Netanyahu alarga la negociación de la tregua mientras Rafá va camino de convertirse en una ratonera
Tras la masacre del jueves 29 de febrero, en la que murieron más de 110 palestinos, debían haberse reanudado el domingo en El Cairo las negociaciones sobre la instauración de una tregua en la guerra de Israel contra Hamás, como había declarado el sábado una fuente egipcia. Pero Israel aplazó la partida de su delegación a Egipto ese mismo día, alegando el incumplimiento por parte de Hamás de los acuerdos alcanzados. Según Haaretz, Qatar informó a Israel de que Hamás no había facilitado una lista de los rehenes que debían ser liberados.
Pero en cualquier caso, el clima diplomático se ha deteriorado hasta tal punto que son escasas las posibilidades de un rápido éxito de las conversaciones de aquí al 10 de marzo, inicio del Ramadán. “Las conversaciones llevadas a cabo por los dirigentes del movimiento no son un proceso abierto al precio de la sangre de nuestro pueblo", declaró Hamás. “Si fracasaran las negociaciones sobre un alto el fuego y la liberación de los rehenes, el único responsable sería Israel".
Las negociaciones iniciadas en los últimos meses entre Israel y Hamás, con la intermediación de Qatar, Egipto y Estados Unidos, no han dado hasta ahora resultados concretos. Según Benjamin Netanyahu y sus portavoces, las condiciones propuestas por Hamás eran "inaceptables". Aunque recientemente, en París y luego en Doha, los intermediarios constataron "progresos significativos" a veces aceptados por ambas partes.
Pero también hay otras explicaciones, evidentemente más decisivas, vinculadas a posturas políticas o a proyectos, problemas y cálculos personales del primer ministro israelí. El carácter variopinto y extremista, es decir, volatil, de su coalición parlamentaria, al final, su incapacidad para prever y preparar una posguerra aceptable y creíble.
Todo eso no es fácil de justificar para el propio Netanyahu y sus portavoces. Él sabe mejor que nadie que lo que está en juego ahora es su futuro, tanto político como personal, más allá del destino de los rehenes e incluso del resultado de la guerra, la transición a la posguerra y la búsqueda de un nuevo equilibrio regional.
El problema es que no se puede esperar que un político tan egoísta, cínico y manipulador se comporte como un estadista decente cuando abandone su cargo. Es probable que la suerte de su pueblo, por no hablar de la de sus enemigos, quede eclipsada en sus decisiones finales por sus inclinaciones ideológicas y su obstinado deseo de salvaguardar sus intereses personales. Así es como un ex diputado que le conoció bien nos aconseja descifrar hoy sus decisiones.
El cortoplacismo de Netanyahu
Según fuentes diplomáticas estadounidenses y árabes, sabemos que durante las reuniones celebradas en París a finales de enero y de nuevo a finales de febrero entre mediadores qataríes y egipcios, por un lado, y enviados israelíes y americanos, por otro, el Movimiento de Resistencia Islámica exigió un alto el fuego de 135 días en tres fases de 45 días para hacer una pausa en los combates y liberar a los rehenes retenidos en la Franja de Gaza, un centenar de prisioneros vivos y unos treinta cadáveres de cautivos muertos durante su cautiverio.
También sabemos que Hamás exigió, desde la primera fase de la tregua, la retirada del ejército israelí de todas las zonas habitadas y después, en la tercera fase, su retirada completa de todo el enclave.
Durante las dos primeras fases, y siempre que se cumplieran sus exigencias, Hamás liberaría a rehenes israelíes y extranjeros, empezando por mujeres, ancianos, enfermos y heridos, a cambio de lo cual Israel liberaría a parte de los 8.000 presos palestinos que tiene en sus cárceles, empezando por mujeres, ancianos, niños y enfermos.
Netanyahu pretende continuar las operaciones militares hasta lo que denomina "victoria final".
Parecía posible un acuerdo sobre esas propuestas, pero el resto –en particular el alto el fuego de cuatro meses y medio, la retirada del ejército israelí, el regreso de los habitantes del norte de Gaza y la lista de prisioneros palestinos– fueron al parecer rechazadas por Netanyahu, que pretende continuar las operaciones militares, como viene diciendo desde el primer día de la guerra, "hasta la victoria final".
