Los embalses están casi un 20% más secos que hace un año por la sequía extrema y la ola de calor

Vista del embalse de Búbal, en el Pirineo aragonés, este martes.

Los embalses españoles vuelven a estar un verano más en una situación delicada, pero este año es más duro que los anteriores. Un invierno extremadamente seco, una primavera más cálida de lo habitual y unas olas de calor continuas desde que comenzó el verano mantienen los embalses españoles en un 41,9% de su capacidad total, un porcentaje que cae semana a semana. Si se compara con el año pasado, tienen un 19% menos de agua, según las cifras del Ministerio de Transición Ecológica. 

Aunque el abastecimiento generalizado no corre peligro, sí se ha llegado a una situación extrema en la sierra de Huelva, donde la reducción el vaciado de los acuíferos ha obligado a cortar el agua por las noches. En el otro extremo del país, más de 313 municipios gallegos están en alerta esta semana por el excesivo consumo de agua que ha llevado al Río Lérez a perder el 75% de su caudal en solo 20 días

El calentamiento global y el incremento del consumo en la agricultura son los causantes de esta situación, según expone Erica González, especialista en Agua de Ecologistas en Acción. "En los últimos años el caudal de los ríos se ha reducido un 15% debido al aumento de las temperaturas en primavera, la época de lluvias, lo que provoca que parte de esa agua se evapore y no llegue a los embalses". 

Como destaca la experta, la escasez de agua en los pantanos es un fenómeno habitual en España, pero este verano las reservas son un 31% más bajas que la media de los últimos diez años en las mismas fechas. 

Esto ocurre porque el pasado invierno fue el segundo más seco desde que hay registros, según la Agencia de Meteorología, lo que provocó que los ríos y acuíferos no regasen los embalses con la fuerza habitual, aunque se compensó parcialmente con un marzo y abril más húmedos de lo normal. 

A ellos les siguió el mes de mayo más caluroso de la historia, lo que catapultó el consumo de agua en el campo, y un verano con sucesivas olas de calor. Aunque los expertos reiteran que la evaporación por altas temperaturas es un problema menor comparado con la falta de lluvia en los meses fríos. 

González insiste en que si las sequías extremas se repiten el próximo invierno, el sistema iría de cabeza hacia un "colapso híbrido", un escenario que no es descartable: "Partimos de una situación muy complicada para hacer frente a una sequía plurianual, algo que puede pasar perfectamente en un país de clima mediterráneo". 

La agricultura, la principal responsable

Los analistas consultados coinciden en que a los problemas medioambientales se une la mala gestión del agua en España, un país que pese a tener un 75% del territorio en riesgo de desertificación, tiene sobredimensionada su agricultura de regadío. 

El campo consume alrededor del 70% del total del agua y técnicas como el riego por aspersión son muy poco eficientes y provocan el desperdicio masivo de agua, lo que repercute directamente en el nivel de los embalses. 

"Nunca hemos tenido una demanda estructural de agua tan grande en España. Independientemente de la sequía y las olas de calor, hay escasez porque sobreexplotamos los recursos disponibles", afirma Annelies Broekman, investigadora del Centro de Investigación Ecológica y Aplicaciones Forestales (CREAF) de la Universidad Autónoma de Barcelona. La experta recuerda que los ciudadanos y las urbes solo consumen el 10% del total del agua y culpa a la industria y la agricultura de vaciar las reservas hídricas. 

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Broekman ha dedicado dos décadas al estudio de las cuencas fluviales y a mejorar su funcionamiento a través de políticas medioambientales, e incide que el calentamiento global no solo vacía los pantanos, sino que empeora enormemente la calidad del agua, especialmente en los embalses pequeños expuestos al calor.  

Las altas temperaturas favorecen la formación de algas, un proceso llamado eutrofización, que consumen el oxígeno del agua y terminan matando a los peces y las plantas del estanque. Este proceso es especialmente agresivo en los embalses, ya que al tratarse de lagunas artificiales, no tienen un proceso de limpieza natural como sí tienen los lagos y ríos, por lo que su ecosistema es más débil frente al aumento de temperaturas. 

Desde Greenpeace, Celia Ojeda, responsable del Área de Biodiversidad, añade que mantener los embalses bajo mínimos también afecta a la flora y la fauna de los alrededores. "A medida que la vegetación de los alrededores se seca, se crea un caldo de cultivo para los incendios. Está todo relacionado", resume. 

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