta la pandemia y el proximidad electoral para que Trump se sume en marzo de 2020, refrendando el consenso”, escribe Kandell.
Los principales responsables de la política diplomática y de seguridad se pronunciaron públicamente en junio y julio sobre la “amenaza china”, incluyendo a Mike Pompeo, Robert O'Brien, asesor de seguridad nacional: “Seamos claros, el Partido Comunista de China es una organización marxista-leninista. El secretario general del partido Xi Jinping se ve a sí mismo como el sucesor de Joseph Stalin”, o Christopher Wray, director del FBI (la agencia federal de inteligencia, responsable de los servicios internos de inteligencia), en el Instituto Neoconservador Hudson en Washington, D.C. “La mayor amenaza a largo plazo para la información y la propiedad intelectual de nuestra nación, así como para nuestra vitalidad económica, es el contraespionaje y el espionaje económico que proviene de China”.
En esta atmósfera de guerra fría, donde se acumulan los asuntos de confrontación (Huawei, TikTok, Hong Kong, Xinjiang, Taiwán...), el FBI ha producido un vídeo que utiliza los códigos visuales y narrativos de una serie. The Nevernight Connection se inspira en un hecho real, el del exoficial de la CIA Kevin Mallory, condenado a 20 años de prisión por vender documentos clasificados a un agente chino durante dos viajes a Shanghái en marzo y abril de 2017.
Detrás de esta nueva estrategia hay un equipo de “personas muy conocedoras de lo que ocurre en China”, dice a Mediapart (socio editorial de infoLibre) Zhang Lun, profesor universitario de civilización china y profesor visitante de la Universidad de Harvard.
Entre ellos, se ecuentra un estadounidense de origen chino, Miles Yu (su nombre en chino es Yu Maochun). Este asesor de Mike Pompeo era profesor en la Academia Naval de los Estados Unidos. Nacido en la provincia de Anhui en 1963, creció en Chongqing, una metrópoli del sudoeste del país, antes de trasladarse a los Estados Unidos para estudiar en los 1980.
En septiembre, en un debate sobre Hong Kong, Miles Yu –denunciado por los círculos nacionalistas chinos como un hanjian, un traidor (a la nación han, que lleva el nombre del grupo étnico mayoritario de China)– explicó que ya no es posible para Estados Unidos ignorar las diferencias entre dos sistemas opuestos, la democracia occidental y la dictadura comunista de China.
“No hay ningún país en el mundo que sea más consciente de la Guerra Fría que China. China considera el sistema internacional como una lucha interminable entre el socialismo con características chinas y el resto del mundo”, indicó (se puede ver el vídeo aquí, a partir del minuto 1h y 24 min.).
Mientras que Nixon se centró principalmente en encontrar un punto de encuentro, Pompeo y su equipo se preocupan por no olvidar lo que tienen contra China, añadió. La diferencia con la Guerra Fría, tal como se desarrolló entre Estados Unidos y la Unión Soviética, reconoció, sin embargo, es que no hay consenso entre las naciones occidentales. “Aún no hemos llegado a ese punto [...] pero creo que nuestros argumentos están ganando”.
Otra figura clave es el experiodista Matthew Pottinger –corresponsal en China durante diez años para Reuters y The Wall Street Journal– convertido en asesor de Donald Trump como asesor adjunto de seguridad nacional. En un discurso pronunciado en chino el viernes 23 de octubre, denunció la existencia de “campos de concentración” para controlar a la minoría musulmana uigur de la provincia de Xinjiang, de habla turca.
The Global Times, un diario nacionalista chino, reaccionó con vehemencia, juzgando que “la política estadounidense hacia China está siendo pervertida por ciertos supuestos especialistas en China, que miran a China a través de sus anteojeras. Pasan por alto la simple evidencia de que China es un país importante, dedicado al desarrollo pacífico, que promueve la sinceridad de la cooperación en lugar del antagonismo. Estos llamados expertos, en China, han desarrollado escenarios inverosímiles para provocar una confrontación entre Estados Unidos y China. Son destructores de la paz mundial, que en última instancia serán despreciados por la historia”.
Esta insistencia en reinscribirse en el combate ideológico de los años 50 es una forma, para los republicanos, de reactivar un combate basado en la moralidad, en la que el “bien” se enfrenta a las fuerzas del “mal”. Además, esta retórica le sienta bien a Mike Pompeo, que es evangélico.
¿Pero qué pasa con los demócratas?
