La elección de Mario Vargas Llosa como miembro de la Academia Francesa ha desatado una polémica sobre el nivel de francés del hombre que recibió el Premio Nobel de Literatura en 2010. Un candidato a la presidencia, Jean-Luc Mélenchon, llegó a expresar en Twitter su disgusto - "pobre Francia"- por la elección de un escritor de origen peruano que escribe sus libros en español para formar parte de un cenáculo cuya misión es establecer las reglas de la lengua francesa.
Como era de esperar, Manuel Valls, que contó con el apoyo de Vargas Llosa durante su intento fallido de ser elegido alcalde de Barcelona en 2019, se pronunció en la misma red social: “Cuando la estupidez y la ignorancia se apoderan de ciertos cerebros, incluido el de un candidato a la presidencia...”.
Otros clamaron contra la clara violación de las normas de la Academia Francesa: el autor de La fiesta del chivo tenía 85 años en el momento de la votación, diez años más que el límite autorizado. No obstante, fue elegido por una amplia mayoría: 18 votos a favor, tres abstenciones y un voto a otro aspirante (de un total de 40 sillas, entre las que se encontraban seis vacantes en ese momento y algunos “inmortales” que estaban enfermos y que no votaron). “Una elección de mariscal”, resume un académico, que pide permanecer en el anonimato.
Para un escritor multipremiado (antes del Nobel, ya había recibido el Cervantes, el premio más importante en lengua española, en 1994), figura en La Pléiade (es el primer escritor extranjero incluido en vida en esta colección, en 2016), es un reconocimiento más.
También recuerda el tropismo francés de Vargas Llosa, que dedicó grandes textos de crítica literaria a Flaubert (La orgía perpetua, 1975) y a Hugo (La tentación de lo imposible, 2008), que vivió un tiempo en París (a principios de los años 60, donde terminó de escribir su primera novela de verdad, La ciudad y los perros, que se convirtió en una marca del movimiento literario conocido como el “boom latinoamericano”) y que no deja de expresar su admiración por un puñado de intelectuales franceses (Raymond Aron y Jean-François Revel son muy elogiados, ambos, mientras que Jean-Paul Sartre recibe unos cuantos zarpazos en uno de sus últimos textos, publicado en francés en 2021, La llamada de la tribu).
Una semana después de su elección a la Academia Francesa, Vargas Llosa se pronunció sobre las elecciones presidenciales chilenas. Nada nuevo; el peruano, que obtuvo la nacionalidad española en 1993, tiene la costumbre de manifestar sus preferencias ante cualquier elección que se celebre en Sudamérica, fiel en eso a la tradición del escritor intelectual comprometido.
El 3 de diciembre de 2021, conversaba por videoconferencia con el candidato de extrema derecha José Antonio Kast, un nostálgico de Pinochet que propuso, entre otras cosas, la militarización de la región de la Araucanía, donde viven muchos indígenas mapuches. Y defendió lo que sigue: “Su responsabilidad es enorme. Quiero decirle aquí que estoy dispuesto a ayudarle en todo. [...] Una victoria de la izquierda sería una tragedia [porque] ningún país del mundo ha avanzado gracias a los modelos establecidos por la izquierda. Ninguno”.
El 19 de diciembre, Kast fue derrotado ampliamente por el candidato de la izquierda, Gabriel Boric, pero el apoyo de Vargas Llosa a la derecha dura chilena -presentado como una forma de alternativa simplificadora: marxismo o libre mercado- ha causado revuelo en el continente americano, donde sus intervenciones políticas -en particular en su columna dominical en el diario español El País- son analizadas con lupa.
En cambio, las reacciones fueron casi inexistentes en Francia, con la excepción de un artículo firmado por cinco profesores de universidad en Libération. Para sus autores, el apoyo a Kast es “el último episodio de una actitud que durante décadas ha legitimado a dirigentes responsables de asesinatos y violaciones de los derechos humanos”. Concluyen que la Academia Francesa -que no ha querido responder a nuestras preguntas- ha cometido “un error, incluso una falta” al elegir a Vargas Llosa.
