Un informe secreto vincula los ensayos nucleares de Francia en la Polinesia con la proliferación de casos de cáncer

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El 2 de julio de 1966, con gran secretismo, Francia llevó a cabo su primer ensayo nuclear en el cielo de Polinesia. Ese día, a las 5.34 de la mañana, Aldebaran, el nombre que se le dio a la bomba, era lanzada desde una barcaza en una laguna azul celeste cerca del atolón de Mururoa. Unos microsegundos después de la explosión, aparecía una bola de fuego. Esta masa incandescente, de varios miles de grados, se elevaba hacia el cielo y, al enfriarse, formó una inmensa nube de polvo radiactivo que dispersó el viento.

En ocho años se realizaron al menos 46 ensayos “atmosféricos” como éste. En cada ocasión, la explosión produjo una lluvia radioactiva que contaminó todo cuanto encontraba a su paso. Empezando por los habitantes de la isla. En total, se vieron expuestos 297 veces a niveles intensos de radiactividad. El Estado Mayor del Ejército siempre ha mantenido una única línea de defensa. Los ensayos atmosféricos, presentados como “limpios”, no habrían tenido ninguna “consecuencia sanitaria” para los polinesios.

Desde hace años, las asociaciones de defensa de las víctimas de los ensayos están convencidas de lo contrario. En cuanto a la comunidad científica, en varias ocasiones ha intentado comprobar esta posición mediante análisis en profundidad de los datos oficiales, sin éxito. El último ejemplo de este fracaso es el estudio publicado, en Francia, el 18 de febrero, por el Instituto Nacional de Salud e Investigación Médica (Inserm). Al término de este trabajo, encargado por el Ministerio de Defensa hace ocho años, el Inserm determinó que los “vínculos entre la lluvia radiactiva de los ensayos atmosféricos y la aparición de patologías inducidas por la radiación” eran difíciles de establecer, debido a la falta de datos fiables sobre la contaminación de los archipiélagos.

“Foco de cánceres”

Sin embargo, un informe confidencial presentado al Gobierno de Polinesia un año antes, en febrero de 2020, sostiene lo contrario. Disclose ha podido tener acceso a una copia de este documento que nunca antes se había hecho públicoDisclose. Titulado sobriamente “Consecuencias sanitarias de los ensayos nucleares franceses en el Pacífico”, el informe de ocho páginas fue redactado por un médico militar francés a petición del Centre Médical de Suivi, una administración creada en 2007 por los gobiernos de Francia y Polinesia para detectar las enfermedades inducidas por la radiación. Es decir, patologías relacionadas con la exposición repetida a las radiaciones ionizantes.

Según el autor, unos 10.000 polinesios, entre ellos 600 menores de 15 años que viven en las islas Gambier, Tureia y Tahití, recibieron una dosis de radiactividad de 5 milisieverts (mSv), cinco veces superior al umbral mínimo (1 mSv) por encima del cual la exposición se considera peligrosa para la salud humana.

Pero la información más vergonzante está en la página 5 del documento. Por primera vez, un informe oficial establece una relación directa entre las pruebas nucleares y el número de cánceres en la población. “La presencia de un foco de cánceres de tiroides centrado en las islas sometidas a la lluvia radiactiva durante los disparos aéreos, en particular en Gambier, deja pocas dudas sobre el papel de las radiaciones ionizantes, y en particular de la exposición de la tiroides al yodo radiactivo, en la aparición de este exceso de cánceres”, afirma el autor.

El tiroides, órgano situado en la base del cuello, es especialmente sensible a las radiaciones ionizantes, sobre todo durante la infancia, cuando el riesgo de desarrollar un cáncer de tiroides es mayor. La incidencia de los cánceres de tiroides y su relación con la campaña de lanzamientos atmosféricos fue objeto de un análisis por parte del Inserm en 2010. Según este estudio, entre 1985 y 1995 se diagnosticaron 153 cánceres de tiroides en la población nacida antes de 1976 y residente en la Polinesia Francesa. En consecuencia, el número de personas que padecen cáncer de tiroides allí es de dos a tres veces mayor que en Nueva Zelanda y Hawái. Sin poder establecer una relación directa con las pruebas nucleares, los expertos lamentaban entonces la falta de datos disponibles.

Basándose en los datos de la época, Disclose e Interprt, en colaboración con el programa Science and Global Security de la Universidad de Princeton (Estados Unidos), reevaluaron las dosis de radiactividad recibidas por los pacientes de cáncer de tiroides en Gambier, Tureia y Tahití durante seis de las pruebas nucleares más contaminantes. Nuestras estimaciones muestran que las dosis recibidas serían entre dos y diez veces superiores a las establecidas por el Comisariado de la Energía Atómica (CEA) en 2006.

¿Cómo se explica tal discrepancia entre nuestros resultados y los del CEA? La respuesta se encuentra en los detalles de las opciones de cálculo elegidas por los científicos del Comisariado de la Energía Atómica. Tomemos el ejemplo de Aldebaran, el primer ensayo al aire libre. El CEA estimó que la población de las islas Gambier, muy expuesta a la lluvia radiactiva, sólo bebía agua del río, pero no de la lluvia, mucho más cargada de partículas radiactivas.

