Pocas veces la OPEP ha cosechado tantos apoyos. Antes de la reunión celebrada este jueves 25 de mayo en Viena, 11 países no miembros de la organización ya habían hecho saber que se sumarían a las decisiones debatidas por el cartel del petróleo. Arabia Saudí y Rusia, principal productor petrolero no miembro de la organización, dio el pistoletazo de salida el pasado 14 de mayo. Los dos principales países productores de petróleo –ambos suman el 20% de la producción mundial– anunciaron entonces la prórroga, durante un periodo de nueve meses, del acuerdo de recorte de la producción.
La decisión se formalizaba la semana pasada en la cumbre de la OPEP celebrada en Viena. Todos los miembros del cartel, incluido Irak, durante mucho tiempo contrario a la medida, aceptaron continuar la política de reducción implantada en diciembre de 2016. El cartel se fijó el objetivo de reducir la oferta en 1,8 millones de barriles diarios hasta marzo de 2018 con la esperanza de acabar con la superproducción y conseguir con ello un aumento de los precios del petróleo por encima de los 50 dólares el barril.
El acuerdo de la OPEP era mal recibido en los mercados financieros. La cotización del WTI (West Texas Intermediate, de referencia en el mercado de EEUU) cayó casi un 3% al comienzo de la sesión en los mercados estadounidenses, mientras que la cotización del Brent (de referencia en Europa) también perdió 1,24 dólares para caer hasta lo 52,67 dólares el barril. Los mercados esperaban reducciones en la producción mucho más importantes que las precedentes. Y es que, en su opinión, las medidas de restricción tomadas en diciembre de 2016 no son suficientes para estabilizar el mercado.
La realidad es que la economía mundial nada en petróleonada: la producción alcanza niveles históricos (más de 98 millones de barriles diarios) y las reservas desbordan en todas partes, hasta superar los 3.500 millones de barriles. La cotización del petróleo, después de haberse recuperado momentáneamente, ha vuelto a caer hasta los 50 dólares el barril.
A pesar de sus efectos hasta ahora limitados, los representantes de la OPEP quieren pensar que las reducciones de producción van a terminar dando frutos. O, al menos, hacen como si tal... Porque no ven otra alternativa que seguir esta senda.
La OPEP nunca se ha encontrado tan debilitada. Después de 40 años de dominación, el cartel ha perdido el control. Nada es como antaño. Desde que los productores norteamericanos de petróleo de esquisto bituminoso irrumpieron en el mercado petrolero, las reglas han cambiado. Y, hasta el momento, han fracasado todas las tentativas de la OPEP, y sobre todo de Arabia Saudí, para recuperar el control.
Inicialmente, Arabia Saudí intentó recuperar el dominio haciéndose nuevamente con cuotas de mercado. Sin alcanzar ningún acuerdo con los demás miembros del cartel Riad, bajo influencia del todopoderoso príncipe Mohammed ben Salman, el hijo del rey Salman, lanzó en noviembre de 2014 una guerra de precios sin parangón con el aumento de la producción. Los precios del petróleo se hundieron, cayendo por debajo de la barrera simbólica de los 50 dólares el barril y rozando en ocasiones los 30 dólares.
Según los cálculos saudíes, estos desagradables ajustes no debían durar mucho. El tiempo necesario para acabar o hacer entrar en razón a los productores competidores peligrosos, empezando por los norteamericanos, y permitir con ello que el reino saudí recuperase el control.
Pero nada pasó como estaba previsto. Bastantes productores norteamericanos de petróleo de esquisto bituminoso quebraron, pero no en las proporciones que contaba la OPEP; gran parte de ellos se revelaron mucho más flexibles de lo previsto. Se adaptaron, redujeron costes y aumentaron la producción, para hacer frente a sus compromisos financieros. De 7 millones de barriles/diarios, pasó a más de 8 millones en 2015. Además, los hedge funds, atraídos por los elevadísimos rendimientos financieros –los tipos de interés exigidos en el sector superan ampliamente el 15%– siguieron financiando masivamente los nuevos proyectos.
