La rabia ya está ahí, y también el abatimiento. Desde el anuncio del cierre forzoso de un cierto número de centrales nucleares tras los hallazgos de corrosión, y luego el de posibles cortes de electricidad en las próximas semanas, los empleados de EDF asisten preocupados a la desintegración de su empresa. La catástrofe que temían, que llevaban años denunciando sin que las autoridades quisieran escucharles, ya está aquí.
Como ya han experimentado los empleados de Correos, France Telecom, GDF (gas), SNCF (ferrocarriles) y los hospitales, los de EDF tienen la sensación de verse despojados del sentido mismo de su labor. "Para los electricistas, la continuidad del servicio es la base de su misión. Estamos orgullosos de llevar años de fiabilidad intachable. Y ahora se nos pide que trabajemos en escenarios de cortes de electricidad y apagones en todo el país. "Es un fracaso total", afirma Élise*, empleada del grupo. "Hay cortes de electricidad, pero no tienen nada que ver con problemas de red. Es un problema de producción, que EDF no había conocido jamás", dice por su parte Julien Lambert, secretario federal de la central sindical FNME-CGT y encargado de la política energética. Son problemas que ilustran, según él, el fracaso del Estado. Esencialmente es el resultado de las decisiones incoherentes e imprudentes tomadas por la dirección del grupo y de las políticas veleta de los sucesivos gobiernos.
El riesgo de ver a una parte de Francia sumida en la oscuridad durante dos horas en los periodos de mayor consumo en pleno invierno está provocando un electroshock más allá de ese grupo público. Mientras los sucesivos gobiernos se vanagloriaban de "la excelencia del modelo francés", la opinión pública descubre ahora que EDF es incapaz de cumplir su misión primordial: suministrar electricidad a todo el mundo y en todo momento. Tras el hundimiento de los hospitales públicos y del sistema sanitario durante la crisis del covid, este nuevo fallo alimenta la sensación de abandono del país.
La condena de este fracaso es unánime en la clase política. "No, no es normal que Francia haya llegado a este punto", reaccionó Olivier Marleix, que ha hecho de la industria y la energía su caballo de batalla desde hace varios años. El líder de Los Republicanos (LR) en la Asamblea Nacional señala la especial responsabilidad de Emmanuel Macron en este fracaso.
"Teníamos un servicio público que era referencia mundial, que proporcionaba a todo el mundo electricidad barata y que la exportaba a toda Europa. Ahora nos vemos obligados a importar electricidad, expuestos a precios astronómicos y al riesgo de cortes de suministro. Estamos pasando de ser un país industrial a un país en vías de desarrollo. Es el gran fracaso vinculado a la liberalización del mercado de la energía y al debilitamiento de EDF organizado por el Estado", acusa por su parte el senador comunista Fabien Gay, que también trabaja desde hace años en temas energéticos.
Philippe Brun, diputado socialista de la Nupes (Nueva Unión Popular, Ecológica y Social) y miembro de la Comisión de Finanzas, utiliza más o menos los mismos términos. "Esta es la etapa final de la descomposición de los servicios públicos. En quince años hemos destruido una empresa de excelencia. Hoy vivimos la crisis energética de los años cuarenta", afirmó. Refiriéndose al ensayo L'Étrange Défaite de Marc Bloch, señala en particular la responsabilidad de la alta administración, inmersa en la misma ideología liberal desde hace treinta años. "Les conozco bien, fui a la ENA (École nationale d'administration, centro de donde egresan las élites, ndt) como ellos, con ellos", dice el diputado por el departamento de Eure (Normandía).
Un análisis compartido por el físico Yves Bréchet, ex Alto Comisario para la Energía Atómica. Durante su comparecencia el 29 de noviembre ante la comisión parlamentaria de investigación sobre la soberanía y la independencia energética de Francia, denunció con una franqueza poco común la mediocre cultura científica y técnica de la clase política y la alta función pública. "Las estructuras de los gabinetes y de la alta administración, que se supone deben analizar los expedientes para asesorar las decisiones políticas, es donde debemos buscar los engranajes de la maquinaria infernal que está destruyendo mecánicamente nuestra soberanía industrial y energética", añadió.
Pánico en la cúpula del Estado
Mientras el tema del apagón acapara de todos los canales de noticias, el pánico se extiende por los gabinetes ministeriales. Los blindajes de las tarifas energéticas finalizan el 31 de diciembre, la inflación, sobre todo en los productos alimentarios, sigue galopando, se acumulan las tensiones en un contexto de reforma de las pensiones, y ahora los "cortes rotatorios" podrían ser la chispa que encienda la opinión pública.