Muchos testigos encontrados en la Polinesia cuestionan esta afirmación. Es el caso de Julie Lequesme, de 12 años en el momento de los hechos. “Sólo teníamos agua de lluvia”, explica esta residente de Taku, un pueblo situado al noreste de Mangareva, la isla principal del archipiélago de Gambier. Lo mismo ocurre en Rikitea, la capital de la isla, donde “el sistema de agua corriente no se completó hasta finales de los años 70”, precisa Jerry Gooding, expresidente de la Asociación 193, la principal organización de apoyo a las víctimas civiles de los ensayos nucleares.

El consumo del agua de la lluvia también está confirmado por al menos cuatro documentos oficiales a los que hemos tenido acceso. Un estudio de la Oficina de Investigación Científica y Técnica de Ultramar (Orstom) publicado en agosto de 1966, un mes después del inicio de los ensayos, demuestra que algunos isleños sólo consumían agua de lluvia, principalmente debido a su aislamiento. A la misma conclusión se llegó en un informe del Servicio Conjunto de Control Biológico (SMCB), un servicio del Ejército, fechado el 24 de abril de 1968. Al incorporar el consumo de agua de lluvia después de Aldebaran, nuestras estimaciones sobre la exposición de un niño de entre 1 y 2 años en ese momento son 2,5 veces superiores a los cálculos oficiales.

De las seis pruebas que hemos reconstruido, el consumo de agua de lluvia es la principal fuente de exposición a la radiactividad en cinco de ellas. Al optar por no incluir estos datos o al minimizar su importancia, el Estado subestimó a sabiendas el alcance de la contaminación.

El cáncer, la herencia de Gambiers

Según el Ministerio de las Fuerzas Armadas, las islas Gambier se vieron afectadas por deposiciones atmosféricas en 31 ocasiones. De hecho, el archipiélago se vio afectado por todas las pruebas realizadas entre 1966 y 1974. Desde entonces, el cáncer se ha extendido por todas partes. Desde Rikitea hasta Taku, pasando por la costa de Taravai, los habitantes están convencidos de que esta plaga está directamente relacionada con los experimentos atómicos.

Investigando sobre el terreno y tras reunirnos con decenas de testigos, Disclose ha podido elaborar un mapa de la enfermedad en Mangareva, la isla principal de Gambier. Aunque no hemos podido establecer una relación directa entre las pruebas y el número de cánceres in situ, el resultado es edificante.

Yves Salmon desarrolló un carcinoma, un cáncer en la sangre inducido por la radiación, en 2010. Su mujer contrajo cáncer de mama. La mujer fue reconocida víctima de las pruebas nucleares francesas. También su hermana.

A Utinio, vecino de Yves Salmon, le detectaron cáncer de tiroides en 2001. El hombre, que sigue viviendo cerca del pueblo de Taku, pasó toda su infancia en Gambier. En 2010, el Gobierno francés finalmente lo reconoció como víctima de las pruebas nucleares.

Monique, de 69 años, es prima de Utinio. Sobrevivió al cáncer de tiroides tras dos años de hospitalización y fue indemnizada por el Estado en agosto de 2011. Monique tiene seis hijos, cuatro de ellos con cáncer de tiroides. Sus dos hijas han solicitado una indemnización al Comité de Indemnización de Víctimas de Pruebas Nucleares (Civen) sin haber recibido respuesta alguna hasta el momento.

Tanto a Sylvie (nombre supuesto) como a su hermana mayor, nacidas en 1972 y 1971, se les ha diagnosticado cáncer de mama. “Fue cuando nuestros mayores empezaron a morir cuando realmente empezamos a hacernos preguntas”, dice la mayor. Su madre murió de cáncer de mama en 2009. Fue reconocida víctima de las pruebas nucleares, al igual que Sylvie. La residente de Mangareva teme la suerte que puede correr su hija.

El padre de Julie Lequesme, un anciano de la aldea de Taku, murió de cáncer de garganta en 1981 después de trabajar en Mururoa. “El médico de la isla me dijo que mi padre era un fumador empedernido según las radiografías”, dice. “Pero mi padre nunca tocó un cigarrillo”. Su marido, exempleado del CEA, también murió de cáncer en 2010.

En la familia de Catherine Serda, antigua residente del pequeño pueblo de Taku, se diagnosticó cáncer a ocho personas entre finales de los años 70 y principios de los 90. Todos ellos vivían en Mangareva en el momento de los ensayos.

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Traducción: Mariola Moreno

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es un medio de investigación sin ánimo de lucro cuyas investigaciones se financian con donaciones. La investigación Tóxicos sobre las consecuencias de las pruebas nucleares en la Polinesia francesa fue realizada por Tomas Statius, para Disclose, y Sébastien Philippe, para el programa Science and Global Security, de la Universidad de Princeton.

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