El vestido de Pedroche frente al salto al vacío Broncano Jaime Olmo
50 años, ¿de qué?
Como ustedes ya se habrán dado cuenta, esta columna optó hace un tiempo por mirar al futuro. Poner el foco en lo que va a pasar para aportar instrumentos de análisis con los que entenderlo mejor. Por eso hoy, 30 de diciembre, día apto para hacer balance del año que está a punto de terminar, damos un salto para entrar ya en 2025, año en que, según se ha anunciado, se celebrará medio siglo de la “España en libertad”, tras la muerte de Franco. Que en el anuncio de esta conmemoración se hiciera énfasis en la muerte de Franco ha soliviantado a los conservadores, y ya han corrido ríos de tinta en esa parte de la opinión publicada. Una excusa perfecta para que la derecha enfatice la idea de que Pedro Sánchez necesita a Franco para polarizar, y al mismo tiempo evite tener que entrar así en el fondo del asunto.
La muerte en la cama del dictador difícilmente puede ser motivo de orgullo. La dictadura de Franco no cayó por una revolución progresista ni porque los demócratas en el interior o en el exilio consiguieran torcerle el brazo. Hubo que esperar a que muriera en la cama para que la Historia retomara su andadura. A partir de ahí, las cosas cambiaron. Las fuerzas progresistas en la clandestinidad, los que quedaban en el exilio, quienes siguieron pensando en uno y otro sitio que sería posible, junto con un entorno europeo que empujaba hacia ahí, favorecieron que la democracia, en efecto, llegara, y con ella, esa “España en libertad”.
Duele comprobar, año tras año, cómo sigue siendo muy difícil que los estudiantes de bachillerato lleguen a completar el temario de Historia de España. A duras penas consiguen cruzar el umbral del siglo XX
¿Qué celebrar, por tanto? Que muerto el dictador, España fue capaz de iniciar un camino de libertad y en democracia. ¿Cómo? Con muchas dificultades, y eso debería centrar buena parte de los actos conmemorativos. Contra el relato oficial más extendido, la transición a la democracia que comienza en 1975 no está exenta de polémicas ni hechos crueles. Más de 700 muertes, según la historiadora francesa Sophie Baby, entre 1975 y 1982, la mayoría a manos de ETA, pero casi 200 por las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado (El mito de la transición pacífica, Akal). ¿Cuáles fueron las claves de esa transición? ¿Qué fuerzas ayudaron a avanzar y cuáles ofrecieron resistencia? ¿Quiénes fueron y qué pasó con aquellos jóvenes que se jugaron su juventud en la clandestinidad primero y en organizaciones izquierdistas después? ¿Qué fue de organizaciones como la Liga Comunista Revolucionaria, el Movimiento Comunista, la ORT u otras? ¿Qué papel jugaron las Asociaciones de Cabezas de Familia –hoy convertidas en Asociaciones de Vecinos– o los sindicatos? Muchas preguntas que, 50 años después, ni siquiera se han formulado, más allá de círculos académicos y militantes.
Para llegar ahí, hay que asegurarse de que el conjunto de la sociedad española conoce qué pasó en 1936, hasta qué punto la dictadura que sumió a este país en las tinieblas durante cuarenta años fue cruenta hasta sus últimos días, y cómo la Transición consiguió vencer muchas resistencias, pero no todas. Bienvenidos sean los debates que enfrenten análisis distintos siempre que sean rigurosos; es hora de desterrar de una vez el silencio que cubre aún muchos aspectos de estas décadas y que ha dado pábulo a revisionismos carentes de consistencia. Duele comprobar, año tras año, cómo sigue siendo muy difícil que los estudiantes de bachillerato lleguen a completar el temario de Historia de España. A duras penas consiguen cruzar el umbral del siglo XX.
Muy a menudo, tanto la Transición como –de forma especial– la Constitución, se han visto como el punto final de la dictadura, y no como el inicio de un nuevo periodo. Un inicio que necesita avanzar e ir actualizando y gestionando los retos que no se pudieron encarar entonces. La organización territorial del Estado, el desarrollo de un Estado de Bienestar lo más completo posible, y la relación con la iglesia católica son tres de ellos. (Sí, la Corona también, pero no parece que este tema esté hoy en la conversación pública).
50 años, por tanto, de mucho por celebrar, pero con tres objetivos que no pueden faltar: Garantizar que la sociedad española conoce su siglo XX, analizar en profundidad qué fue la Transición más allá de manidas idealizaciones, y aprovechar para dar pasos adelante en los temas que entonces quedaron pendientes.
Dicho lo cual, ¡feliz año nuevo! Que sigamos compartiendo este espacio de encuentro, celebrando el acuerdo y la discrepancia.
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