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Los cristianos de Siria temen que “un nuevo monstruo eche al otro”

Entrada de la Iglesia latina de Alepo.

Rachida El Azzouzi (Mediapart)

Alepo, Damasco, Idlib (Siria) —

“Este año la Navidad es diferente. Se nota hasta en los adornos. Hay menos”. Raouia Nanari, paseando por las calles del barrio cristiano de Bab Touma, en la vieja Damasco, señala todos los signos carentes, para ella, de espíritu festivo en su barrio de la capital siria. Desde la caída del dictador sirio Bashar al-Assad, “un terremoto”, la joven, que trabaja para una organización benéfica, está atormentada por la ansiedad.

Le gustaría alegrarse por el final de un régimen sanguinario, unirse a las multitudes eufóricas que ondean la bandera de la revolución y corean “Viva Siria libre”, pero no puede. La preocupación es más fuerte que la esperanza.

Tiene miedo de que “un nuevo monstruo eche al otro”, de que “Siria se convierta en Afganistán” bajo el yugo de los islamistas suníes de la antigua rama de Al-Qaeda, Hayat Tahrir Al-Cham (HTC), y que la minoría a la que pertenece, los cristianos, sea oprimida. “¿Voy a tener que llevar velo, ya no podré llevar una cruz? ¿Van a prohibir los árboles de Navidad en nuestras calles?”

En cuanto a su padre, todavía no quiere creer que Bashar al-Assad, que huyó a Rusia el 8 de diciembre, ya no sea presidente. Para él, encarnaba la estabilidad y la protección, y no era un tirano a sus ojos, a pesar de todas las atrocidades documentadas. Raouia Nanari no está de acuerdo con él. Cree que “Assad el carnicero” instrumentalizaba a las numerosas comunidades étnicas y religiosas de Siria para dividirlas y consolidar su dominio: “Crecimos con miedo a los demás y, admitámoslo, con miedo al Islam.”

El martes 24 de diciembre, dudó si unirse a las manifestaciones que estallaron en varios barrios cristianos de Damasco para denunciar la quema de un árbol de Navidad el día anterior en Souqaylabiya, ciudad predominantemente ortodoxa cerca de Hama, en el centro de Siria. Según el Observatorio Sirio de Derechos Humanos, los autores eran extranjeros del grupo yihadista Ansar Al-Tawhid. Si los detienen, “serán castigados”, prometió a los residentes un líder religioso de HTC en un vídeo viral publicado en las redes sociales, en presencia de sacerdotes. El árbol fue sustituido por otro.

A pesar de las tranquilizadoras palabras y promesas del nuevo gobierno sirio, que anunció que los días 25 y 26 de diciembre serían festivos a partir de ahora, el incendio, calificado de incidente aislado, aumenta el miedo de los cristianos sirios. Este incidente se produce después de otros en la región, como la destrucción –o intento de destrucción– de cruces, según ha denunciado el 18 de diciembre el arzobispado greco-ortodoxo de Hama (la palabra “greco” hace referencia a la lengua utilizada originalmente en la liturgia de estos cristianos orientales).

“Estamos en vilo, tenemos miedo de ser atacados a causa de nuestra religión», declaró a Mediapart Elias Kharat a la salida de la misa de Navidad en la catedral de San Jorge de Alepo, una celebración cuya hora fue adelantada por razones de seguridad. Acompañado de sus amigos, este empresario, que todavía quiere creer, como su sacerdote, en “un renacimiento de Siria”, se sorprendió por la escasa afluencia de fieles en comparación con años anteriores. “Se han quedado en casa o han huido”, afirma.

Desde el levantamiento popular de 2011 se ha producido un éxodo masivo de cristianos en más de una década de guerra civil. En un país de 23 millones de habitantes, la mayoría de los cuales son musulmanes suníes, los cristianos representan ahora sólo el 2% de la población, frente al 8% en 2011. Antes de la Primera Guerra Mundial eran más del 20%. Entre 2011 y 2014 huyeron del país más de 300.000 cristianos.

