Rusia se atrinchera en una economía de guerra al borde del colapso

Activistas de Munich against Hate y otras organizaciones globales llamaron este viernes a los votantes europeos a movilizarse contra las políticas de Trump, Weidel y Putin.

Romaric Godin (Mediapart)

“Vamos a provocar el colapso de la economía rusa”. El 1 de marzo de 2022, Bruno Le Maire, entonces ministro de Economía y Finanzas de Francia, estaba seguro de que las sanciones económicas acabarían con la agresión rusa contra Ucrania. Tres años después, su apuesta ha fracasado claramente. A principios de febrero, el primer ministro ruso, Mijail Mishustin, presentó el balance económico de su país para 2024. El PIB aumentó un 4,1 %, al igual que en 2023. Por primera vez en la historia del país, su valor nominal supera los 200 billones de rublos (2,1 billones de euros). Según el Banco Mundial, Rusia es desde 2020 la cuarta economía del mundo en paridad de poder adquisitivo y en dólares constantes.

Por lo tanto, las sanciones internacionales no han provocado el colapso de la economía rusa. Pero eso no significa que no hayan tenido ningún impacto. Las sanciones y el conflicto en Ucrania han llevado, de hecho, a una profunda transformación de la economía rusa que, si bien ha asegurado un crecimiento sostenido, también ha creado nuevas vulnerabilidades.

Para responder a las sanciones, Rusia tenía algunas bazas que aprovechó al máximo: un sistema productivo envejecido pero importante, la ausencia de un consenso internacional sobre las sanciones y una importante reserva de divisas, a pesar de las incautaciones occidentales. Esos tres elementos permitieron a Moscú iniciar una conversión hacia una economía de guerra.

La economía de guerra no es solo la producción masiva de armamento: es la puesta a disposición de todas las fuerzas productivas para la guerra. Esto significa que la demanda militar es esencial y prioritaria. Esto es, por lo demás, lo que los ingenuos como Bruno Le Maire no han tenido en cuenta: la producción de mercancías es indiferente a su uso. Si en Rusia el único elemento rentable es la producción para el ejército, entonces el capitalismo ruso se concentrará en esta necesidad, en detrimento de las demás.

Sanciones eludidas

La economía se ha reorganizado en torno al esfuerzo bélico. En primer lugar, mediante la subvención de la producción de armas y material militar. En el presupuesto de 2025, el 43 % del gasto público se destina directamente a la defensa. Al mismo tiempo, los préstamos subvencionados permiten financiar la producción de empresas de sectores considerados estratégicos. A esto se suman los gastos relacionados con las infraestructuras necesarias para la guerra, en particular la construcción de una red logística que va desde el extremo oriental de Rusia hasta la zona de conflicto.

Porque ese es el segundo elemento de la resistencia: se han eludido las sanciones a las importaciones. Como recuerda un estudio reciente del Centro de Estudios Prospectivos e Información Internacional (Cepii), las sanciones occidentales han prohibido exportar a Rusia 2.067 tipos de productos (de un total de 4.646). Esas prohibiciones se refieren sobre todo a equipos avanzados producidos en Occidente, de los que el ejército y la industria rusos dependían en gran medida antes de la guerra.

Uno de los argumentos a favor de un fuerte impacto de las sanciones era que el esfuerzo bélico ruso no podía mantenerse sin esos productos. Se pretendía romper la cadena logística de la producción militar, ya que el sistema productivo ruso era incapaz de sustituir esos elementos clave. Una vez más, parece que los países occidentales sobrestimaron sus fuerzas.

Moscú respondió a esas sanciones de tres maneras. En primer lugar, cuando fue posible, Rusia llevó a cabo una política de sustitución de importaciones produciendo lo que podía, con el apoyo de préstamos subvencionados. Pero esta capacidad es limitada, sobre todo teniendo en cuenta la demanda provocada por la guerra.

Como destaca el estudio del Cepii, desde 2022 Rusia ha aumentado sus importaciones de productos sancionados, simplemente cambiando de proveedores. El avance tecnológico de China ha permitido compensar el cierre de los mercados occidentales. Así, en 2023, la República Popular era la fuente del 63 % de las importaciones de productos sancionados.

Según datos del Cepii, el 37 % de los productos sujetos a sanciones se compensaron en su totalidad con otras fuentes de importación, y este porcentaje asciende al 73 % en el caso de los productos denominados “estratégicos”, es decir, esenciales para el esfuerzo bélico.

