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La UE ningunea los criterios científicos para seguir autorizando el uso del glifosato

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Amélie Poinssot (Mediapart)

¿Ciencia o lobby industrial? Bruselas está estudiando si el glifosato, el herbicida más utilizado a nivel mundial, debe seguir en el mercado europeo. Este verano, la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA) emitió su dictamen: no hay "áreas críticas de preocupación" que impidan la renovación de la autorización del herbicida. La Comisión Europea propuso este miércoles renovar la licencia de uso por un periodo de 10 años, lo que rebaja en cinco el tiempo propuesto por un grupo de empresas que busca su renovación, aunque deber ser aún refrendado por los Estados miembro. La nueva normativa se someterá a la votación de los 27 Estados miembros en el Consejo Europeo de los días 12 y 13 de octubre. 

La última vez que los Estados miembros votaron sobre esta cuestión, hace seis años, la decisión de mantener el glifosato en el mercado fue aprobada por los pelos: la mayoría en el Consejo Europeo fue sólo del 65,2% de la población de la Unión, y el mínimo de la mayoría cualificada era del 65%. Los votos a favor de Alemania, Reino Unido, España y Polonia inclinaron la balanza, a pesar de tener a Francia en contra.

En París, sin embargo, han dado marcha atrás desde 2017. Marc Fesneau, ministro francés de Agricultura, declaró a Ouest France el pasado 12 de septiembre: "Todo converge hacia una nueva homologación". ¿Su argumento? "Confiamos en la ciencia, en los estudios que dicen que el glifosato no plantea problemas cancerígenos". Esto es también lo que dijo la primera ministra Elisabeth Borne en el Salón de la Agricultura en febrero: "Cuando se trata de productos fitosanitarios [...], nuestro enfoque se basa en la ciencia y en las opiniones de los científicos". 

En el caso de España, la decisión recaerá en el ministro de Agricultura en funciones, Luis Planas. En julio, instó a seguir el camino marcado por el dictamen de la EFSA, favorable a la renovación: "Si seguimos el dictamen científico cuando es negativo, tenemos que seguirlo. Si el dictamen científico es positivo, tenemos que seguirlo. Es muy simple. El dictamen científico es lo que cuenta en este expediente". Sin embargo, el coordinador de Alianza Verde, Juantxo López de Uralde, solicitó esta misma semana que rechace esta propuesta y prohíba su comercialización en España.

Pero, ¿qué dice exactamente la ciencia? En realidad, el estado actual de los conocimientos difiere de la evaluación realizada por la EFSA, y ya se han identificado varias patologías. Mediapart, socio editoral de infoLibre, entrevista a Laurence Huc, toxicóloga y especialista en pesticidas del INRAE, Instituto Nacional de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente de Francia.

¿Qué sabemos de los efectos del glifosato sobre la salud humana? 

El glifosato es el pesticida más utilizado en el mundo. Por tanto, existe una gran cantidad de literatura científica sobre el tema, a diferencia de muchas sustancias activas de las que no sabemos nada. Pero esta molécula también está en el centro de importantes cuestiones financieras. Cuando, en 2014, el Centro Internacional de Investigaciones sobre el Cáncer (CIIC) anunció que iba a elaborar una monografía sobre el glifosato que condujo a su clasificación en 2015 como probable carcinógeno, la industria comenzó a sacar publicaciones que minimizaban los efectos tóxicos, utilizando la misma estrategia que el lobby del tabaco: producir dudas a través de la ciencia. O bien los autores de estas publicaciones tenían un conflicto de intereses, o bien las publicaciones estaban escritas por “fantasmas”, es decir, los científicos prestaban sus nombres para firmar estudios escritos por la propia industria. Todo esto creaba "ruido informativo", es decir, que no sabíamos realmente, que había resultados en un sentido y resultados en otro. 

