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Las peligrosas relaciones del Ejército israelí y las sociedades de espionaje

Fotografía de archivo de un dron.

René Backmann (Mediapart)

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¿Cuál es la relación entre una empresa israelí de “seguridad informática”, es decir, una empresa de ciberespionaje como NSO Group, y el Estado de Israel?

A decir de los contratos de transferencia de programas informáticos entre los Estados árabes firmantes de los recientes acuerdos de “normalización diplomática” –Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos, Bahréin, Marruecos– y su nuevo socio israelí, queda claro que la tecnología israelí de alta seguridad es ahora uno de los instrumentos privilegiados de la diplomacia de “apertura” del Estado hebreo.

Lo mismo que los contratos con México, Indonesia, Bangladesh, la administración china de Hong Kong y Vietnam.

Junto con las exportaciones de armas y los conocimientos militares, el suministro de sistemas de vigilancia informática, que implica la formación de personal especializado, se ha convertido en uno de los principales recursos de Israel.

La lista de transacciones que se han hecho públicas, y otras formalizadas forma más discreta, indica que el carácter democrático, autoritario o incluso dictatorial del régimen asociado importa poco. Lo único que importa es la solvencia financiera y la estabilidad, al menos a medio plazo, del socio.

Pero los vínculos entre el complejo militar-industrial y el Ejército israelí, es decir, el Estado, no se limitan a dicho suministro de productos o servicios estratégicos de exportación. Ya existen mucho antes de esta contribución a la diplomacia económica de la “start-up nation” (nación emergente), como les gusta definir a los dirigentes israelíes a su país en la actualidad. Y como les gustaría que se considerara en el extranjero.

Esto recuerda la participación en el último Tour de Francia de un equipo ciclista profesional cuyos maillots con los colores de la bandera israelí, azul y blanco, llevan este lema.

Detrás de esta imagen pacífica, dinámica y halagadora, muchas unidades de la Dirección de Inteligencia Militar mantienen, en la práctica, desde hace años, estrechas relaciones con empresas privadas del sector de la alta tecnología informática o de la ciberseguridad.

Es el caso de la Unidad 8200, con varios miles de soldados y oficiales, especializada en inteligencia electrónica y descifrado de códigos; de la Unidad 9900, encargada de analizar las imágenes aéreas proporcionadas por satélites, aviones de reconocimiento o drones de observación; de la Unidad 504, que procesa la información de los países árabes vecinos; o de la Unidad 81, nacida con el Estado de Israel para proporcionar armas de alta tecnología, sistemas de comunicación seguros e indetectables, o herramientas informáticas a los soldados de las fuerzas especiales Sayeret Matkal, que dependen directamente del Estado Mayor.

Con los años, estas unidades se han convertido incluso en una verdadera red de detección, selección y formación avanzada de expertos en nuevas tecnologías. En otras palabras, una reserva de cerebros y habilidades en la que las start-up vienen a hacer negocio.

Los soldados seleccionados para llevar a cabo allí sus 30 meses de servicio militar, complementado o no con la formación de oficiales, saben que cuando se marchan tienen muchas posibilidades de ser reclutados por empresas que les ofrecerán, desde sus primeros meses de actividad, salarios entre cuatro y diez veces superiores al salario medio israelí.

Tanto es así que ahora existen redes de formación postescolar en Israel que preparan a los futuros reclutas más afortunados para su ingreso en estas unidades de inteligencia. Es como si fueran una de las mejores formas de acceder a una carrera y a un estatus social envidiable.

Para algunos militares y responsables de contrainteligencia, estos estrechos vínculos entre las unidades de ciberinteligencia y las empresas privadas del mismo sector son cuestionables. En su opinión, constituyen incluso un riesgo, si no una formidable falla de seguridad.

Temen que las unidades que desempeñan un papel clave en la defensa y la seguridad del país puedan, a la larga, estar formadas por soldados más motivados por el atractivo de los beneficios y la perspectiva de un trabajo lucrativo en una de las prometedoras star-up que por un compromiso patriótico con la defensa de su país.

Esto aumenta la posibilidad de que los poseedores de información secreta vital para la seguridad del país se vean expuestos a importantes ofertas económicas o a una presión personal insoportable.

Según confía un alto responsable de defensa al diario Haaretz: “En estos momentos, el mayor peligro para las organizaciones de seguridad relacionadas con la tecnología procede del interior de estas organizaciones, de un empleado descontento o de alguien con malas intenciones”.

“Otro problema grave es el sistema de selección de estas unidades tecnológicas”, observa un segundo experto. “Las cualificaciones requeridas para estas unidades suelen corresponder a personalidades complejas, originales y caprichosas, que no encajan bien en el rígido sistema de seguridad en el que deben encajar estos valiosos reclutas”.

Y, según un abogado familiarizado con estos asuntos, “los límites difusos entre las unidades tecnológicas del Ejército y la industria civil pueden llevar a los jóvenes reclutas a creer –equivocadamente– que pueden utilizar para fines civiles medios que fueron diseñados para el Ejército”.

A pesar de estos riesgos, para un friki israelí ahora es una trayectoria banal –y envidiable– unirse a una de estas unidades durante su servicio militar antes de ofrecer sus servicios o de ser fichado por una de las muchas start-ups de cibertecnología que se multiplican en el país.

