Yemen: cuatro años de una guerra sin héroes

Thomas Cantaloube (Mediapart)

“No hay héroes en Yemen. No hay más que víctimas y criminales”. La mujer que dice esto es Radhya Almutawakel, con su rostro amable enmarcado por un pañuelo. Como presidenta de Mwatana, una organización de defensa de los derechos humanos, ella se esfuerza por inventariar las violaciones prepetradas por todos los beligerantes en el conflicto yemenita. Una tarea casi imposible que se empeña en cumplir, intentando movilizar a la comunidad internacional para tratar de traer la paz a su país tras más de cuatro años de conflicto.

Porque, así es, hace ya más de cuatro años que los rebeldes hutíes, que dirigen un movimiento chiita con base en el norte de Yemen pero que luchan principalmente contra la marginalización de esta zona por parte del poder central, derrocaron al gobierno del presidente Abdrabbo Mansour Hadi, hundiendo al país en una guerrra civil. Una guerra que se internacionalizó rápidamente con la intervención militar de Arabia Saudita el 26 de marzo de 2015, cabeza de una coalición que incluye a los Emiratos Árabes Unidos (EAU), Marruecos, Jordania y Egipto. Sin olvidar el apoyo de los Estados Unidos en materia de inteligencia y de reabastecimiento en vuelo y de varios países europeos, entre ellos Francia, con armamento diverso.

Oficialmente, Arabia Saudita y sus socios han justificado su intervención para restablecer el gobierno legítimo del presidente Hadi. Oficiosamente, se trataría de ir contra Irán, que apoya bajo mano a los rebeldes hutíes. De esta forma, una guerra civil como la de Yemen ha tenido ya muchas experiencias (el país ha estado dividido mucho tiempo, hasta 1990, entre Yemen del Sur y Yemen del Norte y luego la unificación se hizo con violencia y con las protestas de las Primaveras árabes de 2011, que terminaron en la caída del poder), se ha transformado en conflicto por delegación entre dos enemigos regionales, Teheran y Riad, esta última de la mano de la vanidad del nuevo hombre fuerte saudí, el príncipe heredero y ministro de defensa Mohammed bin Salmán (apodado MBS).

Como en todas las guerras, los civiles se han visto atrapados entre intereses que les superaban. Están divididos entre las dos facciones, hutíes y gobierno, que controlan una parte del territorio cada una, pero sobre todo es una trampa para las poblaciones de la zona rebelde, bombardeadas de forma casi indiscriminada por la aviación saudí y emiratí y rodeadas por un bloqueo marítimo. Durante los dos o tres primeros años, la guerra en Yemen ha sido “olvidada” ya que el país permanece casi inaccesible para los periodistas y también para muchas ONG. Actualmente, aunque este acceso no ha mejorado, la tragedia de los civiles del lugar ha despertado algo la opinión pública internacional.

Según la ONU y la mayor parte de las ONG, la situación en Yemen forma parte “de las peores crisis humanitarias de nuestra época”: regreso del cólera, hambruna creciente, malnutrición generalizada (80% de la población necesita ayuda humanitaria para sobrevivir)... Si las cifras de mortalidad son difíciles de establecer, han sido mucho tiempo subestimadas, según la organización ACLED, que estima que el recuento de muertes debidas al conflicto podría cifrarse en cerca de 80.000 fallecidos, cinco a ocho veces más de lo que se ha fijado hasta hoy.

Desde las tímidas negociaciones emprendidas en Estocolmo en diciembre de 2018, un acuerdo firmado por las diferentes partes beligerantes ha permitido el principio de una desescalada, aunque sigue siendo muy frágil según estiman varios representantes de la sociedad civil yemenita. La razón es que ha desparecido cualquier forma de Estado en Yemen, tanto en las zonas hutíes (noroeste) como en las que permanecen en el regazo gubernamental (al sur y al este). “En Aden (suroeste) se considera generalmente que la guerra ha terminado", informa Laila Alshabibi, responsable de una ONG. "Después de cuatro años esperábamos un cambio, pero esto no es más que el comienzo de otra guerra”, agrega.