Otra forma de eludir las sanciones ha sido a través de países intermediarios. Las exportaciones alemanas a los países de Asia Central y el Cáucaso experimentaron así un aumento espectacular, sin relación alguna con el crecimiento de esos países. Las entregas alemanas a Kirguistán, por ejemplo, pasaron de un valor de 5.000 millones de euros al mes antes de la guerra a casi 80.000 millones de euros a mediados de 2024. Entre enero y octubre de 2024, las entregas alemanas a ese pequeño país aumentaron un 180 % en un año, y el aumento alcanzó el 39 % hacia Kazajstán y el 19 % hacia Armenia.

La magnitud de estas cifras sugiere que estos países son solo intermediarios hacia Rusia. Turquía también es un posible intermediario, además de ser un proveedor alternativo de Rusia. Las importaciones rusas desde este país aumentaron un 224 % entre 2021 y 2024.

Al mismo tiempo, para recuperar divisas, Rusia siguió exportando petróleo y gas a China, India y Turquía. Parte de esas exportaciones pasan por la famosa “flota fantasma” de petroleros obsoletos registrados en paraísos fiscales, una flota que permite eludir las sanciones. Oficialmente, las entregas de petróleo y gas están un 30 % por debajo de su nivel de 2021, pero los ingresos de estos productos aumentaron en enero de 2025 un 17 % en un año.

Una economía de escasez

Las sanciones no han podido pues frenar el esfuerzo bélico ruso. Las sanciones financieras incluso han llevado a una reorientación de las inversiones de los oligarcas hacia Rusia, principalmente en lo que es más rentable: el sector inmobiliario de lujo y la producción militar.

Pero al pasar a una economía centrada en el esfuerzo militar, Rusia ha creado nuevos desequilibrios que son el reverso mismo del crecimiento. Por lo tanto, debemos comprender que este crecimiento es la consecuencia mecánica de la guerra. El ejército ruso tiene una creciente necesidad de material, y esto se traduce en un crecimiento de la actividad económica.

Hay una gran movilización de mano de obra y una buena parte se va al frente. Moscú ha movilizado cerca de 500.000 soldados desde 2022, lo que reduce aún más la mano de obra disponible en un país que sufre un fuerte declive demográfico y en el que se han tomado medidas para limitar la inmigración. El resultado ha sido un fuerte aumento de los salarios reales que, según el gobierno ruso, habrían aumentado casi un 10 % en 2024 y podrían seguir aumentando un 7 % en 2025.

Un aumento salarial así impulsa lógicamente el consumo. El problema es que el sistema productivo no se centra en satisfacer las necesidades de los hogares, sino las del ejército. Por lo tanto, es necesario importar en gran medida los bienes de consumo y aumentar los precios de los productos que no se producen en cantidad suficiente. Es un rasgo clásico de las economías de guerra: el crecimiento del PIB también va acompañado de escasez, porque la producción no se centra en la demanda de los hogares.

Como consecuencia, la inflación se ha acelerado. Oficialmente, se situó en el 9,5 % en 2024, frente al 7,4 % en 2023, con una aceleración en el cuarto trimestre, hasta el 12,2 %. Pero el think tank ruso Romir midió en septiembre la inflación de la cesta de la compra media de un hogar ruso en un 22,1 % en un año. Según las cifras oficiales, el precio de la mantequilla aumentó así casi un 30 %, y el de las patatas un 56 % en un año en noviembre. Los huevos son ahora un bien escaso.

Circulan historias en Rusia, donde la mantequilla se convierte en objeto de robos para revenderla a precio de oro en el mercado negro a la salida de las estaciones de metro. El 29 de octubre, un supermercado de la avenida de Leningrado, cerca de Moscú, fue objeto de un violento intento de robo de veinticinco bloques de mantequilla.

La amenaza de sobrecalentamiento

Todo esto lleva a relativizar el “crecimiento” ruso y el aumento de los salarios reales. En realidad, la economía rusa no se interesa por las necesidades de la población, y gran parte de los aumentos salariales se ven absorbidos por la escasez y la inflación. Es un esquema clásico de “sobrecalentamiento” en el que la economía es incapaz de hacer frente a la demanda.

Las autoridades se toman muy en serio este aumento de la inflación. El 7 de febrero, Vladimir Putin reconoció que “la tarea para este año [era] alcanzar una trayectoria de crecimiento equilibrado y reducir la inflación”. El presidente ruso ha consolidado su poder en torno a un rechazo de la inflación de los años noventa. Además, recientemente ha presentado a Turquía como un ejemplo de la política que no hay que seguir: el apoyo a la actividad económica ha dado lugar a una inflación muy alta (más del 40 % anual en la actualidad) e incontrolable, que obliga al país a aplicar una política de austeridad.

