Casi 22 meses lleva Elon Musk al frente de Twitter, rebautizado el pasado verano como X, escorando la red social claramente hacia la alt-right o la derecha alternativa poniendo en jaque las bases de las democracias. "Compró esta plataforma con fines políticos y no para defender la libertad de expresión como había proclamado. [...] Se compró un ámbito de influencia y se colocó en el centro. Es un hacedor de reyes", explicó David Chavalarias, director del Centro Nacional para la Investigación Científica de Francia y autor del libro Toxic Data en una entrevista en Mediapart. Así, desde su juguete beneficia a toda su constelación de jefes de Estado aliados, como Donald Trump, Javier Milei o Giorgia Meloni, y logra además contrapartidas para sus otras empresas, Tesla y Space X.
El cóctel para conseguirlo es de sobra conocido con solo asomarse a la red social: la desinformación, los discursos de odio, la pornografía y las estafas pululan ahora a sus anchas y sin ningún tipo de control. Pasó a principios de agosto en Reino Unido y esta misma en Toledo con la ultraderecha vinculando falsamente dos asesinatos de menores con la inmigración y haciéndolo de forma consentida en X. Es más, tras el crimen de las tres niñas inglesas a manos de un adolescente británico en Southport, el propio Musk jaleó la violencia ultraderechista en las calles y llegó a afirmar que "la guerra civil" en el país era "inevitable".
Mientras, y al calor del crimen del niño Mateo, en España se abre ahora el debate sobre cómo combatir el odio en redes sociales o si ha llegado la hora de borrar por fin Twitter. El periodista Miquel Ramos lo dejaba claro el pasado miércoles a infoLibre: "Ahora hay un debate sobre quedarse o no X, pero soy partidario de quedarme porque lo considero un campo de batalla". En la misma línea se posicionó la periodista Carmela Ríos en su cuenta y en una columna en El País: "El escenario resulta desolador y el espectáculo muy triste pero es el que toca mirar y cubrir".
"¿Dejar X nos asegura que no se viralicen estos bulos o que no lleguen a la gente? Es necesario hacer este contrapeso porque se evita que los mensajes ultras campen a sus anchas. Si no, terminará mutando aún más a una red social de ultraderecha", reconoce Laura Pérez-Altable, doctora en Comunicación e investigadora de la Universitat Pompeu Fabra. Para esta experta, también es importante ser consciente que todos estos análisis parten de una "burbuja" y que al "usuario medio no le preocupa este debate".
Pero no todos piensan igual, aunque los ejemplos conocidos de quienes echan la persiana a su perfil son menos numerosos. La alcaldesa de París, Anne Hidalgo, cerró su perfil el pasado noviembre tras acusar a Twitter de ser "el arma de destrucción masiva de nuestras democracias". Mucho antes de la llegada de Musk, la exregidora de Barcelona, Ada Colau, emprendió el mismo camino porque no le ayudaba a hacer "buena política".
El encanto de la red social, la costumbre o las necesidades laborales
Ante esta situación, la pregunta es evidente: ¿por qué no se deja más masivamente Twitter? "Todas las experiencias negativas han ido in crescendo y nos hace dudar sobre si quedarmos ante la desinformación, el odio o que nos aparecen tuits de usuarios que no nos interesa", defiende Carmela Ríos. Las expertas consultadas por infoLibre coinciden en que las causas son múltiples y variadas.
"Primero porque, a pesar de todo lo que ha sucedido y de la degradación de la experiencia de usuario, Twitter conserva parte del encanto de una red social que nunca ha sido perfecta", sostiene Ríos, que además apunta que mantiene ese punto de adicción que logran todos estos productos.
Después, también es clave la costumbre ya que a los usuarios les cuesta dejar una red social por los contactos generados y el miedo a no encontrarlos en la plataforma de escape. Un miedo que va de la mano con el FOMO o el miedo a perderse algo.
