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Francia se debate entre la 'grandeur' y la decadencia

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François Bougon (Mediapart)

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Francia está enfadada. Y un [ministro] bretón brama.

El sábado por la noche, el ministro francés de Asuntos Exteriores, Jean-Yves Le Drian, tenía como misión ir al Journal [informativo] de la cadena France 2 para hacer de poli malo después de que Australia rompiera el “contrato del siglo”.

El exjerarca socialista –maestro en el arte de negociar con las dictaduras para venderles armas– mete a Joe Biden, actual presidente de EE.UU., en el mismo saco que su antecesor, Donald Trump. “Sin los tuits”. El matiz es poco diplomático, al igual que las palabras y expresiones utilizadas: “mentira”, “duplicidad”, “importante abuso de confianza”...

El lunes, en un aparte de la Asamblea General de las Naciones Unidas en Nueva York, el ministro reiteró que “lo que importa ahora es ante todo la cuestión de la ruptura de la confianza entre los socios”. “Ahora se requieren aclaraciones”, declaró.

El trago es amargo para el hombre que en junio recibió en París al jefe de la diplomacia de la administración Biden, Antony Blinken, francófono y francófilo, diciendo: “¡Bienvenido a casa!”.

Crisis transatlántica

En definitiva, se trata de una crisis entre París y sus aliados estadounidenses y australianos –ambos embajadores han sido llamados a consultas a París– tras el anuncio de la alianza AUKUS entre Washington, Canberra y Londres, destinada a contrarrestar a China en el Indo-Pacífico, pero que implica, en principio, el adiós a la venta de submarinos franceses.

Fue necesaria una pregunta del periodista para que Le Drian mencionase a Gran Bretaña. El enfado se tornó entonces en desprecio: “Conocemos su permanente oportunismo, así que no vale la pena traer a nuestra embajadora para que nos lo explique [...]. Y Gran Bretaña, en este asunto, es un poco el convidado de piedra”.

Los franceses tienen razones objetivas para no aceptar una decisión humillante tomada a sus espaldas por países que se supone que son aliados. “En una verdadera alianza, hablamos entre nosotros”, dijo Le Drian.

En un editorial publicado el lunes, el diario australiano The Age también consideró que Australia debería haber “tratado mejor a Francia”.

“El señor Macron se enfrenta a una elección difícil y puede haber un elemento de postura nacionalista en [su] respuesta”, dice el periódico. “Sin embargo, es evidente que esta decisión ha creado tensiones. Si no la corrige nuestro ministro de Defensa y el cuerpo diplomático, a la larga podría ir en contra de nuestros intereses en el Pacífico Sur, donde los franceses siguen siendo influyentes, y en la Unión Europea, donde tienen un papel vital, algo que no necesitamos cuando intentamos negociar un acuerdo de libre comercio post Brexit”.

Del lado estadounidense, según The Washington Post, también atribuyen estos arrebatos teatrales a las próximas elecciones presidenciales. Y prometen una llamada de Joe Biden a Emmanuel Macron para apaciguar los ánimos.

Pero, a pocos meses de estas importantes elecciones en Francia, esta crisis, provocada por el “gran juego” geopolítico en Asia-Pacífico –lo que ahora se llama el Indo-Pacífico, noción que ha cobrado protagonismo en los últimos años con el telón de fondo del ascenso de China al poder– debería abrir el debate sobre lo que podría ser la diplomacia francesa en el siglo XXI.

Tectónica de placas

Porque, más allá de las pasiones del momento, estamos asistiendo a un profundo cambio geopolítico. Como señala el semanario liberal británico The Economist, es posible ver de vez en cuando “las placas tectónicas de la geopolítica desplazarse”: Suez en 1956, Nixon en China en 1972, la caída del Muro de Berlín en 1989... AUKUS se añade a la lista.

Esta crisis del pacto transatlántico puede ser un mal necesario: intentar definir por fin una política exterior entre las dos superpotencias de hoy, Estados Unidos y China. Esto sólo puede hacerse reforzando una política europea, porque, como hemos visto con esta historia de un contrato roto, Francia es una potencia media, que ciertamente tiene un puesto permanente en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, pero que, por sí sola, ya no tiene los medios para cumplir sus ambiciones: ser una potencia equilibradora.