Pero, para desconcierto de algunos de sus generales, el primer ministro israelí todavía no parece tener una idea muy clara de lo que quiere decir con eso. ¿La erradicación del ala militar de Hamás? ¿La destrucción de la infraestructura política y administrativa islamista? ¿La expulsión de la población palestina, seguida de una vuelta a la ocupación militar y la colonización israelíes, como sueñan algunos de sus socios de coalición gubernamental?
Netanyahu explicó su rechazo a las propuestas presentadas en París por los mediadores qataríes y egipcios afirmando que "ningún acuerdo de alto el fuego conllevaría la retirada de las fuerzas israelíes de Gaza antes de la victoria". A pesar de las protestas de las familias de los rehenes, se reafirmó en que la presión militar le daría mejores condiciones de intercambio, resultándole difícil ocultar que no tiene ninguna prisa por llegar a un acuerdo.
Ofensiva en Rafá
Sin una solución creíble para la inmediata posguerra y, en caso de cese de los combates, reacio a dar cuenta a la opinión pública de las turbias condiciones en las que los islamistas pudieron organizar y perpetrar la masacre del 7 de octubre, Netanyahu no había asignado además un alto grado de prioridad al acuerdo cuando habló, antes de su partida, con la delegación enviada a París.
Las negociaciones siguientes, organizadas en El Cairo a mediados de febrero bajo el patrocinio de Washington, representado por el director de la CIA, William Burns, en las que participaron los mismos emisarios egipcios y qataríes, portadores de las propuestas de Hamás, y una delegación israelí encabezada por el director del Mossad, parecían a la vez más prometedoras y más tensas.
Más prometedoras porque la presencia de delegaciones de Jordania, Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos, así como de un representante palestino, hacía prever, incluso a los más optimistas, que las negociaciones irían más allá de los ajustes humanitario y militar sobre la instauración de una tregua y la liberación de rehenes, y que los participantes darían a sus conversaciones una dimensión más diplomática abordando la preparación de un plan de paz regional a largo plazo, que esperaban hacer público, simbólicamente, antes del comienzo del Ramadán.
Pero esas intenciones pacíficas parecían poco realistas, cuando no claramente ilusorias, en el clima actual. En efecto, a pesar de las peticiones de varias capitales amigas, Netanyahu seguía afirmando lo que nunca ha dejado de repetir: ninguna negociación, ninguna presión extranjera le impediría lanzar, como estaba previsto, la ofensiva terrestre contra Rafá que el ejército, por orden suya, está preparando actualmente.
Esa ofensiva del ejército israelí contra una ciudad sin salida en la frontera egipcia, donde se hacinan en tiendas o refugios improvisados 1,4 millones de palestinos desplazados, aterrorizados, hambrientos y privados de agua potable y ayuda médica, puede convertirse en una "masacre", según el jefe de operaciones humanitarias de la ONU, Martin Griffiths.
Netanyahu había decidido no enviar representantes a El Cairo, pero las protestas de las indignadas familias de los rehenes y las manifestaciones de miles de israelíes ante sus distintas residencias le hicieron cambiar de opinión.
Como él esperaba, las negociaciones tratarían tanto de una tregua como de la liberación de los rehenes. Pero también, como temía, de la elaboración de un plan de paz israelo-palestino a largo plazo, que incluyera la creación de un Estado palestino. Eso debía ir precedido de un alto el fuego inicial de al menos seis semanas, que incluyera la formación de un gobierno palestino provisional.
Para Washington y sus socios árabes –Arabia Saudí, Egipto, Qatar, Jordania y Emiratos Árabes Unidos– esta "pausa humanitaria ampliada" de 45 días era necesaria y suficiente para permitir a israelíes y palestinos, y a la región en su conjunto, pasar a la posguerra. Este proceso de transición hacia la paz no era una originalidad desmedida, sino que venía claramente de la "Iniciativa de Paz Árabe" propuesta por el rey saudí en 2002 y refrendada formalmente por la Liga Árabe en la cumbre de Riad de marzo de 2007. Eso bastaba para hacerla inaceptable para Netanyahu.