“No queremos denunciar la ideología de derechas o de extrema derecha de Vargas Llosa”, insiste Valérie Robin Azevedo, profesora de antropología de la Universidad de París y especialista en Perú, firmante del texto. “Sino los problemas éticos que surgen cuando, en nombre de esta ideología, apoya a dictadores, líderes criminales o defiende la impunidad de antiguas dictaduras”. De hecho, ha habido muchos otros episodios problemáticos.
Episodios problemáticos
Ya en 1995, Vargas Llosa instó a “enterrar” el pasado en Argentina, justificando así las leyes de amnistía que beneficiaron a los militares en el poder durante la última dictadura (1976-1983). En su argumentación, el escritor retomó partes de la “teoría de los dos demonios”, que consistía en decir que no sólo las fuerzas militares, sino también los grupos armados de extrema izquierda de los años 70, eran corresponsables del clima de tensión y, por tanto, de la violencia cometida. Arremetió contra “un amplio espectro de la sociedad argentina, incluyendo a buena parte de quienes hoy claman por la condena retroactiva de una violencia que ellos también, de una u otra manera, contribuyeron a avivar”.
En su momento, el texto despertó la ira de muchos, entre ellos del escritor argentino Juan José Saer. El autor de la brillante El entenado desmontaba la idea de una responsabilidad colectiva de la sociedad argentina y acusaba al futuro Nobel de “estar en una zona turbia, mucho más allá del error”. Advierte: “La costumbre del señor Vargas Llosa de recurrir [...] a la amalgama, a la información truncada, a la petición de principio y a la pura mitomanía invalida, de antemano, cualquier discusión. El señor Vargas Llosa, que ha hecho de la agitación su negocio, no tiene ni la talla intelectual ni las garantías morales que pueden hacer de cualquier oponente un interlocutor válido.
Y el argentino insiste: “Como en tantas de sus actividades, el señor Vargas Llosa demuestra poca originalidad, pues su punto de vista coincide, como por casualidad, al milímetro, con el de los militares, [adornándolo] con sus inenarrables tópicos pseudohumanistas”.
Años después, el mismo Vargas Llosa, que describe con infinita sutileza la mecánica de la dictadura tóxica en sus grandes textos (por ejemplo, en la fantástica Conversación en la catedral, inspirada en la experiencia de la dictadura de Odría en Perú, de 1948 a 1956), se empantana en el apoyo al colombiano Iván Duque, al que considera “un ejemplo para el resto del mundo y, sobre todo, para América Latina”.
Sin embargo, desde su elección en 2018, Duque ha obstruido constantemente el acuerdo de paz alcanzado entre el ejecutivo y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) en 2016, provocando un recrudecimiento de la violencia, especialmente contra civiles, sindicalistas y activistas medioambientales. Como recuerdan los autores del artículo de Libération, Vargas Llosa seguía hablando bien de Duque en septiembre de 2021, unas semanas después de que la policía colombiana disparara a quemarropa contra los manifestantes, matando a más de 70 personas.
De cara a las elecciones de octubre de 2022 en Brasil, Vargas Llosa ya ha manifestado su preferencia por el ultraderechista, aunque éste no le “entusiasme”. “Las payasadas de Bolsonaro son muy difíciles de aceptar para un liberal, pero entre Bolsonaro y Lula, prefiero a Bolsonaro. Aunque tenga un lado bufonesco, no es Lula”, dijo en un debate el 12 de mayo en Montevideo.
Los entresijos de la política peruana
Pero son sin duda los entresijos de la política peruana los que mejor ilustran el modo en que Vargas Llosa, lejos de ser un simple intelectual cercano a la derecha radical, se está convirtiendo, a sus 86 años, en un agitador político con objetivos cada vez más dudosos. La Fundación Internacional para la Libertad (FIL), el think tank que preside desde 2002 con la ayuda de su hijo Álvaro, le está dando aún más repercusión.
