¿Son las abejas pequeños robots perfectos? ¿Intercambiables, instintivas, casi autómatas, capaces, en el mejor de los casos, de un aprendizaje primitivo? Esto es lo que creía la mayoría de los especialistas hace 30 años, pero ahora ha habido un giro de 180 grados, del que el público no es todavía consciente. Ahora pintan un cuadro radicalmente nuevo de la abeja: un animal con talentos comparables a los de los mamíferos o las aves más inteligentes.
Desde hace más de un siglo, la abeja fascina a los científicos. Fue incluso el primer insecto cuyo comportamiento valió un Premio Nobel a un investigador, el alemán Karl Von Frisch, que describió la que es la principal maravilla de la Apis mellifera, la abeja doméstica: la danza en la que las recolectoras describen con precisión a sus compañeras, mediante un sistema simbólico único en el mundo de los seres vivos, dónde se encuentran las mejores fuentes de alimento, aunque estén a kilómetros de distancia.
Sin embargo, hasta el año 2000 las capacidades de la abeja se atribuían a un cerebro casi preprogramado, dominado por reacciones reflejas. Esta visión heredera directa del "animal-máquina" imaginado por Descartes hace cuatro siglos se ha derrumbado ahora bajo el impacto de una revolución conceptual.
Hoy en día los especialistas en abejas reconocen la asombrosa adaptabilidad de su comportamiento, afirman que las abejas tienen personalidad y emociones e incluso debaten sobre la existencia de formas de consciencia. Son ideas que hace treinta años Lars Chittka, probablemente el mayor experto actual en el comportamiento de las abejas y etólogo de la Universidad Queen Mary de Londres, habría calificado de "tonterías de hippies", según declaró a Mediapart.
Uno de los primeros shocks causantes de este cambio científico fue un experimento publicado en 2001 en la revista Nature por el franco-argentino Martin Giurfa, profesor de neurociencia en la Universidad Paul-Sabatier de Toulouse. El joven investigador se opuso a los experimentos que querían imponerle, centrados en poner a prueba procesos de aprendizaje simples como la memorización o la asociación, y utilizó un ingenioso dispositivo experimental para demostrar que las abejas pueden manejar conceptos abstractos.
Hace que la abeja entre en un pasillo en forma de Y a través de un agujero, coronado por una figura que puede variar (por ejemplo, un cuadrado). A continuación, la abeja se enfrenta a dos ramas, cada una con una figura (un cuadrado y un triángulo, por ejemplo). Con este sistema, Giurfa enseña a sus alumnas aladas la regla "elige lo mismo": si la abeja toma el lado con el mismo dibujo que el orificio de entrada, tendrá como recompensa una gota de agua dulce. Pero también se le puede enseñar a "elegir el diferente". “El experimento", explica el investigador, "demuestra que la abeja no responde mecánicamente a un estímulo, sino que aplica una regla abstracta, ¡incluso con objetos que nunca ha encontrado antes!”.
Muchos científicos han seguido el método de Giurfa y ahora hay una avalancha de experimentos que demuestran las asombrosas capacidades de los insectos, a pesar de que sus cerebros tienen menos de un milímetro de diámetro y menos de un millón de neuronas, frente a los 100.000 millones de los humanos.
Números pares e impares
Las abejas no sólo han demostrado ser capaces de aprender otros conceptos, como "más grande-más pequeño", "arriba-abajo", "izquierda-derecha" o "simétrico-asimétrico", sino que también han descubierto habilidades que antes se creían reservadas a la élite de los vertebrados. La capacidad de contar hasta cuatro o cinco, por ejemplo, las iguala a perros y córvidos. "Se puede enseñar a las abejas a elegir imágenes que contienen tres objetos, o dos, o cuatro, con objetos que cambian constantemente, lo que demuestra que los números tienen sentido para ellas", afirma Martin Giurfa.
Pero sus talentos matemáticos van más allá. En 2018 un estudio demostró que las abejas tienen una idea de lo que significa el cero: si se les hace ordenar imágenes que muestran varios objetos por números crecientes, sitúan correctamente la ausencia de un objeto al principio mismo de la escala. Como el no va más de sus capacidades numéricas, según una publicación de abril de 2022, las abejas son los únicos animales, aparte de los humanos, capaces de distinguir entre números pares e impares.
