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Entre la nostalgia y el deseo de apertura: los cubanos se enfrentan a un futuro incierto

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Juan suda a chorro tratando de vender botellas de agua en una callejuela adyacente a la Plaza de la Revolución. “Hay tanta gente como en un día de fiesta”, se alegra el vendedor ambulante. Decenas de miles de cubanos de luto –militares de alta graduación, obreros, funcionarios– caminan con ramos de flores y velas en las manos en dirección a la inmensa explanada que, desde que murió Fidel Castro, acoge las ceremonias de homenaje. Filas bien organizadas en la misma plaza, un espacio mítico desde donde el “héroe nacional” solía dirigir a la nación sus encendidos discursos, de varias horas de duración.

Kara, de 17 años, vestida con un uniforme de la escuela de enfermería, ha venido con toda la clase y una de sus profesoras a dar el último adiós al padre de la revolución cubanapadre de la revolución. “Todo el mundo le admiraba. Es todo un ejemplo. Gracias a él, no he tenido que pagar nada por la educación que he recibido. Nuestra formación teórica y práctica es excelente. Todo es obra de Fidel”, alaba la joven estudiante, que asegura estar muy “orgullosa” de pasar a formar parte, en breve, del sistema sanitario cubano de calidad “reconocida en el mundo entero”. En su clase hay alumnos angoleños, chinos o mexicanos.

Todos se dirigen a firmar en los libros de condolencias dispuestos en la plaza, en el primer día de luto nacional. En la zona norte de la plaza, un retrato gigante de Fidel Castro cubre la casi totalidad de la fachada de la biblioteca nacional.

Marta, de 75 años, se cuela entre los séquitos militares de camino a su casa. Todavía no ha tenido ocasión de dejar un mensaje de adiós en el memorial. “Voy a esperar a que haya algo menos de gente pero está claro que iré”, promete la mujer, que reside muy cerca de la sede del diario Granma, el periódico del Partido Comunista cubano. Marta sorteado a la multitud para dirigirse a hacer unas compras a uno de los supermercados del Estado. “Una libra de pollo cuesta 70 pesos cubanos (2,50 euros). El precio no ha variado desde que me mudé a este apartamento hace 45 años”, asegura.

El edificio lo construyó su marido con materiales que le proporcionó el Estado. La jubilada, que ha pasado buena parte de su vida editando libros para el régimen, se enteró de la muerte de Fidel Castro en la televisión nacional. “Todavía estoy muy emocionada. Todo lo que sé, se lo debo a Fidel. He tenido cuatro hijos. Todos han estudiado, al contrario que mis hermanos. A día de hoy no hay analfabetos en Cuba. Tuve a una hija muy enferma y recibió atención sanitaria gratis”, asegura Marta, que a duras penas aguanta las lágrimas cuando habla del comandante. En las escaleras, rememera, junto con la vecina del piso de abajo, la entrada triunfal de Fidel y de sus barbudos en La Habana el 8 de enero de 1959 que puso fin a la ofensiva contra el régimen de Batista. “Salimos a la calle con banderas. Quisimos agradecer su lucha a Fidel. Sentíamos una alegría indescriptible”, narra esta mujer que dice seguir queriendo “perpetuar la memoria de la revolución”.

Los funerales de Estado reavivan la nostalgia de lo mejor de la revolución cubana. Al lado de Marta vive Luis, exmilitar de 80 años, que hace bricolaje en su pequeño taller anexo al apartamento. “La urna con las cenizas de Fidel está a unos pocos metros. Tengo la carne de gallina”, se emociona el hombre, mientras golpea la pared de chape del garaje donde pende una foto del exdirigente cubano. En los 60, formó parte de una milicia en “Oriente” (este cubano) para impedir la contrarrevolución que Fidel Castro y el Ché temían después de la liberación. “Le quitamos de las manos el fusil a algunos que querían cuestionar nuestras conquistas”, apunta este castrista incansable, que años después se convertiría en “instructor político”.

Turistas y compras

Pero lejos de esta emoción muy organizada, los cañonazos, disparados en la Plaza de la Revolución en homenaje al Líder Máximo, no han perturbado la rutina del barrio de la Vieja Habana, ubicado a pocos kilómetros. Turistas del mundo entero se detienen para hacerse un selfie cerca de algunas de las vallas publicitarias que destacan las “transformaciones socialistas” antes de adentrarse en las tiendas de las grandes marcas. Viejos cubanos sentados en un pequeño taburete de madera ofrecen a los viandantes los tradicionales Cohiba, los puros de la revolución. Las pequeñas tiendas de artesanos venden numerosas camisetas con el rostro del Ché.

