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Elecciones en Escocia: las divisiones complican la estrategia de los independentistas
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La unidad del Reino Unido pende de un hilo o, más bien, de un resultado. ¿Conseguirá el Partido Nacional Escocés (SNP, independentista), ganador de todas las elecciones celebradas desde 2014, la mayoría absoluta en las elecciones regionales del jueves? Nicola Sturgeon, a la que The Daily Mail llamó en su día “la mujer más peligrosa del Reino Unido”, ¿lo hará mejor que en 2016, cuando se quedó sin esa mayoría absoluta por solo dos escaños (obtuvo 63 de 129)?
De la magnitud de la más que probable victoria dependerá la capacidad de la actual primera ministra escocesa para reanudar la batalla por un nuevo referéndum de independencia, tras la victoria del no en 2014 (55% frente al 45%). “Con Boris Johnson en Londres, que no gusta en Escocia, y un Brexit que sigue siendo impopular en Escocia, los independentistas gozan de una alineación planetaria”, recuerda Nathalie Duclos, profesora de la Universidad de Toulouse y autora de varios libros sobre política escocesa.
En 2016, Escocia votó en un 62% a favor de permanecer en la Unión Europea (UE), convirtiéndose con ello en la más “proeuropea” de las cuatro naciones que conforman el Reino Unido. Desde la consulta europea, Sturgeon y sus aliados ya han reclamado en dos ocasiones, la primera a Theresa May y la segunda a Boris Johnson, el derecho a celebrar un nuevo referéndum. Ambas veces, los conservadores en el poder en Londres se negaban.
“El SNP gobierna Escocia desde hace 14 años sin interrupción. Pero su éxito electoral no decae, gracias en parte a la percepción que tiene la opinión pública de cómo se está gestionando la pandemia”, afirma Lynn Bennie, profesora de Ciencias Políticas de la Universidad de Aberdeen. “Sturgeon se ha revelado como una gestora de la crisis más competente que Johnson en Londres”. Por muy frágiles que sean los sondeos, muestran una ligera ralentización del independentismo al final de la campaña. Para Sturgeon resulta, todavía si cabe, más difícil lograr la mayoría absoluta porque su hegemonía en el independentista se está resquebrajando.
Dos partidos le disputan al SNP el voto independentista: los Verdes, por un lado, y Alba, por otro. Los primeros, que ahora cuentan con cinco diputados, esperan hacerlo mucho mejor, liderados por Lorna Slater y Patrick Harvie. Quieren atraer a las bases, grassroots, que proliferan desde el referéndum de 2014. Mientras Glasgow acogerá la COP26 en otoño, defienden una visión de la independencia menos dependiente del petróleo, como explica Gerry Hassan, de la Universidad de Dundee: “La independencia del SNP sigue estando muy vinculada a las campañas a favor de la explotación petrolífera, por parte de los escoceses, de los años 70 [con el lema: It’s Scotland’s oil, Es el petróleo de Escocia]. En cierto modo, su versión de la independencia en 2014 seguía basándose en exceso en una renta relacionada con los altos precios del petróleo”. Aunque Nicola Sturgeon, en el poder desde 2014, intente ahora combinar un proyecto independentista con un Green New Deal.
Aunque la opción de una coalición de gobierno entre el SNP y los Verdes está sobre la mesa, la relación del SNP con el Alba es mucho más tensa. Este nuevo partido –que significa “Escocia”, en gaélico escocés– lo fundó Alex Salmond, el ex primer ministro escocés y figura histórica del SNP, promotor del referéndum de 2014. Acusado por varias mujeres de acoso sexual y violación, fue juzgado y absuelto el año pasado. Sin embargo, implicó a Nicola Sturgeon, su heredera política, convencido de que estaba detrás de las acusaciones que pesaron en su contra. Dos investigaciones independientes exculparon a la jefa del Ejecutivo.