El investigador Charles Benbrook analizó toda la bibliografía sobre los vínculos entre el glifosato y la genotoxicidad, es decir, las alteraciones del ADN que pueden provocar cáncer. Según este análisis, cuando los autores de las publicaciones no están en conflicto de intereses, el 75% de los estudios concluyen que el glifosato en la forma comercializada como Roundup [herbicida de Bayer Monsanto - nota del editor] tiene un efecto genotóxico

El informe del Instituto Nacional de la Salud e Investigación Médica francés (INSERM) sobre las enfermedades relacionadas con los pesticidas, publicado en 2021, también afirma que la exposición al glifosato aumenta el riesgo de que los agricultores desarrollen linfoma no Hodgkin (cáncer linfático). Estamos en un nivel medio de presunción. Además, se han observado casos de cáncer en roedores, suficiente para aplicar el principio de precaución. Los estudios académicos que utilizan otros modelos, como el desarrollo celular en laboratorio o los peces cebra, han llegado a la misma conclusión. Además, otras dos publicaciones importantes: el meta-análisis epidemiológico de 2019, que revisa toda la literatura y las estadísticas sobre las poblaciones de agricultores expuestas al glifosato y establece un aumento del 40% del riesgo de desarrollar linfoma no Hodgkin, y un análisis conjunto de la mayor cohorte internacional de agricultores más de 3 millones de individuos seguidos que muestra un aumento del 36% del riesgo para el tipo más común de linfoma no Hodgkin. Estos datos no hacen sino reforzar los niveles de evidencia de la naturaleza cancerígena del glifosato para la población humana que el CIIC ya había señalado en 2015.

¿Es el riesgo de cáncer el único problema que plantea el uso del glifosato? 

No, el debate se centra en esa cuestión porque, a nivel europeo, clasificar el glifosato como cancerígeno, mutágeno o tóxico para la reproducción las llamadas sustancias "CMR" o clasificarlo como disruptor endocrino llevaría a prohibir la venta del producto. Pero centrarse en estos factores oscurece los demás efectos del glifosato, que también son muy graves. 

La literatura científica coincide en que es un disruptor endocrino, es decir, que tiene efectos sobre la fertilidad y el desarrollo fetal. También es un producto neurotóxico, es decir, que daña el sistema nervioso. Y es una sustancia nociva para nuestra microbiota: como el herbicida es un antibiótico, ataca a nuestras bacterias intestinales. Este desequilibrio en el organismo puede hacer que las personas sean más vulnerables a diversas enfermedades metabólicas como la obesidad, la diabetes y la esteatosis (acumulación de grasa en el hígado). 

El glifosato también es perjudicial para los ecosistemas: empobrece los suelos; contamina el agua, lo que provoca toxicidad en los peces; contamina el aire, que puede ser tóxico para las abejas... Se han realizado numerosos estudios científicos sobre estos impactos y esos datos, como los relativos a la microbiota, fueron completamente marginados en la evaluación de la EFSA. 

Por último, además del glifosato, los coformulantes que acompañan a la molécula en el producto comercializado agravan su nocividad. Se ha demostrado que el Roundup es más tóxico que el glifosato por sí solo.

 ¿Por qué la evaluación de la EFSA no tiene en cuenta gran parte de la literatura científica? 

La EFSA puede elegir el corpus bibliográfico que desee, en función de su pertinencia y del "peso de las pruebas". Favorece los experimentos que cumplen lo que se conoce como "buenas prácticas de laboratorio", es decir, los protocolos toxicológicos tradicionales establecidos en los años setenta. Estos ignoran toda una serie de aspectos, en particular los relacionados con la microbiota y la epigenética. 

La industria puede aplicar fácilmente estos protocolos, mientras que una gran parte de la investigación académica ya no lo hace porque no aporta nada a la calidad de los estudios revisados inter pares. En consecuencia, la EFSA rechaza un gran número de resultados científicos y acepta expedientes elaborados por la propia industria, que aportan sus propias series de manipulaciones de laboratorio. 

Esa ignorancia es incomprensible. Pero si los investigadores ignoráramos el 90% de la literatura científica en un estudio, ¡no podríamos publicar! Una nueva autorización del glifosato en Europa sobre la base de las opiniones de la EFSA y la ECHA (la Agencia Europea de Sustancias y Preparados Químicos, que clasifica los carcinógenos, mutágenos y reprotoxinas - nota del editor) no sería una decisión basada en la ciencia. La evaluación realizada por estas agencias europeas no responde a ningún canon científico, y para mí, como bióloga, este proceso es un engaño.