Se ha demostrado además su capacidad para aprender por imitación. En 2016 el equipo de Lars Chittka consiguió enseñar a los abejorros Bombus terrestris (una especie de abeja social) un comportamiento imposible de encontrar en la naturaleza: tirar de una cuerda para acceder a un recipiente que contenía una gota de néctar (ver el vídeo aquí).
Aunque sólo una pequeña minoría de abejorros es capaz de aprender la tarea de forma espontánea, muchos lo han conseguido tras observar a uno de esos "innovadores". Este conocimiento se difunde entonces poco a poco por toda la colonia, como una práctica cultural.
Capacidad de innovación
En otra prueba en la que los abejorros tenían que hacer rodar una bola hasta un agujero, otros congéneres retenidos tras un cristal no sólo superaron la prueba, sino que espontáneamente (sin ensayo-error) mejoraron el método que se les había enseñado cuando se les permitió entrar en escena. "Así que debían de tener una imagen mental del objetivo, porque innovaron para conseguirlo", señala Chittka.
¿De dónde surgen estas habilidades en un insecto? Confluyen tres factores. En primer lugar, las abejas deben volver a casa, a diferencia de las mariposas, por ejemplo, que se mueven pasivamente en su entorno". El regreso a la colmena exige que las abejas registren trayectos de hasta diez kilómetros y los conserven en su memoria durante varias horas.
En segundo lugar, la abeja es una generalista y se alimenta de innumerables especies de flores, con formas, tamaños, colores y texturas diferentes. Para optimizar su cosecha, debe tomar miles de decisiones cada día, en un flujo continuo: ¿qué flores elegir?, ¿con qué frecuencia?, ¿cuándo cambiar de especie floral, si se agota el suministro?
En tercer lugar, las abejas viven en sociedades grandes y complejas, que requieren múltiples interacciones. "Este contexto es sin duda lo que ha convertido a las abejas en creadoras de conceptos y categorías, esforzándose constantemente en extraer reglas de su entorno", resume Lars Chittka.
Alegría y ansiedad
Una cosa es que las abejas apliquen reglas abstractas y aprendan unas de otras, pero, ¿tener emociones? ¿y consciencia? Eso es lo que sugieren innumerables observaciones. Por ejemplo, tras una dosis inesperada de sacarosa, las abejas son más persistentes en sus exploraciones, como si estuvieran más "optimistas". Por el contrario, tras un ataque simulado de un depredador, aunque sea indoloro, se muestran temerosas en sus movimientos, a veces huyendo inexplicablemente en ausencia de amenaza, lo que sugiere una forma de "ansiedad".
Hace poco, en diciembre de 2022, la doctoranda de Lars Chittka, Samadi Galpayage, llegó a describir, por primera vez en insectos, la práctica del juego. Su estudio comenzó con una observación casual. Durante un experimento previo con bolas, los investigadores observaron que los abejorros hacían rodar las bolas dejadas en un rincón del espacio, aparentemente sin motivo... Resulta que los abejorros sí juegan, según los criterios de los etólogos, e incluso los jóvenes juegan más tiempo de media que los adultos, como los vertebrados. En este vídeo se puede ver cómo se divierten los participantes.
Pero, ¿qué hay de la consciencia? "No existe una prueba consensuada para detectarla, y hay mucho debate sobre el concepto en sí", advierte Lars Chittka. A veces se busca mediante la famosa prueba del espejo, en la que se hace a un animal una mancha de pintura para ver si se reconoce en su reflejo e intenta quitársela. Pero esta prueba no funciona con la abeja: los pelos sensibles que cubren todo su cuerpo le informan de cualquier marca, explica Giurfa. Observa, sin embargo, que "podemos probar con éxito cosas como la metacognición, es decir, saber lo que sabemos y lo que no sabemos, que es una forma de autoconsciencia".