En mayo de 2021, su conversación con Keiko Fujimori, invitada a hablar por esta Fundación, dejó atónitos a muchos peruanos. Tuvo lugar entre las dos vueltas de la elección presidencial, cuando Fujimori, que ya había perdido dos veces (2011, 2016), se enfrentó a Pedro Castillo, un candidato de izquierdas desconocido unos meses antes.
Para entender lo que estaba en juego, es importante recordar que Vargas Llosa hizo una incursión en la política institucional durante algunos años. Tras protestar, junto con un grupo de empresarios, contra el deseo del presidente peruano Alan García de nacionalizar los bancos y las compañías de seguros del país en 1987, lanzó un colectivo de ciudadanos, el “Movimiento Libertad”, y, aliado con dos partidos tradicionales, se presentó a las elecciones presidenciales de 1990.
Hizo campaña con un programa de privatizaciones e inversiones extranjeras, prometiendo, como contó más tarde en sus amargas memorias políticas El pez en el agua, convertir Perú en... Singapur o Suiza. Su oponente en la segunda vuelta no fue otro que Alberto Fujimori, que ganó las elecciones por una amplia mayoría (62%): fue el comienzo de otra dictadura en Perú (1990-2000).
Hay que tener presente el amargo fracaso de 1990 -que sigue obsesionando a Vargas Llosa y sigue siendo su única derrota real- al escuchar el intercambio de elogias entre el viejo escritor y “Keiko”, la hija de 46 años de Alberto (que ahora cumple una condena de 25 años de prisión por crímenes contra la humanidad). Sonriendo, le trata de “Dr. Vargas Llosa”. Se disculpa por no haber podido participar en una conferencia en Quito: “El juez no lo permitió”. Ya había pasado entonces 16 meses en prisión preventiva en 2019 y 2020 y sigue a la espera de juicio, acusada de dirigir una organización criminal.
Grabado en su despacho de Madrid, Vargas Llosa le contestó en un tono que no podía ser más paternalista: “Te enfrentas a un adversario que puede acabar con la libertad en Perú”. Y le instó a evitar que el país “caiga en manos del totalitarismo”. Mientras el escritor retoma su rudimentaria alternativa entre el comunismo (peligroso) y el mercado (virtuoso), Fujimori se regocija.
Durante la campaña electoral de 2011, Vargas Llosa consideró que Keiko Fujimori era “la peor opción”. Durante la campaña de 2016, seguía siendo “la hija de un asesino y un ladrón”, pero en 2021, se había convertido en el “mal menor”. ¿Por qué Vargas Llosa, una figura que conservó gran parte de su prestigio político por haberse opuesto decididamente al fujimorismo, llegó a apoyar a la hija de su peor enemigo? Porque el candidato opositor, Pedro Castillo, simbolizaba sin duda todo lo que el escritor arequipeño tanto odia: este exprofesor es de izquierdas en materia económica, ultraconservador en cuestiones sociales y, sobre todo, oriundo de la sierra.
En Perú, el imaginario político (que en realidad no se solapa con la geografía del país) distingue entre los de la “costa” -una élite blanca, liberal y cosmopolita, orientada hacia Europa, que habla español- y los de la sierra, los de los Andes, en el interior: las clases trabajadoras mayoritarias, que hablan español y quechua. Hay una tercera región, la selva, el bosque tropical. Aunque Vargas Llosa, un hombre de la costa, está fascinado por la selva (tiene un magnífico recuerdo de un viaje por la Amazonía en 1958, presente en muchos de sus libros), sus adversarios le acusan de despreciar a las poblaciones andinas, a las que asocia con un estado de subdesarrollo, o incluso con una “edad de piedra” de la humanidad.
“El discurso anticomunista de Vargas Llosa, que se manifiesta, por ejemplo, en sus exabruptos contra Castillo, no puede entenderse únicamente a partir de la ideología y las convicciones políticas”, afirma Valérie Robin Azevedo. “Para él, Castillo es el indio. Es un candidato que plantea su identidad andina. Y según Vargas Llosa, no puede haber una propuesta política desde el mundo andino. Esto sólo puede ser el origen de la regresión”.
