Andriy Kozintchouk no es un psicólogo al uso. De complexión fuerte y con una gran sonrisa oculta bajo la barba, este especialista tutea directamente a todo el que se encuentra. Con uniforme de camuflaje y una pistola al cinto en su pequeño coche gris, recorre las calles de Dnipro, en el centro de Ucrania, donde tiene previsto impartir una sesión de formación a soldados. Al día siguiente, regresará a su unidad en el Donbass. Su frente está en todas partes. Kozintchouk es un militar de la palabra, que trata el sufrimiento invisible de sus pacientes: sus "hermanos de armas".
Psicólogo militar desde 2007, Andriy Kozintchouk fue uno de los primeros de su profesión en Ucrania, al tiempo que realizaba una labor preventiva en las redes sociales. A sus 38 años – "demasiado viejo para esta mierda", dice– cuida de más de un centenar de hombres en su brigada de zapadores, desminadores en primera línea. "Mis chicos... de 18 a 60 años", dice en un café de Dnipro, donde Mediapart se reunió con él a principios de junio. La unidad acababa de regresar de un largo período cerca de Bajmut.
Muy pocas brigadas cuentan con un psicólogo. "Toda la nación necesita ya ayuda. Si hablamos sólo del ejército, son millones. Es físicamente imposible proporcionar tantos psicólogos", declaró la viceministra de Defensa, Hanna Maliar, en una mesa redonda sobre el tema celebrada en junio. Según el Ministerio de Sanidad, unos 15 millones de ucranianos necesitarán ayuda psicológica a largo plazo como consecuencia de la guerra.
Aunque todavía no está claro cuántos son los miembros de las fuerzas armadas, sólo se forman unas decenas de psicólogos militares al año, a pesar de que el ejército ucraniano podría tener hasta cinco millones de veteranos después de la guerra, según las autoridades. Algunos psicólogos civiles, profesión que no está regulada en Ucrania, se incorporan al ejército, explica Kozintchouk, "pero es raro y las necesidades de los civiles ya son grandes".
Tras estudiar psicología militar durante cinco años, Kozintchouk se alistó en el ejército en 2007, en una Ucrania aún en paz. No fue hasta el Maïdan y luego en el Donbass, en 2014, cuando puso en práctica sus conocimientos como voluntario. La guerra real distaba mucho de lo que había aprendido en los libros de texto en la universidad. En varias ocasiones estuvo a punto de morir bajo los bombardeos, pero entonces decidió firmar un contrato con el ejército. Pasó un año en una unidad de la región de Lugansk. Al principio, los mandos le miraban con asombro.
En psicología militar, lo que importa es la eficacia de combate de la unidad.
Ucrania no vivía un conflicto desde el final de la guerra de Afganistán (1979-1989). Diez años de combates dejaron traumatizados a miles de soldados del Ejército Rojo, también en Ucrania. Hasta hace poco, la psicología en Ucrania tenía mala imagen, debido a su uso bajo la URSS para encerrar y castigar a los opositores políticos. Pero en los últimos años, con más de 400.000 veteranos que regresan a la vida civil, la sociedad, y en menor medida las autoridades, han intentado establecer un apoyo psicológico y social para los veteranos que regresan del Este.
Cinco días de permiso
Kozintchouk, que se había prometido a sí mismo "no volver a pisar el Donbass", se sumó a ese esfuerzo y, en particular, al gran centro Veteran Hub. Este psicólogo se formó en Estados Unidos y Dinamarca. Las preguntas de la gente cercana, la culpa de no haber hecho lo suficiente, la dificultad de adaptarse a un entorno pacífico: los obstáculos a los que se enfrentan los veteranos le parecían familiares.
"Metes a un tipo en un matadero matando animales durante una semana, e inevitablemente después no verá la carne de la misma manera en un restaurante", nos dice. Recuerda con amargura la brecha con el resto de la población. "Incluso me echaron de un club en Kiev porque llevaba pantalones de camuflaje", cuenta el psicólogo. "La guerra en Donbass fue un shock enorme, pero solo afectó al 20% de la población... La guerra estaba 'allá', lejos. Por desgracia, hoy todo el mundo lo entiende mejor".
En febrero de 2022, Kozintchouk tomó primero las armas, como la mayoría de los veteranos, para defender Kiev, donde vivía. Luego volvió a ejercer de psicólogo, siguiendo las misiones de su unidad: en el Donbass, en Mykolaïv, durante la liberación de Jersón, en la frontera bielorrusa, luego en Jarkov y Bajmut. "En psicología para civiles, el objetivo principal es el individuo. En la psicología militar, lo que importa es la eficacia de combate de la unidad", explica. Su visión de la ética profesional es, por tanto, un poco diferente, sobre todo con los hombres ucranianos, que tienden a ocultar sus emociones. "Afortunadamente, eso está cambiando con la nueva generación", dice el psicólogo.
Con los demás, Kozintchouk utiliza algunas estratagemas: compartir un cigarrillo, reparar el coche de un soldado, etc. "Duermo con ellos, como con ellos, me han visto desnudo, les he visto desnudos, les he visto llorar en la guerra. No puedo trabajar como lo hago con los civiles", dice. Soy psicólogo, pero también trabajador social, abogado, voluntario, porque recaudo dinero para comprar drones". En el frente surgen con regularidad problemas matrimoniales e historias de infidelidad. "A veces mis hombres son buenos combatientes pero malos maridos. A veces sus esposas, en Europa, llevan meses sin verles y conocen a otra persona", y les ayuda a preparar los papeles del divorcio.
Un tercio de soldados heridos
Pero también hay momentos de alegría, que alivian la falta de seres queridos, la dolencia más común en el frente. "Le digo a mi superior cuando alguien está agotado o simplemente necesita reunirse con su mujer un día en Dnipro. La mayoría de los soldados sólo tienen cinco días de permiso al año", explica. El ejército ucraniano tiene problemas para reclutar, por lo que es difícil que los soldados dejen el ejército. Desde el comienzo de la invasión, casi el 35% de los soldados de su unidad han resultado heridos. La mayoría ha vuelto a combatir.
En Dnipro, el psicólogo acaba de visitar a "tres de [sus] chicos" que acaban de ser liberados de un cautiverio. Pasaron dos meses en manos de los soldados de Wagner antes de ser intercambiados a finales de mayo. "Temía nuestro encuentro, pero nos abrazamos, fue como un culebrón, 'te quiero hermano, yo también'", ríe, disimulando unas modestas lágrimas. "Les enseño que es normal mostrar tus sentimientos, decir que nos queremos, porque nuestra supervivencia depende de nuestros hermanos de armas". Los tres soldados habían salido en misión de reconocimiento sin imágenes térmicas y fueron capturados. Durante dos meses, apenas comieron, no se les permitió lavarse y fueron maltratados por sus captores. Una ONG que representa a las familias calcula que hay unos 10.000 militares ucranianos retenidos en Rusia.
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"Estoy a favor de la prevención antes de que los hombres entren en combate, pero no se puede preparar todo con psicología, por ejemplo el cautiverio. Sólo te puede ayudar a conocerte a ti mismo, a conocer tus reacciones al estrés y a trabajar la cohesión del grupo", explica este especialista, que hace lo que puede con muy pocos recursos. Desde que comenzó la invasión, se han suicidado dos personas de su unidad. "Me estoy preparando; sé que habrá muchos más después de la guerra (...) Queremos ganarla, pero no a cualquier precio".
Traducción de Miguel López