Un investigador sometió a las abejas a una prueba de discriminación visual, que daba lugar a una recompensa en caso de éxito y a un castigo en caso de fracaso. Pero las abejas también podían optar por abandonar la tarea... Y eso es lo que hicieron, cada vez en mayor número, a medida que aumentaba la dificultad de la prueba.
El propio Chittka admite que la existencia de la consciencia no puede probarse con certeza. Para cada comportamiento observado que la sugiere, siempre podemos imaginar un instinto automático que la explicaría, un robot o un algoritmo que sería capaz de ello. Pero para él, podemos ver que las abejas no viven sólo en el momento: pueden proyectarse en el pasado, recurriendo a sus recuerdos; y en el futuro, imaginando sus tareas terminadas. Esa sería una definición aceptable de consciencia, aunque esté lejos de la de los humanos.
La personalidad de las hormigas
Hay una pregunta difícil con implicaciones de largo alcance: ¿hasta qué punto las abejas son una excepción en el mundo de los invertebrados? ¿Hasta dónde llega su capacidad cognitiva? Hasta ahora, la investigación sobre la cognición de los insectos se ha centrado sólo en media docena de especies, de las que la abeja y el abejorro son abrumadoramente dominantes. Pero el resto es un agujero negro.
No es fácil estudiar la cognición en un insecto. Primero hay que saber criarlos, conocer muy bien su biología y, sobre todo, comprender a fondo su percepción del mundo, lo que puede llevar años de investigación.
“Las hormigas, con las que trabajo, son muy diferentes de las abejas", explica, por ejemplo, Patrizia d'Ettorre, profesora de etología en la Universidad Sorbona París Norte. “Las abejas vuelan y son muy visuales; las hormigas, que caminan, son mucho más táctiles y olfativas. Por tanto, tenemos que encontrar otros protocolos para ponerlas a prueba”. Por ejemplo, el aprendizaje social en los abejorros se hace por observación mutua, lo que es bastante fácil de demostrar, dice esta investigadora, "pero quizá también haya aprendizaje social en las hormigas, aunque todavía no hemos encontrado la forma de demostrarlo".
Lo cierto es que toda esta espectacular tarea sobre las abejas está inspirando a cientos de investigadores de todo el mundo, que estudian el cerebro de otros invertebrados, tanto sociales (hormigas, avispas, termitas) como solitarios. Se multiplican los trabajos sobre grillos, cucarachas y muchos otros. Los protocolos y los interrogantes desarrollados en torno a las abejas están fertilizando hoy un vasto abanico de investigaciones.
Las hormigas, por ejemplo, han demostrado ser animales muy flexibles, capaces de utilizar herramientas e incluso de fabricarlas. Cuando tienen que llevar un líquido a la colonia, algunas cogen pequeños objetos sólidos de su entorno (hojas, guijarros, cortezas), los sumergen en el líquido y se los llevan una vez empapados, eligiendo el más absorbente si tienen varios disponibles.
Otro resultado notable (que confirma las observaciones sobre las abejas) es que las hormigas tienen verdaderas personalidades, como los perros o los gatos. "Algunas son más o menos exploradoras, más 'optimistas' o 'pesimistas', más o menos aptas para determinadas tareas... y estas características son estables a lo largo del tiempo y coherentes entre sí", afirma Patrizia d'Ettorre.
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Algunas de las investigaciones inspiradas por los trabajos sobre las abejas también tienen potenciales aplicaciones en los seres humanos. Aprovechando los conocimientos genéticos sobre la mosca drosophila, Mercedes Bengochea, neurocientífica del ICM (Instituto del Cerebro y Médula Espinal) de París, está examinando el papel de cada neurona del insecto cuando realiza tareas numéricas, "para descifrar los mecanismos básicos de procesamiento de la información por las células". Podrían aplicarse otros trabajos a la inteligencia artificial o la robótica.
Pero lo que la abeja tiene que enseñarnos sobre todo, según Martin Giurfa, es que "nosotros, lejos de ser la cúspide de la creación, en el fondo somos similares a miles de millones de seres que ignoramos o incluso despreciamos". Le guste o no a Descartes.
Traducción de Miguel López