En Daraa, cuna de la insurrección siria y recuperada por el régimen en julio de 2018, así como en Dier ez-Zor, que fue también mucho tiempo un bastión de la revuelta, las grandes estatuas de Hafez El Asad, no hace mucho tiempo derribadas por los rebeldes, han encontrado sus pedestales. Su hijo, Bashar, ha hecho de ello una prioridad cuando la reconstrucción no está aún a la vista. Para él es una manera de probar que ha ganado definitivamente la guerra, de humillar a los vencidos y de mostrar que Siria ha vuelto totalmente –y para siempre– a ser propiedad de su familia. “Asad para la eternidad”, declaman sus partidarios.
No obstante, en el país alauita, en particular en Lataquia y Tartús, a falta de estatuas los carteles son testigo de una realidad mucho más compleja: estos son en honor de Vladimir Putin. En los pueblos de la montaña alauita los carteles son tan numerosos como los del dictador sirio y algunos alaban al presidente ruso llamándole... Abu Ali Putin, en referencia al iman Ali, personaje central de la doctrina religiosa alauita. Una forma simbólica de santificar al dirigente ruso por su intervención militar, al verle la comunidad alauita como el “salvador”. Una forma también de indicar a Bashar El Asad que él no es el único dueño del destino de su país y que debe contemporizar con sus aliados, Rusia e Irán. De ahí la fragilidad del dictador sirio, en contra de las apariencias.
“Tenemos la sensación global de que la guerra en Siria ha terminado pero, en realidad, no lo ha hecho”, insiste Farouk Mardam-Bey, uno de los tres coautores de In the Head of Bashar al-Assad y director de la editorial Sindbad/Actes Sud. “Es verdad que los combates han terminado en la mayor parte de las regiones pero queda un cierto número de accesos a asentamientos de los que se ignoran las consecuencias: ¿qué va a pasar en Idlib (la última provincia aún en manos de los insurgentes)? ¿Qué va a pasar al Este del Eúfrates, que representa un tercio de Siria y escapa todavía al régimen? ¿Qué será de los kurdos? ¿Cómo van a ser las relaciones entre Rusia y Turquía? Sin contar con que los iraníes no pueden abandonar la carta siria debido al conflicto israelo-palestino, gracias al cual son populares en el mundo árabe, y que intentarán empujar todo lo que puedan en dirección a la frontera con Israel, lo que pondrá a los rusos en una posición incómoda ya que consideran a Siria como su coto cerrado. No se puede entonces decir que el asunto sirio esté arreglado y que se ve claramente lo que va a pasar”.
En el seno del régimen aparecen ya fuertes tensiones. “De hecho, esta guerra ni siquiera la ha ganado el clan Asad ni la familia Asad”, añade Subhi Hadidi, editorialista del diario Al-Quds Al-Arabi y responsable de su suplemento cultural. “Porque el conflicto está en el seno mismo de la familia, entre Bashar y su hermano pequeño Maher, en el tema de las relaciones con Rusia e Irán. A veces con enfrentamientos militares directos, como los que se produjeron en Hama, en Alepo, en la 4ª División Motorizada en los alrededores de Damasco y incluso en el interior de la comunidad alauita”.
Si hay un “padre de la victoria”, añade este intelectual, ese no es Bashar El Asad. La comunidad alauita prefiere de lejos a Souheil Al Hassan, un general de división alauita que es visto como un héroe y símbolo de esta victoria. Conocido como An-Nimer (El Tigre) por su valentía en el combate y por su capacidad de pelear en primera línea, este oficial es también famoso por su incorruptibilidad y su crueldad.
Procedente de los servicios de inteligencia del Ejército del aire, el más temido de los ocho servicios de seguridad sirios, había dado orden a sus hombres, colocados detrás de las fuerzas de represión de las manifestaciones cuando el levantamiento era aún pacífico, de verificar que éstas dispararan sin dudar sobre las masas. Después ha participado en numerosas batallas, ha triunfado en muchas y hoy encabeza lo que en Siria se llama el 5º Cuerpo. Se le ha visto enfrentarse a la 4ª División Motorizada que manda Maher El Asad, el hermano de Bashar, al ministro de Defensa, al jefe del Estado Mayor y a veces al mismo Bashar El Asad, indica Subhi Hadidi.
