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Lula y su polémica estrategia para devolver a Brasil al tablero diplomático tras la era Bolsonaro

François Bougon (Mediapart)

Tras la desastrosa presidencia de Jair Bolsonaro, Brasil vuelve a la escena internacional de la mano de su sucesor, Luiz Inácio Lula da Silva. Antes de asumir el cargo en enero, Lula ya lo había advertido en noviembre, durante su visita a la COP27 en Egipto: "Brasil está de vuelta para renovar sus lazos con el mundo (...). Volvemos para ayudar a construir un orden mundial pacífico, basado en el diálogo y el multilateralismo". 

De vuelta al poder tras dos mandatos sucesivos (2003-2011) y una estancia en prisión, el presidente de izquierdas ha emprendido una campaña diplomática que le ha llevado a prácticamente todos los continentes desde principios de año: Argentina, Uruguay, Estados Unidos, China, Portugal, España y Reino Unido. También tiene prevista una gira por África. Este peso pesado de la política sudamericana, de 77 años, se ha convertido en una de las figuras más visibles de este "Sur global", que vuelve a estar de moda en los comentarios desde la agresión rusa en Ucrania.

Ambición sudamericana

La prioridad de Lula es relanzar la integración regional. En enero, este ex líder sindical no acudió al Foro de Davos y prefirió participar en una cumbre de la Celac (Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños), un organismo creado en 2011 que Brasilia abandonó en 2020 bajo el mandato de Bolsonaro por considerar, en palabras del entonces el canciller Ernesto Araújo, que "la Celac no estaba logrando resultados significativos en la defensa de la democracia en la región; al contrario, estaba sirviendo de escenario a regímenes antidemocráticos como Venezuela, Cuba y Nicaragua".

El martes 30 de mayo, Lula también reunió a doce líderes regionales para relanzar otro organismo regional, la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur), que creó en 2008 con su homólogo venezolano Hugo Chávez para ofrecer una alternativa a la Organización de Estados Americanos (OEA), bajo influencia estadounidense. Unasur es desde 2017 una cáscara vacía, tras la salida de la mitad de sus miembros conforme llegaban al poder gobiernos de derechas. Una nueva ola de izquierdas en el continente permite a Lula soñar con una renovación, aunque sigan presentes diferencias ideológicas. 

 

Mientras estemos desunidos, no haremos de Sudamérica un continente desarrollado en todo su potencial.

Muestra de ello es la recuperación de la estima del presidente venezolano, no exenta de críticas dentro de este cenáculo sudamericano. Lula recibió a Nicolás Maduro el lunes 29 de mayo, en vísperas de la cumbre de Brasilia, y lamentó los prejuicios "muy significativos" contra Venezuela, afirmando que la imagen de país "antidemocrático" era una "narrativa" promovida por los países occidentales, y en particular por Estados Unidos.

Al día siguiente, esos comentarios provocaron reacciones del presidente de izquierdas de Chile, Gabriel Boric, y de su homólogo de derechas en Uruguay, Luis Alberto Lacalle Pou. El primero expresó "respetuosamente" su desacuerdo con las declaraciones del presidente Lula: "Esto no es una construcción narrativa, es una realidad, es grave y he tenido la oportunidad de verlo en los ojos y en el dolor de cientos de miles de venezolanos que hoy viven en nuestro país y que también exigen una posición clara y firme sobre el respeto a los derechos humanos, cualquiera sea la orientación política del gobierno".

El politólogo Oliver Stuenkel cree que aunque Nicolás Maduro ya no es un paria para Occidente (Macron le estrechó la mano en los pasillos de la COP27), "el apoyo inequívoco de Lula a Maduro disminuye la capacidad de liderazgo de Brasil en Sudamérica, donde varios presidentes (de derechas e izquierdas) han expresado dudas sobre las formas autoritarias de Venezuela y donde muchos países están lidiando con los refugiados venezolanos".

En un intento por superar esas grandes diferencias, Lula subrayó la "urgente necesidad" de que Sudamérica y sus 450 millones de habitantes, enfrentados a una economía en declive y a la inestabilidad institucional y política de algunos países, se unan para llevar a cabo políticas comunes en áreas como infraestructuras, sanidad y defensa, y también para luchar contra el cambio climático. "Todos hemos salido perdiendo" con la polarización política, explicó en la reunión, cuando "hemos dejado que las ideologías nos dividan".

En concreto, propuso "poner en marcha iniciativas de convergencia regulatoria, facilitando y reduciendo la burocracia en los procedimientos de exportación e importación de mercancías". "Mientras estemos desunidos, no haremos de Sudamérica un continente desarrollado en todo su potencial. La integración debe ser un objetivo permanente para todos nosotros. Debemos dejar raíces sólidas para las generaciones futuras", afirmó el líder brasileño. “Debemos negarnos a pasar otros 500 años en la periferia. Las condiciones humanas y materiales de nuestro desarrollo soberano están en nuestras manos".

No alineamiento activo

Igual de controvertida es la postura de Lula sobre Ucrania, que da la impresión de mantener la equidistancia entre agresor ruso y el agredido ucraniano. Se explica por su voluntad de establecer una diplomacia independiente y su negativa a verse atrapado en el conflicto entre Estados Unidos y China, su mayor socio comercial desde 2009. Pero también porque no quiere elegir entre Rusia y Ucrania, a riesgo de ofender a esta última. Al margen de la última reunión del G7 en Japón, el Presidente Volodímir Zelensky dejó plantado a Lula.

El martes, Lula volvió a presentarse como posible mediador: "Todo el mundo sabe que Brasil es muy crítico con la invasión rusa del territorio ucraniano. Todo el mundo lo sabe. Por eso Brasil forma parte del llamado bloque de la paz. Tanto es así que hemos mantenido conversaciones con China, India e Indonesia para ver si podemos crear un grupo. Y cuando los países en guerra quieran hablar de paz, hablaremos de paz". Sin embargo, continuó, "por el momento, lo que se sabe es que ninguno de ellos quiere hablar de paz".

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Esta posición brasileña, que el ex diplomático chileno Jorge Heine califica de "no alineamiento activo" "No alineamiento activo significa que los gobiernos latinoamericanos no aceptan a priori las posiciones de una u otra de las grandes potencias en conflicto. Por el contrario, deben actuar en defensa de sus propios intereses nacionales, sin ceder a las presiones de las potencias hegemónicas", escribe–, podría beneficiar a Brasil. Lo mismo piensa Rafael R. Ioris, especialista en historia moderna de América Latina en la Universidad de Denver. “Ha sido después de la visita de Lula a China", señala en la web The Conversation, "cuando la administración Biden ha anunciado que multiplicará por diez su contribución al Fondo Amazonia. Así que está claro que, en un mundo cada vez más dividido, la posición de no alineamiento de Brasil podría ser el mejor camino a seguir.”

 

Traducción de Miguel López

Tras la desastrosa presidencia de Jair Bolsonaro, Brasil vuelve a la escena internacional de la mano de su sucesor, Luiz Inácio Lula da Silva. Antes de asumir el cargo en enero, Lula ya lo había advertido en noviembre, durante su visita a la COP27 en Egipto: "Brasil está de vuelta para renovar sus lazos con el mundo (...). Volvemos para ayudar a construir un orden mundial pacífico, basado en el diálogo y el multilateralismo". 

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