Jalifa Haftar, excolaborador del dictador Gadafi de 75 años de edad, se ha impuesto estos últimos años ante la comunidad internacional como un actor clave para una salida del atolladero libio. Autoproclamado jefe del Ejército Nacional Libio (ENL), que controla el Este y una gran parte del Sur de Libia, despliega su naturaleza belicista violenta y sanguinaria ante el mundo.
Al haber lanzado el jueves 4 de abril una ofensiva militar para conquistar la capital, Trípoli, provocando hasta ahora al menos 32 muertos, más de cincuenta heridos y cerca de tres mil desplazados, el antiguo jefe del cuerpo expedicionario del Ejército de Gadafi ha hecho polvo el ya largo y laborioso proceso de paz bajo la égida de Naciones Unidas, que trataba de traer un aire de estabilidad al este país desintegrado por ocho años de guerra y de caos generalizado.
Concentrados en las afueras del sur de Trípoli, sobre todo en Wadi Rabi y los alrededores del aeropuerto internacional inutilizado desde su destrucción en 2014, los violentos combates terrestres, con apoyo aéreo, enfrentan a los hombres de Haftar con las fuerzas leales del frágil Gobierno de Unión Nacional (GNA), Gobierno reconocido oficialmente por la comunidad internacional que controla Trípoli y el Oeste del país, dirigido por Faiez Sarraj.
El ENL de Haftar, compuesto por 85.000 hombres, parte de ellos pagados por el Gobierno central según sus declaraciones, ha llevado a cabo el domingo 7 de abril su primer raid en respuesta a los ataques del GNA, que había lanzado el día anterior una contraofensiva bautizada como Volcán de cólera. El lunes 8, el ENL atacó el aeropuerto de Mitiga, al Este de Trípoli, único aeropuerto abierto en la capital a la aviación civil. Los partidarios del GNA están dispuestos a impedir el avance de esas “fuerzas ilegítimas” con la ayuda –para sorpresa del ENL– de las milicias de Misrata, durante mucho tiempo enemigas, a 200 kilómetros al Este de la capital, que habían expulsado en 2016 al grupo islámico de Sirte, y de las milicias de Zintan, al Oeste de la capital.
En este país donde la población sueña con tener paz y un Estado, atenazado entre gobiernos y parlamentos paralelos, mosaico de milicias locales, fuerzas tribales y grupos armados islamistas que se forman y se deshacen según alianzas y rivalidades, hay una amenaza de desestabilización. “Ha comenzado para durar meses o años”, se lamenta un especialista de la región. “Es una terrible regresión, ciertamente el principio de una tercera guerra civil en Libia después de la de 2011 y la de 2014”.
El país corre el riesgo, según este observador, de una partición entre el Este y el Oeste: “Ya no son militares que atacan a islamistas, son gente del Este que ataca a gente del Oeste. Esta dimensión es nueva. Sobre el papel, las fuerzas de Haftar no tienen medios para tomar Trípoli –dice este investigador– pero sí tienen medios para instalarse en la periferia de la ciudad y llevar a cabo una guerra de desgaste. Como una zona gris, sin vencedores ni vencidos, con ofensivas y bombardeos que se prolonguen en el tiempo. Una vez que hayan conseguido la alianza suficiente de tribus y de milicias, entonces podrían tomar Trípoli”.
En unos días, Jalifa Haftar ha torpedeado los esfuerzos diplomáticos e infligido un hiriente desaire a las potencias occidentales, que no querían saber nada de él y que han terminado por vestirle con un traje de virtudes en otoño de 2016, poco antes de su toma del Este petrolero. Les humilla incluso. Su golpe estaba calculado. Haftar ha lanzado su ofensiva bélica justo en el momento en que el secretario general de la ONU, António Guterres, estaba en visita oficial en Trípoli el jueves 4 de abril. Una visita programada desde hacía tiempo y a diez días de la gran conferencia sobre la que se afana desde hace meses el enviado especial de la ONU en Libia, Ghassan Salamé, para restablecer el diálogo y abrir la vía a elecciones legislativas y presidenciales.
La gran reunión anunciada entre el 14 y el 16 de abril en Ghadamès, al sureste del país, está hoy más que comprometida aunque la ONU todavía asegure que se celebrará. “Van a anularla pero para anunciarlo tienen que proponer algo para salvar la fachada”, dice un diplomático. Guterres se ha marchado de Trípoli, el 5 de abril, “con una profunda preocupación y el corazón triste”.
Haftar también ha puesto en marcha el asalto a Trípoli cuatro días después del cónclave de la Liga Árabe en Túnez, que había previsto una reunión especial sobre Libia del Cuarteto (ONU, Unión Europea, Unión Africana y Liga Árabe). Desunidos sobre este tema, tanto la Liga como el Cuarteto no han tomado ninguna decisión en concreto, solo han constatado por enésima vez la necesidad de una conferencia nacional de “reconciliación”. Como la de Ghadamès está ahora hipotecada, sólo queda la anunciada por la Unión Africana en Addis Abeba para el próximo mes de julio.
