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Elon Musk, el multimillonario cuyo poder ya no tiene límites

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Martine Orange (Mediapart)

En enero de 2021, responsables republicanos estadounidenses soñaban con que Elon Musk tomara el control de Twitter para lavar la afrenta de la exclusión permanente de Donald Trump de la red social. Sólo el multimillonario, libertario convencido y discreto partidario del expresidente estadounidense, podía, según ellos, defender el free speech (la libertad de expresión sin freno) y las libertades públicas socavadas por los demócratas y los seguidores de lo “políticamente correcto” de toda condición. Apenas un año después, su deseo está a punto de hacerse realidad.

Tras una batalla relámpago de apenas tres semanas, el multimillonario estadounidense anunciaba el 25 de abril que había conseguido doblegar a Twitter. El consejo de administración del grupo digital, que había prometido oponerse al ascenso del fundador de la empresa espacial Space X y presidente del fabricante de automóviles Tesla, cuando éste reveló el 1 de abril que ya controlaba el 9% en el capital, se plegó al poder del dinero. Jack Dorsey, cofundador de Twitter y que sigue siendo uno de los principales accionistas de la compañía tras dejar de ser consejero delegado el año pasado, le dio su apoyo y aseguró que “Elon es la única solución” en la que creía.

La oferta de Elon Musk es de esas que no se puede rechazar. Ofrece comprar la empresa digital por la friolera de 44.000 millones de dólares (41.200 millones de euros), el equivalente al PIB de Serbia. Con una fortuna estimada en más de 250.000 millones de dólares, el segundo hombre más rico del mundo por detrás del fundador de Amazon, Jeff Bezos (la clasificación entre ambos varía en función de la cotización bursátil), asegura que ya ha conseguido toda la financiación necesaria. Ha conseguido un crédito de 25.500 millones de dólares y dice que puede conseguir fácilmente 21.000 millones de dólares de capital para completar su operación a finales de año. Después, pretende ser el único propietario y sacar la empresa de la Bolsa, para no tener que lidiar con las autoridades bursátiles.

Una red de influencia

Naturalmente, Elon Musk anunció su victoria en Twitter, que a veces utiliza compulsivamente y donde tiene 83 millones de seguidores. En nombre de la defensa de la libertad. “La libertad de expresión es la base de una democracia que funciona y Twitter es la plaza pública digital donde se debaten cuestiones vitales para el futuro de la humanidad”, insistió. El multimillonario ya había explicado anteriormente que “no le preocupaba el dinero” en esta operación. Tal vez no el dinero, pero la influencia y el poder que puede suponer, sin duda.

Como muchas plataformas digitales, el éxito de Twitter no está en sus cuentas. Twitter ha crecido buscando constantemente aumentar su número de seguidores, pero está luchando por ser rentable tras 16 años de existencia. Su atractivo radica en otros aspectos. Aunque la plataforma no ha crecido tan rápido como Facebook e Instagram (éstas últimas tienen entre 1.000 y 2.000 millones de seguidores, mientras que Twitter sólo tiene 231 millones), la red social ha ganado influencia mucho más allá de su tamaño. Los políticos la utilizan para transmitir sus mensajes, los grupos para promocionar su imagen, otros para compartir y reaccionar en tiempo real. Incluso los gobiernos y sus servicios diplomáticos han aprendido a utilizarlo para dar a conocer sus posiciones lo más rápidamente posible.

Se ha convertido en una fuente permanente de información para periodistas y para el mundo de las finanzas. Basta recordar la importancia de los tuits de Donald Trump, que en un instante pueden tensar las relaciones diplomáticas con un país -a menudo China- o provocar un acontecimiento -como el asalto al Capitolio el 6 de enero de 2021-). El propio Elon Musk no ha sido el último en utilizar esta caja de resonancia para dirigir determinadas cotizaciones bursátiles o fomentar movimientos especulativos.

Por ello, ver semejante red de influencia en manos de Elon Musk es todo menos trivial: “Ahora es más poderoso que los Estados. Tiene el activo tecnológico más importante de Estados Unidos [con Tesla] y probablemente uno de los activos más estratégicos del mundo [con SpaceX], y ahora tiene una de las herramientas de comunicación más importantes del mundo”, reconoce Ross Gerber, un inversor muy cercano a Elon Musk, entrevistado por The Washington Post.

Este poder, cuyo poder prescriptivo o de influencia muchos han descubierto tarde, no está exento de temor para muchos políticos, especialmente entre los demócratas. A medida que se acerca la campaña electoral de mitad de mandato, la toma de control por parte de este multimillonario cercano a Trump sólo puede ser alarmante.

