Durante ocho largos años, las autoridades ucranianas han mantenido una posición de principio muy clara, aunque haya hecho sonreír a algunos diplomáticos occidentales: los 27.000 km² de Crimea tenían que volver un día al control de Kiev. Nunca pareció probable que esta reclamación se materializara sobre el terreno, y la cuestión quedó fuera de los acuerdos de Minsk de 2014 y 2015, que se centraron en la resolución del conflicto en el Donbás.
El pasado mes de febrero, cuando las fuerzas rusas parecían estar a punto de rodear la capital ucraniana, el presidente Zelensky sólo pedía volver a las líneas del frente anteriores a la invasión, pero ahora las victorias ucranianas han llevado a Kiev a recalibrar sus objetivos.
En la cumbre del G20 en Indonesia, el jefe de Estado ucraniano exigió la retirada por Rusia de "todas sus tropas y formaciones armadas del territorio ucraniano", incluidas las del "territorio ocupado" de Crimea. Unas horas antes, el general Valeri Zaluhnyi subrayó en una conversación telefónica con Mark Alexander Milley, jefe del Estado Mayor conjunto americano, que los soldados ucranianos no aceptarían "ninguna negociación, acuerdo o solución de compromiso". Volodímir Havrilov, viceministro de Defensa ucraniano, declaró recientemente que las fuerzas de Kiev podrían volver a Crimea "a finales de diciembre".
La península está lejos de ser una fortaleza asediada, pero desde la toma de Jersón el frente se ha establecido a unos 100 km del istmo de Perekop. Las comunicaciones con Rusia se han vuelto difíciles desde la destrucción parcial, el 8 de octubre, del puente construido por Vladimir Putin sobre el estrecho de Kerch.
Los cañones de Kiev pueden alcanzar las vías férreas del sur de Ucrania y amenazan la ciudad de Nova Kajovka, punto de partida del canal que suministra agua dulce a parte de la región. El 24 de febrero de 2022, los tanques rusos estacionados en Crimea atravesaron los puestos de control fronterizo ucranianos con la idea de llegar a las afueras del puerto de Odessa en pocos días. Pero, mira por dónde, son los civiles movilizados por Vladimir Putin a finales de septiembre los que ahora sostienen el frente, detrás de las líneas de defensa montadas apresuradamente.
Colonización
¿Está el Ejército ucraniano en condiciones de recuperar la península? Es imposible responder a esta pregunta por el momento, ya que el Dniéper protege sólidamente el flanco occidental de los soldados del Kremlin y las tropas de Kiev aún no han lanzado una nueva ofensiva. Pero solo planteársela ya parece una terrible admisión de fracaso para Putin. En efecto, el presidente ruso ha construido gran parte de su credibilidad política sobre el "retorno" de la región a la órbita de Moscú, tras la anexión del 18 de marzo de 2014. En aquel momento, reafirmó que "Crimea (había) sido siempre y sigue siendo una parte integral de Rusia en los corazones y las mentes de la gente".
Integrada en el Imperio ruso tras la destrucción del Janato de Crimea en 1783 por la emperatriz Catalina II, la península simboliza desde hace tiempo la culminación del sueño ruso de acceder a los mares cálidos, y debía servir de trampolín para amenazar Constantinopla y los estrechos del Mar Negro.
Para consolidar su control sobre la región, las autoridades rusas lanzaron rápidamente una política de colonización de estas nuevas tierras, mientras los tártaros que las poblaban se exiliaban al Imperio Otomano. Los tártaros aún representaban el 50% de la población de la región al final de la Guerra de Crimea en 1856, pero no más de un tercio a finales del siglo XIX, y más tarde serían deportados en masa por Stalin al Asia Central al final de la Segunda Guerra Mundial, bajo la acusación colectiva de "colaboración" con el ocupante nazi.
Tras su independencia en 1991, Crimea se convirtió en un escollo entre Kiev y Moscú
Junto a esta simplificación identitaria, las guerras de los siglos XIX y XX contribuyeron a anclar la península en la memoria rusa y soviética y a confirmar la importancia de su función militar, sobre todo gracias al desarrollo del gran puerto de Sebastopol, sede de la flota del Mar Negro y "ciudad héroe" de la Segunda Guerra Mundial.
"A finales de marzo de 2014, nueve de cada diez rusos aprobaban la adhesión de Crimea a Rusia. (...) Ese apoyo superó las divisiones políticas, socioprofesionales, generacionales y regionales para arrastrar a la mayoría de los rusos, incluidos los tradicionalmente críticos con el Kremlin", señala la investigadora Anna Colin Lebedev, en su libro ¿Hermanos jamás? Ucrania y Rusia: una tragedia postsoviética (edit. Seuil, 2022).
Tras su independencia en 1991, Crimea se convirtió en un escollo entre Kiev y Moscú, y el Parlamento ruso no dudó en que el control de la región fue un “regalo” a Ucrania en 1954. Esa transferencia de soberanía, organizada por Nikita Jruschov, entonces Primer Secretario del Comité Central del Partido Comunista de la Unión Soviética, había sido oficialmente "una muestra de la confianza y el afecto ilimitados del pueblo ruso por el pueblo ucraniano", con motivo de las celebraciones del tricentenario del Tratado de Pereyaslav de 1654, que había marcado, según la terminología soviética, "la reunificación de Rusia y Ucrania".