Según Françoise Aubès, profesora emérita de literatura latinoamericana en la Universidad de París-Nanterre, “para Vargas Llosa, la sierra representa la incivilización, la barbarie, lo salvaje. Retrasados que necesitan ser educados. Según él, la modernización del Perú debía pasar por la desaparición de esta cultura atrasada, obstáculo para cualquier progreso real”.
El “informe Vargas Llosa”
Un episodio marcó al escritor muy pronto. En enero de 1983 -al comienzo del conflicto con Sendero Luminoso (grupo disidente del Partido Comunista Peruano, en lucha armada)- ocho periodistas peruanos fueron encontrados muertos en la localidad de Uchuraccay, asesinados a hachazos, pedradas y con palos por los campesinos locales. En respuesta a la creciente controversia sobre las razones de este asesinato, que anunciaba muchas más masacres por venir, el presidente de la época creó una comisión de investigación presidida por Vargas Llosa.
Sus integrantes llegaron a la zona en helicóptero, escoltados por los militares, permanecieron apenas medio día y realizaron entrevistas con la población local con la ayuda de un traductor del quechua al español. El resultado se conoce como el “informe Vargas Llosa”, que afirma que la muerte de los periodistas fue producto de una serie de “malentendidos culturales”. Aunque los campesinos fuesen realmente culpables, había que relativizar su responsabilidad a la vista del entorno, ese arcaico “Perú profundo”, frente al “Perú oficial” (Lima, la costa). En este contexto, escribió Vargas Llosa, “la brutalidad de la matanza [...] no es menos atroz, pero se hace más inteligible”.
Nacida en 1975 en Lima y afincada en Madrid, Gabriela Wiener es una de las figuras emergentes de la literatura peruana (cuyo último texto, Huaco Retrato, utiliza el adjetivo derivado del quechua “huaco” para tratar temas relacionados con la descolonización de Perú).
Durante la última campaña presidencial peruana, atacó abiertamente a Vargas Llosa, al que califica de “influencer” (pero sin cuenta de Twitter o Instagram), al servicio de las élites blancas, ricas y racistas. Mientras Vargas Llosa denunciaba la “gigantesca incultura” de Pedro Castillo, ella hacía suyo un lema aparecido en las redes sociales: No más Vargas Llosa en un país de José María Arguedas.
Arguedas es uno de los grandes nombres de la literatura peruana, autor de Los ríos profundos (1958), poco conocido internacionalmente, quizá porque siempre se mantuvo cerca de las sociedades andinas, hasta su suicidio en 1969. El Nobel le dedicó un polémico texto, La utopía arcaica, donde sdenunciaba las “ficciones del indigenismo” del que fuera su amigo. Hace de Arguedas un “ecologista cultural”, es decir, un escritor que se niega a dejar morir el mundo arcaico de los Andes.
“Contrariamente a lo que escribe Vargas Llosa, Arguedas no era en absoluto el defensor de una utopía arcaica”, explica Françoise Aubès. “Arguedas era un ‘blanco’ nacido en la sierra. Lejos de adherirse a los valores de la cultura blanca dominante, tomó el camino contrario, comprometiéndose en cuerpo y alma con la defensa del mundo indio. Su modelo de sociedad era un Perú en el que el mundo andino, al tiempo que se modernizaba, no sería engullido por el capitalismo y conservaría su identidad”.
Si queremos entender algo del mundo según Vargas Llosa, tenemos que recordar esta relación despectiva -racista, dicen sus adversarios- hacia las poblaciones andinas, que se ha consolidado a lo largo de las décadas. Hoy lo combina con la defensa de un liberalismo económico desaforado, del que los 11 años de gobierno de Thatcher en el Reino Unido siguen siendo en su opinión la referencia absoluta (ha relatado en varias ocasiones, siempre emocionado, la cena a la que fue invitado, en la mesa de la Dama de Hierro, durante el tiempo en que vivió en Londres).
