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El contraste es asombroso. Por un lado, los occidentales han transferido sus embajadas al aeropuerto de Kabul, en un clima caótico, para supervisar las operaciones de evacuación de sus ciudadanos y sus colaboradores afganos. Por otro, China ha mantenido su representación en la capital afgana, lo mismo que los rusos y los paquistaníes. Y el representante chino, Wang Yu, se reúne tranquilamente con su homólogo paquistaní Mansur Ahmad Khan para hablar de “la situación afgana actual y de la necesidad de una estrecha colaboración entre los afganos, China, Pakistán y la comunidad internacional para buscar una salida de la crisis basada en la inclusividad, el respeto de los derechos humanos y el Estado de derecho”, según ha tuiteado el embajador paquistaní.
Pero la prueba de que la situación no es estable es que la Embajada china, en un comunicado publicado el sábado 21 de agosto, ha recomendado a sus ciudadanos “respetar estrictamente las costumbres y prácticas islámicas, poner mucha atención a su vestimenta y a sus comidas en público y no romper los tabús para proteger su propia seguridad”. Y sigue el texto, “Por otra parte, el nuevo gobierno no se ha formado aún, el orden social no ha sido restablecido todavía y son frecuentes los actos ilegales. El aeropuerto de Kabul y otras zonas siguen siendo caóticos. Les rogamos se mantengan alejados de las zonas peligrosas y que tomen precauciones para su protección”.
Prioridad a la seguridad
Estos consejos son imagen de la política de Pekín tras el colapso del gobierno sostenido por Estados Unidos y la retirada programada de las tropas americanas: se da la prioridad a la seguridad y no hay que hacer nada, en estos momentos de incertidumbre, para obstaculizar las futuras relaciones con los talibanes.
Por lo tanto, son el pragmatismo y la prudencia los que están al orden del día. Especialmente porque para Pekín esta salida de los americanos no ha sido verdaderamente una sorpresa. Ya la anticiparon, estima Niva Yau, investigadora de la academia de la Organización para la Seguridad y Cooperación en Europa (OSCE), con sede en Bishkek, en Kirguistán. “China se preparaba para un cambio rápido de la situación, si consideramos al mismo tiempo los mensajes de seguridad cada vez más explícitos de la Embajada en Kabul dirigidos a sus ciudadanos y las reuniones de dirigentes chinos con los talibanes”, dice Yau.
A finales de julio creó sensación la reunión entre el ministro chino de Asuntos Exteriores, Wang Yi, y el cofundador y número dos de los talibanes, mullah Abdul Ghani Baradar, celebrada en Tianjin, en el norte de China. Dos días antes, el diplomático chino se había reunido, en la misma ciudad, con el secretario de Estado adjunto de Estados Unidos, Wendy Sherman. Todo un símbolo. Esta reunión con los talibanes era una muestra de que Pekín está en contacto permanente con todas las partes del conflicto afgano. En junio, China les entregó 700.000 dosis de vacunas contra el covid-19, un gesto reconocido por el presidente Ashraf Ghani en persona.
Xianjiang en primera línea
“Una característica de Pekín es no poner todos los huevos en la misma cesta”, subraya Thierry Kellner, profesor del departamento de ciencias políticas de la Universidad Libre de Bruselas (ULB), donde enseña política exterior china. “El gobierno y la diplomacia chinas tratan de jugar muchas bazas para prevenir todo tipo de situación”. A corto plazo, el tema de la seguridad es prioritario para Pekín, siguiendo sobre todo su voluntad de mantener el control sobre la provincia de Xianjiang, en el noroeste, donde la represión de las minorías túrquicas musulmanas, en particular los uigures, viene siendo denunciada por organizaciones de derechos humanos. Algunos países, como Estados Unidos, hablan de genocidio.
Los chinos afirman que su vecino afgano cobija terroristas uigures, agrupados en el Movimiento Islámico del Turkistán Oriental (ETIM, según su acrónimo en inglés). Con ocasión de su encuentro con el mullah Baradar, Wang Yi exigió a los talibanes, según la agencia Nueva China (Xinhua), que “se desmarquen claramente del ETIM y de los demás grupos terroristas y que les reprima de manera decidida y eficaz para eliminar cualquier obstáculo y crear condiciones favorables para la paz, la estabilidad y el desarrollo de la región”.
Siempre según Nueva China, Abdul Ghani Baradar respondió que “los talibanes no permitirán de ninguna manera a ninguna fuerza hacer algo que pueda dañar a China en territorio de Afganistán”. Todo eso pensando en que China participe en la reconstrucción del país.
Lección a los americanos
Para asegurarse de que los talibanes respeten sus promesas, Pekín sin duda “se apoyará aún más en los próximos meses en la Organización de Cooperación de Shanghai (OCS)”, dice Niva Yau. La OCS, fundada en 2001 por China, Rusia y cuatro estados del Asia Central, Kazakhstán, Kirghistán, Uzbekistán y Tajikistán, a los que se uniría India y Pakistán en 2017, ha sido utilizada por Pekín para colocar la lucha contra el terrorismo uigur en el centro de la cooperación con los países del Asia Central.
“La OCS se ha profesionalizado como estructura de lucha antiterrorista. China ha aumentado el intercambio de información sobre seguridad en las fronteras y la formación de guardias fronterizos, lo que ha permitido erradicar la presencia de ese grupo en Asia Central”, explica la investigadora.