Detrás de estos conflictos entre personas se ocultan evidentemente grandes intereses económicos, peleas de mafias –la mafia rusa estaba presente en Siria incluso antes de la guerra– y rivalidades entre Estados. En el juego sirio, tan complicado, Souheil Al Hassan aparece como el hombre de Moscú; como prueba, Putin le ha condecorado en público.
Maher, por su parte, defiende a Irán; sus mafias ya no trabajan con Rusia. Hoy, esta batalla entre el 5º Cuerpo y la 4º División Motorizada se localiza en los pueblos alauitas de las afueras de Hama. Pero concierne también al conjunto de oficiales superiores alauitas, que deben ahora elegir de qué lado estar. Así que miran en dirección de Bashar El Asad, que no parece haberse pronunciado aún. “Necesitan que se decida. Para ellos es un problema existencial”, precisa el editorialista.
“Los rusos van a insistir en proteger a Bashar durante un periodo transitorio”
Con el sentimiento de haber ganado la guerra, a partir de ahora es la situación económica y social lo que preocupa al campo victorioso. “Incluso la gente más cercana al régimen comienza a decirse: ¿Qué hemos hecho?", informa Farouk Mardam-Bey. “Sobre todo hay incertidumbres sobre la reconstrucción: ¿Se hará o no?. Cierto, ellos no pueden decir que se han equivocado porque eran contrarios al levantamiento, pero ahora se dan cuenta de que no pueden estar totalmente del lado de Bashar, y menos aún en el futuro, de lo infernal que se ha vuelto el día a día. No hay gas ni electricidad, el precio de las verduras es inconcebible, cada día se leen testimonios de gente privada de productos de primera necesidad”. “Ahora que la gente de las regiones alauitas ya no tienen que temer al Estado islámico ni siquiera al Frente Al Nusra, y que la amenaza sunita se ha alejado, se vuelven contra la familia Asad y las que están relacionadas con ella como los Makhlouf”, añade Subhi Hadidi.
En un contexto así, Moscú muestra cada vez más signos de descontento respecto de su protegido. “Los rusos tienen prisa por normalizar la situación en Siria”, indica Mardam-Bey. “Está en juego su prestigio y se trata de mostrar que su presencia aquí es respetable. Pero cada vez se dan más cuenta de que es imposible a causa de Bashar. Han querido hacer una nueva Constitución, integrar en el régimen a gente que ni siquiera son verdaderos oponentes y que sin embargo habrían podido aportar un poco de pluralismo bajo su égida, pero él no ha querido”.
Esto no significa sin embargo que los rusos quieran abandonarle. “Le necesitan”, continua Mardam-Bey. “Siempre han defendido que él representaba la legalidad y la legitimidad constitucional. Para ellos es difícil entonces dejarle caer, mientras no se vea un sustituto”. “Los rusos insistirán en mantener a Bashar durante un periodo transitorio” predice Subhi Hadidi. “Quieren recoger el fruto de su intervención militar, obtener dinero con la reconstrucción y durante ese periodo transitorio van a trabajar en el ejército y los aparatos de seguridad en previsión de una sustitución de Bashar que se hará tranquilamente”. Queda la competencia de Turquía, cuyo Ejército controla enclaves en la frontera siria e, indirectamente, en la provincia de Idlib. Pero sobre todo la de Irán, que se extiende en el Ejército, en los omnipresentes servicios de seguridad, en las milicias chiitas y también en la economía a través de las redes de lealtad.
Es sobre todo en las regiones alauitas donde se da la confrontación entre los dos padrinos de Siria, tensiones que se han agravado con la reciente decisión del régimen sirio de conceder a Teherán el uso de instalaciones navales en Lataquia. El 25 de febrero, Bashar El Asad tuvo que ir de urgencia a Teherán para hablar de la cohabitación de Irán con Rusia, especialmente con el Guía Supremo Ali Jamenei y los Guardianes de la Revolución. Pero, para los dos investigadores, la población siria en su conjunto está mucho más a favor de los rusos que de los iraníes.