La comunidad cristiana siria ortodoxa, mayoritaria (caldeos, siriacos, melquitas, maronitas...), y la católica se ha visto golpeada en toda su diversidad por la persecución por la mayoría musulmana, en particular por los grupos yihadistas, entre ellos el Estado Islámico (Daesh). En los últimos años, muchos de sus pueblos, iglesias y patrimonio centenario han sido destruidos o saqueados.

Frente a la fuente de la catedral greco-católica melquita del barrio damasceno de Bab Charqi, Ghassan Tallab, de 60 años, director de una escuela cristiana, se muestra reacio a hablar con los periodistas. “No quiero problemas”, dice. Duerme muy mal y no siente “ni alegría ni alivio” : “Somos libres pero no sabemos lo que nos espera, esto es angustioso”. Hace unos días, preguntó a cada clase de alumnos si tenían miedo. La mayoría respondió que no. Dedujo que “no todos los padres estaban tan estresados como él, tanto mejor”.

“No veo ninguna perspectiva. El horizonte está borroso”, dice Ghassan Tallab mientras cae en los brazos de Jalal Ghazal, el párroco de la iglesia melquita de San Jorge, en el pueblo de Maalula, a cincuenta kilómetros al noreste de Damasco. Poco después de la caída del régimen, Jalal Ghazal dejó Maalula, donde ejercía su ministerio desde hace dos años. La ciudad es un símbolo del cristianismo oriental, enclavada en las escarpadas laderas de las montañas de Qalamun, donde aún se habla arameo, la lengua que hablaba Cristo. El sacerdote se ha refugiado en la capital con su esposa María y sus hijos.

“Quiero irme de Siria porque no me siento seguro ni confiado”, explica el sacerdote, que teme que los cristianos vuelvan a ser los chivos expiatorios. Su esposa, una armenia de Alepo, está de acuerdo: “Los combatientes del HTC dan miedo con sus barbas y su pelo largo. Muchos de ellos esconden la cara bajo pasamontañas, no se les ve nada aparte de los ojos, no estoy tranquila, es la primera vez que lo veo en Damasco”. Su hija, “petrificada”, se niega a salir a la calle.

La pareja relata la llegada de los hombres del HTC a Maalula, muchos de ellos yihadistas, vaciando al aire los cargadores de sus Kalashnikov. En este pequeño pueblo, Patrimonio Mundial de la UNESCO, famoso por sus refugios trogloditas que datan de los primeros siglos del cristianismo, esa demostración de fuerza reavivó los peores traumas entre los miles de habitantes, en su mayoría greco-católicos.

El recuerdo más doloroso data de finales de 2013, cuando los rebeldes, entre ellos yihadistas del Frente Al-Nusra, afiliado a Al-Qaeda, tomaron Maalula y saquearon las iglesias y monasterios, quemando los iconos. Más de un tercio de los 6.000 habitantes huyeron por el país o al extranjero. Trece monjas fueron secuestradas y pasaron tres meses de calvario antes de ser liberadas. Recuperado en abril de 2014 por las tropas de Assad con el apoyo del Hezbolá libanés, el pueblo nunca se ha recuperado del todo.

Jalal Ghazal, cuando tocó las campanas la mañana de la huida de Assad, se encontró solo. El pueblo se había vaciado de nuevo. El sacerdote no cree que Ahmed al-Charaa, conocido por su nombre de guerra Abu Mohammed al-Golani, haya cambiado, ni siquiera de forma oportunista, que ha dejado el uniforme militar por el traje y la corbata.

En su opinión, el líder, que ha evolucionado tras Al Qaeda y el Estado Islámico, tiene las manos manchadas de sangre y no puede haber roto definitivamente con esos grupos terroristas. “Queremos un gobierno civil, no religioso. ¿Qué van a hacer con las milicias más radicales? ¿Y qué van a hacer con los cristianos que se relacionaban con el antiguo régimen? ¿Matarlos, encarcelarlos?”, se pregunta Ghassan Tallab, preocupado también por la ocupación israelí de los Altos del Golán, ignorada por la comunidad internacional.