Por lo pronto, Pekín ha aprovechado también para sermonear a su gran rival americano, a quien acusa de haber provocado todo este caos. Diplomáticos y agencias oficiales hacen un llamamiento a la otra gran potencia para que saque conclusiones de su intervencionismo militar.
De paso por Pakistán el pasado fin de semana, el emisario especial chino para Afganistán, el experimentado diplomático Yue Xiaoyong -estuvo destinado en Qatar, Jordania e Irlanda- ha criticado la retirada “precipitada e irresponsable” de Estados Unidos y de la OTAN, que son los responsables, según él, de “la situación desastrosa y del caos en Afganistán”. “Estados Unidos tiene que entender que el recurso a la fuerza, la acción militar y la injerencia en los asuntos de otros países no hacen más que agravar la situación”, declaró Yue en una entrevista en la televisión Geo News.
Al día siguiente de la caída de Kabul, el 16 de agosto, Nueva China veía ahí “otro paso más en el declive de la hegemonía americana”. “En diciembre de 2010, la revista americana The Nation publicó un artículo titulado El declive del imperio americano, afirmando que la invasión de Irak en 2003 marcaba el comienzo del declive de Estados Unidos, lo que era basante premonitorio”, escribe la agencia oficial. “Desde entonces, tras la crisis financiera mundial y la nueva epidemia, entre otros reveses, el declive de la hegemonía americana se ha convertido en una realidad indiscutible, y el hundimiento de Afganistán es una etapa más en la 'espiral descendiente' de la hegemonía americana”.
La maldición afgana
Entre los sectores más nacionalistas del régimen, cuyo portavoz es el diario Global Times, el declive americano es el tono dominante. “En el Global Times abundan los artículos sobre el hecho de que Taiwán debería desconfiar, estimando que su seguridad no está asegurada en absoluto a la vista del ejemplo afgano. Estamos asistiendo a una instrumentalización de la retirada americana”, destaca Thierry Kellner.
Pero, más allá de los grandes discursos que halagan al nacionalismo han, -la etnia mayoritaria- y al partido comunista chino, Pekín se cuidará mucho de no comprometerse militarmente, salvo en posibles misiones de mantenimiento de la paz, y de invertir masivamente mientras la situación no se estabilice. Pekín ha tomado nota del fracaso americano. Como explica en el New York Times Zhou Bo, ex coronel del Ejército Popular de Liberación (ALP), ahora dedicado a la investigación, “Afganistán ha sido considerado mucho tiempo como un cementerio para los conquistadores: Alejandro Magno, el Imperio británico, la Unión Soviética y ahora Estados Unidos. Ahora, China no llega armada con bombas sino con proyectos de construcción y con la oportunidad de probar que se puede romper la maldición”.
Y a muy corto plazo, China podrá incluso establecer una cooperación con Estados Unidos y Europa, porque “Afganistán es un terreno donde pueden confluir los intereses occidentales y chinos”, señala Thierry Kellner.
“A más largo plazo, Afganistán, vecino de Pakistán, donde China desarrolla el corredor chino-paquistaní que une Xianjiang con el mar de Arabia, puede sin embargo ser un importante peón en la vasta red de proyectos de infraestructuras de las “nuevas rutas de la seda” de Xi Jinping, el número uno chino. “Afganistán está en definitiva bien emplazado para unir Asia Central con Asia del Sur”, explica Niva Yau.
Pero algunos expertos chinos, como el economista Mei Xinyu, que depende del ministerio de comercio, hacen una advertencia: “China no debe dejarse llevar por sus fantasías”, previene en un texto publicado el 18 de agosto. Xinyu recomienda pensar en la historia agitada del país y “la debilidad de la cohesión social afgana” con sus identidades “tribal, religiosa y sectaria”. Sin hablar de la letanía de las “traiciones, conspiraciones, golpes de Estado, guerra civil...”.
El economista destaca también todos los retos que el país, “completamente marginado en el sistema comercial internacional desde finales del siglo XV”, debe afrontar tras 40 años de guerra civil. En primer lugar, alimentar a sus habitantes, porque durante los 20 años de la República Islámica de Afganistán “el margen creciente entre la demanda alimentaria y la producción alimentaria nacional ha estado en gran parte cubierto por la ayuda internacional, en su mayoría procedente de países occidentales”.
Los talibanes podrán contar con seguridad con el apoyo de Pakistán y de algunos Estados del Golfo, pero seguramente no bastará. “El nuevo régimen de Kabul sufre una presión sin precedentes para responder al desafío alimentario”, estima Mei Xinyu.
Aunque Afganistán tiene la mina de Aynak, uno de los yacimientos de cobre más grandes del mundo, controlado por los chinos desde 2008, el economista afirma que no hay que fundar demasiadas esperanzas en los recursos materiales del país (litio, cobre, hierro, oro y también piedras preciosas). “No serán suficientes para permitir a Afganistán salir de la crisis”, indica el economista, y añade que “las afirmaciones de que Afganistán es una especie de 'encrucijada de civilizaciones' o bien es importante para las nuevas rutas de la seda o no son más que fantasmas”.
Conclusión: “A corto plazo, a condición de que se garanticen los pagos y la seguridad, nosotros podemos proveer activa y regularmente el mercado afgano de bienes corrientes de consumo, pero los proyectos de inversión en activos fijos, en particular las inversiones a gran escala, deben ir más despacio”. Una vez más, prudencia y pragmatismo.
Traducción: Miguel López
Texto original en francés:
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