Tras dar la voz de alarma en noviembre, Emmanuel Macron intenta contener la amenaza. "Los escenarios del miedo no me valen", gritó desde Tirana (Albania), donde se encontraba de viaje, asegurando que los cortes eran sólo un "escenario ficticio". En julio, el presidente aseguró, al igual que el Ministerio de Transición Ecológica, que "no habría cortes de electricidad", mientras ya sonaban las advertencias desde todos los frentes .
¿Ha sido lento el Gobierno a la hora de anticiparse a la situación? Ya en primavera, los gobiernos alemán e italiano empezaron a elaborar escenarios de emergencia energética, indicando las prioridades y los sectores afectados por los cortes de suministro, en función del nivel de tensión en las redes. Estos planes se conocieron y se hicieron públicos con mucha antelación, lo que permitió a todos prepararse.
En Francia, nada de eso. "En julio, los empresarios de mi circunscripción se dirigieron a la prefectura en busca de información, para saber cómo prepararse, y la prefectura fue incapaz de darles información alguna", afirma Philippe Brun.
En la gestión del caso EDF da la impresión de que el Gobierno, durante el verano, estuvo más preocupado por la salida de bolsa de la empresa pública y los juegos del capital que se avecinan que por garantizar el suministro de electricidad al país. Ahora que el grupo público atraviesa una crisis sin precedentes que requiere la movilización de toda la empresa, es el momento elegido por el Gobierno para provocar un cambio acelerado al frente de la empresa. No como sanción por una mala gestión, ¡sino para preparar el futuro de una nueva EDF! Economía y Finanzas y Presidencia exigieron en julio la dimisión anticipada –su mandato terminaba en febrero de 2023– del presidente de EDF, Jean-Bernard Lévy. Pero tardaron semanas en ponerse de acuerdo sobre el nombre de su sucesor, sumiendo al grupo en un periodo confuso y de incertidumbre innecesario. Finalmente fue nombrado Luc Rémont el 23 de noviembre.
Pero, mientras tanto, la situación se ha deteriorado considerablemente. "Si el pánico se ha extendido al Gobierno es porque los reactores nucleares que debían reiniciarse no lo han hecho. Y no sabemos cuándo podrán hacerlo", explica un conocedor del expediente. "El calendario era demasiado ajustado. Pero, como de costumbre, la opinión técnica no ha sido escuchada", dice Élise. Las autoridades han descubierto que el tiempo de la técnica no se puede comprimir, ni siquiera ante las maldiciones políticas. Especialmente en electricidad. Es una industria pesada, muy pesada. No basta con chasquear los dedos o dar órdenes para que todo funcione. Parece ser que eso lo ignoraban muchos en las instancias de poder.
Por su parte, EDF ha experimentado una vez más la pérdida de sus competencias técnicas, de su saber hacer, disipado y disperso en las múltiples reorganizaciones, las políticas de ahorro y los recortes de empleo exigidos en nombre de una estrategia financiera y accionarial. Esta observación ya se había hecho en los últimos años tras el fiasco del proyecto de nuevo reactor EPR de la central nuclear de Flamanville. Pero poco ha cambiado desde entonces. Hoy, el grupo está buscando soldadores.
Consciente del peligro de la situación, el gobierno presentó finalmente su plan de acción el 2 de diciembre. Al verse entre la espada y la pared, utiliza los mismos métodos y reflejos que durante la gestión de la pandemia. Todo es vertical, autoritario y burocrático, con los mismos principios de lo absurdo, lo arbitrario y el caos.
Los prefectos como gestores de redes
Acostumbrado a la centralidad, el gobierno hace recaer toda la gestión de la crisis en los prefectos. Ellos serán los árbitros que designarán a los clientes prioritarios y a los demás. "Pero los prefectos no tienen los conocimientos técnicos necesarios para tomar estas decisiones", afirma Fabrice Coudour, secretario federal de la FNME-CGT. Y ya no disponen de las competencias ni internas -la función territorial se ha reducido drásticamente en la última década- ni externas.
"Antes había un responsable de Enedis (ex ERDF, encargada de la distribución y comercialización de electricidad) que centralizaba toda la información a nivel de departamento. Conocía todo el territorio, los clientes, los emplazamientos, los lugares prioritarios y era capaz de dar toda la información tanto a los prefectos como a todos los actores de la cadena energética. Esta cadena ha quedado totalmente desintegrada por todas las reformas de la liberalización del mercado energético. Hoy, si hubiera una tormenta como la de 1999, no podríamos hacerle frente", afirma Philippe Brun.