Liberalismo económico desenfrenado
Este liberalismo económico, que el escritor formula a menudo de forma poco desarrollada, incluso precipitada (retomando a grandes rasgos las reformas asociadas al “Consenso de Washington” del FMI y el Banco Mundial en los años 90), no siempre fue su columna vertebral. Durante unos breves años fue marxista, primero en los bancos de la Universidad de San Marcos de Lima desde 1953 (en grupos clandestinos bajo la dictadura de Odría, donde leyó al pensador marxista Mariátegui). Más tarde apoyó la revolución cubana y realizó visitas periódicas a La Habana a principios de la década de 1960.
Sin embargo, dos experiencias le hicieron cambiar de opinión para siempre: un viaje a la URSS en 1968, que le dejó helado (“descubrí que, de haber sido ruso, habría sido un disidente o me habría podrido en el gulag”, escribió en La llamada de la tribu), y el caso Padilla, que lleva el nombre del poeta cubano que, culpable de “escritos subversivos” contra el régimen castrista, fue encarcelado en 1971 y fue objeto de una campaña internacional de apoyo, encabezada especialmente por el propio Vargas Llosa.
Volviendo a las elecciones presidenciales peruanas de 2021. En junio, Keiko Fujimori perdió la segunda vuelta por un pelo (44.000 votos) frente a Castillo. A partir de entonces, sus partidarios defendieron la idea del fraude, en particular el llenado de urnas en algunos pueblos de los Andes, a favor del candidato del partido Perú Libre. Al igual que tras la derrota de Donald Trump en Estados Unidos, en junio y julio se organizaron en el país concentraciones de opositores a Castillo, que expresaron su indignación porque les habían “robado” las elecciones.
Mario Vargas Llosa se hizo eco del mensaje, especialmente en una columna publicada en El País el 20 de junio: “Mi impresión es que hubo graves irregularidades”. No fue hasta 43 días después cuando se anunciaron los resultados oficiales y se reconoció la victoria de Castillo. Desde entonces, la estrategia de los fujimoristas ha sido calificada por algunos analistas como la de un golpe lento o golpe blando, en referencia a las técnicas de obstrucción y ralentización de la vida política peruana. La esperanza es hacer que dimita el presidente, cuya situación es muy frágil, frente a numerosos contrapoderes, en particular los medios de comunicación. Debilitado, procedió en febrero a una remodelación sorpresa.
Nacido en 1977 en Lima y residente en París, Diego Trelles Paz, autor de textos premiados y traducidos al francés (entre ellos Bioy, sobre los años de conflicto entre el Estado peruano y Sendero Luminoso), sigue de cerca las convulsiones políticas de su país natal. Este admirador de César Vallejo afirma hoy: “Vargas Llosa no participó activamente en la estrategia del fujimorismo, pero fue uno de los primeros en validar la errónea tesis del fraude, en contra de la opinión de los observadores internacionales y de las instituciones del país, que refutaron esta tesis”.
En la primera vuelta, Trelles Paz apoyó a la candidata de izquierdas Verónica Mendoza, antes de votar por Castillo en la segunda vuelta. “Su apoyo a Fujimori”, continúa Trelles Paz, “fue el golpe de gracia para muchos peruanos que, hasta ahora, aunque no compartían su ideología política, lo respetaban como figura tutelar del país. Pensar que el único premio Nobel que hemos tenido en el Perú defienda este tipo de tesis... Da la impresión de destruir su propio patrimonio”.
Diego Trelles Paz formó parte de la delegación de escritores peruanos enviada el año pasado a la gran feria del libro de Guadalajara, México. El asunto fue controvertido porque el nuevo gobierno había modificado la lista preparada por el antiguo gobierno, eliminando algunos nombres importantes -muchos de ellos de mujeres escritoras, como Gabriela Wiener- y añadiendo los de poetas y narradores orales casi desconocidos de los pueblos indígenas de los Andes y la Amazonía.