Al mismo tiempo, los países productores tradicionales sufrieron grandes dificultades. Sin mencionar el caso excepcional de Venezuela, aliados tradicionales de Arabia Saudí como Argelia o Nigeria, que lo invirtieron todo en renta petrolera, en unos pocos meses han visto cómo se hundían sus ingresos. Amenazados por importantes problemas sociales, devaluaron y aumentaron su producción para tratar de compensar con el volumen lo que ya no conseguía vía precios.
Incluso Noruega ha pasado por momentos difíciles. La caída del precio del petróleo en 2014 ha sido un golpe mucho más duro para la economía del país nórdico que la crisis financiera de 2008. El sector perdió más de 50.000 empleos en menos de 18 meses. Por primera vez desde su creación, el fondo soberano noruego, el más rico del mundo, se vio obligado a sacar dinero para sostener a la economía, en lugar de acumular los excedentes petroleros. “Los desafíos han sido mayores de lo previsto”, reconoce la primera ministra conservadora noruega, Erna Solberg, que ya habla de la necesidad de que Noruega abandone la era del petróleo.
Reducción de la producción
Arabia Saudí pensaba poder aguantar sin mayores inconvenientes este periodo de hundimiento de los precios. En unos meses, se daba cuenta de que su fortaleza financiera no la protegía del desplome de las cotizaciones. Sus ingresos no han dejado de reducirse. ¿Consecuencia? Riad acabó 2015 con un déficit presupuestario récord: 89.200 millones de dólares, es decir, el 15% del PIB. Sus reservas se han hundido como la nieve funde al sol. Según las estimaciones efectuadas en la cumbre de agosto de 2014, ascendían a 746.000 millones de dólares, para pasar a ser inferiores a 600.000 millones de dólares a día de hoy. En la medida en que la guerra en Yemen le sale cara (Riad se ha convertido en el principal comprador de armas y gasta 1.500 millones de dólares al mes en la guerra en Yemen, según algunos cálculos), el ritmo de gasto se acelera: el Gobierno puede sacar, al mes, en torno a 12.000 millones de dólares de sus reservas.
Para hacer frente a esta situación, el Gobierno saudí adoptó políticas de austeridad. Las generosas subvenciones otorgadas a la población se vieron drásticamente reducidas. Los precios del agua, del gas, de la electricidad subieron un 70%, los de los productos petroleros entre un 40 y un 80% (en cambio, los precios de la gasolina permanecen entre los más bajos del mundo: 0,29 dólares el litro). Los sueldos de los funcionarios sufrieron recortes y se redujo el número de empleados en la función pública. En 2016, el déficit pasaba a ser de 79.000 millones de dólares, es decir el 12% del PIB.
A finales de 2016, Riad se vio forzado a hacer una constatación: esa huida hacia delante, produciendo a toda costa, no llevaba a ningún sitio. No había recuperado el control del mercado. Los competidores de los que esperaba deshacerse seguían ahí. El mercado se hundía por mor de las superproducciones, impidiendo con ello la recuperación de los precios... El reino saudí empezaba a alejarse de los aliados, que a su vez debían lidiar con graves problemas económicos internos. E, incluso, en Arabia Saudí, el malestar social, por las políticas de austeridad, iba en aumento, con la inherente amenaza de desestabilización del régimen.
Así las cosas, en diciembre, Riad dio un giro de 180 grados. Después de defender la recuperación de las cuotas del mercado, había pasado a abogar por reducir la capacidad de producción, con la esperanza de dar con unos precios del petróleo en consonancia. En las primeras semanas, la estrategia pareció funcionar: la cotización se recuperaba hasta subir a los 60 dólares. Más tarde volvería a caer, cuando las cifras demostraron que la producción mundial no disminuía, que el mercado seguía ahogado en petróleo.
Porque, una vez más, nada sucedió como estaba previsto. A medida que los países de la OPEP recortaban su producción, los productores de EEUU, aprovechando el aumento de las cotizaciones, incrementaban la suya. Ésta supera los 9 millones de barriles/día y puede llegar a alcanzar los 9,9 millones de barriles/día en el año 2018, según la agencia americana de la energía. El dinero fluye en los nuevos proyectos de extracción. El número de perforaciones activas en Estados Unidos destinadas a abrir nuevos pozos pasó de 316 (en mayo de 2015) a duplicarse a 602 (en febrero de este año), según la Agencia Internacional de la Energía.
