El jueves 14 de julio, Colombo estaba en estado de letargo. El palacio presidencial y la residencia del primer ministro, ocupados por la multitud tras una semana loca de revueltas, están ahora despoblados. El toque de queda impuesto la víspera por el gobierno ha hecho bajar las persianas. La escasez crónica de combustibles y el calor sofocante han acabado por barrer a hombres y coches de las calles de la capital. Frente a la secretaría presidencial, sólo quedaban unos cientos de manifestantes cuando, a las 19:00 horas, por fin llegó la noticia por los teléfonos: el presidente Gotabaya Rajapaksa, desde Singapur, donde está huido, acababa de presentar su dimisión por correo electrónico.
La lucha iniciada hace meses contra el deshonesto jefe de Estado había dado por fin sus frutos. El clan Rajapaksa, que gobernó Sri Lanka durante tres décadas, está a punto de entrar en los libros de historia.
En el paseo marítimo de Galle Face, el corazón de la protesta, los srilankeses se abrazan. "¡Es increíble! Llevo viniendo aquí todos los días desde marzo esperando este momento", dice entusiasmado Swastika Arugilam, de 28 años. Harinda Fonseka, de 37 años, sube a un escenario y se dirige a la multitud. "Somos nosotros, los ciudadanos de Sri Lanka, ejerciendo nuestro derecho a la protesta pacífica, los que hemos expulsado a Rajapaksa y su clan. Esta es una victoria histórica contra este régimen corrupto y esto es sólo el principio".
Este 14 de julio ceilandés es la culminación de una lucha que algunos manifestantes comparan con la Revolución Francesa. Esta isla del océano Índico se enfrenta a la peor crisis económica de su historia. Sri Lanka, que ha dilapidado todas sus reservas de divisas y ha entrado en bancarrota, no puede importar productos de primera necesidad. Sobre el terreno, la población carece de todo: combustible en los depósitos, electricidad en el contador, medicinas en los hospitales e incluso comida en los platos, ya que la inflación alimentaria está disparada.
Desde abril, los srilankeses han salido a la calle en masa. Trabajadores humildes y altos directivos, budistas y tamiles, jóvenes y mayores, exigen la dimisión de Gotabaya Rajapaksa. "Ha malversado y vaciado las arcas del país con inversiones absurdas y un estilo de vida fastuoso para él y su familia", afirma Surani Weerasinghe, empresaria textil y madre de dos hijos.
Además de su catastrófica gestión económica, se acusa a Gotabaya Rajapaksa de haber monopolizado el poder repartiendo puestos ministeriales entre sus familiares. "No sólo él debe dimitir, sino que hay que deshacerse de los políticos corruptos y autoritarios cambiando la Constitución para reducir los poderes del presidente", afirma Namal Gunawardhana, de 22 años, miembro del movimiento de revuelta Aragalaya (en cingalés, "lucha"), que se ha convertido en el lema de los manifestantes.
Rajapaksa siempre había cerrado la puerta a una dimisión, pero en una semana los srilankeses han hecho historia. El viernes 9 de julio, cientos de miles de ciudadanos convergieron en el centro de Colombo, a pesar de la catastrófica escasez de combustible, a pie o en tren. La multitud rompió las barricadas, soportó los gases lacrimógenos y superó a las fuerzas de seguridad para invadir el palacio presidencial de Gotabaya Rajapaksa, que huyó.
La suntuosa residencia se transformó primero en una "casa del pueblo" y luego en un museo. Durante días, la población marchó allí para hacer pasar a la historia el reinado del presidente, que prometió dimitir antes del día 13.
El 13 de julio pasaría a ser el día más largo de la revolución del pueblo de Sri Lanka. Al amanecer, entre los manifestantes acampados en el centro de Colombo, se difundió la noticia de que Rajapaksa había abandonado el país en un avión militar con destino a las Maldivas. Para muchos, esto es una buena noticia. "Escondido” en otro país, ya podrá dimitir, como ha anunciado. Los líderes de Aragalaya lo exigieron para antes de la 1 de la tarde.
