“Sigo vivo, ¿y sabes qué? Voy a vivir en una tienda de campaña en Rafah.” Tras varios días sin conexión a Internet, Youssef (nombre ficticio) envió este primer mensaje de voz por Facebook. Termina el mensaje con una risita cínica y nerviosa. Una tienda de campaña en la frontera egipcia será el último refugio de Youssef, su mujer embarazada de cinco meses y sus dos hijos.
Cien días después del inicio del conflicto entre Israel y la Franja de Gaza, han muerto por ataques aéreos 23.968 personas, principalmente niños y mujeres, según el Ministerio de Sanidad de Hamás. Miles más siguen desaparecidas bajo los escombros. También hay miles de heridos, la mayoría sin atención médica. Más de la mitad de los hospitales del enclave palestino ya no funcionan, según la ONU. A este desastre humanitario se añaden los 136 rehenes israelíes, cuyo destino exacto se desconoce.
Atrapados por el asedio total impuesto por Israel y el cierre del paso fronterizo con Egipto, Youssef y su familia, que no es la primera vez que se desplazan, no podrán ir más lejos. En octubre ya habían llegado al campo de refugiados de Nuseirat, en el centro de la Franja. Un ataque aéreo destruyó en cuestión de segundos el piso donde vivían en la ciudad de Gaza. Youssef tuvo el tiempo justo para coger algunas pertenencias y salvar su coche, en el que se metieron todos.
Se dirigieron a Nuseirat, uno de los lugares seguros habilitados por el ejército israelí, pero a principios de enero, este campo de refugiados fue a su vez objetivo del mismo ejército que les había enviado allí. Pidió a las miles de personas que vivían allí que abandonaran sus casas lo antes posible, alegando que allí se escondían combatientes de Hamás.
"Lanzaron octavillas por el barrio en el que estábamos, diciendo que teníamos que evacuar, así que nos fuimos todos". Pero esta vez no había combustible en el coche y Youssef y su familia lo hicieron en un pequeño carro. "Ya no podía comprar combustible. Antes costaba 7 shekels [1,70 euros] el litro, ahora cuesta 120 shekels [30 euros]", explica el padre de familia gazatí.
En Facebook no paran los mensajes de audio, ahogados por una enorme algarabía de fondo. Gritos y llantos de los niños se mezclan con las voces de hombres y mujeres. "De momento, estamos en una escuela de la ONU en Rafah. Compartimos un aula con otras 25 personas, pero creo que una tienda de campaña sería más saludable para mi mujer embarazada y los niños", continúa Youssef.
En el extremo sur del enclave palestino, se hacinan ahora cientos de miles de familias detrás de la alambrada que marca la frontera con Egipto. Si antes de la guerra, la Franja de Gaza era una prisión al aire libre, Rafah es ahora su última celda.
Llega a Rafah un millón de personas
"¡Hay gente por todas partes! Hay demasiada gente en la ciudad. Los desplazados viven en mezquitas, en tiendas de campaña, incluso en la calle. Pero llueve y hace frío", dice Asma en perfecto francés. Esta profesora palestina de 42 años se había prometido a sí misma que no abandonaría su piso de Jan Yunís, pero el 21 de diciembre tuvo que dejarlo todo. "Los soldados israelíes nos pidieron que evacuáramos lanzando octavillas".
Así que Asma se marchó con su padre, de 90 años, y su madre, de 77. "Tardamos casi una hora en ayudarles a bajar los tres tramos de escaleras de nuestro edificio. Sólo pudimos llevarnos algunos artículos de primera necesidad: harina, sal, latas de sardinas y mantas. No quería irme, lloré mucho.”
Según el alcalde de Rafah, desde el 7 de octubre ha llegado a su ciudad un millón de personas y la afluencia continúa. Rafah es ahora un enorme campamento. Hay tiendas por todas partes, incluso en el borde del mar. En las imágenes transmitidas por los periodistas palestinos in situ, se ven niños por todas partes. Niñas y niños jugando en el barro y entre la basura.
Pero la ciudad no se libra de los ataques aéreos israelíes. En las últimas semanas, familias enteras han quedado diezmadas al ser bombardeados sus bloques de viviendas. La guerra del cielo nunca ha perdonado a nadie en la Franja de Gaza. El 12 de enero, ante el Consejo de Seguridad de la ONU, el secretario general adjunto de Asuntos Humanitarios, Martin Griffiths, volvió a repetir: "No hay ningún lugar seguro en Gaza, donde una vida humana digna es casi imposible".