En su momento, Vargas Llosa -que por supuesto no fue invitado, ni ninguno de sus amigos escritores- arremetió contra “una delegación lamentable”. “No habrá escritores de verdad” en Guadalajara, advirtió, en una frase mordaz que dice mucho del odio que alberga.
Del episodio, Trelles Paz retiene la “falta de respeto” por parte de un escritor que “siempre ha mirado al Perú con distancia”, que “nunca lo ha entendido realmente”. Ya en 1983, Mario Vargas Llosa resumió su relación de tortura con el país que lo vio nacer en un texto para The New York Times publicado bajo el ambiguo título de “A passion for Peru”. “Perú es para mí una especie de enfermedad incurable y mi relación con él es intensa, amarga, llena de la violencia que caracteriza a la pasión [...]. Aunque ha habido momentos en que he odiado al Perú, ese odio, como en el verso de César Vallejo, siempre ha estado impregnado de ternura” Décadas después, la pregunta que se hace Zavalita en su novela Conversación en la catedral sigue obsesionando a Vargas Llosa, tan incapaz parece de encontrar la respuesta: “¿En qué momento se fue el Perú a la mierda?”.
Aunque sigue hablando en público con un delicioso acento peruano, muchos de sus opositores consideran que hoy el escritor se comporta mucho más como un español que como un peruano. En 2011 recibió el título de marqués, por decisión del rey emérito Juan Carlos I, incorporándose a la aristocracia del reino. Y su figura es omnipresente en la vida pública de Madrid.
Sigue publicando novelas a buen ritmo y concediendo innumerables entrevistas a la prensa, mientras sus payasadas sentimentales le han valido varias portadas en el Hola (una exposición en medios de celebridades que dio lugar a una polémica en 2015 con el escritor estadounidense Joshua Cohen, que le reprochó cierta hipocresía, consistente en alimentar el funcionamiento de una cultura popular que decía aborrecer).
Pero es sobre todo su columna “Toque de Piedra”, que escribe en el diario El País desde hace más de 30 años y que se publica a página completa algunos domingos del mes, la que mejor permite seguir la evolución intelectual del Premio Nobel. Su primer texto, en diciembre de 1990, poco después de su derrota electoral en Perú, fue una oda a Margaret Thatcher. Y desde entonces, cuando no habla del peligro comunista en América Latina, se preocupa por el futuro de España, amenazada por el auge del independentismo en Cataluña, o dibuja retratos llenos de admiración de diversos líderes liberales y conservadores.
Mario Vargas Llosa, columnista
En España, el politólogo Ignacio Sánchez-Cuenca es uno de los pocos que se han atrevido a formular públicamente una elaborada crítica a esta actividad cronística. En un ensayo publicado en 2016 que se ha convertido en un bestseller, arremete contra un puñado de editorialistas -la mayoría hombres- que llevan décadas ocupando los platós de televisión y las páginas de opinión de los principales periódicos del país.
“Estos intelectuales han interpretado el reconocimiento público que han recibido por su trabajo literario como una forma de impunidad”, escribe. “Al haber alcanzado tal nivel de reconocimiento, saben que pueden decir lo que quieran, por muy arbitrario o absurdo que sea, nadie vendrá a quitarles la silla. Es como si la acumulación de ideas erróneas u opiniones infundadas no tuviera casi ningún impacto en su reputación”.
Este politólogo de la Universidad Carlos III de Madrid toma prestado el concepto de “machismo discursivo” de Diego Gambetta, sociólogo italiano, para describir esta prosa omnipresente, segura de sí misma, erudita, “estruendosa y cargada de testosterona” al servicio de “opiniones que basan su autoridad únicamente en la identidad de quien las emite”. Textos que ignoran todos los trabajos de ciencia política relevantes sobre los temas que tratan.