Hay un triple riesgo. En primer lugar, que se resquebraje el apoyo al gobierno: la degradación del nivel de vida puede conducir a disturbios sociales y a una protesta contra la guerra. Esto es lo que pasó en Alemania durante la Primera Guerra Mundial, a principios de 1918, cuando las huelgas perturbaron la economía de guerra imperial.

El otro riesgo, más económico, es que el aumento de la demanda de bienes de consumo reduzca las reservas de divisas ya debilitadas por las sanciones. Las entradas de monedas convertibles occidentales han pasado de 300.000 a 60.000 millones de dólares al año, según David Lubin, autor de un estudio realizado para el grupo de expertos británico Chatham House.

A pesar de los acuerdos con China e India para realizar sus intercambios comerciales en yuanes, rublos o rupias, el aumento de las importaciones relacionado con el recalentamiento de la economía conduce a un aumento de la demanda de dólares. Como las reservas rusas son más bajas, el rublo se ha debilitado frente al billete verde.

En el último semestre de 2024, perdió hasta un 25 % de su valor, pasando de 84 rublos por dólar a más de 110. Porque un rublo más débil encarece las importaciones y vacía aún más las reservas. El riesgo es, por tanto, lo que se conoce como una crisis de la balanza de pagos, típica también de las economías sobrecalentadas.

Además existe el riesgo de que la economía se derrumbe por no poder seguir el ritmo de la demanda. Uno de los puntos neurálgicos, desde este punto de vista, es la logística. A pesar de las inversiones públicas, las comunicaciones con China se siguen viendo muy obstaculizadas por cuellos de botella que amenazan con imposibilitar ciertas producciones. En septiembre, China había interrumpido parte de sus envíos por este motivo.

Contradicciones

Para evitar este escenario negro, la estrategia rusa consiste en llevar a cabo, en paralelo a una economía de guerra, una política monetaria muy restrictiva. Esta estrategia está impulsada por la presidenta del Banco Central de Rusia (CBRF), Elvira Nabioullina. En otoño, el CBRF elevó su tipo de interés de referencia hasta el 21%, todo un récord.

La idea está muy clara: encarecer el crédito hasta un nivel que haga retroceder la demanda no militar, para reducir la inflación. En otras palabras, se trata de crear una recesión en el ámbito civil para poder mantener el crecimiento en el ámbito militar. La subida de los tipos permitió reducir el tipo de cambio a 92 rublos por dólar, pero también se hicieron sentir los efectos negativos de esta política sobre la actividad.

Varios altos responsables económicos se pronunciaron en diciembre y enero para criticar esta política monetaria que pesa sobre la rentabilidad de la economía. “La subida de los tipos de interés es un serio freno al crecimiento industrial”, reconoció un allegado de Vladimir Putin, Serguéi Txemézov, director general de Rostec, un holding estatal esencial en la producción militar. Algunas empresas importantes han visto caer sus beneficios, como el productor de níquel Norilsk Nickel (−37 % de su beneficio neto en 2024).

Se está perfilando una lucha subyacente entre el banco central y el ejército

Algunos observadores occidentales avisaron entonces de la posibilidad de una crisis económica en Rusia con una ola de quiebras causada por la incapacidad de las empresas para hacer frente al pago de sus deudas, seguida de una crisis bancaria causada por la multiplicación de préstamos impagados. Pero, por el momento, el nivel de los tipos no ha impedido una nueva aceleración del crecimiento, según el indicador adelantado PMI calculado por S&P, que pasó de 51,2 en diciembre a 54,6 en enero.

A pesar de todo, esta nueva aceleración no debe hacernos olvidar la fragilidad del crecimiento. En teoría, la única manera de evitar de verdad un sobrecalentamiento es aumentar la productividad del trabajo. Así se puede evitar la escasez de mano de obra y aumentar los beneficios para invertir en la sustitución de importaciones.

Pero Rusia no parece tener los medios para esta terapia. La posición tecnológica del país sigue siendo débil y depende en gran medida de las exportaciones. La sustitución de importaciones se hace a menudo a expensas de la productividad, lo que aumenta la presión sobre la mano de obra. Las inversiones se destinan a estas sustituciones, al ejército y a las infraestructuras, mientras que, en el presupuesto de 2025, se sacrifican la investigación y la enseñanza y parte de la población activa ha abandonado el país. Dado que el recalentamiento reduce los beneficios, no se puede contar con una recuperación suficiente de la productividad.