También es relevante el papel que juega X en la vida profesional. "Hay algunas personas que por su profesión necesitan visibilidad y no estar en Twitter supone no ser visible", indica Pérez-Altable. Por ejemplo, es el caso de los periodistas. "Al margen de que sea un problema, es un actor importante y un escenario de la actualidad. Como periodista, es una herramienta de comunicación, pero también de observación", explica Ríos.
¿Y qué pasa con Mastodon, Bluesky y Threads?
Y, sin olvidarse de que, aunque X ya tiene alternativas, parece que no sustitutas. Mastodon, Bluesky y Threads, que intentan hacerse un hueco aunque, por ahora, sin mucho éxito. "Es difícil quitarle el trono a un servicio que ha existido durante casi 20 años en solo unos meses. Muchas de estas redes tienen el problema del "huevo y la gallina": la gente aparece y, si no encuentran un gran contenido desde el principio, se va", confesó el pasado junio a preguntas de infoLibre Kurt Wagner, periodista de Bloomberg y autor del libro Twitter. El pájaro de la discordia (Península, 2024).
Mastodon, la más veterana en estas lides, se presenta a sí misma como un Twitter sin nazis. Quizás, es la más clara con sus políticas de moderación. Aunque cada servidor en los que está distribuida tiene pautas propias, existen normas básicas que se aplican a todos y que prohíben el contenido tóxico, ofensivo o relacionado con el nazismo.
Bluesky, por su parte, es el nuevo proyecto de uno de los fundadores de Twitter, Jack Dorsey, con lo que ello implica. Visualmente es la que más se parece ahora mismo a X y, bajo su premisa de red social descentralizada y abierta, ha dejado en mano de los usuarios el control de sus espacios sociales en línea en materia de moderación de contenido.
Por último, tenemos a Threads, la última en llegar a la carrera para sustituir a X y un producto del imperio de Mark Zuckerberg. Para Kurt Wagner, es la que tiene más opciones para robarle a Twitter el trono porque "no solo tiene el respaldo financiero de Meta, si no que se está aprovechando de la red de usuarios de Instagram".
¿Era mejor el antiguo Twitter?
Sin éxodo masivo en ciernes, muchos usuarios idealizan estos días los tiempos de Twitter antes de Musk. Aunque, lo cierto es que la aplicación partía de una situación ya bastante complicada antes de esta compra. A la red social del pájaro azul se la comparaba con grandes imperios como Google o Meta por su gran influencia social y cultural, pero en realidad nunca fue un negocio rentable, la desinformación y los discursos del odio ya eran un problema y siempre fue una plataforma de nicho para periodistas, políticos y generadores de opinión.
¿Se habría producido esta ola de bulos racistas y xenófobos sobre el autor del crimen del niño Mateo? Para Carmela Ríos, lo que se vivió entre el domingo y el lunes hubiera sido inimaginable hace dos años. "En el caso de España, Twitter tenía implantación con una oficina y un equipo. Había interlocutores, se podía hablar con alguien, pero ahora no hay nadie", reconoce esta experta en redes sociales y desinformación.
Pérez-Altable no lo tiene tan claro: "No todo era perfecto, pero sí había un poco más de control". Además, para esta experta, no sólo ha cambiado la red social: "La sociedad también era otra y ahora hay una ola reaccionaria en el que las plataformas juegan un papel fundamental".
Un algoritmo que amplifica la ira, la desinformación y que acoge a los ultras
Aunque el Twitter de hace dos años no era perfecto, la llegada de Musk lo puso todo patas arriba. El multimillonario usó su poder para influir en la mecánica de X cambiando a su antojo y beneficio el algoritmo para promover sus ideas y, por tanto, las de la extrema derecha. Además, se cargó las insignias azules de verificación tal y como se conocían y se entendían —como símbolo de estatus y no de pago como ahora—, y cerró la el acceso libre a su API, la interfaz que permitía estudiar y recopilar los datos que circulan por la plataforma y su comportamiento. Pero, también fulminó a gran parte del equipo de moderación de contenidos. "En una red que no tiene ningún tipo de control es muy fácil que circulen sin ningún tipo de problema mensajes de odio e incluso pronazi", recuerda Carmela Ríos.