Capitalismo desenfrenado

“Cuidado con los que invocan la libertad”, advierte el exsecretario de Trabajo de Estados Unidos, Robert Reich. “Este acuerdo es peligroso para nuestra democracia. Los multimillonarios como Elon Musk juegan con unas reglas diferentes a las de los demás, acumulando poder en beneficio propio. Necesitamos un impuesto a las grandes fortunas y normas estrictas para que las grandes empresas tecnológicas rindan cuentas de sus actos”, declaraba la senadora demócrata Elizabeth Warren inmediatamente después del anuncio. Lleva años haciendo campaña por el control estatal de los gigantes digitales.

Con esta operación -la mayor de la historia en el sector digital-, Elon Musk vuelve a subrayar la extrema distorsión de este capitalismo hiperfinanciado que los Estados, empezando por el primero de ellos, Estados Unidos, han dejado florecer sin la más mínima norma o control durante décadas. “Tenemos aquí el ejemplo perfecto de un ‘multimillonario top’. Es decir, una persona increíblemente rica que, sin rendir cuentas, es capaz de tomar decisiones con implicaciones que puede potencialmente afectar a mucha, mucha gente, basándose nada más y nada menos que en su estado de ánimo y en sus bolsillos ridículamente profundos”, escribe la columnista de The Washington Post Christine Emba.

El entusiasmo desenfrenado de los mercados financieros por las nuevas tecnologías, junto con el apoyo de políticas monetarias y fiscales ultrafavorables, ha permitido a algunos ejecutivos amasar fortunas que no rinden cuentas y adquirir un poder incontrolado que supera el de los gobiernos, gracias a unas cotizaciones bursátiles por las nubes. Elon Musk es uno de ellos. Incluso es el ejemplo más exitoso.

Un libertario alimentado por comisiones públicas

Nacido en Sudáfrica, este multimillonario de 50 años siempre se ha reafirmado como un libertario orgulloso, desafiando el más mínimo obstáculo. Algunos han visto en ello un respeto por el mundo original de internet, que profesaba el intercambio sin trabas de conocimientos y tecnología. Pero según su biógrafa, Ashlee Vance, las verdaderas fuentes de inspiración de Elon Musk se encuentran en su abuelo Joshua Haldeman.

El abuelo, canadiense, se arruinó durante la Gran Depresión de los años 30. Hombre de extrema derecha desarrolló un fuerte odio hacia los financieros de Wall Street y los gobiernos, que obviamente transmitió a toda la familia. Tras la Segunda Guerra Mundial, abandonó Canadá por ser un país “comunista” y se exilió en Sudáfrica cuando el gobierno de Pretoria comenzó a aplicar su política de apartheid, con el fin de recuperar el “espíritu de los pioneros”.

Es este legado el que Elon Musk sigue reivindicando. Al dejar Sudáfrica a los 17 años para ir a Canadá y luego a California, se hizo rápidamente un hueco en Silicon Valley y cofundó Zip2, especializada en información empresarial en línea. Después de que la empresa fuera comprada por Vista, creó un banco online, X.com. Pero pronto fue superada por su filial, Paypal, adquirida en el año 2000 y especializada en pagos en línea. X.com desapareció en favor de Paypal. Rápidamente, Elon Musk fue destituido de su cargo de consejero delegado. De ello aprendió un principio intangible: no ceder nunca el control del capital ni del poder.

Posteriormente, el hombre que siempre ha estado fascinado por las aventuras espaciales, la ciencia ficción y sueña con ir a Marte para fundar una nueva colonia humana, creó Space X, una empresa de lanzadores, un sector que hasta entonces había estado en manos exclusivas de los Estados. La aventura amenaza con llegar a su fin por falta de financiación y éxito. Pero a Elon Musk le salvó la NASA, que le proporcionó cientos de millones en financiación y pedidos. Gracias a esta ayuda y al apoyo de las oficinas de la agencia estadounidense, el empresario, que siempre ha cuestionado los impuestos y la intervención del Estado, desarrolló un revolucionario sistema de lanzadores recuperables que redujo los costes entre un 30 y un 50%.

El mundo espacial, que antes le miraba con condescendencia, ya no se ríe. Sobre todo porque la NASA le ha concedido los derechos exclusivos para repostar la estación espacial internacional y lanzar naves espaciales a partir de 2020.

Aprovechando esta condición, Elon Musk está lanzando su propia red privada de satélites de comunicaciones por internet, Starlink. Basada en miles de satélites en órbita terrestre baja, esta red, que se creó desafiando todas las normas espaciales internacionales, es cada vez más contestada por los científicos, tanto por las molestias que produce, que dificultan la investigación y las observaciones astronómicas, como por el riesgo de futura contaminación del espacio.

La fortuna gracias a Tesla

En 2004, Elon Musk se apasionó por otra aventura, el coche eléctrico Tesla. En contra de la leyenda que se reescribió más tarde, no fundó la empresa. La fundó un ingeniero, Martin Eberhard, que quería crear un coche eléctrico para alejarse de la dependencia del petróleo y lo llamó Tesla, en referencia al ingeniero serbio Nikola Tesla, inventor del motor eléctrico de corriente alterna.

