Lula y la guerra en Ucrania
El regreso de Lula
Luiz Inácio Lula da Silva asumió el cargo en su tercer mandato el uno de enero de 2023. Por primera vez en su historia, un político llega a la presidencia de Brasil tres veces con el apoyo del voto popular. Antes de él, Getúlio Vargas dirigió el país entre 1930 y 1945, en un contexto no democrático, volviendo al poder por votación en 1950. Vargas no pudo completar su tercer mandato, truncado de forma dramática en 1954 en medio de un proceso de tensión política que posiblemente resultaría en un golpe de Estado.
Veinte años después de su primer mandato, Lula ha encontrado una realidad profundamente diferente de aquella en la que proyectó su liderazgo a nivel mundial. Al igual que en otras democracias importantes, el discurso de odio y la desinformación difundida en las redes sociales han contribuido a ampliar las divisiones en la sociedad brasileña. Como resultado, la capacidad de gobernar el país se ha deteriorado enormemente. Además del estancamiento económico, los diversos retrocesos socio-políticos, particularmente en el medio ambiente y la preservación del estado democrático de derecho, existen otros desafíos, como el mantener la cohesión social en un territorio continental y diverso que alberga una población de más 215 millones de personas.
Brasil comparte con Estados Unidos, China e India, la característica de ocupar un puesto, simultáneamente, en las diez primeras posiciones globales en tres dimensiones relevantes para el análisis del poder: población, territorio e ingresos, considerando aquí el producto interno bruto en precios internacionales (paridad de poder adquisitivo). Pero a diferencia del hegemon global y las dos grandes civilizaciones asiáticas en resurgimiento, el país más grande del hemisferio sur no es una potencia nuclear, ni tampoco disputa la frontera internacional en nuevas tecnologías. La guerra no está en su memoria colectiva, ni es una vocación nacional; además, Brasil es signatario del Tratado de Tlatelolco.
No faltaron conflictos internos y, al mismo tiempo, externos en su formación histórica. La expansión territorial perpetrada por los colonizadores portugueses, al principio, y por sus descendientes, que arraigaron sus vidas en lo que se convertiría en un Brasil independiente, estuvo marcada por la violencia contra los pueblos originarios y por el uso de mano de obra esclava, indígena y africana. Como en otros países, también hay una contradicción en Brasil entre los discursos que proyectan una imagen de "paz" y la dura realidad que niega la alegría, la armonía y la cordialidad normalmente asociadas con los brasileños. Con poco menos del 3% de la población mundial, Brasil representa el 15% de las muertes por homicidio. En 2019, 65.000 brasileños fueron asesinados, en comparación con un total mundial de 415.000 personas.
Durante el mandato del presidente Jair Bolsonaro (2019-2022), el mundo tuvo la oportunidad de conocer mejor esta faceta de la sociedad brasileña. Su gobierno alentó el armamento de la población civil, la destrucción de la biodiversidad a través de la expansión de la frontera agrícola y la minería en la selva amazónica, la intimidación de los movimientos sociales y los políticos de la oposición, y la amenaza permanente a la democracia. El Brasil de Bolsonaro pertenecía al bloque de países con gobiernos iliberales de extrema derecha. No es de extrañar que los principales líderes mundiales celebraran el regreso de Lula.
En Europa hubo alivio, especialmente frente a las preocupaciones sobre el cambio climático. El presidente francés declaró: “Together, we will join forces to take up our many common challenges and rebuild the bond of friendship between our two countries.” Pedro Sánchez, a su vez, expresó la expectativa de España: "Brazil has decided to bet on progress and hope. Let's work together for social justice, equality and against climate change." Ursula von der Leyen habló en nombre de la Unión Europea: “I look forward to working with you to address pressing global challenges, from food security to trade and climate change.” Otros líderes de todo el mundo expresaron expectativas similares de que el Brasil de Lula regresaría al escenario internacional, como fuerza para unir esfuerzos y preservar la vida en tiempos turbulentos.