A pesar de la falta de transparencia que reina en la tecnológica con Musk como único portavoz, existen alguna que otra investigación que demuestra el estado actual de X. En junio de 2023, un estudio científico de las universidades de Cornell y de California en Berkeley señaló que desde la llegada del empresario el algoritmo amplifica la ira, la hostilidad y la polarización. Y, en marzo de 2023, una investigación de Poynter Institute señaló que la desinformación había aumentado un 44%.
El problema no es solo X
A pesar del actual estado de X, hay que tener en cuenta que la ola ultra no es sólo cosa de X. "En España, por ejemplo, Alvise Pérez —uno de los lanzó los bulos sobre el asesinato de Mocejón— conecta su cuenta en X con su canal de Telegram", indica Pérez-Altable que apunta que no sabe hasta qué punto "es bueno" centrarse solo en una red y no en todo el ecosistema: "Poner el foco solo en Twitter es ver sólo una parte del problema".
Opinión que comparte Carmela Ríos. "X es un eslabón más de la cadena. Es muy importante porque es una red de influyentes ya que tiene usuarios de calidad, como políticos e instituciones. Pero no es la plataforma que impulsa por sí sola todos los discursos de odio", sostiene esta periodista.
El papel de Bruselas en esta batalla
Desde Bruselas, observan con lupa lo que está ocurriendo con X con la nueva Ley de Servicios Digitales (DSA) en la mano, que cumple un año este domingo. De momento, la Comisión Europea solo ha abierto una investigación contra todas las redes sociales por la desinformación durante los primeros compases de la guerra en Gaza y un expediente el pasado junio a la tecnológica al considerar que sus tics azules son un engaño para los consumidores. Además, con motivo de la charla de Musk con Trump, el comisario europeo de Mercado Interior, Thierry Breton, le envió una carta antes en la que le avisaba que se vigilarán posibles violaciones de legislación ante un potencial discurso de odio".
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"No está actuando, esto es así. El problema es que al final detrás está la libertad de expresión y se trata de un asunto muy delicado. Lo que están intentando es ser cautelosos", reconoce Pérez-Altable que señala que la pregunta es "hasta cuánto se podrá aguantar esta situación".
Para Carmela Ríos, el principal problema aquí es que la DSA está aún pendiente de desarrollarse totalmente. "La realidad demuestra lo difícil que va a ser aplicarla", asegura al tiempo que apunta que, en el caso de X, ya no es solo una red social: "Es una entidad con un peso mayor que muchos países del mundo". Esto provocará que, cuando se planteen sanciones, también se planteará casi un conflicto geopolítico: "No se iría solo contra Musk, sino contra una forma de entender la política. Ya no es solo un problema tecnológico, es un problema político".
Y es que tras la carta de Breton, desde X no se quedaron callados. La directora ejecutiva de X, Linda Yaccarino, criticó a través de su perfil en la red social la postura de la UE y acusó a Bruselas de tratar "con condescendencia" a los ciudadanos europeos. Por su parte, Musk respondió con un meme de la película Tropic Thunder con un claro: "Jódete".
Casi 22 meses lleva Elon Musk al frente de Twitter, rebautizado el pasado verano como X, escorando la red social claramente hacia la alt-right o la derecha alternativa poniendo en jaque las bases de las democracias. "Compró esta plataforma con fines políticos y no para defender la libertad de expresión como había proclamado. [...] Se compró un ámbito de influencia y se colocó en el centro. Es un hacedor de reyes", explicó David Chavalarias, director del Centro Nacional para la Investigación Científica de Francia y autor del libro Toxic Data en una entrevista en Mediapart. Así, desde su juguete beneficia a toda su constelación de jefes de Estado aliados, como Donald Trump, Javier Milei o Giorgia Meloni, y logra además contrapartidas para sus otras empresas, Tesla y Space X.