Pese a todo, en la reunión de Viena, el ministro saudí de Energía, Jalid al Falih, aseguró que la disminución de la producción empezaba a tener efecto. En su opinión, la disminución de los stocks puede empezar a acelerarse en el tercer trimestre. Las reservas deberían encontrar un nivel más acorde a la media del primer trimestre de 2018. Todo ello, según los cálculos de la OPEP, debería traducirse en la estabilización de las cotizaciones. “Antes de final de año, la cotización podría alcanzar los 55 dólares el barril”, vaticina el ministro argelino de Energía, Noureddine Boutarfa. Este precio parece ser el objetivo que persigue la OPEP, ni demasiado bajo –para permitir a los países productores clásicos estabilizar su economía–, ni demasiado elevado –para no dar nuevos incentivos a los productores norteamericanos–.
Además, Arabia Saudí tiene todavía más interés en ese precio porque prevé sacar a Bolsa el próximo año Aramco, la compañía nacional de petróleo. Los analistas creen que a día de hoy el valor de Aramco ronda entre 100.000 y 300.000 millones de dólares, según la cotización del petróleo. Nunca una empresa se ha valorado a esos precios. Pero aunque el Gobierno saudí mantenga la mayoría en sus manos, eso lo cambia todo. Su decisión de estabilizar los precios en torno a los 55 dólares también se debe a esta particular situación.
“Aunque los países miembros de la OPEP y los países productores que no pertenecen a la OPEP extiendan la reducción de su producción hasta finales de 2017, los stocks no alcanzarán un nivel normal este año”, avisaba la Agencia Internacional de la Energía hace unas semanas. Los stocks son tan importantes que representan una amenaza permanente para el mercado petrolífero. Sólo China, que acumulaba importantes stocks en el momento de la caída de la cotización en 2014, tiene reservas estimadas de más de 900 millones de barriles. Debido a las limitaciones de capacidad, el Gobierno chino empezó a reducir las existencias para recuperar unos niveles más normales. Sin embargo, a su mercado llegan otras tantas cantidades adicionales.
El Gobierno norteamericano prevé hacer lo mismo. En su anteproyecto presupuestario, Donald Trump contempla reducir a la mitad las reservas estratégicas norteamericanas para disminuir el déficit americano. La medida aún no se ha discutido. No es seguro que vaya a adoptarse, pero sólo la posibilidad de que puedan llegar 400 millones de barriles adicionales aterroriza a los mercados. “Hay más posibilidades de ver el barril a 30 dólares que a 70”, dice un analista de Morgan Stanley.
Si esta piscina de petróleo asusta tanto es debido a que la demanda de petróleo ya no es tan fuerte como antes. Aunque la población de países emergentes como India compran coches y consumen mucho más petróleo que antes, la demanda mundial se debilita. Según las estimaciones de la AIE, la demanda no aumentará más de 1,3 millones de barriles/día en 2017, cuando antes de la crisis de 2008 superaba anualmente los 6-7 millones de barriles/día. Esto se explica en parte por la debilidad del crecimiento de la economía mundial, pero también hay otro factor que adquiere cada vez más importancia: la revolución ecológica que avanza silenciosa en el mundo. Las energías renovables van ganando terreno, de modo que el uso del petróleo se hace paulatinamente más limitado. Ahora, cerca de un tercio de la electricidad mundial se produce gracias a las energías renovables, según algunos cálculos. Esta revolución no se detendrá. Con independencia de cuáles sean sus tentativas, el cartel ya no volverá a tener el control del sector. _____________
Traducción: Mariola Moreno
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Pocas veces la OPEP ha cosechado tantos apoyos. Antes de la reunión celebrada este jueves 25 de mayo en Viena, 11 países no miembros de la organización ya habían hecho saber que se sumarían a las decisiones debatidas por el cartel del petróleo. Arabia Saudí y Rusia, principal productor petrolero no miembro de la organización, dio el pistoletazo de salida el pasado 14 de mayo. Los dos principales países productores de petróleo –ambos suman el 20% de la producción mundial– anunciaron entonces la prórroga, durante un periodo de nueve meses, del acuerdo de recorte de la producción.