Estados Unidos, un país devaluado y peligroso

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Donald Trump se dispone a celebrar su primer aniversario como 45º presidente de Estados Unidos en el ruido y el fragor de Washington. Para hacerse una idea de los daños ocasionados en Estados Unidos, en sólo 12 meses de Presidencia Trump, se puede observar lo que sucede en otros países. En China, por ejemplo. Acaba de clausurarse el XIX Congreso del Partido Comunista y Xi Jinping, presidente y secretario general, sale reforzado, casi dotado de plenos poderes: ni una palabra discordante, ni la menor divergencia, un aparato remodelado cómodamente. El presidente chino, que puede aspirar tranquilamente a un tercer mandato que le mantendría en el poder hasta 2027, está a punto de convertirse en el dirigente más poderoso del mundo.

Donald Trump también puede mirar a Rusia. Vladimir Putin, en el poder desde 1999, se dispone a presentarse una vez más a la reelección como presidente de la Federación Rusa. A día de hoy, no hay nada que pueda amenazar su reelección en marzo de 2018, lo que le permitirá mantenerse en el poder hasta 2024. No cabe duda de que la naturaleza de los regímenes chino y ruso, autoritario y ademocrático, garantiza esta estabilidad del poder. En Rusia incluso se habla de estancamiento, en alusión al estancamiento de Breznev de los años 70 y 80, que vieron el agotamiento y más tarde la agonía del sistema soviético.

Pero los juegos de las grandes potencias, en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas y en el panorama internacional, apenas se preocupan de la naturaleza de los regímenes. Las relaciones de poder se construyen a partir de la potencia de los dirigentes, de su capacidad de influir de sus países, de las estrategias a largo plazo que consiguen (o no). La catástrofe es ésa, en el caso de Donald Trump y de Estados Unidos. El primer balance de estos 12 meses de Presidencia es el de una hiperpotencia cuya credibilidad se ha hundido y cuyos actos erráticos son percibidos por sus aliados como cada vez más peligrosos.

La jornada del martes en el Congreso ilustró, una vez más, el caos político permanente que vive Estados Unidos. Jeff Flake, senador republicano de Arizona y conservador a ultranza, anunció que renunciaba a la reelección. No porque su situación electoral sea desesperada; no, el senador sencillamente no puede, por “honor y la decencia”, seguir viéndose asociado al ejercicio del poder que lleva a cabo Donald Trump. En 17 minutos de discurso, Jeff Flake realizó una acusación en toda regla, de una violencia inédita, en el Senado contra el 45º presidente, sin ni siquiera mencionarlo directamente.

“Ya no puedo seguir siendo cómplice ni permanecer callado ante el comportamiento indigno, provocador e inconsciente del presidente”, declaró Jeff Flake. Y denunció “el menoscabo de nuestros ideales democráticos, los ataques personales, las amenazas contra nuestros principios, libertades, instituciones, los desprecios flagrantes de la verdad y de la decencia”. Y el republicano añadió: “Cuando la siguiente generación nos pregunte: ‘qué hicisteis, qué dijisteis’, ¿qué vamos a responder?”. Mientras tanto, Trump arreglaba cuentas, con algunos tuits incendiarios, con otro senador republicano, presidente de la comisión de Asuntos Extranjeros, que tuvo la osadía de describir la Casa Blanca como una “guardería para adultos”.

Ése es el estado de deterioro, y a veces de histeria, que caracteriza al Partido Republicano, vencedor sobre el papel de las elecciones de noviembre de 2016. Los conservadores cuentan con una mayoría muy amplia en el Congreso, en sus manos está oficialmente la Presidencia; la derrota de Hillary Clinton dejaba a los demócratas facturados... Todo debería ir sobre ruedas. Sin embargo, es una pesadilla.

¿Por qué? Porque Donald Trump ejerce de Donald Trump. El Donald Trump especulador, violento, xenófobo, misógino, mentiroso, manipulador que fue en el mundo de los negocios, en los shows de telerrealidad y, después, en campaña. El sabio establishment político americano quiso tranquilizarse un día después de resultar elegido el hombre de la Trump Tower. Washington iba a recordarle sus deberes, el poder de las instituciones y de las administraciones le controlaría, el Congreso sabría bloquearlo y el Partido Republicano se ocuparía del resto... En resumen, el incontrolable Trump candidato entraría muy rápido en vereda. Y si el juego político no bastaba para maniatarlo, la CIA, el FBI y los servicios sabrían hacer valer sus argumentos...

