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Los demócratas, rehenes silenciosos de Trump

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Lindsey Graham representó una vez la oposición republicana a Donald Trump. Hace cuatro años, el senador por Carolina del Sur lo calificó de “extremista religioso y xenófobo”. Decía que Trump “incita al racismo”.

Graham Lindsey ahora come de la mano del Calígula de opereta de la Casa Blanca. Se arrastra. Lo halaga. Le susurra al oído. Graham se ha convertido en un lacayo.

Al igual que su partido, el republicano no tiene nada que decir cuando el inquilino de la Casa Blanca insulta a cuatro congresistas. Su única respuesta es que son sólo un puñado de “comunistas”, “antisemitas”, traidoras “antiamericanos”. Lindsey Graham es el avatar contemporáneo del senador McCarthy, de memoria sombría. El domingo 14 de julio, el 45º presidente estadounidense, Donald J. Trump, insultaba a cuatro representantes estadounidenses en Twitter. Cuatro mujeres elegidas por primera vez el pasado mes de noviembre, obligadas a “regresar a su país”. Figuras de la izquierda en pleno despertar. Dos mujeres musulmanas (las únicas del Congreso), una negra y otra hispana.

Y por si había lugar a dudas, lo repitió de nuevo al día siguiente. “[Ellas] Odian nuestro país” [...] “Si quieren irse, que se vayan”.

Al igual que Graham, los republicanos no encontraron nada que lamentar. Sólo tres congresistas del partido (dos de ellos negros) denunciaron el odio presidencial. La brújula moral del Partido Republicano hace tiempo que se ha estropeado.

Trump desprende racismo todo el día (mexicanos “violadores”; migrantes “criminales”, “animales”, los nazis de Charlottesville “gente muy buena”, etc.). Y los republicanos guardan silencio.

Hay que entenderlos: Trump es su divina sorpresa. Es molesto, pero nombra a jueces federales ultraconservadores. Puso la Corte Suprema patas arriba durante años o décadas. Niega el cambio climático y deroga leyes. Hace lo que la derecha estadounidense ha estado soñando durante años. Es una especie de nuevo Reagan, más dañino.

Una lástima los niños guatemaltecos que mueren en los campamentos de migrantes, donde los detenidos beben agua del inodoro. El destino de los republicanos está ahora ligado al destino presidencial de la peluca del Ala Oeste. Son cómplices de una Presidencia salvaje, corrupta, supremacista y de extrema derecha. La historia los juzgará con dureza.

A ellos les da lo mismo.

Afortunadamente, ¡al otro lado están los demócratas! ¡El partido se apresuró a denunciar el racismo presidencial! Se espera que pronto se adopte una resolución muy solemne de la Cámara de Representantes condenando los comentarios de Trump. ¡Histórico!

Pero más bien hipócrita. Porque la brecha en la que se ha adentrado el oportunista de Trump ha sido abierta... por la dirección del Partido Demócrata.

Precisamente contra estas cuatro mujeres, contra las representantes a las que Trump atacaba, la emprendió la líder de la nueva mayoría de la Cámara de Representantes, la poderosa Nancy Pelosi, a principios de julio.

“Esta gente tiene su público, y todo eso, y su mundo en Twitter”, le dijo a Maureen Dowd, una columnista social de The New York Times. “Pero no se les sigue. Son cuatro personas, no tienen más votos que esos”.

El ataque fue muy difundido y comentado. Y con razón. No es menor.

Pelosi, de casi 80 años, oligarca californiana del Partido Demócrata, aprovechó una vez el tirón mediático de las cuatro mujeres para pulir su perfil progresista. Aprovechaba la novedad, su juventud, su radicalidad. En marzo, posaba con dos de ellas en la portada de la revista Rolling Stone.

Meses después, la foto ya no sería posible.

La banda de las cuatro, The Squad, (la brigada) como se hacían y se hacen llamar, han cometido recientemente un crimen de lesa majestad: han permanecido fieles a sus convicciones.

A finales de junio, votaron en contra de 4.500 millones de dólares en ayuda humanitaria de emergencia para los campamentos de migrantes en la frontera. No porque estuvieran en contra, por supuesto, sino porque la ley, redactada por los republicanos en el Senado, no tenía ninguna contrapartida, ninguna limitación en los poderes del ICE, la agencia que arresta y detiene a los inmigrantes. “Ni siquiera intentamos negociar”, dijo Alexandria Ocasio-Cortez (AOC), elegida por Nueva York, líder de las rebeldes demócratas. Una capitulación.

La votación fue la gota de agua que visibilizó meses de enfrentamientos soterrados; sin duda, estas cuatro mujeres no respetaron los acuerdos.

Ocasio-Cortez, la nueva estrella de la izquierda americana, defiende un New Deal lo más ecológico posible, capaz de salvar el planeta y de transformar profundamente el hipercapitalismo americano. Ilhan Omar, musulmana y portadora de velo de Minnesota, critica la “guerra” estadounidense y la ocupación israelí. Rashida Tlaib, la otra mujer musulmana en el Congreso, elegida por Detroit, Michigan, miembro del Partido Socialista Americano como Ocasio-Cortez, lleva pidiendo desde hace meses el impeachment del “mother fucker” de la Casa Blanca.

Como Ocasio-Cortez, Ayanna Pressley, la primera mujer negra que representa al Estado de Massachussets en el Congreso, se impuso a un barón demócrata de Boston para conseguirlo.