Pero el 13 de julio, a la hora señalada, el presidente no había aún dimitido: cedió sus poderes al Primer Ministro, Ranil Wickremesinghe, considerado cercano a su clan. Entre los manifestantes, la esperanza dio paso a la ira y la confusión. "Estoy tan decepcionada que no tengo palabras", dijo Hasitha, de 22 años, a quien conocí ese día. "Nos prometieron la dimisión del presidente y, en cambio, están dando el poder a uno de sus títeres. A los gritos de "¡Gota fuera!", que han llenado Colombo durante los últimos tres meses, les ha seguido el lema "¡Ranil fuera!”
Divisiones sobre la estrategia a adoptar
Entre la rabia y la ansiedad, una multitud se dirigió a los aposentos del primer ministro, que declaró el estado de emergencia y llamó a la policía y al ejército para "restaurar el orden". Hacia las 16:00 horas del 13 de julio, los insurgentes consiguieron invadir su residencia a pesar de los gases lacrimógenos y los cañones de agua. Tras la toma del palacio presidencial, la ira subió de tono. Al mismo tiempo, algunas personas comenzaron a manifestarse frente al Parlamento de Sri Lanka.
Pero, aunque estuvieron mucho tiempo unidos, los manifestantes comenzaron a dividirse sobre la estrategia a adoptar. ”Este movimiento siempre ha sido no violento", afirma Manuri Pabasari, una de las primeras activistas. “La concentración en torno al parlamento es una mala señal porque necesitamos cambiar el sistema por medios democráticos”. Los dirigentes de Aragalaya decidieron evacuar los lugares de poder para rebajar la tensión, lo que no gustó a algunos. "Ayer murió un hombre en la toma de la residencia del Primer Ministro. “Y ahora debemos rendirnos?", dice Tarusha, de 18 años.
El viernes 15 de julio, "el presidente de la Asamblea Nacional hizo oficial la dimisión de Rajapaksa, por lo que el primer ministro Ranil Wickremesinghe se convierte automáticamente en presidente interino", afirma Gehan Gunatilleke, experto en derecho constitucional en Colombo. “La ley prevé ahora que el Parlamento elija un nuevo presidente.” El presidente de la Asamblea Nacional ha dado a los diputados del país siete días para hacerlo.
Entre los favoritos está Sajith Premadasa, presidente del partido de la oposición SJB, que cuenta con una amplia base en el Parlamento. “El camino para reconstruir Sri Lanka será largo, pero tenemos una hoja de ruta para pasar página de los Rajapaksas", declaró a Mediapart. “Cambiaremos la Constitución para devolver el poder al pueblo, proporcionaremos ayuda a los más pobres y construiremos una nueva economía basada en las nuevas tecnologías, la agricultura y el turismo.”
El país, arruinado, también tendrá que iniciar negociaciones con el FMI para apoyar a su población, al borde de una crisis humanitaria.
En el paseo marítimo no hay tiempo para triunfalismos. "No dejaremos nuestra ocupación", dice Rifaz Mohamed, un ex ingeniero informático que atiende uno de los stands de los manifestantes. "No confiamos en el presidente de la Asamblea Nacional, ni tampoco en el futuro presidente que va a ser elegido. La lucha terminará cuando el pueblo haya votado y redactado una nueva Constitución”.
Sea quien sea el elegido, el nuevo líder de Sri Lanka tendrá mucho trabajo por delante para restablecer la confianza de la población en su política y salir del abismo económico.
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Traducción de Miguel López
El jueves 14 de julio, Colombo estaba en estado de letargo. El palacio presidencial y la residencia del primer ministro, ocupados por la multitud tras una semana loca de revueltas, están ahora despoblados. El toque de queda impuesto la víspera por el gobierno ha hecho bajar las persianas. La escasez crónica de combustibles y el calor sofocante han acabado por barrer a hombres y coches de las calles de la capital. Frente a la secretaría presidencial, sólo quedaban unos cientos de manifestantes cuando, a las 19:00 horas, por fin llegó la noticia por los teléfonos: el presidente Gotabaya Rajapaksa, desde Singapur, donde está huido, acababa de presentar su dimisión por correo electrónico.