Los más emprendedores o creativos aprovechan incluso los conocimientos, la experiencia y los contactos adquiridos con el uniforme para crear su propia empresa cibernética tras el servicio militar o de su alistamiento como oficiales, antes de venderla cuando han encontrado un nicho rentable o un servicio innovador, con un beneficio considerable, a un gigante del sector, casi siempre estadounidense.

Después, algunos hacen fortuna en otro negocio o en la política. Como, por ejemplo, el actual primer ministro Naftali Bennett, un antiguo oficial de las fuerzas especiales que se enriqueció vendiendo su empresa de ciberseguridad bancaria y se convirtió en ministro, luego en rival y finalmente en sucesor de Netanyahu.

La enigmática muerte del soldado T.

¿Qué reglas de las relaciones complejas, y en gran parte secretas, entre la ciberinteligencia militar y la ciberindustria civil infringió el soldado T., hallado muerto en su celda de la nueva prisión militar de Neve Tsedek la noche del 16 al 17 de mayo?

Hasta que el Gobierno israelí no levante la censura absoluta sobre este caso, será difícil, si no imposible, responder a esta pregunta. Las autoridades militares no han revelado nada, ni siquiera su identidad, ni su rango, ni su unidad, ni los motivos de su detención y encarcelamiento.

Lo único que se sabe es que “T.”, presentado por sus amigos e incluso por algunos de sus jefes en el Ejército como un “genio” de la informática, se enroló en marzo de 2016 en una unidad de inteligencia electrónica que podría ser la unidad 8200. También se sabe que había participado antes, a los 16 años, en un programa de formación para jóvenes emprendedores de alta tecnología y que obtuvo un título en informática.

Uno de sus excompañeros de la empresa en la que trabajaba antes de incorporarse al Ejército lo describe como “una de las personas más inteligentes y con más talento que ha conocido”. Otro afirma que “podía hacer en unas horas cosas que a cualquier persona le llevarían semanas” y añadió que “su manera de pensar era tan rápida que los ordenadores a su lado parecían lentos”.

El jefe del Estado Mayor del Ejército israelí, Aviv Kochavi, que fue entre 2010 y 2014 el jefe de los servicios de inteligencia militar, lo describe como un “excelente elemento”. Pero señala que “T.” cometió “delitos de extrema gravedad. Lo hizo deliberadamente, con pleno conocimiento de causa. Puso en peligro un gran secreto que pudimos preservar en el último momento”.

También se sabe que fue detenido en septiembre de 2020 por “el daño que podía causar en el ámbito de la seguridad nacional” y que fue puesto en prisión preventiva bajo X pero que “no fue acusado de espionaje o traición, ni estuvo en contacto con agentes extranjeros ni actuó en nombre de agentes extranjeros”. Según el general Kochavi, “T.” actuó “de forma independiente, movido por razones personales, sin motivos ideológicos, nacionalistas o financieros”.

Inicialmente, fue encarcelado con su verdadero apellido en la prisión militar nº 4, y luego se le trasladó a la nueva prisión de Neveh Tsedek, donde compartió celda con otros dos presos. Según el Ejército, le visitó su familia con la condición de no revelar a sus visitantes los motivos de su detención.

El 16 de mayo, según las autoridades militares, que pudieron seguir sus movimientos a través de una cámara, pidió a sus padres que le enviaran ropa y objetos personales. Al parecer, por la noche dijo a sus compañeros que no se encontraba bien y que estaba vomitando. Entonces, supuestamente, perdió el conocimiento.

Alertada por los que eran sus compañeros de celda, la administración lo trasladó por la noche al hospital de Netanya, donde se certificó su muerte. Varias horas después, cuando llegó al hospital, su familia fue informada de que su cuerpo había sido trasladado al instituto médicoforense de Tel Aviv para que se le practicara la autopsia. Oficialmente, el cuerpo no presentaba signos de violencia ni de suicidio por ahorcamiento. Todavía no se conocen los resultados del análisis toxicológico.

Últimos misterios: las autoridades militares se negaron a indicar cuándo y por qué razones “T.” habría pedido abandonar el Ejército durante su detención, lo que explicaría por qué fue enterrado en un cementerio civil; también se negaron a comunicar a la familia o a sus representantes el contenido de las grabaciones de vídeo tomadas por la cámara de vigilancia antes del anuncio de la muerte de “T.”. La familia sigue sin conocer la relación entre la unidad en la que sirvió “T.” y la empresa civil para la que también trabajaba simultáneamente.

“Si se trata de NSO –lo que no es seguro– no es de extrañar: esta empresa, creada en 2010 por antiguos miembros de la unidad 8200, se ha convertido en un Estado dentro del Estado”, explica un abogado. Sus intereses y los del Ejército israelí –y, por tanto, del Estado de Israel– pueden converger en muchos casos”.

Lo confirma la reciente decisión que tomó el Gobierno israelí a favor del exmagistrado mexicano Tomás Zorón de Lucio; sospechoso en su país de estar implicado en el secuestro y asesinato de 43 estudiantes en 2014, huyó y encontró refugio en Israel, donde el Gobierno acaba de anunciar que no será extraditado. Hace una decena de años, hizo comprar para sus servicios, por 32 millones de dólares, el software de ciberespionaje Pegasus, producido por NSO.

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Traducción: Mariola Moreno

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