Cristina, de 41 años y titulada en Ortodoncia, se ha reinventado y tiene un pequeño comercio. Forma parte, dice, de la “generación fidelista”, un sector de la población que hasta la fecha sólo ha conocido el régimen castrista, como casi el 70% de la población. “Fidel ha muerto, pero la vida sigue. No puedo quedarme en casa, hay que trabajar. Estamos en un periodo de incertidumbre, no sabemos lo que va a pasar, nos gustaría que la economía mejorase”, afirma la mujer, en un momento en que el país sufre una crisis económica debido tanto a la caída de la entrega de petróleo venezolana y del precio de las materias primas.

Ludmila, taxista al volante de un viejo Lada, multiplica los trayecto de ida y vuelta entre la ciudad vieja y el Malecón. Esta mujer de 31 años empezó por abajo, en la empresa estatal de taxis. Tras diez años en contabilidad y después de conseguir el carné de conducir, pudo hacerse con un coche. Cada día, debe pagar unos 10 euros por el alquiler del vehículo y 14 litros de gasolina. También realiza servicios al Estado. Hoy, traslada gratis a una mujer al hospital porque necesita hacerse una diálisis. De media, las carreras le permiten ganar unos 20 o 30 euros al día.

Con la progresiva apertura del país, Ludmila espera “mejorar su poder adquisitivo”. “Tengo ganas de viajar, de conocer otras culturas. Mi prima, por ejemplo, ha tenido esa suerte. Se casó con un cubano que vivía en Miami y se fue con él. Los cambios iniciados por Raúl Castro no van todo lo rápido que le gustaría. La privatización de una parte de las tierras agrícolas, la mayor autonomía de algunas empresas nacionales, la autorización de venta de vehículos y de alojamientos son sólo “un primer paso”, dice. “Fidel ha hecho cosas buenas por la población, pero el país ha permanecido anclado en el tiempo”, lamenta.

Si bien muchos cubanos todavía no demandan un giro radical en la orientación, el régimen debe hacer frente a una crisis de confianza, sobre todo entre la población joven, a veces alejada de la Revolución. Al caer la noche, las voces disidentes, hasta ahora relativamente discretas por respeto al duelo nacional y por miedo a la represión, se dejan oír más fuerte. En una calle del centro de La Habana, un hombre de una treintena de años, comercia, por unos pesos, con unas claves WiFi que ofrece a unos jóvenes, sentados en los escalones de un comercio, los ojos pegados a su móvil. El router está oculto en un arbusto.

“Estos jóvenes no siguen las ceremonias de homenaje a Fidel. Prefieren estar en Facebook, Whatsapp, Instagram, ver vídeos de Leo Messi… Están ávidos de apertura. Como yo, esperan que otras empresas extranjeras puedan venir a invertir a Cuba”, dice. Uno de ellos muestra su enfado con un régimen que, en su opinión, “no deja ninguna libertad de expresión” y “no hace funcionar el ascensor social”.

“Tengo derecho a pack de cartones de leche al mes. No tengo para comprarme un par de zapatos nuevos. Este país está hecho para los turistas que gastan su dinero [peso convertible], se comen nuestras langostas y nosotros nos quedamos con el peso cubano que no vale nada”, espeta. Para muchos, el verdadero test de estabilidad del régimen cubano llegará cuando Raúl Castro, de 85 años, ceda el testigo. Ha prometido abandonar el cargo en 2018. La nueva generación espera. Mientras, La Habana se divide en dos ciudades, una llevada por la emoción y la otra, indiferente, celebra la desaparición de Fidel Castro.

Janette Habel: “La legitimidad del régimen cubano se desmorona”

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Traducción: Mariola Moreno

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Juan suda a chorro tratando de vender botellas de agua en una callejuela adyacente a la Plaza de la Revolución. “Hay tanta gente como en un día de fiesta”, se alegra el vendedor ambulante. Decenas de miles de cubanos de luto –militares de alta graduación, obreros, funcionarios– caminan con ramos de flores y velas en las manos en dirección a la inmensa explanada que, desde que murió Fidel Castro, acoge las ceremonias de homenaje. Filas bien organizadas en la misma plaza, un espacio mítico desde donde el “héroe nacional” solía dirigir a la nación sus encendidos discursos, de varias horas de duración.

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