A falta de suficiente productividad, Rusia está condenada a recurrir a soluciones provisionales para evitar una crisis de sobrecalentamiento. En este contexto, se está perfilando una lucha subyacente entre el banco central, que reclama la reducción de las ayudas no monetarias a la economía, como el aumento del gasto público y los préstamos subvencionados, y el ejército, que aboga más bien por una política expansionista basada en la creación de dinero, siguiendo el modelo de la política alemana de 1914-1918.

Rusia se ha vuelto dependiente del gasto militar

Alexander Kolyandr (Cepa)

Fueron precisamente personas cercanas a los círculos militares e industriales quienes lideraron la ofensiva contra la subida de los tipos de interés en noviembre, en particular el think tank TsMAKP, propiedad del hermano del ministro de Defensa, Andrei Beloúsov, y que fue el primero en poner de relieve el riesgo de estanflación, es decir, de estancamiento inflacionario de la economía, inducido por la política monetaria del CBRF. Pero Putin mantiene una política de equilibrio entre las dos partes, mientras pueda.

Pero quien domina la economía rusa es el complejo militar-industrial. Como señala Alexander Kolyandr, autor de un estudio realizado para el Centro Europeo de Análisis Político (CEAP), “Rusia se ha vuelto dependiente del gasto militar”. Como objetivo político, las necesidades del ejército están respaldadas por el Estado y lo seguirán estando a cualquier precio. El crecimiento se crea por tanto a través de la guerra, y el principal riesgo para la economía rusa es el fin de esta guerra.

Una posguerra difícil

En las economías de guerra, el principal problema es siempre el final del conflicto. Cuando la economía se basa en la producción militar, su reconversión en producción civil siempre es delicada. Los militares desmovilizados llegan al mercado laboral, mientras que la demanda civil aumenta y no puede satisfacerse con un sistema productivo demasiado centrado en lo militar.

Entre 1919 y 1923, Occidente se vio sacudido por una crisis de reconversión que, según los países, adoptó formas muy diferentes: hiperinflación en Alemania y Austria, inflación y crisis cambiaria en Francia, deflación en el Reino Unido y Estados Unidos. Del mismo modo, tras la Segunda Guerra Mundial, el crecimiento tardó varios años en reanudarse. Estados Unidos incluso experimentó una fuerte recesión en 1948-49, y el crecimiento no se reanudó hasta 1950. En Europa occidental, la escasez y las dificultades también persistieron hasta principios de la década de 1950.

En el caso de Rusia, existe un riesgo similar, reforzado por el hecho de que la actual casi-autarquía podría traducirse, en caso de una nueva apertura de la economía, en una pérdida brutal de competitividad. Todo el sector de las importaciones sustitutivas podría sufrir un fuerte revés frente a importaciones más productivas.

La reconversión de la economía también se verá dificultada por el lugar que ocupa el ejército. La demanda civil, alimentada por los aumentos salariales y el regreso de los militares del frente, no podrá satisfacerse, salvo mediante importaciones.

El riesgo de una crisis inflacionista de la balanza de pagos será aún mayor que en la actualidad. En caso de un aumento brusco de los tipos para evitarlo, se producirá una crisis deflacionista, con la desaparición de las empresas menos competitivas.

Todo dependerá, por supuesto, de las condiciones del acuerdo de paz y de si va acompañado o no de un levantamiento parcial o total de las sanciones. Para Aleksandr Kolyandr, la única opción para evitar una crisis de posguerra será mantener la centralidad de la producción militar, en una estrategia que recuerda a la de la Alemania de los años treinta. El país podría aprovechar la paz para reconstruir y modernizar sus fuerzas armadas, pero, en ese caso, lo que estará en juego será el destino mismo de esa nueva producción.

Rusia implantará una economía de guerra ante el riesgo de colapso económico

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Porque ese es precisamente el riesgo, una huida hacia adelante. Aunque Rusia ha evitado el colapso que pronosticaba Bruno Le Maire, ahora depende en gran medida no solo de la demanda militar, sino también de una expansión territorial que le permita acceder a mano de obra y a nuevos recursos. En realidad, estas son las únicas formas de mantener este crecimiento artificial. Puede que estemos ante un esquema aterrador, en el que el imperialismo ruso se autoalimente bajo la presión de las necesidades del capitalismo local. La fácil identificación de paz con crecimiento parece pertenecer al pasado.

 

Traducción de Miguel López

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