Las izquierdas europeas reflexionan sobre el futuro de una UE “en ruinas”

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Amélie Poinssot (enviada especial de Mediapart a Roma)

Varias formaciones europeas de la izquierda alternativa se prestaban a llevar a cabo, el pasado fin de semana, un difícil ejercicio de convergencia. Los partidos integrantes, o próximos, del Grupo Parlamentario de la Izquierda Unitaria Europea (GUE) debatieron durante dos días sobre el plan B que debe aplicarse en el continente; se habían dado cita en Roma, en un ala del Palacio de Campidoglio donde hace precisamente 60 años se firmó el tratado fundacional de la Comunidad Económica Europea.

Porque para los interlocutores presentes en estas jornadas de debate, la Unión Europea actual se encuentra al borde del colapso. “Esta Unión me hace pensar en el hundimiento del Titanic. TitanicEl iceberg está cada vez más cerca de nosotros”, espetó el diputado italiano Stefano Fassima en la sesión inaugural de la cumbre. “No es un problema coyuntural, sino la consecuencia de los principios que sustentan los tratados y de la agenda que sigue aplicándose, a pesar de los reiterados fracasos de las políticas de austeridad”.

Con esta constatación, reiterada durante las jornadas, todo el mundo está de acuerdo: la UE “ya no se sostiene” (Stefano Fassima); “En este 60º aniversario, no hay nada que celebrar, más bien hay muchas cosas por las que hay que disculparse” (Zoi Konstantopoulou, expresidenta del Parlamento griego, exmiembro de Syriza); “La Europa de los 28 es un edificio que se tambalea y en ruinas” (Jean-Luc Mélenchon)… Y el Brexit, cuyas negociaciones comenzarán en breve –la primera ministra británica Theresa May tiene intención de activar el artículo 50 a finales de mes– no hace sino reforzar el diagnóstico. “El Brexit y la campaña electoral nacionalista que ha llevado a él pone de manifiesto la mediocridad de los dirigentes europeos actuales”, señalaba el diputado sueco Jonas Sjöstedt. “Esto también ha puesto de manifiesto los errores en el funcionamiento de la Unión, que enfrenta entre sí a los trabajadores de los diferentes países”. Por su parte, Nicola Fratoianni, secretario general de Sinistra Italiana (antes SEL, rebautizado hace unas semanas, en una tentativa de reconstrucción, como Izquierda Italiana), precisaba: “El Brexit no es, como algunos piensan, una causa profunda del estallido de la UE. Al contrario, es un efecto, influencia de políticas muy duras y de una crisis económica exacerbada por la estructura de la UE, donde dominan la lógica mercantil y la devaluación del empleo”.

Las tres cumbres precedentes del plan B, que se han organizado desde el otoño de 2015 (París, Madrid y Copenhague), se centraron en la cuestión griega y en el análisis del pulso entre Atenas y Bruselas, hace ahora año y medio. En este comienzo de 2017, marcado por la convocatoria de elecciones determinantes en tres países fundadores de la UE (Países Bajos, Francia y Alemania) y, ocho meses después del referéndum británico y mientras la agenda europea habla abiertamente ya de una “Europa a varias velocidades”, el panorama cada vez se hace más complejo. ¿Cómo posicionarse frente a la salida británica cuando se es de izquierda? Lamentablemente, la cuestión no se abordó directamente en las mesas redondas organizadas, que giraron casi única y exclusivamente en torno a cuestiones, también importantes, como el euro, los tratados y las estrategias de desobediencia.

En lo que respecta al futuro de la moneda única y el recurso al plan B, no obstante esta cuarta cumbre permitió avanzar pese a las divergencias. Para algunos, en especial los miembros griegos del colectivo, hay que pasar directamente al plan B; o, dicho de otro modo, a la ruptura con los tratados europeos. Ellos ya conocen lo que es que fracase el plan A, es decir, la reforma de las instituciones europeas en el marco existente. Para otros, como los franceses del Partido de Izquierdas y de Francia Insumisa, no hace falta necesariamente acabar con el plan A. De hecho, Francia está en una posición mucho más favorable que Grecia hace año y medio: si decidiese renegociar los tratados, otros Estados miembros podrían irle a la zaga. En ese escenario, el plan B es un incentivo, un instrumento de presión; sólo se activaría después de una primera tentativa de materializar el plan A. “El plan A combina diversas propuestas de profunda reorientación del proyecto europeo. El plan B es progresiva desvinculación de la UE en caso de que Bruselas prosiga un camino antidemocrático y neoliberal de oposición y propone un nuevo tipo de cooperación entre Estados, incluida la cooperación monetaria”, resume la declaración final de la cumbre.