Durante la campaña, su candidato, Joe Biden, también adoptó una línea ofensiva en la cuestión China. Mientras Trump ataca la supuesta debilidad de Biden hacia Pekín y los supuestos lazos financieros de su hijo Hunter con socios chinos (con la ayuda de Fox News); su rival demócrata replica con la cuenta secreta que el presidente tiene en China –un hecho revelado por The New York Times. “Sólo hay un asunto en el que Biden y Trump están en la misma línea y es China”, dijo Pierre-Antoine Donnet, periodista y autor de Le Leadership mondial en question. L’affrontement entre la Chine et les États-Unis.
¿Biden buscará volver a una política más “tradicional” con relación a Pekín”? No. “Con Biden, puede haber una retórica menos agresiva, pero la política seguirá siendo la misma”, dice Pierre-Antoine Donnet. “Este punto de inflexión permanecerá”, dice Zhang Lun. “Por supuesto, habrá diferencias. Biden, si es elegido, tratará de movilizar a los aliados occidentales o volverá a los foros internacionales para contrarrestar mejor a China”.
Esto es lo que decía el exvicepresidente de Barack Obama en un artículo publicado por Foreign Affairs en su número de marzo-abril titulado “Por qué Estados Unidos debe liderar de nuevo. Rescatar a Estados Unidos de la política extranjera de Trump”. En él, recuerda su conocimiento del tema –“He pasado muchas horas con sus líderes y entiendo a lo que nos enfrentamos”– y subraya que China “presenta un desafío especial”. “La manera más efectiva de hacer frente a este desafío es construir un frente unido de aliados y socios de Estados Unidos para hacer frente al comportamiento abusivo de China y a las violaciones de los derechos humanos, incluso mientras buscamos cooperar con Pekín en temas donde nuestros intereses convergen, como el cambio climático, la no proliferación y la seguridad de la salud mundial”.
Para construir este frente unido, Biden precisa que, si es elegido, organizará una “cumbre de la democracia” para reunir a las democracias del mundo para “forjar una agenda común”.
También dice que quiere poner en práctica una política exterior que sirva a la clase media. “Para ganar la competición del futuro frente a China o cualquier otro país, Estados Unidos necesita afinar su capacidad de innovación y unir el poder económico de las democracias del mundo para contrarrestar las prácticas económicas abusivas y reducir la desigualdad”.
En cualquier caso, en Pekín, ya sea otra vez Trump o Biden, se están preparando. Se manejan los símbolos de la Guerra Fría. Toda la semana pasada se dedicó al 70º aniversario de la “guerra de resistencia contra Estados Unidos y la ayuda a la República Popular Democrática de Corea [Corea del Norte], es decir, la guerra de Corea (1950-1953), el único conflicto militar directo del siglo XX entre la República Popular China –un ejército que Pekín siempre ha presentado como “voluntarios”– y Estados Unidos.
El lunes en Pekín, el propio Xi Jinping guió a los otros seis miembros del comité permanente del Buró Político a través de la exposición inaugurada en el Museo Militar Revolucionario del Pueblo Chino. La ocasión, según el informe oficial para los medios de comunicación, fue una oportunidad para “revisar exhaustivamente el glorioso curso y la valiosa experiencia del Partido Comunista de China en la conducción de la guerra de resistencia contra EE.UU. y la ayuda a la República Popular Democrática de Corea y demostrar vívidamente la rica connotación y el valor contemporáneo del gran espíritu de resistencia contra EE.UU. y la ayuda a la RPDC”.
Y si Estados Unidos no lo hubiera entendido, el propio Xi Jinping advirtió el viernes: “Nunca nos quedaremos de brazos cruzados mientras se socavan los intereses de soberanía, seguridad y desarrollo de nuestro país y no permitiremos que nadie ni ninguna fuerza viole o divida el territorio sagrado de nuestra madre patria. En el caso de una situación tan grave, el pueblo chino se enfrentará a ella de frente”.
Al día siguiente, le siguió el Diario del Pueblo, un órgano del Partido Comunista Chino. “La melodía de hace 70 años aún resuena en nuestros oídos: ‘Caminar con coraje y vigor por el río Yalu, protegiendo la paz y defendiendo la patria significa proteger nuestra patria”. El periódico explica: “Las palabras contundentes y las declaraciones solemnes inspiraron al pueblo chino y enviaron una clara señal al mundo de que China salvaguardará firmemente sus intereses nacionales y no permitirá nunca que sus intereses fundamentales se vean comprometidos”.
El próximo presidente de EE.UU. ya lo sabe.
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Traducción: Mariola Moreno
Leer el texto en francés:
En 2016, Donald Trump llegaba a la Presidencia de Estados Unidos después de una campaña en la que acusó a China de haber “violado” a Estados Unidos. También culpó a Pekín de ser responsable del “mayor robo de la historia del mundo”, al aprovechar la globalización impulsada por el capitalismo financiero desde los años 80.