Portugal: un tenaz Antonio Costa se instala firmemente en el Gobierno

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Philippe Riès (Mediapart)

Principios de los años ochenta del siglo pasado. La lista de Antonio Costa –que entró en las Juventudes Socialistas con catorce años– perdió las elecciones de la asociación académica de la facultad de Derecho de la Universidad de Lisboa. Pero él, presidente saliente, rechazó dejar las oficinas del colectivo y acabó siendo expulsado por las fuerzas del orden. Este incidente volvió a la memoria de los testigos de la época cuando, después de la severa derrota del Partido Socialista en las legislativas portuguesas del pasado cuatro de octubre, el mismo Antonio Costa se sacó del sombrero una improbable alianza de izquierdas para imponerse como primer ministro.

Mal perdedor pero, sobre todo, tenaz. O teso, el calificativo que los medios portugueses han asociado a la personalidad del antiguo alcalde de Lisboa. Y también a su Gobierno socialista en minoría, que lleva las riendas del país con el inédito apoyo parlamentario del Bloco de Esquerda y del Partido Comunista, su "enemigo íntimo" en los últimos cuarenta años. La palabra teso tiene un doble sentido, pues puede ser traducida por "duro" y por "estar sin blanca". La realidad es que el Gobierno de Costa tendrá que intentar cumplir sus promesas electorales negociando con sus nuevos aliados y sin poder poner en duda los compromisos presupuestarios con la Unión Europea.

Pero Antonio Costa no sólo es tenaz. También es un hábil negociador formado en la escuela profesional de la política contemporánea en Europa, una mezcla de saber hacer y un mucho de saber arreglárselas, donde las convicciones se aderezan con un indispensable "pragmatismo". Antonio Luis Santos da Costa es un político que ha bebido la política con biberón. Su padre, originario de Goa –la antigua capital del imperio portugués en el sur de Asia– es el escritor neorrealista Orlando da Costa, militante del PCP entre 1954 y hasta su muerte, en 2006. Fue encarcelado en varias ocasiones por la PIDE, la policía política de la dictadura salazarista. Su madre es María Antonia Palla, una periodista muy ligada a la izquierda.

La vida política de Antonio Costa se confunde con la historia de la joven democracia portuguesa. Participó en su primera campaña electoral nacional en abril de 1975 para las elecciones de la Asamblea constituyente, apenas un año después de la revolución de los claveles que echó abajo el régimen de Salazar-Caetano. Desde entonces no se ha perdido ninguna. Tras sus estudios secundarios, siguió la vía tradicional que conduce a la política profesional en Portugal: estudios de derecho y una formación de abogado. En los últimos 40 años esta profesión ha dominado escandalosamente la representación parlamentaria portuguesa. Incluso a menudo se considera que en los grandes bufetes lisboetas, donde confluyen redes y política, están los verdaderos amos del país.

Así ocurrió también en el caso de Antonio Costa, que no dejó la toga hasta mediados de los noventa, después de haber sido elegido en la asamblea municipal de Lisboa y miembro de la dirección del Partido Socialista. No obstante, es en las salas de reuniones y los pasillos de los principales partidos donde se juegan los destinos políticos, el Rato en el caso del Partido Socialista (un magnífico palacio ubicado en el centro de Lisboa, "requisado" y después adquirido en condiciones bastantes oscuras después de la revolución de abril de 1974).

Mismo perfil 

Tanto en la derecha como en la izquierda, la generación que tomó el poder después de los "históricos" descendientes de la resistencia a la dictadura, presenta el mismo perfil: un inicio de carrera en las jotas (las organizaciones de jóvenes) y después una ascensión rápida de la mano de un mentor, consagrada después por un mandato parlamentario y una resiliencia más o menos grande a las guerras internas que desgarran el aparato de los partidos, especialmente el del PS portugués.

Llegar a la cima –es decir, al puesto de secretario general– es el grial que da acceso, si los electores colaboran, a las más altas funciones del Estado, primer ministro y/o presidente de la República. Así ocurrió con Mario Soares, evidentemente, pero también con Antonio Guterres, con Jorge Sampaio y finalmente con José Sócrates. En un campo u otro, Antonio Costa ha participado en todas estas luchas sectarias desde su entrada en la política. Entre los que no recibieron el apoyo de las urnas está Vítor Constancio, actual número dos del BCE después de haber ejercido una tutela calamitosa sobre el sistema financiero; o Ferro Rodigues, apparatchik grisáceo que Costa ha colocado al frente de la Asamblea de la República (el Parlamento).

José Sócrates, el "animal feroz" al que la justicia portuguesa ha mantenido encarcelado durante once meses acusado de corrupción, fraude fiscal y blanqueamiento de capitales, se impuso por descarte en la dirección del PS después del retiro voluntario de la vida política activa de Antonio Vitorino, al que su brillante experiencia de comisario europeo auguraba un destino nacional.

La relación entre Sócrates y Costa ilumina la personalidad de este último. Número dos del primer Gobierno de Sócrates en 2005, también número dos del partido durante el reinado del "ingeniero", Costa ha estado estrechamente asociado al "socratismo" que condujo a Portugal a la quiebra y le puso bajo tutela de la troika en la primavera de 2011. Sin embargo, cuando, en noviembre de 2014, Sócrates fue detenido al bajar de un avión que llegaba de París, la reacción de Costa fue reveladora. Mientras que todo el establishment socialista –comenzando por Mario Soares– se daba empujones por visitar al prisionero número 44 de la cárcel especial de Évora, Costa se movió lo menos posible. No hizo nada más que un viaje, y con la mayor discreción posible, para visitar a su "camarada" Sócrates.