La ECHA funciona de la misma manera que la EFSA: selecciona sus estudios y acepta principalmente los expedientes presentados por la industria y ha llegado a la conclusión de que el glifosato no es ni cancerígeno, ni disruptor endocrino, ni reprotóxico. 

Si las evaluaciones de la EFSA y la ECHA se basaran en datos científicos, el glifosato se habría prohibido hace décadas. En realidad, no es ahí donde radica la batalla. Se trata de intereses económicos y políticos

Se han acabado prohibiendo sustancias después de quince años de uso, sobre la base de los mismos expedientes reglamentarios que justificaban su uso. Acabaron siendo clasificadas como CMR cuando el mercado económico lo permitió. Así fue como el isopyrazam, un fungicida, fue clasificado como reprotóxico y prohibido en 2022, sin que se hubiera aportado ningún dato nuevo al respecto. Sencillamente, ya no había productos que contuvieran esta molécula en el mercado. Por lo general, un producto se prohíbe cuando su interés agronómico desaparece o cuando la profesión agrícola encuentra un sustituto. 

Desgraciadamente, el caso del glifosato ilustra al máximo que las pruebas biológicas no sirven para proteger a los organismos vivos; no influyen en la normativa ni en las decisiones. Eso me ha llevado a centrar ahora mi investigación en el ninguneo del conocimiento científico durante el proceso de evaluación por parte de las agencias reguladoras. Ese ninguneo es especialmente deplorable porque los científicos como yo somos agentes del Estado; en otras palabras, es un despilfarro de dinero público y un flagrante fracaso de la democracia sanitaria.

El gobierno francés (o el español), sin embargo, no está obligado a seguir el dictamen de la EFSA. E incluso si en el Consejo Europeo surge una mayoría favorable a una nueva autorización, un Estado miembro puede prohibir el glifosato en su territorio. Eso es lo que piensa hacer el gobierno de coalición en Alemania. 

Si el gobierno francés estuviera a favor de la prohibición del glifosato, si quisiera tener en cuenta la ciencia, ya lo habríamos visto. Los planes Ecophyto no han conducido a ninguna reducción significativa del uso de pesticidas. Sin embargo, la ciencia está en ello. En 2017, el instituto de investigación INRAE del que formo parte elaboró un escenario para una agricultura sin glifosato y consiguió el objetivo. Al igual que el cultivo de remolacha azucarera puede prescindir de los neonicotinoides, existen alternativas al glifosato. La propuesta de la Comisión Europea deponer sobre la mesa una nueva autorización, y además por diez años, demuestra que lo primero es la economía.

¿No es la EFSA más que una garantía para legitimar las prácticas tóxicas en suelo europeo? 

Peor sería si la EFSA no existiera. Pero tendría que cumplir su papel, con peritajes reales, independientes y con base científica. El principio básico sería que las pruebas de seguridad ya no las realizaran los fabricantes, sino laboratorios independientes, y que esos laboratorios llevaran a cabo las manipulaciones experimentales. En la actualidad, son los propios fabricantes quienes llevan a cabo las manipulaciones utilizando sus propios datos. Los resultados, que no pueden verificarse porque son confidenciales, pueden ser falsificados. Así lo ha demostrado el investigador Christopher Portier, que ha testificado en casos judiciales en Estados Unidos. En 2020, utilizando los estudios reglamentarios realizados por la industria en roedores, se demostró que el glifosato era efectivamente cancerígeno en esos animales. 

La industria hace de los datos la interpretación que quiere de forma completamente opaca. Incluso podemos ver en los expedientes cifras o conclusiones que han sido burdamente alteradas. Se trata de una mediocridad incomprensible científicamente e inaceptable para la sociedad, que espera protección de las agencias sanitarias. Resulta chocante ver que los ponentes de la EFSA y la ECHA no están haciendo el trabajo que ha hecho Christopher Portier. 

Me da la impresión de que la EFSA y la ECHA están representando un número de claqué o de prestidigitación. Fingen realizar evaluaciones científicas para luego autorizar un producto en función de criterios políticos y financieros.

La posible prohibición del glifosato divide a Estados de la UE y a agencias internacionales de salud

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Traducción de Miguel López

 

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