“El Gobierno, que ya era frágil antes, se ha hundido completamente y no es capaz de gestionar los problemas: servicios a la población, abastecimiento, desplazados internos...”, añade.  “Los precios han aumentado enormemente y cada vez hay menos liquidez, especialmente porque el Gobierno ha prohibido la recepción de dinero del extranjero. Lo esencial de la población depende de los salarios que paga el Gobierno, que es casi el único empleador. Pero todas las familias no tienen la suerte de contar con un funcionario en su seno...” Antes de la guerra, los ingresos medios de una familia eran de 1.300 dólares al mes y hoy se sitúan entre 300 y 400 dólares mientras que los precios de la alimentación y del combustible se han duplicado, triplicado o cuadruplicado.

En cuanto a los hutíes, no han intentado realmente construir un Estado y una administración en los territorios que controlan. En la ciudad de Hodeida, con el principal puerto del oeste del país, “todo está dañado” según las palabras que a Dalia Qasim le cuesta encontrar. “La región ya era muy pobre antes, la gente vivía de la agricultura familiar, eran pescadores y había algunos obreros y comerciantes. Ahora ya no hay salarios ni fábricas, los productos tardan mucho en llegar y son muy caros, los pescadores no pueden alejarse de las costas por el bloqueo”.

Todas las ONG que operan en el Yemen, sean locales o internacionales, creen que “la magnitud de la crisis es tal que sobrepasa las capacidades de las organizaciones humanitarias”, como explica Dina El Mamoun, responsable de Oxfam en Sanaa, la capital. “Hay veinte millones de personas que necesitan asistencia alimentaria. ¿Qué pueden hacer las ONG frente a tal problema?”

Para Radhya Almutawakel, “los yemenityas no padecen hambre: están hambrientos. El norte y el sur están desde hace tiempo controlados por grupos armados fanáticos que no tienen consideración alguna con la población corriente. Eso sin hablar de los intervinientes exteriores como Arabia Saudí, Irán o los grupos terroristas que juegan con el Yemen como si fuese un tablero de ajedrez. La única posibilidad de traer la paz es política. El proceso de Estocolmo es la única solución que tenemos hoy y hay que seguir en él”.

El año pasado Riad no quería escuchar a los países que empujaban al reino a negociar una salida política. Para el príncipe heredero Mohammed bin Salmán se trata de un asunto de prestigio. él comenzó esta guerra y prohíbe a cualquier súbdito suyo criticarla. Pero tras el asesinato del periodista y opositor Jamal Khashoggi ha venido el descrédito y el espinazo de MBS se ha vuelto flexible de repente. En diciembre de 2018, Riad cambió de opinión y envió todo un séquito de diplomáticos a Estocolmo, que hace pensar a Radhya Almutawakel que “existe un equilibrio de debilidad entre todas las partes presentes en Yemen. Nadie quiere negociar, pero como nadie es poderoso, todos son sensibles a la presión”.

Los hutíes y las fuerzas leales al Gobierno ven que no pueden ganar la guerra ni siquiera restablecer la paz en su territorio; los Emiratos Árabes Unidos están convencidos desde hace tiempo de la vacuidad del conflicto; Arabia Saudí está cada vez más aislada e Irán tiene mejores cosas que hacer. En las cancillerías predomina también el sentimiento de que es posible terminar. “Recibimos señales por parte de Riad y de los EAU de que quieren poner fin a este conflicto”, dice en off  un diplomático del Quai d'Orsay (sede del Ministerio de Exteriores francés) responsable de este asunto. “Quieren que 2019 sea el último año de la guerra”, señala.

Evidentemente, siempre es más fácil querer la paz que hacerla y, como advierten los miembros de la sociedad civil yemenita por boca de Radhya Almutawakel, “sería muy peligroso firmar un acuerdo entre Arabia Saudí y los hutíes que dejara de lado al resto del pueblo yemenita. Hace falta que todas las partes y la población colaboren en el fin del conflicto, de otra forma la paz no sería sostenible”. ________________

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Traducción de Miguel López

Puedes leer el texto completo en francés aquí:

“No hay héroes en Yemen. No hay más que víctimas y criminales”. La mujer que dice esto es Radhya Almutawakel, con su rostro amable enmarcado por un pañuelo. Como presidenta de Mwatana, una organización de defensa de los derechos humanos, ella se esfuerza por inventariar las violaciones prepetradas por todos los beligerantes en el conflicto yemenita. Una tarea casi imposible que se empeña en cumplir, intentando movilizar a la comunidad internacional para tratar de traer la paz a su país tras más de cuatro años de conflicto.

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