Según las disposiciones tomadas por el gobierno, cada prefecto dispondrá de un volumen del 38% de la electricidad de consumo en su departamento para distribuirlo entre los diferentes lugares prioritarios. "¿Por qué el 38%, y no el 35% o el 40%? No sabemos de dónde sale esta cifra ni cómo se justifica", explica Fabrice Coudour. Una vez más, la administración sucumbe a la ideología del número mágico.
Pero esta única cifra de porcentaje también crea de antemano profundas distorsiones territoriales. En los departamentos con grandes industrias electro-intensivas, como Savoya, destinadas a quedar atrás en cuanto haya tensión en la red, el prefecto dispondrá de un gran volumen de electricidad para asignar a actividades prioritarias. En los que tienen pocas industrias, como Creuse, el 38% se repartirá rápidamente: tras tener en cuenta las necesidades de los servicios prioritarios (hospitales y centros de salud, bomberos, gendarmerías y servicios de seguridad, administraciones y servicios públicos esenciales), los prefectos de estos departamentos pueden encontrarse sin margen de maniobra.
Es probable que esas decisiones y esas desigualdades de trato en todo el territorio causen rápidamente un conflicto, pues el Gobierno ya advierte de que pueden cerrarse escuelas y pararse trenes. "¿Cómo van a justificar la cancelación de trenes y el cierre de escuelas mientras siguen funcionando los remontes de esquí de Megève o Courchevel? ¿Por qué no parar todos los remontes en caso de necesidad? La cuestión no se limita a las estaciones de esquí. Lo que desconectas dice mucho de la sociedad en la que quieres que vivamos. Definir lo que es esencial o prioritario y lo que no lo es no es sólo una cuestión tecnocrática", afirma el economista Maxime Combes en una carta abierta a la Primera Ministra, Elisabeth Borne.
Agujeros en el sistema
Desde que se anunció el riesgo de cortes de electricidad, todo el mundo, a todos los niveles, está intentando hacerse una idea de lo que podría significar vivir, aunque sea un par de horas, sin electricidad. Y todos llegan a la misma conclusión: la electricidad es un bien vital y esencial que impulsa todas nuestras actividades. Mucho más allá de la luz y la calefacción, se ha convertido en la base de toda la economía. Ni producción industrial, ni transporte en la oscuridad, ni transacciones comerciales, no dinero disponible. Sin Internet, sin ordenadores, sin almacenamiento de datos en caso de apagón. La lista es interminable.
La vulnerabilidad de nuestra economía moderna es evidente. Lo mismo ocurre con la imprudencia y la imprevisión de nuestra organización. Cuando la Directora General de Orange, Christel Heydeman, advirtió a los senadores el 30 de noviembre que sería "imposible mantener un servicio de telefonía móvil para todos los franceses en caso de corte de suministro", la conmoción fue total. El mundo político descubrió de repente que, por razones económicas y porque no estaban obligados a ello, los operadores de telefonía móvil no habían equipado sus antenas repetidoras con sistemas de reserva en caso de corte eléctrico. Como ya no existe una red autónoma de comunicaciones de cobre -las líneas fijas pasan por Internet- y como ya no hay cabinas telefónicas, la gente podría verse sin ningún medio de comunicación, incluso en casos de emergencia.
La polémica sobre las personas con aparatos respiratorios en casa es una historia similar. Cuando el portavoz de Enedis declaró que no eran una prioridad, se produjo una protesta general. En el seno de EDF, algunos se preguntan si no metió el dedo en la llaga para que la gente tomara conciencia de las decisiones arbitrarias y peligrosas que se estaban tomando en las prefecturas.
"Cuando trabajaba en Enedis, hace 15 años, teníamos un programa informático que nos mostraba toda la lista de pacientes con alto riesgo vital. Nos lo enviaron las agencias sanitarias regionales. Sabíamos dónde vivía todo el mundo. Pero no sé si el sistema se ha mantenido", explicaba Benoît*, todavía empleado de EDF, unos días antes de que estallara la polémica. Ahora ya tiene la respuesta: esa red tan fina de usuarios que permitía saber dónde estaban las personas en situación de riesgo ya no existe.
El gobierno se ha comprometido a registrar como prioritarias a las personas con alto riesgo de muerte en caso de apagón. Pero ellas mismas tienen que inscribirse previamente en las agencias sanitarias regionales.
Según los empleados de EDF , el caso de las personas en situación de alto riesgo es emblemático de la forma en que el Gobierno está preparando una respuesta a los riesgos de apagones: confusión, descuidando los problemas técnicos, ignorando las dificultades de los territorios y los usuarios. "Estamos haciendo todo esto a toda prisa. Pero es probable que haya agujeros en el sistema. Dicen que un corte de dos horas no es dramático. Pero sí, en ciertos casos, dos horas pueden ser dramáticas", dice con vehemencia Fabrice Coudour.
