MEMORIA HISTÓRICA

La cultura del pantano sobrevivió a Franco: "Pudimos cambiarlo todo, pero decidimos heredarlo"

Piscinas de los apartamentos turísticos en Torrevieja, una ciudad situada en el sureste de la península Ibérica, en una zona que padece estrés hídrico. En julio de 2023.

Las piscinas, el turismo de masas o el regadío intensivo conectan a la España de hoy con el tardo franquismo, y son el hilo conductor del fotógrafo Jordi Jon (Barcelona, 1996) para explicar cómo la sequía, la desertización o el abandono rural se arrastran desde el siglo pasado y son también una herencia cultural. Durante los últimos cuatro años, Jon ha viajado por España para documentar cómo la crisis de la escasez de agua se ha acelerado por el cambio climático, pero parte de pésimas decisiones que se tomaron durante el franquismo y que se replican todavía hoy.

“En esos años se empezó a construir la agroindustria y el turismo masivo de hoy. Son decisiones que no nos hemos cuestionado, y que habría que haberse replanteado en la durante la Transición, pero preferimos asumirlas como nuestra herencia”, cuenta a infoLibre. Su exposición Eroding Franco (Erosionando a Franco) estará disponible hasta el 15 de marzo en el Centre Cívic Pati Llimona de Barcelona y recorre varios puntos de la península que han sido azotados por la cultura del exceso hídrico durante décadas. La producción del foto documental fue posible porque Jordi Jon recibió la Beca Joana Biarnés, en honor a la primera fotoperiodista española.

La mayor parte del periodo de trabajo lo ha pasado en Alicante, Murcia y Almería, algunos de los puntos negros de la sequía, aunque también ha retratado las consecuencias de la agricultura intensiva en Castilla y León o la proliferación de piscinas en la costa mediterránea, una de las zonas más secas del continente. El objetivo del autor era conocer y fotografiar las consecuencias del milagro económico español de los años 60 y 70, que según Jon convirtió a España en una "máquina de desertificación".

“Lo que más me llamó la atención de mi viaje fue la megalomanía que hay en España con el agua. Por mucho que sea extremadamente escasa, se han construido piscinas por todas partes y proyectos que no tienen sentido ni ambientalmente ni económicamente”, relata el fotógrafo. “Torremolinos (Málaga) resume muy bien la idea de la exposición porque fue un campo de pruebas para el turismo europeo, un lugar donde intentaron vender que España era un país abierto y moderno. De hecho, allí hubo un campo de concentración en la Guerra Civil y en ese espacio ahora hay un parque acuático. Ese es el relato que han querido construir con el abuso del agua”, añade.

Otro de los enclaves que visitó Jon fue Argusino, un pueblo de Zamora que, como tantos otros, fue sacrificado para construir un embalse, en este caso el de Almendra, con una pared de 200 metros de altura. Ese lago sirve todavía hoy para regar el maíz y el viñedo de la región y para alimentar a la ganadería, pero su construcción obligó a los 400 vecinos de Argusino a abandonarlo antes de ser dinamitado. “Allí conocí a Teresa, que me contó que su madre sigue enterrada en el cementerio del pueblo, y solo puede ir a visitarla cuando el embalse se seca y baja su nivel. Eso, para mí también es abuso del agua”, concluye.

Los veteranos del medioambiente y del sector agrícola coinciden en que la política franquista construyó durante cuatro décadas los pilares de la relación de los españoles con el mundo rural y la naturaleza, y muchas de las decisiones que se tomaron entonces permanecen todavía. Miguel Ángel Soto lleva 26 años en Greenpeace, y recuerda que esta relación abusiva con la naturaleza sobrevivió a la muerte del dictador. “Si la democracia empieza en 1978, no fue hasta 1998 cuando entran en el Código Penal los delitos contra el medioambiente, y no se empezaron aplicar hasta varios años después”, relata.

También relata cómo las leyes modernas de montes y de suelo no llegaron hasta casi los 2000, de manera que hasta entonces se levantaron decenas de urbanizaciones “a base de cerillazos. “Basta con mirar hoy al parque Terra Mítica, donde estaba el mayor pinar del Mediterráneo. Ardió en 1992 y el alcalde Eduardo Zaplana prometió que allí no se construiría un ladrillo. Y mira lo que ocurrió. O los incendios de los 80 y 90 en Huelva y Cádiz para construir urbanizaciones de lujo”, explica Soto.

Eduardo Moyano, ingeniero agrónomo y sociólogo del CSIC ya jubilado, explica por su parte que el franquismo marcó las bases de la agricultura actual, especialmente del desarrollo del regadío. “Su papel en la expansión del regadío fue fundamental con la construcción de las presas y otras obras hidráulicas, mucho mayor incluso que lo que se hizo después en la Transición, que fue terminar los proyectos iniciados en el franquismo. Tras la entrada en la Unión Europea esa visión del agua cambia por completo y modificar un río para aumentar el riego empieza a verse como una catástrofe ambiental, y hoy en día sería impensable”, afirma.

Según explica Moyano, el franquismo incentivó y financió el crecimiento del regadío entre los latifundistas de la época mediante los llamados pueblos de colonización. El Gobierno expropiaba al terrateniente una pequeña parte de su propiedad y en ella construía una pequeña colonia para unas pocas familias y repartía entre ellas unas pequeñas parcelas agrícolas para que pudieran subsistir. A cambio, el Estado reconvertía las tierras del gran propietario en regables y le garantizaba acceso al agua, así como a mano de obra de la colonia. “Ese proceso de regadío y mecanización, que acompañaba a la construcción de las presas, fue la base para pasar de una España de latifundistas a empresarios agrícolas”, resume el experto.

Aunque la cultura de la presa ha quedado atrás, el regadío sigue siendo hoy indispensable en la agricultura española y en los últimos 20 años su superficie ha crecido un 15% pese al avance de la desertificación y la caída del agua embalsada. Esa herencia también ha derivado en la construcción masiva de desaladoras –España es la potencia desaladora número uno del mundo– y en la apuesta por las grandes obras hidráulicas para prevenir inundaciones o trasvasar agua, lo que los críticos llaman soluciones grises, por el uso de cemento.

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