“Creo que los sirios que no se han posicionado de forma directa en el conflicto son más favorables a la dominación rusa que a la de los iraníes”, analiza Farouk Mardam-Bey. “Porque estos últimos llevan a cabo una lucha ideológica, lo que no es el caso de los rusos. La ofensiva ideológica iraní está muy mal vista pues debilita a Irán en lugar de reforzarle. Es considerada como un insulto por los sirios, quienes se consideran descendientes de los Omeyas, de los que Damasco fue la capital. Todavía está más claro en la comunidad alauita porque los iraníes tratan de convertir sus fieles al chiismo. De ahí la reacción de los jeques, que no lo aceptan. Por contra, la policía militar rusa trata de ser aceptada por la población, criticando a veces al ejército sirio y a los shabiha (literalmente, los fantasmas, bandas de maleantes que hacen el trabajo sucio del régimen). Incluso trata de hacerse querer”.
¿Quiere esto decir que Moscú es más importante hoy en Siria que Teherán? “Los iraníes están claramente presentes en ciertas regiones, lo mismo que sus servicios secretos, sus milicias y, por supuesto, Hezbolá. Pero es Rusia la que mantiene el orden en el país con su policía militar presente en Guta, en algunas partes de Damasco, en Hama, Homs, Alepo, Daraa...”, responde Subhi Hadidi. Incluso en los altos del Golán están los rusos, a pesar de que está prohibido a un miembro del Consejo de Seguridad tener allí presencia alguna, lo que se ha hecho de acuerdo con Donald Trump y Netanyahu. Porque en la ecuación siria no hay que olvidar a los israelíes, que la mayoría de las veces no atacan al régimen sirio pero bombardean a los iraníes. Ahora bien, debilitarles significa ayudar a Putin, por eso está en contacto constante con Netanyahu”, añade.
El editorialista va más lejos: “El régimen quiere tratar de controlar a la población como antes pero ya no es posible por la intervención de Rusia. Se dan además incidentes entre la policía militar rusa y las milicias del poder y su aparato de seguridad”.
Pero, si el conjunto del país está gestionado por Moscú y Teherán, las milicias locales y extranjeras, las mafias y los hombres de negocios, ¿qué queda de la Siria de Asad?” “El sistema penitenciario en Siria es hoy la encarnación de lo que queda del Estado y de su soberanía”, responde Ziad Majed, el tercer coautor del libro. “Este sistema juega un papel central para mostrar a toda la sociedad que el régimen es todavía capaz de hacer desaparecer a decenas de miles de personas, de arrestar, de torturar, de dirigir prisiones y que él está aún ahí, poderoso y feroz”.
Para este politólogo, profesor en la Universidad Americana de París, “tiene también como cometido reprimir a los detenidos y paralizar a sus familias. Quiere marcar para siempre el cuerpo y el espíritu de los detenidos con la tortura, la humillación y el dolor, y paralizar a decenas de miles de familias de los detenidos a través del miedo, la angustia y la espera. Además, les cuesta dinero puesto que a menudo pagan a oficiales y agentes del régimen por tener noticias, efectuar visitas o impedir lo peor para sus seres queridos. Matando a miles de detenidos tras torturarlos y negándose a entregarles los cuerpos de sus víctimas, el régimen pretenderse reafirmarse en su impunidad total. Al impedir el luto de las familias, prolonga la tortura y transforma en fantasmas a sus hijos, maridos o padres”. De ahí esta terrible constatación: “Manteniendo este sistema penitenciario y gestionándolo es como conserva las bases de la Siria de Asad que él ha querido eterna”.
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Traducción de Miguel López.
Aquí puedes leer el texto original en francés.
En Daraa, cuna de la insurrección siria y recuperada por el régimen en julio de 2018, así como en Dier ez-Zor, que fue también mucho tiempo un bastión de la revuelta, las grandes estatuas de Hafez El Asad, no hace mucho tiempo derribadas por los rebeldes, han encontrado sus pedestales. Su hijo, Bashar, ha hecho de ello una prioridad cuando la reconstrucción no está aún a la vista. Para él es una manera de probar que ha ganado definitivamente la guerra, de humillar a los vencidos y de mostrar que Siria ha vuelto totalmente –y para siempre– a ser propiedad de su familia. “Asad para la eternidad”, declaman sus partidarios.