Salmond, enfadado con la actual dirección del SNP, dejó el partido y fundó Alba, junto con algunos veteranos de la formación. Encarna una visión más radical de la independencia y ataca la cautela legalista de Sturgeon, que ha sugerido que podría esperar hasta después de la pandemia antes de pedir a Londres un nuevo referéndum. Salmond repite que quiere construir una “supermayoría” con el SNP, hasta el punto de convertirlo en uno de sus lemas de campaña, sin decir exactamente cómo sería esa colaboración. En un reciente análisis, Gerry Hassan califica a Alba como el enésimo avatar de una ola populista global, destacando la ultrapersonalización en torno a Salmond y el énfasis en temas sociales reaccionarios (Salmond se opone, por ejemplo, a reforzar los derechos de las personas trans).
El partido, que cuenta con unos 5.000 miembros y promete “sacudir” la política escocesa –así se titula su manifiesto–, sigue sufriendo una imagen de amateurismo. No hay garantías de que Alba vaya a obtener representación en el Parlamento escocés el jueves, ni siquiera allí donde se presenta Salmond (región del Noreste). Pero es posible que el partido atraiga a suficientes votantes tradicionales del SNP para impedir la mayoría absoluta de Sturgeon. Sobre todo, Alba podría seguir, mucho después de las elecciones, atacando la línea demasiado correcta del SNP sobre la independencia. “Alba no quiere jugar a la complementariedad, quiere sustituirnos. Todo lo que necesitan es que Salmond sea elegido en el Parlamento y partirán de ahí”, señalaba, inquieto, un responsable del SNP, citado por el semanario New Statesman.
Esta es la dificultad del periodo que se abrirá para Nicola Sturgeon tras las elecciones, obtenga o no la mayoría absoluta, ¿cómo construir la independencia y responder a la impaciencia de sus bases, si Londres persiste en su negativa a permitir que se organice un nuevo referéndum? Los sectores más decididos del SNP llevan meses especulando sobre las “vías alternativas” para hacer realidad la independencia.
“Nicola Sturgeon persiste en su idea de seguir el modelo de 2012-2014, cuando Salmond y David Cameron acordaron una transferencia de competencias puntual durante el tiempo necesario para organizar el referéndum de 2014”, analiza Nathalie Duclos. “Pero hay un plan B, que podría resultar legal: si bien Escocia no puede declarar la independencia por sí misma, nada le impide organizar un referéndum consultivo sobre una cuestión reservada a Londres. El asunto podría llevarse a los tribunales”.
Aunque este referéndum consultivo no se diferencia de la consulta que celebraron los independentistas catalanes en 2017, los dirigentes del SNP están lejos de querer asumir una estrategia de desobediencia como la que acabó enviando a la cárcel a una decena de independentistas, en el contexto catalán. “La dirección del SNP se va a ceñir al 100% al marco legal”, anticipa Gerry Hassan.
El resultado del SNP no es lo único que está en juego en estas elecciones escocesas, en las que unos cuatro millones de personas están llamadas a las urnas. Una batalla más discreta por el segundo puesto, y el título de primer opositor al SNP, anima la campaña desde hace semanas semanas. Enfrenta a dos defensores de la unidad del Reino Unido, el candidato tory Douglas Ross y el laborista Anas Sarwar.
Este último, de origen pakistaní (su padre es el actual gobernador del Punjab) y que dio la campanada versionando una coreografía improvisada de Uptown Funk, encarna la corriente centrista del laborismo. “Sarwar está haciendo una campaña interesante”, señala Lynn Bennie. “Su principal tema de campaña es negarse a entrar en el debate sobre la constitución y un posible nuevo referéndum. Sólo quiere hablar de los temas de la recuperación económica y social postpandemia”.
Gerry Hassan añade: “Sarwar se ha hecho un hueco político, con bastante astucia, a partir de lo que era un punto débil del Partido Laborista. Durante mucho tiempo, los laboristas sufrieron por no ser escuchados en el tira y afloja entre el SNP –que defiende el derecho de los escoceses a decidir– y los conservadores –que defienden la Unión–. Ha convertido una debilidad en una fortaleza en esta campaña”. En vísperas de la cita con las urnas, los sondeos muestran a los socialistas y a los conservadores empatados, con los primeros en ligera desventaja.
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Traducción: Mariola Moreno
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