Sin embargo, no ha pasado nada de esto. El monstruo Trump sigue libre, pisoteando las costumbres, reglas, los principios, amistades, aliados, atento a sólo dos elementos que suponen el verdadero soporte de su poder: una relación de histerismo con el electorado que le ha llevado al poder y que sigue apoyándolo (tal y como se desprende de sus exitosos mítines y de su potencia intacta en las redes sociales); una gestión mediante un sistema de clanes del poder, donde las personas de su confianza son miembros de su familia, sobre todo su hija y su yerno.

El Washington político, donde abunda la regulación, ha cometido otro error: haber creído que Trump no pondría en práctica sus propuestas de política internacional. Ahora bien, estos 12 primeros meses han sumido al mundo entero en un periodo de incertidumbre desconocido hasta la fecha. Estados Unidos no sólo no se pone fuera de juego. Los actos y discursos de Trump hacen que se tambalee todo el edificio internacional, en un momento en que las crisis mundiales no cesan de multiplicarse.

Política aislacionista

En primer lugar se produce ese retorno a una política aislacionista. Retirada querida (aunque no efectiva) del acuerdo sobre el clima; retirada de la Unesco; amenaza de salida de la OTAN; alejamiento de Europa con la puesta en práctica de relaciones execrables con Angela Merkel; muerte del trazado de librecomercio trasatlántico; renovación de alianzas con las peores dictaduras del mundo árabe; rechazo de cualquier gestión mutua con otras potencias de las crisis sirias o iraquíes. Algunas de estas decisiones puede causar una honda felicidad entre los europeos o entre todos los que criticaban a sabiendas la voluntad de la hiperpotencia de modelar el planeta.

Pero estas retiradas desordenadas, vengativas, erráticas, dado que a menudo son desmentidas o anuladas por sus ministros o asesores, no hacen sino aumentar la inestabilidad del mundo y su peligrosidad. No es sencillo distinguir una estrategia a largo plazo, de las decisiones políticas maduradas y cumplidas entre el concierto de ladridos que profiere Donald Trump continuamente.

Que el presidente de la primera potencial mundial amenace con “borrar del mapa” un país –Corea del Norte–, aterrorizando de paso a sus aliados surcoreanos y japoneses, que diga que no descarta una intervención militar en Venezuela para reprimir al régimen de Maduro, que pueda decir una cosa y la contraria sobre las nuevas relaciones que se deben construir con Europa no es sólo folclore. Donald Trump no es un mal actor que no controla su papel, es porteador de los nuevos peligros del mundo y el presidente que está debilitando Estados Unidos; es el que defiende el proyecto de un aislamiento guerrero, xenófobo y racista, encerrado y agresivo, para reivindicar mejor una America Great Again.

Ahora bien, el otro balance de los 12 primeros meses de Trump en la Presidencia es el de alguien que ha polarizado todavía más la sociedad americana. Nunca las fracturas habían sido tan hondas en la sociedad americana. La Presidencia Trump azuza a la oposición pero también el odio. Violencias policiales; racismo y xenofobia; tensión social; revueltas en algunas ciudades o algunos Estados (como California).

Una parte de esta sociedad libra en estos momento una guerra sin cuartel contra Donald Trump. Es una novedad por la que hay que felicitarse, dado que esas guerras se llevan a cabo también por la vía de las intervenciones políticas, experimentos, movilizaciones inéditas. Embargada por la pesadilla Trump, la sociedad norteamericana, mediante estos movimientos sociales y societarios, intenta reinventar Estados Unidos. _____________

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Traducción: Mariola Moreno

Leer el texto en francés:

Donald Trump se dispone a celebrar su primer aniversario como 45º presidente de Estados Unidos en el ruido y el fragor de Washington. Para hacerse una idea de los daños ocasionados en Estados Unidos, en sólo 12 meses de Presidencia Trump, se puede observar lo que sucede en otros países. En China, por ejemplo. Acaba de clausurarse el XIX Congreso del Partido Comunista y Xi Jinping, presidente y secretario general, sale reforzado, casi dotado de plenos poderes: ni una palabra discordante, ni la menor divergencia, un aparato remodelado cómodamente. El presidente chino, que puede aspirar tranquilamente a un tercer mandato que le mantendría en el poder hasta 2027, está a punto de convertirse en el dirigente más poderoso del mundo.

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