El optimismo de Firas Lutfi, líder de la comunidad franciscana de Damasco y párroco de la Iglesia latina desde hace dos años, tras casi veinte en Alepo y algunos en Beirut, contrasta con el pesimismo reinante entre los cristianos.

“La mayoría de nuestros fieles está preocupada y tiene miedo. Tiene buenas razones”, nos dice. “La historia de HTC está vinculada a Al Qaeda y el grupo ha sido patrocinado por Daech en Irak. “Hay mucho que temer”. Pero afirma, bajo la foto de su encuentro con el Papa Francisco y rodeado de dulces navideños: “Mi papel es transmitir esperanza. Creo en el renacimiento de una Siria democrática y civil, tras décadas de un régimen totalitario responsable de tanta opresión y sufrimiento”.

Las preocupaciones de Firas Lutfi se disiparon tras su encuentro con Bachar Ali, el responsable del culto cristiano en HTC, un sirio de Deraa que pasó siete años en el minicalifato de Idlib, en el noroeste de Siria, cerca de la frontera turca. Esa bolsa anti-Assad es el laboratorio político de Ahmed al-Charaa desde 2017. Allí se ha instalado un “gobierno de salvación sirio” inspirado en la sharia.

“Le recibimos el miércoles 18 de diciembre en presencia de todos los dirigentes de la comunidad cristiana”, explica Firas Lutfi. “Tuvimos una conversación franca con él. Tiene una buena formación intelectual. Nos tranquilizó. Se negó a hablar de minorías e insistió en que todos formamos parte de Siria. Prometió una constitución en la que todos los credos y culturas tendrán su lugar y serán respetados. Es un mensaje muy positivo, porque hemos recorrido un largo camino desde el terrorismo y el extremismo”. El primer ministro encargado de la transición, Mohammed al-Bachir, también pronunció el mismo discurso.

Se les prometió que las campanas podrían seguir sonando en toda Siria, aunque ya no sea así en Idlib, donde el millar de cristianos se ha disuelto y la única iglesia –Santa María de los griegos ortodoxos– ha sufrido los estragos de la guerra y del yihadismo.

Una pequeña fuente, vestigio del edificio cuyos alrededores están ahora ocupados por familias desplazadas, ha sido pintada con spray con la palabra “Alá” en letras negras. Firas Lutfi asegura que la pequeña comunidad cristiana que vive en la provincia de Idlib es “respetada en su libertad de culto”. Para él, lo que hay que hacer es elaborar una constitución “civil y laica”. Espera que los cristianos participen en ella.

“La importancia de la ciudadanía, la igualdad de género y la libertad de expresión deben estar inscritas a fuego”, afirma el sacerdote. “También hay que dejar claro que se nos juzgará como ciudadanos y no como minoría o mayoría, como drusos, musulmanes, cristianos, alauitas, etc.”.

“Si se incluye todo esto, el futuro de Siria sólo puede ser positivo”, afirma el clérigo. “De lo contrario, nos dirigimos al desastre y pasaremos de un régimen totalitario baasista a un régimen fanático religioso”. Y recuerda que en la antigua Constitución sólo podía elegirse a un presidente musulmán: “Si somos una democracia, no debería importarnos su religión”.

El imán Ossama Abouch, en la mezquita donde oficia en Idlib, no lejos de la iglesia de Santa María, pide una constitución basada en la sharia, “la mejor ley para gobernar a musulmanes y no musulmanes”. También quiere el regreso de los cristianos. “Reabriremos la iglesia y les devolveremos sus casas”, promete. “Hay que hacerlo. Siria es multiconfesional.” Pero ya ha advertido que no tolerará árboles de Navidad en las calles de su ciudad. La razón aducida: “Los miembros de la comunidad los quemarían”.

En Damasco, Raouia Nanari sueña más que nunca con el exilio, como su hermano, que se marchó a Canadá en 2017 con la ayuda de la Iglesia, trabaja en finanzas y está a punto de casarse con una siria de Alepo. “En otro lugar, con mi nivel de estudios, tendría una situación excelente. Aquí, me siento en una caja estrecha, como mujer, cristiana y siria. No veo ningún futuro.”

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Traducción de Miguel López

 

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