Netanyahu siempre se ha opuesto a la creación de un Estado palestino, es radicalmente hostil al proceso de paz y firme partidario de la expansión de los asentamientos y de la anexión pura y simple de los territorios palestinos. Hoy se comporta como si los "Acuerdos de Abraham" concluidos en septiembre de 2020 gracias a la ayuda de Trump con Emiratos, Bahréin, luego Sudán y Marruecos, le hubieran permitido iniciar la normalización entre Israel y el mundo árabe sin la menor concesión a los palestinos.
¿Por qué, en esas condiciones, tendría que recurrir a un regateo y a un intercambio de rehenes por prisioneros que daría a los países árabes los medios de arrancarle concesiones que él rechaza y que sus aliados religiosos le harían pagar a un precio desmesurado: el fin de la coalición que le permite aferrarse al poder?
El plan de posguerra que el primer ministro israelí desveló hace quince días tras obtener el acuerdo del gabinete de guerra confirma que sigue aferrado a sus convicciones, hasta el punto de ignorar las sugerencias de Washington, las propuestas de sus socios árabes y las recomendaciones de la comunidad internacional. Todo ello mientras demuestra su lealtad a sus aliados extremistas del sionismo nacionalista mesiánico.
"Este plan es inviable, de hecho no es ni un plan", afirma rotundo el ex diplomático Alon Pinkas, ahora analista político. Según el documento, Israel pretende conservar su libertad de acción militar en una Franja de Gaza desmilitarizada y desradicalizada, creando una "zona tampón" de seguridad administrada por "profesionales experimentados". La UNRWA sería suprimida.
Israel, que también pretende conservar el "control de la seguridad" en Cisjordania, donde se construirán 3.000 nuevas viviendas en asentamientos cercanos a Jerusalén, rechaza cualquier "dictado internacional" sobre un acuerdo con los palestinos sobre el "estatuto final" (es decir, la creación de un Estado palestino) y considera que "cualquier reconocimiento unilateral de un Estado palestino por parte de la comunidad internacional sería una prima al terrorismo nunca vista hasta ahora, lo que impediría cualquier futuro acuerdo de paz".
En total contradicción con los términos de referencia aceptados desde los Acuerdos de Oslo, esta postura de Netanyahu impide de hecho una salida negociada basada en la creación de un Estado de Palestina. No debería sorprendernos ya que su estrategia consiste, contra viento y marea, en retrasar el final de la guerra. Es decir, el momento en que tendrá que rendir cuentas.
Los dirigentes palestinos, por su parte, han comprendido que el proceso americano-árabe de salida de la crisis, que prevé el establecimiento de una administración provisional de la Franja de Gaza y Cisjordania al final de los combates, confiada a una Autoridad Palestina reforzada y revitalizada, puede permitirles, treinta años después del asesinato de Isaac Rabin, volver a trabajar en la construcción de su Estado y reanudar las negociaciones sobre sus relaciones con Israel.
Un nuevo gobierno palestino
Así lo confirma la dimisión del primer ministro palestino Mohammed Shtayyeh, presentada la semana pasada al presidente palestino Mahmud Abbas. La dimisión debería ir seguida del nombramiento de un gobierno de tecnócratas encargado, además de la reconstrucción de Gaza, de organizar elecciones presidenciales y legislativas. La falta de legitimidad democrática es una de las mayores fuentes de descrédito de Mahmud Abbas, que no se somete al veredicto de las urnas desde 2006, además de su tolerancia de la corrupción, su autoritarismo y su excesiva colaboración con Israel en materia de seguridad. El 90% de los palestinos pide ahora su dimisión.
Está claro que a Benyamin Netanyahu le cuesta aceptarlo, pero su errática conducción de la guerra no ha mejorado su situación política. Su impopularidad ha alcanzado un máximo histórico. El sábado, miles de manifestantes volvieron a concentrarse frente a su residencia en Jerusalén para exigir la liberación de los rehenes, una misión a la que nunca ha dado realmente prioridad, en contra de los deseos de sus conciudadanos, y a veces incluso de sus votantes.
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Al mismo tiempo, otras decenas de miles de israelíes indignados se concentraron en las principales ciudades del país para exigir la dimisión del gobierno y la convocatoria de elecciones legislativas anticipadas. El ministro de Defensa amenaza con romper la coalición en protesta por un primer ministro que antepone sus intereses políticos personales a los del país. Ni siquiera un acuerdo con Hamás sobre un intercambio de rehenes israelíes por prisioneros palestinos salvará su destino político.
Traducción de Miguel López