Este revés es particularmente hiriente para Francia. Acusada por los anti ENL de hacerle el juego a Haftar, fue una de los primero países, bajo la Presidencia de Hollande, en rehabilitar al sulfuroso mariscal, protegiéndole discretamente y ayudándole, sin reconocer oficialmente a su Ejército, a través de la Dirección General de Seguridad Exterior, de consejeros y del servicio de inteligencia. Todo ello manteniendo un canal de comunicación oficial con Faiez Sarraj.
“Francia tiene una inmensa responsabilidad. Desde hace cuatro años, asegura que Haftar quiere negociar cuando él no quiere negociar. Sólo quiere imponer un régimen militar, una dictadura bajo su única jefatura. Hay que escuchar su mensaje de audio en Facebook, casi mítico, en el que anuncia que va a marchar sobre Trípoli como el profeta que regresa de la guerra”, dictamina para Mediapart un observador de primer plano. “Macron y su Gobierno han metido la pata”, piensa, yendo más allá, otro especialista de la crisis libia, que señala una línea de tensión entre Quai d’Orsay (Ministerio de Exteriores) y el Elíseo (Presidencia) sobre el apoyo a Haftar y recuerda que Sarraj ha convocado a los franceses a Trípoli tras la ofensiva de Haftar. El presidente francés, primer jefe de Estado occidental en legitimar a Haftar como actor imprescindible al recibirle dos meses después de su elección, en el verano de 2017, en La Celle-Saint-Cloud (Yvelines), se imaginaba ser el director de orquesta de la reconciliación en Libia.
En mayo de 2018, para rabia de los italianos, había conseguido el show diplomático superando lo impensable bajo la égida de Naciones Unidas y de su emisario en Libia, Salamé, al reunir en el Palacio del Elíseo en una mesa a los cuatro principales actores de la crisis libia. Cuatro hombres que se odian y que no se habían hablado jamás: el poco recomendable Jalifa Haftar, el primer ministro del Gobierno de unión nacional, Faiez Sarraj, el presidente de la Cámara de Representantes, Aguila Salah y el presidente del Consejo de Estado, Jaled El Mechri.
A la salida de esta conferencia que sellaba el Acuerdo de Paris, que había dado lugar a artículos de prensa ditirámbicos para Macron y la diplomacia francesa, el cuarteto se comprometió a “trabajar juntos” para las elecciones presidenciales y legislativas antes de finales de 2018. Se había incluso fijado una fecha, el 10 de diciembre, lo que había parecido irrealista para una gran parte de los expertos en el dossier libio. La apuesta francesa durará poco, atrapados por la realidad libia, un terreno minado y movedizo en el que ningún actor tiene verdaderamente ganas de terminar con la crisis para no perder su influencia y su zona de control y donde cada país mueve los hilos según sus intereses, sea un vecino próximo o una potencia lejana.
El sábado 6 de abril, el primer ministro del GNA, Faiez Sarraj, ha acusado al mariscal Haftar de “moverse por sus intereses personales” y de maniobrar para “minar el proceso político” con el fin de “hundir al país en un ciclo de violencia y de guerra destructiva”. Para él es una puñalada en la espalda. Los dos hombres se habían reunido por última vez a finales de febrero en Abu Dabi, donde habían llegado a un acuerdo para formar un gobierno unificado y organizar elecciones para finales de 2019.
“Hubo una buena oportunidad de arreglo político justo después de Abu Dabi. El acuerdo estaba a punto de firmarse para remodelar el Ejecutivo y reformar el Consejo Presidencial. Esto habría conducido a un gobierno funcional y representativo del Este y del Oeste”, confía a Mediapart un diplomático francés, quien imputa una parte de responsabilidad a Sarraj: “Él ha hecho retrasar las cosas, particularmente por la influencia de las milicias que no tenían interés alguno en ver una gobernanza real instalada. Nadie, del lado de Sarraj ni del de MANUL (misión de la ONU en Libia) ha contactado con el Este durante ocho días. Entonces Haftar ha dado marcha atrás y decidido parar las negociaciones. Para mí, es a partir de ahí, sobre mediados de marzo, cuando todo se ha empezado a complicar y a preparar. Tal vez la conquista de Trípoli sea efectivamente un objetivo de Haftar y el ENL desde hace mucho tiempo, pero el Oeste les ha dado todos los pretextos en ese sentido”.