La guerra en Ucrania
En los últimos 15 años, el mundo ha experimentado la mayor crisis financiera desde 1929, una pandemia devastadora, el avance de los efectos perturbadores del cambio climático y el rechazo de una parte importante de muchas sociedades a las instituciones tradicionales. Estos movimientos han contribuido a profundizar los desequilibrios que ya existen en términos de distribución de los resultados de la globalización. Las dos recesiones globales, en 2009 y 2020, dejaron profundas cicatrices, lo que resultó en el deterioro de las condiciones de vida de las masas trabajadoras no propietarias. Para el Banco Mundial, la economía mundial ha disminuido su potencial de crecimiento por las presiones derivadas de la aceleración de la inflación y la inestabilidad financiera, particularmente en la banca. En las economías maduras, la inseguridad económica se ha traducido en un cuestionamiento de los fundamentos de la democracia liberal. No es de extrañar, por lo tanto, que se hable de una "recesión democrática".
A nivel geopolítico, las tensiones se han ampliado. El mundo se ha vuelto más inestable e impredecible. Los supuestos políticos e institucionales que sustentaron la globalización en los decenios anteriores están en proceso de erosión. Se debate si será posible o no revertir la dinámica actual de "desglobalización".
En medio de estas incertidumbres, el gobierno del presidente Lula se enfrenta a demandas para que Brasil vuelva a asumir un papel más prominente en la discusión de temas estratégicos que, por definición, afectan a la vida de todas las personas, independientemente de las fronteras territoriales. Tiene como activos los resultados de sus gobiernos anteriores, percibidos como positivos en ámbitos tan diversos como la lucha contra la pobreza y las desigualdades, la búsqueda de la preservación del medio ambiente, la integración regional sobre una base pacífica, el respeto a la democracia y a las libertades individuales, etcétera. Como ha resumido el British Council: “Lula’s return brings high hopes not only to Brazilians, but also to countries in Latin America and further afield: greater international cooperation, as well as improvement of national economic, social, and political conditions.”
En el contexto de la inquietante cuestión del retorno de la guerra a suelo europeo, se presionó a Brasil para que se posicionara desde el lado de la OTAN. Ante esto, Lula se ha expresado repetidamente sobre la guerra en Ucrania, siempre en el sentido de defender una solución negociada al conflicto. Hace justicia, por lo tanto, a su experiencia como líder sindical y político moderado, capaz de moverse entre polos opuestos, así como alinearse con la tradición diplomática brasileña. Es, como se discute en un estudio del Brookings Institution, la forma brasileña de hacer diplomacia de paz.
Dichas posiciones han sido recibidas con molestia en Europa y los Estados Unidos. En vísperas de su visita a Portugal y España a finales de abril, el presidente brasileño dijo que los principales líderes occidentales deberían hablar más de paz que de guerra. In verbis: “If you don't talk about peace, you contribute to war". La perplejidad se ha apoderado de Washington, Bruselas, Kiev y otras capitales europeas, sobre todo porque el presidente brasileño ha ido un paso más allá y afirmó que el hegemon global estimula la guerra y el armamentismo. La posición brasileña ha sido considerada "ingenua", demasiado ambiciosa e hiperactiva, como sugiere "The Economist".
En este contexto de tensión, Lula fue acusado de hacerse eco de la "propaganda rusa y china". Por su parte, el presidente brasileño no se cansa de registrar su posición contra la acción militar rusa y, por lo tanto, se ha mantenido en defensa de la integridad territorial de las naciones. En términos de política formal, Brasil votó en contra de la invasión, consistente con su historial en las Naciones Unidas. En marzo de 2022, todavía en el gobierno de Bolsonaro, el país ha votado a favor de la resolución que condenaba la presencia militar rusa en territorio ucraniano. Entre los BRICS, fue el único que votó positivamente en la resolución ES 11-4 de la Asamblea General, aunque se abstuvo en la ES 11-3.