Así que, por supuesto, se podría aducir que las élites francesas reclaman constantemente la autonomía estratégica europea. Como dijo el embajador de Francia en Estados Unidos, Philippe Etienne, el lunes por la mañana en RTL, “somos una potencia equilibradora, somos una potencia importante, tenemos nuestros medios, los medios de Francia. También tenemos una Unión Europea que cuenta cada vez con más medios para garantizar su contribución a la seguridad local y queremos seguir en esta vía”.

Pero para lograr este cambio, será necesario tomar algunas decisiones dolorosas, volver a plantear la cuestión del papel de la OTAN en este mundo nuevo, y acabar con el mito de la grandeur de Francia, que sigue condicionando el pensamiento y la acción de nuestras élitesgrandeur, e impide un verdadero compromiso europeo por parte de Francia, a la que le gusta cultivar su “excepcionalismo”. Esto explica las críticas recurrentes a la arrogancia francesa por parte de muchos de nuestros aliados.

El general De Gaulle había impuesto este mito de la grandeur a una nación traumatizada por la pérdida de su imperio. Dramatizó este excepcionalismo francés, fustigando la “feroz competencia de ideologías” entre estadounidenses y soviéticos, su “apasionada rivalidad”. Esta idea de grandeur –influencia sin poder– iba acompañada de una política económica centrada en inversiones de prestigio, a menudo públicas, destinadas a mantener a Francia en la “carrera por el progreso” internacional que hacía furor durante los Treinta Gloriosos.

Una Francia humillada

Pero medio siglo después, este edificio se resquebraja, porque el mundo bipolar de la Guerra Fría acaba. Si los sucesores del general De Gaulle intentaron distinguirse llevando, en función de los acontecimientos, las reivindicaciones de las diferentes escuelas diplomáticas –soberanistas, realistas, internacionalistas, etc.–, en la cuestión de la grandeur de Francia y la singularidad francesa, el gesto gaullista sigue siendo la norma.

Así, vemos a Emmanuel Macron ir a Líbano y presentarse como el supremo salvador del país justo después de la explosión en el puerto de Beirut en agosto de 2020. Un año después, vemos los resultados...

Así que sí, también habrá que acabar con el presidencialismo estrechamente vinculado a la V República en el ámbito diplomático; con esa “área de influencia” reservada al monarca republicano que ahoga cualquier debate y dificulta cualquier construcción colectiva sobre lo que podría ser el papel de Francia en un mundo dominado por las dos superpotencias, Estados Unidos y China; con este gaullismo escandaloso que perpetúa posturas y reflejos condicionados totalmente desfasados con la evolución de este nuevo mundo y sus desafíos (aumento de las desigualdades, desastre climático, el peso de las plataformas digitales conocidas como Gafam…).

Como podemos ver en esta crisis transatlántica, los medios de comunicación transmiten la historia de una Francia humillada, pero pocos se preguntan quién es el responsable. Como señala Hélène Conway-Mouret, senadora socialista representantes de los franceses en el extranjero y secretaria de la Comisión de Asuntos Exteriores, Defensa y Fuerzas Armadas, “debemos aprender todas las lecciones de este asunto, no para culpar a unos u otros, sino para comprender nuestros errores”.

“O bien la información [sobre los problemas encontrados en Australia] llegó al Elíseo, que optó por no hacer nada, o no llegó y debemos revisar nuestra vigilancia económica y política, y evitar repetir los mismos errores para los contratos actuales y futuros”, señala a Mediapart (socio editorial de infoLibre).

Pero hará falta algo más que una comisión de investigación del Senado o de la Asamblea Nacional. Por ejemplo, los debates sobre estos temas durante la campaña presidencial. Hay que soñar.

Todo está por imaginar, especialmente en la izquierda del tablero político. Será necesario acabar con el legado gaullista, lo que no se hará sin choques y controversias, ya que la era de dominación de las potencias occidentales, iniciada hace casi doscientos años, llega a su fin. Al igual que en Estados Unidos, la tarea está resultando complicada en Francia, a la que le cuesta abandonar su misión mesiánica.

Anne Hidalgo, candidata socialista al Elíseo en 2022

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Traducción: Mariola Moreno

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