En esta galería de los horrores del debate público español tal y como se desarrolló tras la muerte de Franco y el retorno de la democracia en los años 80, Ignacio Sánchez-Cuenca analiza las columnas de Vargas Llosa en El País: “Todo lo sutil de su literatura se vuelve superficial y esquemático en sus posiciones en la prensa [...]. Su liberalismo económico es primitivo. Su forma de defenderlo se resume en pontificar, ignorando no sólo los hechos, sino también los argumentos de quienes no piensan como él”.
Aunque nunca se ha afiliado oficialmente a un partido español, Vargas Llosa ha apoyado a muchos. Por ejemplo, en 2007 apoyó la creación de UPyD, un partido que se describía a sí mismo como centrista, crítico tanto con el terrorismo de ETA como con los nacionalismos de las autonomías españolas (principalmente el País Vasco y Cataluña). En 2011, hablaba muy bien de Rosa Díez, la líder de UPyD, a la que consideraba un modelo de “política de la convicción” según la definición de Max Weber.
Durante un tiempo, Vargas Llosa apostó por Ciudadanos, el partido liberal que despegó en 2014 y que luego se asoció a La República en Marcha (LREM). Pero el hundimiento electoral del partido de Albert Rivera a finales de la década de 2010 le impulsó a acercarse al viejo Partido Popular, del que nunca se había separado realmente (el PP de José María Aznar y Mariano Rajoy). Fue como invitado a una convención nacional del PP el pasado mes de octubre, compartiendo escenario ese día con Nicolas Sarkozy, cuando Vargas Llosa hizo este comentario, que avergonzó incluso a las filas del partido conservador: “Los latinoamericanos saldrán de la crisis cuando entiendan que han votado mal. Lo importante no es que haya libertad de voto, sino que se vote bien. Los países que votan mal lo acaban pagando caro”.
En 2012, Vargas Llosa también elogió a Esperanza Aguirre, que entonces presidía la Comunidad de Madrid y representaba el ala más radical del PP. En ese momento, los elementos de la trama Gürtel, la trama de corrupción entre la Comunidad de Madrid, el PP local y los contratistas que se aseguraban los contratos públicos, ya estaban bien establecidos, pero esto no impide que el escritor califique a Aguirre de “Juana de Arco del liberalismo”.
La actual presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, designada como su heredera, es invitada regularmente a los debates de la Fundación para la Libertad, por ejemplo para intercambiar opiniones con el expresidente argentino Mauricio Macri, un liberal antiperonista procedente del mundo empresarial, en 2021 en Madrid.
En 2014, Vargas Llosa fue uno de los primeros firmantes del “Manifiesto libres e iguales”, un texto clave en la reconfiguración del debate público en torno a la cuestión catalana. Esta petición en defensa de la “unidad de España” fue lanzada por Cayetana Álvarez de Toledo, exdiputada del PP que también es miembro de la aristocracia. Otros firmantes fueron Hermann Tertsch, que en 2019 se convirtió en eurodiputado por el partido neofranquista de extrema derecha Vox, y Federico Jiménez Losantos, conocido por haber transmitido teorías conspirativas sobre los atentados de Atocha.
Contrario a la independencia de Cataluña, con Valls
Estos opositores al independentismo catalán no se opusieron esgrimiendo los argumentos tradicionales del bando proespañol (subrayando, por ejemplo, los efectos económicos de una escisión, o juzgándola inconstitucional, o denunciando una postura egoísta hacia el resto de España...). Impidiendo desde el principio cualquier forma de debate informado y sosegado, los autores del manifiesto emplearon una retórica arriesgada, radicalizando las cuestiones en juego y crispando aún más las posiciones de unos y otros -poniendo, por ejemplo, la idea infundada de que el separatismo catalán querría “destruir [...] el patrimonio más preciado de España: la condición de ciudadanos libres e iguales”.