Al capricho del tiempo
Toda Francia está empezando a comprender la gravedad de la situación. Mientras la industria, espoleada por los estratosféricos precios de la energía, se ha lanzado al ahorro energético, los hogares, a su vez, empiezan a reducir drásticamente su consumo. La semana pasada cayó un 8,3% respecto al mismo periodo de 2021, según el operador de red RTE. "No estamos lejos de alcanzar el 10% de reducción del consumo (umbral de ahorro fijado por la Comisión Europea)", se complace en decir el Gobierno, siempre inclinado a aferrarse a otra cifra mágica.
¿Será suficiente para evitar apagones, como espera el Gobierno? "Dependerá exclusivamente de la meteorología", afirma un experto en la materia. El sistema eléctrico francés, debido sobre todo a la creciente utilización de la calefacción eléctrica, es muy sensible a las variaciones meteorológicas. Un grado menos se traduce en 2.500 mW más de consumo, el equivalente a la producción de tres reactores nucleares.
Desde hace años, EDF experimenta periodos de tensión en invierno. Pero para enfrentarse al de 2022-2023, el grupo público ya no tiene margen de maniobra. No sólo por las dificultades encontradas en su parque nuclear, sino también por su gestión. "Paramos y cerramos plantas de producción sin asegurarnos de que otros modos de producción controlables tomen el relevo", acusa Julien Lambert.
Desde 2017, las centrales térmicas se han ido cerrando una tras otra: Porcheville, Le Havre, Gardanne, Vitry, etc. Han sido suprimidos más de 12 gW de producción sin ser sustituidos. Dentro de EDF, muchos cuadros e ingenieros han denunciado esos cierres. Sin sustitución, argumentaron, ponen en peligro la seguridad de la producción y de la red. La dirección respondió que se trataba de actos de buena gestión. Esas centrales poco utilizadas y contaminantes representaban enormes capitales inmovilizados y gastos en salarios. En cuanto a la seguridad del suministro, el mercado europeo de la electricidad, gracias a las interconexiones, se encargaría de ello.
El estado de los suministros a fecha de 8 de diciembre ilustra la vulnerabilidad en la que se encuentra actualmente el sistema eléctrico francés. Ese día, Francia ha tenido que importar 13 GW para garantizar su funcionamiento, pero a un precio superior a 500 euros mWh. Desde hace más de diez días, no hay viento en el norte de Europa. La producción de energía eólica está en su punto más bajo y los precios se disparan. Se espera una nueva ola de frío sin viento a finales de esta semana y principios de la próxima. Los precios de compra de electricidad en Francia ya cotizaban el lunes 12 de diciembre a 900 euros mWh .
Es probable que estas tensiones aumenten a lo largo del invierno y la "solidaridad europea" podría enfrentarse a una dura prueba. En octubre, Emmanuel Macron elogió el acuerdo con Alemania: Francia vendería gas a Alemania y, a cambio, Alemania exportaría electricidad a Francia. Pocos días después, el operador de la red alemana empañó los sueños del Elíseo: su prioridad, recordó, era garantizar el suministro y la seguridad del sistema eléctrico alemán. No dudaría, si fuera necesario, en suspender todas las exportaciones de electricidad, incluso a Francia.
Evitar el apagón
EDF ha reabierto a toda prisa la central de carbón de Saint-Avold (Mosela), cerrada en marzo. También ha aplazado el cierre de la central de carbón de Cordemais (Loira-Atlántico). Pero se trata sólo de soluciones temporales.
"Si la producción es insuficiente en relación con el consumo, los cortes serán inevitables. La prioridad en la gestión de un sistema eléctrico es evitar que se colapse. Debe mantenerse en equilibrio en todo momento, de lo contrario se producirá un apagón. Porque entonces las consecuencias son mucho más graves", explica este experto del mundo de la electricidad.
Hay quien habla del desabastecimiento del país de forma dispersa. Las zonas rurales temen ser las primeras en ser sacrificadas. "Depende de la situación del suministro y del consumo en el momento del corte. Pero sin duda hay territorios más expuestos que otros, dada su geografía y los medios de producción instalados. El Este y el Norte, por ejemplo", prosigue.
En empresas, centros comerciales y otras grandes estructuras, han empezado a sacar sus generadores de emergencia averiados para revisarlos o repararlos. Han estado guardados en un rincón, a veces olvidados durante años, y puede que no estén en condiciones. Algunas pequeñas empresas también se están equipando con material de emergencia. La "nación emergente" se encuentra pendiente de los partes meteorológicos para ver si tendrá electricidad.
Traducción de Miguel López
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