Para algunos historiadores, esta redefinición de la frontera tenía como principal objetivo aumentar la proporción de rusoparlantes en Ucrania, pero el 54% de la población de Crimea se declaró, sin embargo, a favor de la independencia en 1991.
Un acuerdo económico
En 1997, los presidentes ruso y ucraniano, Boris Yeltsin y Leonid Kuchma, acordaron finalmente el reparto de la flota del Mar Negro y del puerto de Sebastopol, zona militar cerrada durante la época soviética y adscrita directamente a Moscú y luego a Kiev. En virtud de ese acuerdo, renovado en 2010, Moscú aceptó pagar 98 millones de dólares de alquiler al año, más un descuento del 30% en los suministros de gas ruso a Ucrania, por un coste total estimado de 40.000 millones de dólares hasta 2042.
Tras la revolución del Maidán y la huida del presidente Víktor Yanukóvich en febrero de 2014, Putin aprovechó la oportunidad para resolver un problema económico, al tiempo que se ponía el traje del hombre providencial que había logrado reunificar parte de las "tierras rusas". Si estas tierras se vieran ahora amenazadas por el avance de las tropas ucranianas, ¿serían posibles nuevas represalias -por ejemplo, nucleares-, mientras algunos países occidentales presionan a Kiev para que vuelva a la mesa de negociaciones?
"A pesar de la anexión por parte de Moscú de las regiones ucranianas bajo su control, el abandono de la ciudad de Jersón demuestra que hay diferencias significativas entre esas regiones y el propio territorio ruso. Esta retirada supone implícitamente la existencia allí de Ucrania, ya que esas zonas no están cubiertas por la disuasión nuclear", afirma Vincent Tourret, de la Fundación para la Investigación Estratégica. “Existe una contradicción entre la estrategia de poder rusa y los recursos de que dispone para aplicarla. Hace seis meses, pensaba que era imposible que el Kremlin abandonara Crimea, y que nunca ocurriría. La posición teórica rusa no ha cambiado, pero los ucranianos podrían hacer cambiar la situación sobre el terreno".
Más rusos y menos ucranianos
Desde el pasado verano, han aumentado los ataques ucranianos contra las instalaciones militares de la península, incluido el puerto de Sebastopol, que fue atacado el 29 de octubre por drones aéreos y marinos. Ante la posibilidad de que aumente la presión de las fuerzas de Kiev, ¿es probable que la población de la región acoja a Ejército ucraniano con tanto entusiasmo como la ciudad de Jersón, como afirmó el presidente Zelensky hace unos días?
Desde 2014 se han instalado en Crimea más de 150.000 rusos, según datos de 2019, y decenas de miles de ucranianos han huido de la región. Los más firmes defensores de Ucrania son sin duda los 250.000 tártaros de la región, que se enfrentan a una feroz represión por parte de las autoridades rusas.
Sin embargo, los 2,3 millones de habitantes de la península viven desde hace ocho años en un mundo muy diferente al que está viviendo Ucrania desde la revolución del Maidán. Desde 2014, Moscú habría gastado más de 30.000 millones de euros en Crimea, una región de la Federación cuyo presupuesto está subvencionado en un 70% por el Estado ruso.
En el documental Ucrania, crónica de una guerra anunciada, el ministro de exteriores ucraniano, Dmitró Kuleba, quiso creer, refiriéndose a las regiones ucranianas bajo control ruso, que era imposible "volver a ganar los corazones de la gente para recuperar estas tierras", sino que, por el contrario, era necesario primero "liberarlos", para luego "cambiar su mentalidad". Queda por ver qué narrativa y proyectos está dispuesta a ofrecer Ucrania a la población de Crimea.
En una entrevista de 2017, el historiador ucraniano Andrii Portnov señalaba que Kiev "había hecho poco para que Crimea se insertara de forma positiva, simbólica, en el espacio ucraniano", subrayando que la península siempre había tenido en los libros de texto de historia "la imagen del Janato de Crimea, un territorio desde el que siempre se habían iniciado los ataques a Ucrania". Este investigador subraya la ausencia de intentos "de pensar seriamente en lo que Ucrania podría haber ofrecido, por ejemplo, a la población rusa de Crimea", cuando "Crimea era la única región (...) en que la mayoría de la población se identificaba específicamente como rusa: no como ucranianos de habla rusa, como soviéticos, o lo que sea, sino como rusos".
Si se produjeran combates en la desembocadura del istmo de Perekop, como los que tuvieron lugar entre los bolcheviques y las últimas tropas blancas del barón de Wrangel en 1920, el destino de la población de la península sería sin duda objeto de intensas negociaciones internacionales. Crimea ocupa una posición estratégica que va mucho más allá de los intereses rusos y ucranianos, y el destino de la región será observado de cerca por la vecina Turquía, que hasta ahora se ha cuidado de mantener una posición equilibrada entre los dos beligerantes.
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Traducción de Miguel López