El 13 de enero, tras una semana de silencio, Asma reanudó el contacto y envió una serie de mensajes de audio por WhatsApp. Tenía la voz cansada, la respiración entrecortada. Estaba casi asfixiada, como ahogada por la ansiedad. “Las noticias son malas", dice. “El ejército israelí anda cerca de mi casa. Tengo miedo". Asma hace una pausa y continúa. "He perdido la escuela donde trabajaba y no quiero que se lleven también mi casa. No puedo perderlo todo. Este piso era mi lugar de paz. Es demasiado, no me queda ninguna esperanza".
En un último mensaje de audio, esta palestina recuerda que enero debería haber sido de otra manera, lejos de la violencia y el terror. "Se suponía que íbamos a ir a Francia con otros profesores gazatíes. Este verano también quería ir a Egipto a pasar unos días. Tenía novio y ahora... ya no sé a qué atenerme. Él tampoco tiene ya casa. Todo ha terminado. No hay futuro para mí".
Egipto, detrás de la alambrada
A principios de enero, varios responsables israelíes mencionaron la posibilidad de trasladar a la población de la Franja de Gaza a otros países. Una opción apoyada por Bezalel Smotrich e Itamar Ben-Gvir, dos ministros ultranacionalistas del gobierno de Netanyahu. Entre los países mencionados estaban Egipto y el Congo. Un plan rechazado de plano por la comunidad internacional.
Dentro del enclave, muchos palestinos intentan salir a toda costa. Desde el comienzo de la guerra, Youssef lo repite en casi todas las conversaciones: "Ya basta". Espera llegar a Europa y ofrecer a sus hijos una vida estable. Pero, ¿cómo salir de este asedio, de esta trampa que le acecha cada día un poco más?
Pensemos que para las familias de Rafah, Egipto está muy cerca. Su seguridad está a la vista, justo detrás de la alambrada. Pero el paso fronterizo entre el enclave palestino y el territorio egipcio sólo está abierto a los camiones humanitarios autorizados a entrar en la Franja. Desde el comienzo del conflicto, El Cairo se opone firmemente a cualquier movimiento masivo de personas hacia el desierto del Sinaí.
Nos vemos en la playa de Gaza.
Normalmente, un palestino puede cruzar este paso previo pago de 450 euros. Ahora, debido a las redes de tráfico de personas, tienen que pagar entre 4.000 y 5.000 dólares por persona, según una fuente palestina local. Es la única manera de entrar en la lista de personas que tienen permiso para salir.
"No quiero simplemente dejar la Franja de Gaza e irme a cualquier país. Quiero que me den otra nacionalidad y un trabajo. El derecho a tener otra vida", explica Asma. Desde la creación del Estado de Israel en 1948, cientos de miles de palestinos se han visto obligados a exiliarse a Líbano, Jordania o Siria, donde la mayoría sigue viviendo en condiciones muy precarias.
Rami Abou Jamus se aferra a su tierra con convicción. Una de sus frases favoritas es "Nos vemos en la playa de Gaza". Cada día, este periodista palestino comparte su vida cotidiana en Rafah. Allí sobrevive con su mujer y con Walid, su hijo de dos años y medio. Su padre le graba cada poco. Con cada nuevo vídeo, los rasgos del pequeño se profundizan un poco más. El rostro del niño lleva la huella de una guerra que dura ya cien días. Una guerra ya demasiado larga.
Caja negra
Estos testimonios se recogieron mediante mensajes escritos o notas de voz enviadas por WhatsApp y Facebook. Desde hace cien días, las autoridades israelíes no permiten a los periodistas extranjeros entrar solos en la Franja de Gaza. Las visitas de los medios de comunicación extranjeros al enclave palestino son organizadas por el ejército israelí. Duran solo unas horas y están supervisadas por portavoces.
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Traducción de Miguel López
“Sigo vivo, ¿y sabes qué? Voy a vivir en una tienda de campaña en Rafah.” Tras varios días sin conexión a Internet, Youssef (nombre ficticio) envió este primer mensaje de voz por Facebook. Termina el mensaje con una risita cínica y nerviosa. Una tienda de campaña en la frontera egipcia será el último refugio de Youssef, su mujer embarazada de cinco meses y sus dos hijos.