Esta nueva escalada de violencia en Libia ilustra la turbia actitud de las grandes potencias extranjeras frente a Haftar, al igual que Francia. Este hombre, señalado en varias denuncias por tortura y barbarie y sospechoso de crímenes de guerra, tiene como primer enemigo una lucha unificadora en Occidente: el combate entre los islamistas en una región clave para la estabilidad tanto del Magreb como del Sahel, la lucha contra el terrorismo y el control de la inmigración. “Su retórica sobre que ‘vamos a echar a los islamistas y los corruptos’ le viene bien”, matiza un investigador. “Pero se olvida de que Haftar no ha combatido contra el Daesh en Sirte en 2016, sino contra la milicia de Misrata. Y olvidamos que él está aliado con una brigada de madjalistas ”.
Los madjalistas, una rama de salafistas seguidores del muy rigorista jeque saudí Rabee Al Madjalí, son ahora omnipresentes en Libia y constituyen una fuerza de seguridad importante. Ganados para la causa de Haftar e integrados en el ENL (colaboradores también del GNA de Sarraj), tienen por enemigos a los Hermanos Musulmanes y a cualquiera que reivindique un islam político. Por eso Haftar, que congrega a su alrededor a fuerzas tribales, antiguos gadafistas y anti islamistas, les ha reclutado. “Los salafistas, apolíticos, obedecen al poder del momento y no hacen política. Se siente muy cercanos a los wahabitas”, señala un especialista.
El odio que siente Haftar por los Hermanos Musulmanes es un eco del que corre por Arabia Saudita, los Emiratos Árabes Unidos e incluso Egipto, tres países que le apoyan en una escala que va desde la alta intensidad (Arabia Saudita y Egipto) a la muy alta intensidad (EAU) y le dotan principalmente de armas de guerra. Una semana antes del detonante de su ofensiva sobre Trípoli, Haftar era recibido por Mohammed bin Salmán, conocido como MBS, en Arabia Saudita. Algunos ven ahí un vínculo. “No se puede decir que MBS haya dado la orden pero hay un vínculo evidente, al menos un visto bueno”, asegura un especialista.
Si las llamadas al alto el fuego y las condenas son casi unánimes, el tono de los comunicados apenas intimida. Como las de los países del G7, es decir, los siete países más industrializados del planeta (EEUU, Francia, Alemania, Reino Unido, Italia, Japón y Canadá), que no mencionan implícitamente a Haftar: “Exhortamos a todas las partes implicadas a cesar inmediatamente todas las actividades y todos los movimientos militares hacia Trípoli que obstaculicen las perspectivas del proceso político (…). Toda facción o todo actor libio que alimente el conflicto civil atenta contra inocentes y obstaculiza la paz que los libios merecen”.
Ni una palabra de Francia contra el mariscal. El lunes 8 de abril, una fuente diplomática desmentía no obstante a las agencias de prensa “todo plan oculto o doble discurso de Francia” sobre el papel que debe jugar Haftar y aseguraba que el único gobierno legítimo es el de Trípoli, dirigido por Sarraj. La posición de los Estados Unidos tal vez sea la más firme, más que la de los europeos, seguro. “La comunidad internacional se muestra tibia porque cree aún que Haftar puede regresar a la mesa de negociaciones, lo que no creo en absoluto y porque todo el mundo está comprometido de una u otra manera con el ENL en varias problemáticas, como contra el terrorismo en el Sahel, etc.”, responde un diplomático francés.
Haftar se ha acostumbrado a que las cancillerías occidentales traduzcan sus actos militares violentos en actos legítimos. Ha conquistado estos últimos meses, entre enero y marzo de 2019, una gran parte del suroeste libio, una provincia tres veces el tamaño de Siria y muy estratégica por ser rica en petróleo. Lo ha conseguido con una hábil mezcla de pragmatismo, corrupción, intercambios y buenos métodos. "‘Tú plantas la bandera del ENL y yo aseguro tu territorio y te dejo que lo controles’. Él ha utilizado mucho menos la fuerza bruta que le caracteriza. Ante esta conquista, los Estados occidentales han mantenido su silencio y aprobación” dice el especialista en Libia Jalel Harchaoui.
Jalifa Haftar adquiere un derecho preferente en la vida política libia y hace temblar a toda una región, comenzando por los vecinos argelinos y tunecinos sobre los que está alerta. “Él representa una mala señal para la región. Si llegara a ganar e implantar un régimen militar, regresaríamos a los viejos esquemas clásicos de una dictadura militar, como en Egipto. Eso podría dar ideas en Argelia, donde lo que se juega es inmenso y donde hay también un ejército que no quiere dejar el poder y espera continuar dirigiéndolo”. ___________
Traducción de Miguel López
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Jalifa Haftar, excolaborador del dictador Gadafi de 75 años de edad, se ha impuesto estos últimos años ante la comunidad internacional como un actor clave para una salida del atolladero libio. Autoproclamado jefe del Ejército Nacional Libio (ENL), que controla el Este y una gran parte del Sur de Libia, despliega su naturaleza belicista violenta y sanguinaria ante el mundo.