Plan A o plan B, el objetivo es el mismo: volver a la esencia primera de la UE, una Unión de paz, de solidaridad, orientada hacia el pleno empleo y los derechos de sus ciudadanos y no hacia los intereses “del establishment”, parafraseando a un participante. Esto significa una anulación de los tratados comerciales trasatlánticos como el CETA y el TTIP, una refundación completa de los estatutos del BCE, el cuestionamiento de los acuerdos UE-Turquía y UE-Libia sobre la expulsión de migrantes y muchos otros cambios (la declaración común está en este enlace).

¿Este programa pasa por abandonar el euro? Durante los debates, los interlocutores parecieron discrepar en esa cuestión –probablemente por temor a abordarlo directamente–, coincidiendo en una constatación: tal y como está estructurada actualmente, la moneda única impide cualquier armonización social y fiscal en el continente. En ese sentido, fue importante la contribución del sindicalista belga Felipe Van Keirsbilck: “Para conseguir un euro favorable al empleo, habría que permitir la inflación para con ello aplicar políticas al servicio del pleno empleo”, dijo el sábado. “Ahora bien, nuestro pacto europeo prohíbe inflación. Haría falta también que las deudas públicas no se consideren un problema económico y nacional, sino un problema político y europeo. También harían falta inversiones masivas en cuestiones sociales, educación, en la transición ecológica. Harían falta mecanismos de transferencia entre los países…”. Cosas todas ellas imposibles de aplicar en el sistema actual. Al mismo tiempo, añadió el sindicalista, “ninguna de estas condiciones son imposibles. No son más complicadas de poner en marcha que la construcción de una moneda única, tal y como hicimos hace 20 años”.

La posición de estas izquierdas alternativas sobre la moneda única se dibuja de manera más clara en la declaración común difundida al término de la cumbre. Los miembros organizadores de esta coalición del plan B hacen suyo el que era el principio director de Syriza antes de su llegada al poder, en enero de 2015. “Entre salvar el euro y a nuestro pueblo, la decisión está clara: nos quedamos con el pueblo”, escriben. Y lo que proponen entre líneas no es otra cosa que un fin colectivo y organizado de la eurozona. “Proponemos, en alternativa al plan A, un plan B para un divorcio amistoso del euro o un plan de salida del euro para un único país. Trabajamos en un marco de cooperación monetario salido de las monedas nacionales y en una unidad de contabilidad europea común”.

Panel muy "Europa del Oeste y Europa del Sur"

La idea de la salida de la eurozona para un solo país en realidad es una demanda de los participantes griegos. Aunque más allá de éstos, no se aboga por ella: las otras delegaciones son más bien favorables al “divorcio” colectivo. La economista Jeanne Chevalier, secretaria nacional de Economía y del plan B del Partido de Izquierda, precisa: “Por nuestra parte, estamos estudiando diferentes escenarios. Uno de los escenarios posibles es la reintroducción de monedas nacionales bajo el paraguas de un moneda común que serviría en los intercambios internacionales: es la solución que propone sobre todo Frédéric Lordon. Hay otras, como la basada en el sistema del patrón de oro de Bretton Woods, con la idea de introducir una unidad de medida internacional en la que podrían basarse las monedas europeas”. En el partido francés para que no han llegado a un acuerdo al respecto.

Otra aportación en esta cuarta cumbre del plan B es el intercambio de experiencias locales de resistencia y de desobediencia frente a la apisonadora de las políticas acordadas en Bruselas. “Respaldamos el derecho de los pueblos a resistir y a desobedecer”, se puede leer en la declaración final. Y ese es el mensaje que intentaron transmitir los representantes locales en la capital italiana; no se trata sólo de elaborar un plan B y de invertir la relación de fuerzas en el plano institucional, hay que actuar aquí y ahora, al lado de los movimientos sociales.

El domingo por la mañana, representantes de Francia, de España, de Italia y de Suecia aportaron sus modestas experiencias, aunque decisivas. El alcalde de Nápoles, Luis de Magistris, rememoró la forma en que, un día después de la celebración de una violenta manifestación de extrema derecha en su ciudad, se movilizó su localidad en la acogida de migrantes. Y todo ello sin contar con ayuda económica alguna: “Tratamos de poner en marcha un neomunicipalismo, es decir, dar el poder a las asambleas populares, darle todo el peso a los ciudadanos. Hemos trabajado junto con los movimientos sociales para regenerar el patrimonio inmobiliario en estado de abandono; hemos puesto en marcha restaurantes sociales… Los ciudadanos participan en la toma de decisiones. No hay, ¡pero está la gente!”.