La manera bastante sucia con la que Costa venía de eliminar a Antonio José Seguro de la dirección del PS también es reveladora. Cuando Sócrates perdió las elecciones en 2011 en el mundo político y mediático se esperaba que Costa tomara el relevo en la dirección del PS. Pero él prefirió quedarse a resguardo en su Ayuntamiento lisboeta, dejando a Seguro la tarea de administrar los escombros del "socratismo", así como de ejercer un papel de oposición particularmente ingrato. En 2013 se presentó a un tercer mandato al Consistorio de la capital asegurando a los electores que lo cumpliría hasta el final.

Pero pocos meses más tarde, aprovechó la modesta victoria del PS en las elecciones europeas de junio de 2014 –que calificó con desprecio de poucochinho (un término que se le volvería en contra como un boomerang tras su doloroso fracaso en las legislativas del pasado 4 de octubre)– para pasar a la ofensiva contra Seguro. En ese tiempo empezó a mejorar el horizonte económico. La coalición de centro-derecha hizo el trabajo sucio de los recortes, no sin errores e injusticias, y el país se liberó de la tutela de la troika. Pero el coste social ya estaba siendo considerable y los sondeos prometían a los socialistas más del 40% de los votos en las siguientes legislativas. Así se despertó el apetito electoral del alcalde de Lisboa por la política nacional.

Su gestión es Lisboa

Tal y como recogió la revista Visao, fue en el Ayuntamiento de Lisboa donde Antonio Costa, "liberado del sampaísmo, del guterrismo, del ferrismo y del socratismo, pudo preparar el costismo". Pero, ¿qué es el "costismo"? Para dirigir la capital, Antonio Costa ya supo apoyarse en coaliciones de "izquierda plural" con geometría variable, incluyendo el Bloco y movimientos "independentistas". Un entrenamiento útil, porque el nuevo primer ministro deberá dedicar una gran parte de su tiempo a negociar proyecto por proyecto, texto por texto, y puede que incluso línea por línea, todas las iniciativas parlamentarias de su Gobierno minoritario con sus socios parlamentarios de "la izquierda de la izquierda".

Bastante poco innovadora, su gestión de Lisboa estuvo marcada por un nuevo orden financiero, ayudado por las subvenciones europeas y el pago de una gran indemnización del Estado por los terrenos del aeropuerto de Portela antes de su privatización. Su gestión fue más bien "austera" –recortó 2.000 funcionarios municipales– pero tiene otros hitos. Entre ellas, la decisión de abandonar la sede monumental del Ayuntamiento en la Baja pombalina –al lado del Banco de Portugal– para instalar su gabinete en Intendente, dando alas así a un movimiento de gentrificación de Mouraria, un barrio histórico con mala fama. También dejó entrever este estilo en recientes nombramientos de su Gobierno: la primera mujer negra, el primer secretario de Estado gitano, la primera invidente... pero que convivirán con otros pesos pesados fieles a José Sócrates.

La rehabilitación de la plaza del Comercio y sus inmediaciones ha sido su obra más emblemática. Sin embargo, el renacimiento visible de barrios históricos, apoyado en un boom turístico favorecido por el contexto internacional, se debe mucho más a la intervención de la troika, que impuso a la clase política portuguesa el fin de un bloqueo a los alquileres que había conducido a la ciudad a una dramática degradación de su patrimonio arquitectónico. Esta permitió un desbloqueo del mercado inmobiliario y posibilitó que inversores privados, empresas y particulares, portugueses y extranjeros, tomaran las riendas de la renovación urbana.

El municipio acompañó el movimiento, dado que no podía liderarlo dada su limitada capacidad de inversión. Desde la limpieza de las calles al estado de los equipamientos públicos, pasando por la vivienda social, el control de la circulación y del estacionamiento de automóviles, Lisboa todavía está lejos de una capital europea. En conclusión: un balance decente, pero sin más.

São José Almeida, cronista política del periódico Público (izquierda) cree que el principal desafío del Gobierno de Costa será "romper con el clientelismo". Tras el reinado de José Sócrates (siete años en la cabeza del PS, seis en el Gobierno) tiene que lograr deshacerse de la imagen de un líder que ha hecho todo para llegar al poder, incluso aliarse con partidos que han estado durante mucho tiempo en el otro lado de la barricada ideológica; así como probar que el PS no es un partido que sucumbe a las presiones y la corrupción. Esto sería, en efecto, una ruptura mucho más significativa que haber reincorporado al Bloco y PPC (con sus seguidores) en "el arco de la gobernabilidad".

 

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Traducción: Elena Herrera

 

Principios de los años ochenta del siglo pasado. La lista de Antonio Costa –que entró en las Juventudes Socialistas con catorce años– perdió las elecciones de la asociación académica de la facultad de Derecho de la Universidad de Lisboa. Pero él, presidente saliente, rechazó dejar las oficinas del colectivo y acabó siendo expulsado por las fuerzas del orden. Este incidente volvió a la memoria de los testigos de la época cuando, después de la severa derrota del Partido Socialista en las legislativas portuguesas del pasado cuatro de octubre, el mismo Antonio Costa se sacó del sombrero una improbable alianza de izquierdas para imponerse como primer ministro.

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