Fascinado por el proyecto, Elon Musk rápidamente destituyó al fundador y tomó el control total. Pero en 2008, la empresa también estaba al borde de la quiebra. La rescató Toyota y Daimler. Pero Elon Musk tiene cuidado de mantener el control del grupo.

Entre las baterías que se incendian, las dificultades para cumplir con los ritmos de producción y los accidentes relacionados con la puesta en marcha del coche autónomo, el camino de Tesla ha sido de lo más caótico. El grupo registró su primer resultado positivo en 2020 (720 millones de dólares de beneficios para 31.000 millones de dólares de ventas), tras entregar 380.000 vehículos ese año. Sin embargo, su capitalización bursátil es mayor que la suma de las de Ford, GM, Toyota, Fiat y PSA.

Y Elon Musk es el primero en beneficiarse de esta locura de capitalismo de casino, como denunció el senador demócrata Bernie Sanders en un tuit el 10 de enero de 2021. “En marzo de 2020, la fortuna de Elon Musk se situaba en 24.500 millones de dólares, el 9 de enero de 2021 alcanzó los 209.000 millones”, recuerda, antes de señalar que el salario mínimo por hora sigue siendo de 7,25 dólares.

Mano firme

Mientras reclama libertad total de acción, Elon Musk impone reglas de hierro en sus holdings. Los directivos que cuestionan sus decisiones o simplemente se interponen en su camino son despedidos en 15 minutos. El horario de trabajo es una locura. Para Elon Musk, no puede haber vida fuera del trabajo. Los trabajadores que se atrevieron a pensar en formar un sindicato fueron despedidos inmediatamente. Durante el confinamiento, les obligó a acudir al trabajo, a pesar de las prohibiciones legales. Del mismo modo, no tiene ningún problema en que los trabajadores de su fábrica de Tesla en Shanghái trabajen y duerman in situ en las condiciones más precarias para mantener la producción, mientras toda la ciudad está cerrada.

Pero si sus reglas son incuestionables, las de los demás son insoportables. Elon Musk ha denunciado constantemente en tuits vengativos las investigaciones de la SEC (el regulador federal de los mercados financieros) contra él, a pesar de que ha sido acusado en varias ocasiones de manipulación de precios e incluso de uso de información privilegiada. La agencia de seguridad recibió el mismo trato cuando investigó los accidentes causados por el coche autónomo. Asimismo, decidió abandonar California en favor de Texas, donde las leyes sociales son mucho menos restrictivas y la fiscalidad mínima.

El fin de la moderación

Qué actitud adoptará una vez que haya tomado el control de Twitter, se preguntan con preocupación los empleados del grupo y muchos observadores. “Espero que incluso mis peores detractores se queden en Twitter, porque de eso se trata la libertad de expresión”, dijo el multimillonario en la red social. Una promesa que apenas ha convencido a los internautas que han tenido que sufrir su ira por atreverse a criticar sus empresas o sus posiciones.

En nombre de la libertad de expresión, Elon Musk prometió acabar con la “censura” y revisar de arriba a abajo la política de moderación que la plataforma se ha esforzado en aplicar en los últimos años y que le ha llevado a eliminar contenidos racistas, xenófobos o relacionados con la conspiración. Se trata de “una vuelta a la libertad de expresión”, señalaba el senador republicano Jim Jordan. Movimientos como Black Lives Matter, grupos feministas, LGBT+, antirracistas y ecologistas están muy preocupados. Temen que el fin de las normas de moderación provoque un estallido de odio, lenguaje abusivo y acoso. Porque, a diferencia de Europa, que acaba de aprobar una directiva, la Ley de Servicios Digitales, que impone las mismas normas en internet que en el resto del espacio público, en Estados Unidos no existe una legislación que regule las plataformas.

Sabiendo que estaba vigilado hasta que obtuviera todas las autorizaciones y completara su toma de posesión a finales de 2022, Elon Musk lanzó una operación de seducción prometiendo hacer públicos los algoritmos de la plataforma y limitar el uso de agentes automáticos de software (bots). Donald Trump acudió en su ayuda. Está manteniendo un perfil bajo. El expresidente ha asegurado que no tiene intención de volver a Twitter y que seguirá en su nueva plataforma. ¿Hasta cuándo?

Twitter acepta la oferta de compra de Elon Musk por 40.500 millones

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Traducción: Mariola Moreno

Leer el texto en francés:

 

En enero de 2021, responsables republicanos estadounidenses soñaban con que Elon Musk tomara el control de Twitter para lavar la afrenta de la exclusión permanente de Donald Trump de la red social. Sólo el multimillonario, libertario convencido y discreto partidario del expresidente estadounidense, podía, según ellos, defender el free speech (la libertad de expresión sin freno) y las libertades públicas socavadas por los demócratas y los seguidores de lo “políticamente correcto” de toda condición. Apenas un año después, su deseo está a punto de hacerse realidad.

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