Impeachment

Las integrantes de “la brigada” encarnan una nueva generación de políticos; son críticas con el Partido Demócrata de los años de Clinton y Obama y están decididas a hacerse oír. Quieren una seguridad social universal, un salario mínimo digno de ese nombre. Denuncian la política migratoria de Trump, pero no se olvidan de recordar que la represión de los migrantes ya estaba en marcha bajo el mandato de Obama.

Atacan la corrupción y el peso del dinero en la política.... tan bien encarnado por Nancy Pelosi, cuyo poder está directamente relacionado con su talento en el arte de recaudar fondos de corporaciones y donantes ricos. AOC, Omar, Tlaib, Pressley no se disculpan por defender posiciones radicales, hasta hace poco consideradas inaudibles en Estados Unidos. Están en línea con las activistas y los movimientos sociales sobre el terreno. Abogan por un populismo interseccional y multirracial que unificaría a los trabajadores más allá de sus orígenes, movilizados juntos contra las extravagantes desigualdades de riqueza en Estados Unidos.

Están cerca de grupos políticos cuyo objetivo explícito es tomar el poder dentro del Partido Demócrata para transformar su ADN centrista y neoliberal. Las amenazan de muerte. La derecha norteamericana las odia. Algunos demócratas las odian casi tanto.

En los últimos días, el conflicto interno en el seno del Partido Demócrata se ha centrado en el jefe de gabinete de Ocasio-Cortez, acusado por el Grupo Demócrata en la Cámara de Representantes de la división de siembra por sus tuits.

No es sorprendente; el acusado, Saikat Chakrabarti, de 33 años, está obsesionado con radicalizar al Partido Demócrata. Incluso antes de la victoria de Trump, él y otros activistas crearon Brand New Congress y Justice Democrats, dos organizaciones diseñadas para traer al Congreso una nueva generación de cargos electos, más en sintonía con la América de hoy y mucho más progresistas.

Ellos fueron los que vieron a la joven Alexandria Ocasio-Cortez, entonces camarera en Nueva York, y la animaron a postularse para el Congreso. Chakrabarti, hijo de inmigrantes indios, no sólo quiere hacerse con el poder dentro del Partido Demócrata. Quiere cambiar su funcionamiento, su dependencia del dinero, su centrismo neoliberal.

“La teoría del cambio del actual Partido Demócrata es la siguiente: para ganar este país, hay que atraer lo que yo llamo al entorno hipotético. Es decir, no correr riesgos, lo que se traduce por no hacer nada”, explica en The Washington Post. “Tenemos una teoría del cambio totalmente diferente: hacer las cosas más grandes y asombrosas que se pueden hacer. Esto anima a la gente y la anima a votar. Porque la realidad no es que haya más votantes republicanos que demócratas. Nuestro problema es que la mayoría de los potenciales votantes del Partido Demócrata no votan”.

Chakrabarti y sus amigos de Justice Democrats lograron que AOC se impusiese en Queens y en el Bronx frente a un poderoso gobernante demócrata.

Para las elecciones de noviembre de 2020, han anunciado rivales contra otros barones del partido, como el neoyorquino Eliot Engel, jefe de la Comisión de Asuntos Exteriores de la Cámara de Representantes, un halcón; Henry Cuéllar, un demócrata de Texas agasajado con donaciones del complejo de prisiones y centros de detención privados para migrantes; o el antiabortista por Illinois Dan Lipinski. Esto es motivo de preocupación para la dirección del partido, que ha “puesto en una lista negra” a los estrategas políticos que trabajan con ellos. Las mujeres del squad son también las que más defienden la necesidad de iniciar un procedimiento de impeachment , previsto en la Constitución, contra Donald Trump.

“Es hora de destituir a este presidente”, explicó el lunes Ilhan Omar, sin mencionar el nombre del hombre al que ella y sus amigos políticos llaman el “ocupante” de la Casa Blanca. El Senado, con mayoría republicana, nunca votará para destituir a Trump. Pero un procedimiento de destitución, iniciado por el Congreso, al menos hace posible que el presidente rinda cuentas a la representación nacional.

En este punto, más de 80 demócratas en el Congreso lo defienden. Pero Nancy Pelosi sigue negándose a poner en marcha el impeachment, argumentando que Trump “no vale la pena”. Que puede ser percibido como una venganza política por parte de los demócratas, alienar a los votantes moderados, impedir que un demócrata gane la próxima elección presidencial dentro de un año –en este punto, es muy difícil saber si es un candidato mainstream, o mucho más disputado como Bernie Sanders o Elizabeth Warren, que tendrá el privilegio de ser elegidos en las primarias y enfrentarse a Trump.

Mientras tanto, los demócratas, empañados por los decepcionantes resultados de la investigación del Fiscal Especial Robert Mueller, han iniciado investigaciones parlamentarias sobre Trump que tal vez nunca tengan éxito, y el presidente se niega sistemáticamente a permitir que sus amigos y asociados comparezcan ante la representación nacional.

Traen a la Cámara textos que a veces son ambiciosos, pero de los que nadie oye hablar. Rechazan la batalla política franca y directa contra un presidente fuera de lo común que sólo entiende las relaciones de poder y continúa, ante sus asombrados ojos, marcando el ritmo. Traducción: Mariola Moreno

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