Años más tarde, mientras el conflicto catalán se recrudecía y Vox se deleitaba con un debate convertido en asfixiante por ambas partes, Vargas Llosa no dudó en participar en la protesta, por las calles de Madrid, siempre por la “unidad de España”, junto al PP, Ciudadanos y Vox (y también con el que entonces aspiraba a la alcaldía de Barcelona, Manuel Valls). Resulta inquietante comprobar hasta qué punto el escritor no ha perdido la oportunidad de decir todo lo malo que piensa de los partidos independentistas de Cataluña-porque amenazan la sacrosanta unidad de España y la monarquía- mientras dedica tan pocas líneas al peligro de un resurgimiento del franquismo en el país.
Salvo que lo hayamos pasado por alto, Vargas Llosa nunca ha considerado necesario dedicar una columna propia al auge de los paraísos fiscales, que están en el origen del aumento de la desigualdad en el mundo, especialmente en América Latina. ¿Se explica este silencio por el hecho de que ha sido señalado dos veces (en los Papeles de Panamá en 2016 y luego en los Papeles de Pandora en 2021) como evasor fiscal?
En cuanto a la nueva ola feminista, tan potente en el continente americano como en España, si la mencionó fue para preocuparse por las “nuevas inquisiciones” protagonizadas por un “fanatismo sectario y aparentemente astuto, que está resultando contraproducente para sus objetivos”. En el verano de 2019, Vargas Llosa se vio envuelto en otra polémica, por haber participado en un panel formado exclusivamente por nueve hombres, en la inauguración de la Feria del Libro de Lima. En respuesta, las escritoras cancelaron su participación y las protestas interrumpieron el evento, lo que provocó una reflexión sobre el “machismo” de cierto entorno literario.
Para escribir este artículo, hemos solicitado una entrevista con Mario Vargas Llosa a su editor francés, Gallimard, y otra a su editor en Francia, Gustavo Guerrero. Sin éxito. Pero Vargas Llosa respondió en su columna de El País a principios de año a la columna de cinco profesores universitarios publicada en Libération.
Su texto lo muestra jugador, hábil y experimentado. En primer lugar, explica que no ha podido encontrar el original (aunque está disponible en internet), antes de responder a las acusaciones que no aparecen en el artículo en francés, sino en el resumen distorsionado que han hecho algunos periódicos de Perú, a saber, que Vargas Llosa, por haber apoyado a Kast en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales chilenas, era un “pinochetista”.
Y el premio Nobel se indigna de la incultura de estos profesores, que se jactaban de haber denunciado el golpe de Estado de Pinochet en la televisión francesa el mismo día de 1973 en que se produjo. También esgrimió el argumento bastante engañoso de que desde su juventud, “cuando aún no tenía uso de razón, mi familia ya era enemiga de la dictadura” contra Odría.
Ver másEl liberalismo de Vargas Llosa, contra las cuerdas
Este artículo de Vargas Llosa ha enfurecido a un periodista alemán del Frankfurter Allgemeine Zeitung. En un artículo reciente, se preguntaba cómo El País, un diario de referencia, podía aceptar publicar este tipo de “desinformación calculada”. Pero también arremete contra los “disparates” de que Vargas Llosa se ha hecho eco últimamente: “No es sólo que sus candidatos favoritos pierdan sistemáticamente en las elecciones. También es que el mundo se mueve ahora a un ritmo diferente al que Mario Vargas Llosa percibe desde su home cinema”. Frente a las andanzas del Nobel peruano, lo único que podemos hacer es cultivar, si no lo ha estropeado ya todo, los recuerdos de la lectura de sus primeras novelas.
Traducción: Mariola Moreno
Leer el texto en francés:
La elección de Mario Vargas Llosa como miembro de la Academia Francesa ha desatado una polémica sobre el nivel de francés del hombre que recibió el Premio Nobel de Literatura en 2010. Un candidato a la presidencia, Jean-Luc Mélenchon, llegó a expresar en Twitter su disgusto - "pobre Francia"- por la elección de un escritor de origen peruano que escribe sus libros en español para formar parte de un cenáculo cuya misión es establecer las reglas de la lengua francesa.