Las declaraciones de Lula están claramente en línea con los temores legítimos de los pueblos europeos de que la violencia y la guerra se extiendan, una vez más, en sus territorios. Al mismo tiempo, sin embargo, también reflejan legítimamente la perspectiva de aquellos que no están en disputa por la preservación de la hegemonía global o, aún más claramente, de aquellos que entienden que el mundo puede ser un lugar mejor cuando los destinos de la humanidad no dependen del diktat de la élite de un único país. Para quienes abogan por la multipolaridad, la resolución pacífica de los conflictos y el derecho de todos los pueblos a desarrollarse y, dentro de cada uno de ellos, que todos los pueblos puedan soñar con un futuro mejor, no hay razón para defender un statu quo que se ha establecido para evitar que esto suceda.
Las autocracias amenazan la paz y la estabilidad en el mundo. Esos países convierten sus amplias conexiones en la economía mundial en un arma política
La perspectiva traída por el presidente Lula puede tener otro sentido al analizar los vectores que organizan la política exterior de los Estados Unidos, y su obsesión por mantener un mundo a su imagen y semejanza. Así, por ejemplo, en la más reciente “National Security Strategy”, se hace hincapié en la "competencia estratégica para dar forma al futuro del orden internacional". En su prólogo, el presidente Biden reafirmó su compromiso de defender los "valores estadounidenses" y liderar el "mundo libre".
La competencia prevista por los estrategas estadounidenses implica, en esencia, la confrontación de las llamadas autocracias, entre las que destacan Rusia y, sobre todo, China. Estos países habrían aprovechado el entorno de globalización posterior a la Guerra Fría para ampliar sus espacios de poder. Han atraído capital y tecnologías de naciones democráticas, han utilizado sus mercados de consumo para aprovechar y fortalecer sus capacidades productivas y empresariales, se han beneficiado de sus sistemas de educación e investigación para formar recursos humanos de alta calidad y avanzar en la frontera tecnológica, han disfrutado del dinamismo de sus mercados financieros y de las instituciones que los sustentan. Como resultado, asumieron un papel de liderazgo que les permitiría desafiar el orden establecido.
La estrategia de seguridad nacional de Biden está estructurada sobre la premisa de que la era de inclusión de las autocracias en el sistema internacional dentro de los parámetros del "internacionalismo liberal" ha terminado. Ahora bien, sería necesario (i) contener a dichos países para que no definan el futuro de las relaciones políticas, sociales y económicas, y (ii) buscar bases comunes para enfrentar desafíos que son transnacionales por definición, como el cambio climático, las pandemias, las crisis financieras y las presiones inflacionarias, el terrorismo, la alimentación, la energía y la seguridad digital, por destacar algunos. Se encuentra, por tanto, en un entorno potencialmente mucho más marcado por conflictos, nacionalismos exacerbados y disputas por la hegemonía global que por espacios de coordinación y cooperación.
Desde la perspectiva de los Estados Unidos, las autocracias amenazan la paz y la estabilidad en el mundo. Esos países convierten sus amplias conexiones en la economía mundial en un arma política. Cuanto mayor sea su influencia en la producción y los flujos comerciales, mayor será su capacidad para desafiar el "orden global" (National Security Strategy 2022). Mientras tanto, las clases trabajadoras y no propietarias permanecen a merced de las crisis políticas, económicas, de seguridad y ambientales engendradas en las luchas de poder globales. Para los segmentos más vulnerables de diversas sociedades, poco importa si el orden internacional en el siglo XXI será moldeado por los plutócratas de Washington, los autócratas de Moscú o el mandarinato de Beijing. Dependiendo de la continuidad de las prácticas y estrategias de Estados Unidos y sus rivales, el resultado tiende a estar marcado por la exclusión, la desigualdad y la violencia.
Por lo tanto, es necesario repudiar tanto la guerra en Ucrania como los otros conflictos generados por la disputa por el poder global. En este sentido, no parece razonable exigir a Brasil, o a cualquier otro país emergente y en desarrollo, que se alinee automática y acríticamente en conflictos que no tienen nada que ver con la solución de los problemas que afectan, efectivamente, la vida cotidiana de las clases trabajadoras y desposeídas de todo el mundo. Quieren paz, alimentación, seguridad, educación, salud, preservación del medio ambiente y el derecho a soñar con un futuro mejor.
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André Moreira Cunha (UFRGS, Brasil) y Julimar da Silva Bichara (UAM, Madrid) son colaboradores de la Fundación Alternativas.