Las tentativas de convergencia en estas estrategias de desobediencia local y en la deconstrucción del euro se presentan como los principales avances de esta cumbre de Roma. Pero, sin duda, los debates habrían ganado si se hubiesen situado en un contexto postbrexit o poniendo las bases de la clarificación necesaria frente a los discursos de extrema derecha antieuropeos, particularmente ofensivos en las campañas electorales en curso en los Países Bajos y en Francia. Sin embargo, no se abordaron estas cuestiones en las mesas redondas. No es casual que, en el último momento, anulase el viaje John McDonnel, mano derecho de Jeremy Corbin en el laborismo (ministro de Hacienda del gabinete fantasma del partido Laborista).

Entre debate y debate, no obstante, los participantes responden de buen grado a las preguntas: “La UE debe negociar un acuerdo con Gran Bretaña que sea más favorable a los derechos de los trabajadores y que no sea un mero tratado comercial que repercuta en el Estado de bienestar”, dice Stefano Fassina. “No hay salida unilateral de la UE que resulte ventajosa”, señalaba por su parte Lorenzo Marsili, italiano miembro del Diem25, el partido reformador europeo fundado por el griego Yanis Varufakis. “El Brexit es una salida organizada por el establishment. Hay que acabar con esta desintegración, este desmembramiento de la UE”. Una vez más, la constatación y la intención son unánimes: hay que acabar de inmediato con la tendencia hacia una “Europea a varias velocidades”.

Pero a falta de interlocutores británicos y de representantes de la Europa central, sobre todo del grupo de Visegrad (Polonia, Hungría, República Checa y Eslovaquia), la cuestión de la Europa a varias velocidades en esta cumbre de Roma se descartó. Más precisamente, ¿cómo parar la tendencia de estos países –con Hungría a la cabeza– a hacer trabajo intergubernamental y a rechazar los principios elementales de la solidaridad europea, como la acogida de los refugiados sirios? En realidad, estos Estados miembros, que cuestionan oportunamente la idea de una Europa a varias velocidades, a día de hoy objeto de debate en Bruselas, son los promotores. El menor compromiso posible, las menos restricciones posibles, la mayor liberalización de mercado: ésa es la visión de la UE que en el fondo defiende sus actuales Gobiernos.

En los dos días que duraron los debates, sólo tuvimos ocasión de cruzarnos con un participante húngaro. Andras Schiffer, exdiputado de izquierdas que presentó su dimisión tras seis años en el Parlamento de Budapest, está convencido: una Europa a varias velocidades sería catastrófica para Europa central y oriental: “Cuando Viktor Orban se enfrenta contra sus socios europeos para supuestamente defender los intereses de los húngaros, en realidad lo único que hace es ir en contra de los intereses de su pueblo y de los ciudadanos de la región”. Para este hombre que dice haber fracasado a la hora de “construir una izquierda en Hungría”, el principal problema actual de la UE es el “brain drain”. “Causada por la diferencia del nivel de vida entre el Oeste y el Este, esta inmigración laboral, que vacía a nuestros países de sus fuerzas vivas, lo único que hace es agravar esas diferencias. Si los mejores se van, ¿quién va a aportar valor añadido en nuestra región? En mi opinión, se trata de un problema estructural más importante que el Brexit, que sólo es un fenómeno superficial”.

En el panel muy “Europa del Oeste” y “Europa del Sur” que integraban las mesas redondas de esta cumbre del plan B, no se desarrolló ese análisis. Es una pena. Porque en el debate sobre el futuro europea falta un análisis, desde la izquierda, de la ampliación de 2004 y de sus consecuencias. No obstante, Jean-Luc Mélenchon tuvo buenas palabras para prensa francesa, que le sigue en la campaña a las presidenciales francesas y que también viajó a Roma: “Hemos conseguido venir a Italia con motivo de este 60º aniversario. Está bien. Pero si queremos avanzar en las alternativas, ¡debemos demostrar que hay corrientes progresistas en toda Europa! Estará bien que Hungría acogiese una futura cumbre del plan B. Son escasos los progresistas en Hungría, pero ¡existen!”. No obstante, los asistentes se emplazaron para el próximo mes de octubre, en Portugal. El fin es señalar un nuevo aniversario en el que no hay nada, dicen, que celebrar: los diez años del Tratado de Lisboa. __________________

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Traducción: Mariola Moreno

Leer el texto en francés:

Varias formaciones europeas de la izquierda alternativa se prestaban a llevar a cabo, el pasado fin de semana, un difícil ejercicio de convergencia. Los partidos integrantes, o próximos, del Grupo Parlamentario de la Izquierda Unitaria Europea (GUE) debatieron durante dos días sobre el plan B que debe aplicarse en el continente; se habían dado cita en Roma, en un ala del Palacio de Campidoglio donde hace precisamente 60 años se firmó el tratado fundacional de la Comunidad Económica Europea.

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